EL MUNDO PERDIDO
La historia de los supuestos canales de Marte es la tan vieja y tan humana historia de la lucha entre los deseos y la realidad. El que sigue es un relato del equívoco que originó dicha creencia, así como de su influencia en un popular autor de aventuras con aires de ciencia ficción de la primera parte del siglo XX: Edgar Rice Burroughs.
EL MUNDO PERDIDO DE PERCIVAL LOWELL: LOS CANALES DE MARTE
En
1877 todavía estaba lejos la posibilidad de emplear la
fotografía en la observación celeste: los astrónomos de la época se limitaban a
dibujar lo que podían ver a través de sus primitivos telescopios, los que, por
lo general, se erigían en zonas donde las condiciones atmosféricas eran
favorables, como las montañas. El frío, el sueño y el cansancio eran molestos y
habituales compañeros. Durante algunos meses de ese año ya remoto,
la Tierra y Marte se acercaron
lo suficiente como para permitir excepcionales condiciones de observación de la
superficie marciana a través de telescopios.
Fue entonces cuando un astrónomo piamontés, Giovanni Schiaparelli, informó haber visto en Marte una intrincada red de líneas rectas, sencillas y dobles, que cruzaban las zonas brillantes del planeta, y las llamó canali. Esa palabra italiana se puede traducir como surcos, lo que no implica un juicio sobre su origen natural o artificial, y ésa era la interpretación de Schiaparelli. Pero también puede traducirse como canales, cuyo sentido es unívoco: implica la intervención activa de una inteligencia. Ése fue el significado que se le atribuyó al descubrimiento en los países de habla inglesa, lo que, muy comprensiblemente, creó una notable expectativa popular acerca del planeta rojo, algo de lo que da cuenta el éxito de la novela “La guerra de los mundos”, de Herbert George Wells, editada en 1897.
En
1892 Schiaparelli anunció que, por razones de edad,
abandonaba la observación de Marte. Esa noticia motivó a un admirador del
astrónomo italiano a acometer el desafío de continuar con su obra. Ese
admirador era un millonario bostoniano, Percival Lowell, quien en 1894 construyó un observatorio de primera
clase en Flagstaff, Arizona, dotado de un telescopio
de
24 pulgadas
y todos los avances y comodidades que podía proporcionar la época. El lugar era
ideal: el cielo estaba casi siempre despejado, la atmósfera era poco
turbulenta, y no había luces de ciudades cercanas que dificultaran la
observación del firmamento. (Imagen de la derecha: Percival Lowell, alrededor de 1904. Fuente de la imagen: aquí).
Lowell era un buen astrónomo: realizó importantes contribuciones al conocimiento de la naturaleza y evolución de los planetas, a la deducción de la expansión del universo y al descubrimiento de Plutón. (De hecho, una de las razones por las que se eligió ese nombre fue que permitía homenajear a Lowell: las dos primeras letras del nombre de dicho planeta enano son las iniciales del astrónomo). Pero su fama no es hija de estos aciertos sino de un yerro monumental: porque donde Schiaparelli había visto unos cuantos surcos y considerado que su origen bien podía ser artificial, Lowell vio consistentemente (¡durante un par de décadas!) una red a escala planetaria de grandes acequias de riego, que conducían agua de los casquetes polares a las sedientas ciudades ecuatoriales. Porque el Marte de Lowell era un mundo marchito, árido y antiguo, pero poblado por una especie inteligente que luchaba por seguir viviendo: el agua era escasa, pero una elegante red de canales la distribuía a todo el planeta; el aire estaba enrarecido, pero aún era respirable; el clima era frío, pero tanto como el del “sur de Inglaterra”. ¿Qué no podía esperarse, entonces, de una antigua estirpe, tan sabia como para enfrentarse valientemente con la muerte de su planeta? Todo esto veía el romántico Lowell, donde Schiaparelli había visto unos “surcos”.
Otros reputados astrónomos, con telescopios y lugares de observación tan buenos como los de Lowell (como Eugenios Antoniadi o E. E Barnard) jamás pudieron encontrar señal alguna de los canales. Pero otros observadores sí vieron canales, como el irlandés Charles Burton, y aun es llamativo que Lowell los dibujara todos los años en las mismas localizaciones. Una respuesta al enigma fue suministrada, en 1903, por Joseph Edward Evans y Edward Maunder, quienes condujeron un experimento que demostró la posibilidad de que los famosos canales se tratasen de una ilusión óptica, causada por la pobre resolución de los telescopios de la época y la forma en que el cerebro humano interpreta una serie de rasgos puntuales, como cráteres o manchas. Obviamente, este resultado no era una prueba concluyente contra las observaciones de Lowell, pero considerado en conjunto con las mencionadas observaciones de Antoniadi y Barnard, apuntaba fuertemente en contra de las posiciones del astrónomo de Flagstaff.
Cuando
se produjo un nuevo acercamiento entre
la Tierra en Marte en 1909, la calidad de los
telescopios ya había mejorado mucho, y el greco-francés Antoniadi comprobó personalmente las ideas de Evans y Maunder, al notar que algunos aparentes canales se
resolvían en series de puntos, probablemente cráteres u otros accidentes
similares en el terreno. Pero ya entonces, los canales de Marte habían caído en
desgracia, paradójicamente, por un gesto del propio Lowell:
en 1907, le había solicitado al anciano y respetado naturalista galés Alfred Russel Wallace,
codescubridor de la evolución por selección natural junto a Charles Darwin, su
opinión acerca de sus teorías. En Is Mars habitable?, Wallace demostró que el cálculo de las temperaturas
ambientes de Lowell era erróneo: las zonas del
ecuador de Marte son tan frías como
la Antártida, y el resto
del planeta, aún más. También estaba equivocada su estimación de la densidad de
la atmósfera, que es mucho más tenue aún que la de la atmósfera en las montañas
más altas de
la Tierra,
lo que haría imposible la existencia de agua líquida sobre la superficie. Wallace culminaba su análisis con una frase letal:
“cualquier intento de transportar ese escaso excedente [de agua] (…) tendría
que ser obra de un equipo de locos y no de seres inteligentes. Puede afirmarse
con seguridad que ni una gota de agua escaparía a la evaporación o a la
filtración a menos de cien millas de su lugar de procedencia”. Percival Lowell moriría amargado
en 1916, convencido de que era víctima de una injusticia.
EL MUNDO PERDIDO DE EDGAR RICE BURROUGHS: BARSOOM
Los canales de Marte se hubieran perdido en las prematuramente envejecidas páginas de las enciclopedias editadas hacia 1900 de no ser por Edgar Rice Burroughs, un escritor norteamericano de novelas populares a quien se le debe un famoso personaje: nada menos que Tarzán. Burroughs escribió varias novelas sobre Marte, a caballo entre la ciencia ficción y las sagas clásicas y medievales, protagonizadas por un aventurero virginiano y ex soldado confederado llamado John Carter. La primera de ellas fue “A princess of Mars” (“Una princesa de Marte”) que fuera publicada por entregas en la revista All-Story entre febrero y julio de 1912 y editada como libro en octubre de 1917; la undécima y última, “Skeleton Men of Jupiter” (“Los Hombres - Esqueleto de Júpiter”) aparecería en febrero de 1943 en Amazing Stories.
El Marte de Burroughs es un desarrollo literario de las posibilidades abiertas por la errónea concepción de Lowell: diversas razas y pueblos guerrean incesantemente por los menguantes recursos de un planeta moribundo, sin más agua que la que resta en el Mar Perdido de Korus y en las Grandes Marismas Toonolianas (1). La atmósfera se disipa minuto a minuto en el espacio, pero es repuesta incesantemente por una gigantesca planta generadora (una idea que tal vez les recuerde al gran filme “Total recall” (“El vengador del futuro” o “Desafío total” en español) de Paul Verhoeven, protagonizado por Arnold Schwarzenegger, Sharon Stone y Michael Ironside, y estrenado en 1990). (Imagen de la derecha: los variados seres del universo de Barsoom. Fuente de la imagen: aquí).
El
Marte de John Carter (quien, por cierto, abandona
la
Tierra emprendiendo un instantáneo “viaje astral” con sólo
desearlo) es llamado Barsoom por sus habitantes. El paisaje es desértico,
interrumpido cada tanto por canales como el Nylosirtis y el Nephentes (2) o por ruinas de
ciudades abandonadas, donde acechan depredadores salvajes similares a los
terrestres, sólo que usualmente dotados de extremidades supernumerarias y (me
temo) superfluas. Entre ellos, los siths (3), unos enormes avispones ponzoñosos; los calots,
especie de perros con boca de rana, tres hileras de dientes y diez patas; los thoats, algo así como caballos verdes de ocho patas; los banths, equivalentes de los leones terráqueos pero apoyados
sobre impresionantes diez extremidades, y dotados de ojos verdes saltones; los
monos blancos, horrendos gorilas semiinteligentes con
seis extremidades; los hombres plantas, de más de tres metros de altura, piel
azul, una cabeza pequeña sin boca y con un solo ojo, larga cola y una boca en
cada palma de las manos, con las que pastan o beben la sangre de sus presas,
usualmente Marcianos Rojos en peregrinación por el río Iss (a la que me referiré más adelante).
Las diferentes razas inteligentes marcianas son de aspecto humano, en especial los Marcianos Rojos, cuyas principales diferencias con nosotros son la facultad de telepatía y la reproducción ovípara. (No queda claro, entonces, por qué tienen ombligos, o por qué las hembras poseen pechos como las mujeres terrestres). Su aspecto es tan humano que John Carter halla muy atractiva a la princesa Dejah Thoris de Helium, tanto que ambos se casan y tienen dos hijos. Como todas las criaturas en Marte, los Marcianos Rojos (y por ende, la muy bella princesa) andan casi desnudos, sin más vestimenta que algunas joyas y unos útiles arneses de cuero, usados para colgar armas o enseres. No cuesta nada deducir, con esto, un atractivo adicional de estas novelas: basta con ver las ilustraciones donde aparece Dejah para comprobarlo…
Los Marcianos Rojos son la cultura dominante del planeta. Se encuentran organizados en ciudades estado que viven en guerra unas contra otras por el control de los canales, como es el caso de la citada Helium, Ptarth y la malévola Zodanga. (No podía ser menos, con semejante nombre). Los Rojos, mestizos de las razas de Marcianos Negros, Amarillos y Blancos, son muy avanzados tecnológicamente, se atienen a un estado de derecho y a ideales de moralidad, y tienen familias y sentimientos similares a los humanos. Viven más de mil años, a menos que sean muertos violentamente; cumplida esa edad, casi todos emprenden una peregrinación siguiendo el curso del Río Iss, de la que nadie vuelve, nadie sabe por qué: Carter descubrirá que todos los peregrinos terminan muertos por criaturas salvajes.
También existen los Marcianos Verdes, como la tribu de los tharks: son criaturas verdes de cuatro metros de altura, cuatro brazos, ojos a los lados de la cabeza y colmillos prominentes. Son nómades primitivos y jerárquicos, crueles y belicosos en extremo, y con un rígido código de honor. Su rey es llamado Jeddak (4) y obtiene el trono derrotando a su antecesor en una lucha a muerte. Por lo general, los tharks habitan entre las ruinas de las ciudades, y obtienen sus armas mediante el robo a los Marcianos Rojos. Su extraña apariencia es debida a un antiguo experimento genético que salió (realmente) mal.
De las otras razas citadas, la más interesante es la de los Marcianos Blancos, reputada como extinta por los Marcianos Rojos aunque, en realidad, tres de sus pueblos sobreviven escondidos. Entre ellos, los más interesantes son los Therns, quienes han creado la religión marciana en su provecho: mediante los mencionados hombres plantas, devoran o esclavizan a los peregrinos que sorprenden siguiendo el curso del río Iss.
EL MUNDO RECUPERADO: LAS SONDAS INTERPLANETARIAS
Marte
fue, junto con
la Luna
y Venus, uno de los primeros objetos celestes en ser reconocido por sondas
interplanetarias, tanto soviéticas como norteamericanas. El Mariner 4 envió las primeras fotografías de la superficie marciana en 1965, las cuales
mostraban una serie de cráteres de aspecto lunar y poco más. Hubo que esperar hasta 1971-72 para que el Mariner 9 orbitara
el planeta rojo y obtuviera fotografías que permitieron trazar el primer mapa
marciano. La sonda registró muchas maravillas, desde enormes volcanes de
25 kilómetros de
altitud (el Olympus Mons) hasta
un sistema de cañones y valles que se extiende a través de 4 mil kilómetros (los
Valles Marineris) pero ni rastro de los famosos
canales. Los más delirantes enamorados del Marte de Lowell y Burroughs no tuvieron otra salida que aceptar el
fin de su sueño o rebajarse a acudir al recurso de la conspiración: todo se
trataría de un montaje de
la NASA
para ocultar la existencia de una civilización marciana, cuando no de un engaño
de aquellos seres que, deseosos de ser dejados en paz por los terráqueos, habrían
interferido las comunicaciones de la sonda. Lo que sigue es importante: si
una idea es imposible de refutar por la experimentación o la observación, dado
que sus partidarios acuden sistemáticamente a hipótesis adicionales cada vez más
inverosímiles que pretenden invalidar toda observación negativa, entonces estamos
en presencia de una superstición que no pretende describir la realidad, sino
amoldarla a un credo estético, religioso, filosófico o político. (Y que Dios,
La Fuerza o lo que sea nos
guarde, en especial, de este último tipo de peligrosísimos psicópatas).
Lowell estaba equivocado, y Burroughs estaba más preocupado por entretener a sus lectores que por hacer divulgación científica. Pero, como afirmara Carl Sagan, ambos lograron que “generaciones de niños de ocho años, la mía entre ellas, consideraran la exploración de los planetas como una posibilidad real, y se preguntaran si nosotros mismos podríamos volar algún día hasta Marte”. En ese sentido, estamos en deuda con ellos, y les debemos un recuerdo lleno de respeto.
[Posdata del 04/03/12: Disney anunció para este año una superproducción - tiempo después sabríamos que totalmente fallida - llamada "John Carter", primera parte de una trilogía basada en la saga de Barsoom. Pueden ver el videoclip de presentación aquí].
NOTAS
(1) Nombre que me hace recordar al Tatooine de Star Wars. ¿Robo u homenaje de George Lucas?
(2) Es una costumbre de la ciencia ficción emplear nombres
fonéticamente extraños, que remiten mejor a lugares remotos en el tiempo o el
espacio que, digamos, el planeta Gómez, la civilización de los Tía Maruca, el almirante Poroto o
la Nave Suegra
La Marta.
(3) Recordar
la Orden Sith.
Ídem nota (1).
(4) ¿Jedi? Ídem nota (1).
FUENTES
Cosmos. Carl Sagan. Editorial
Planeta, Barcelona, 1982. Edición original en inglés 1980. Capítulo V, páginas
106 a 111.
Burroughs’ Barsoom and Lowell’s Mars: A Map for the Interpretation of Barsoomian Geography. Leathem Mehaffeye, ERBzine 1438 (en inglés).