Reseña crítica: Philip Marlowe (George Montgomery) acude a la ventosa mansión de la sra. Murdock (Florence Bates) donde es recibido por la secretaria, la joven Merle (Nancy Guild), quedando comprometido por partida doble: con la ácida anciana para encontrar un doblón que ha sido sustraído de su cajafuerte y con la dulce Merle para hacerle perder el temor al abrazo varonil. En la pista del valiosísimo doblón "Brasher", acude a un anticuario (Houseley Stevenson) que le explica que una especie de maldición sigue a cada poseedor de la preciada moneda. Tras encontrar el primer cadáver, Marlowe se topa con gente peligrosa: el altanero hijo de su acaudalada empleadora (un jovencísimo Conrad Janis); un esbirro tuerto (Alfred Linder) y su jefe (Marvin Miller); un ansioso chantajista (Fritz Kortner)... todos ejercen presión o amenazas y complican la cosa para el sufrido detective, que es capturado y golpeado, escapa, domina la situación, pierde el control y lo regana en una mítica proyección en que, lupa de por medio al estilo BLOWUP de Antonioni, se esclarece todo y hasta descubre un caso que la policía consideraba cerrado. Frente al resto de los Marlowe de la década del '40, Dick Powell, Bogart y George Montgomery, el de Robert Montgomery es el menos cercano a la criatura chandleriana, debido no solo a un bigotín y ese sólido porte de indespeinable galán sino al veloz enganche romántico con la joven secretaria, a su casi camaradería con el teniente de turno (Roy Roberts) y a su ingeniosa treta para despistar a sus torturadores. El Marlowe menos sufrido, más ganador, menos aquejado por mala racha y de oficina más pulcra e higiénica de la pantalla tenía en el realizador John Brahm la chance de presentarse en un film que, tal vez lejano a la fuente literaria, fuera valioso en lo cinematográfico. Sin embargo, hay poco del John Brahm que hemos visto en producciones Fox previas, preocupado por deslumbrar visualmente al espectador para que éste no tenga chance de percatarse de alguna inconsistencia narrativa. Las panorámicas de la mansión de Pasadena, con sus copas arbóreas movidas siempre por Eolo y la soberbia puesta en escena del encierro y golpiza de Marlowe en un cuarto cerrado (así como su posterior escape por un callejón aledaño) son oasis de gran cine en un film más cercano al convencionalismo de la serie B que al clima sórdido y ambigüo del noir americano de Posguerra. El guión dedica considerable tiempo fílmico al romance Marlowe-Merle y si bien la voz en off narradora incluye dos o tres líneas chispeantes, el relato abandona su carácter de trámite en el último rollo, con una inusitada dosis de suspenso y el vibrante desenlace con todo el elenco en la oficina de Marlowe para la proyección del famoso rollito que da título a la novela original y que nivela el balance con una resolución provista de coherencia y lógica interna. [Cinefania.com]
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