SHANGHAI 1920-1937: LA CHICAGO DE ORIENTE
Entre los años 1920 y 1937, la metrópoli china de Shanghai gozó de una notable y glamorosa prosperidad, que indujo a que se la llamara “la París de Oriente”. Sin embargo, debajo de esos oropeles, latía una sórdida realidad de cárteles criminales amparados desde el Estado y enriquecidos con la extorsión, el tráfico de drogas, la trata de mujeres y la explotación laboral, en un contexto geopolítico de cruda rapiña imperialista. Más que a París, entonces, la Shanghai de aquellos años se parecía a la Chicago de Al Capone. Con ustedes, la historia de una época y una ciudad que exige a los gritos una gran película que la inmortalice.
UN POCO DE HISTORIA
La lenta
decadencia que el Imperio Chino había comenzado a experimentar desde
aproximadamente 1500 se hizo evidente a comienzos del siglo XIX:
la Revolución Industrial
había conferido a los europeos, en especial a los británicos, una superioridad tecnológica
notoria. Para 1842, el Celeste Imperio ya no era
capaz ni siquiera de impedir que se le impusiese la legalización del tráfico de
opio, cosa que hicieron los mencionados británicos con el exclusivo fin de
nivelar a como diera lugar la deficitaria balanza comercial con China. En las décadas siguientes
vinieron nuevas derrotas en nuevas guerras con el Reino Unido, Francia, Rusia y Japón, una sumamente cruenta guerra civil (la Rebelión Taiping),
una abortada rebelión contra los imperialismos extranjeros
(la Rebelión Boxer)
y la caída del Imperio en 1911.
(Derecha: mapa de la penetración extranjera en China hacia 1912. Haga clic sobre él para ampliarlo. Fuente: el blog La Era de Hobsbawm).
La república nacida en aquel 1911 era una institución enclenque, abrumada por las proporciones gigantescas de los problemas nacionales. De hecho, lo que comenzó a verse a partir de 1920 fue una progresiva disolución del poder central, y una creciente importancia de líderes militares regionales, en camino a convertirse en verdaderos señores de la guerra. Como es de sospechar, la decadencia de la autoridad central también facilitó el surgimiento de una hidra de varias y aterradoras cabezas: el crimen organizado. Las sociedades secretas de índole delictiva no eran una novedad en la historia china: sí lo era el impulso que cobraron.
Otro factor que acentuaba la pérdida de poder del gobierno central era la presencia de potencias extranjeras en suelo chino, administrando territorios que el desfalleciente gobierno imperial había tenido que entregarles en concesión por plazo indeterminado. En 1842, el Tratado de Nanking había otorgado al Reino Unido la administración de cinco puertos: Cantón (hoy Guangzhou), Amoy (hoy Xiamen), Foochow (hoy Fuzhou), Ningbo y Shanghai. La soberanía china sobre ellos era meramente nominal: los británicos se arrogaban el derecho de imponer allí sus leyes civiles y comerciales, juzgar a sus conciudadanos en tribunales propios, desplegar en ellos tropas a voluntad, y utilizarlos como puerta de entrada al insaciable mercado chino, por lo demás sin tener que abonar impuesto aduanero alguno. Otras potencias, como Bélgica, Francia, Italia, Austria - Hungría, Alemania, Rusia, Japón y Estados Unidos, obtuvieron arreglos similares hasta fechas tan tardías como 1907. ¿Hace falta aclarar que los principales y casi únicos beneficiarios de estos acuerdos eran las potencias extranjeras y las elites chinas relacionadas con ellas?
LA PERLA DEL MAR DE CHINA
Shanghai fue transformada por las potencias extranjeras en la principal vía de acceso a
China. Los
32
kilómetros cuadrados de la ciudad estaba divididos en
1920 en dos establecimientos: uno, el llamado Internacional, resultante de la
unión de las concesiones norteamericana y británica y manejada por estos
últimos; el otro,
la
Concesión Francesa. Ambos territorios sumaban unos
19 kilómetros
cuadrados. El resto de la ciudad era llamado, no tan sorprendentemente, Barrio
Chino: el gueto en el que se confinaba a los nativos del país. Una demostración más del
espíritu abierto con que los occidentales manejaban sus asuntos: el
dirigente comunista Mao Zedong recordaba haber visto,
en aquellos duros años, un cartel en un parque que decía “no se permite la
entrada de chinos ni perros”.
El
Establecimiento Internacional de Shanghai era
gobernado por un consejo municipal controlado por los británicos. En un
prodigio de espíritu democrático, los ciudadanos habilitados a votar para
elegir a dicho consejo eran apenas 27 mil en una ciudad que, en 1934, contaba con
3,5 millones de habitantes: sólo podían ser electores los súbditos extranjeros
que fueran propietarios, a cambio del pago de una pequeña suma. Los inquilinos
extranjeros también podían votar, pero a cambio de abonar una suma mayor. Existía
el voto calificado: a mayor cantidad de propiedades, se contaba con mayor
cantidad de votos. Había un acuerdo de caballeros por el cual, de los nueve
consejeros, seis eran británicos, dos norteamericanos y uno alemán: tras
la
Gran Guerra de 1914-18, el germano fue
remplazado por un japonés. En general, la única verdadera elección se producía
entre los británicos: las otras colectividades se ponían de acuerdo en
presentar candidatos únicos para no dividir su voto.
Además de
residentes norteamericanos, británicos y franceses, en la ciudad abundaban los
rusos, la mayoría de los cuales había escapado de su país tras
la Revolución de 1917. También
había muchos sijs, que formaban uno de los cuerpos de
la colorida policía local. Pero sin embargo, la mayoría de los extranjeros no provenía de ninguna de las grandes naciones
occidentales o de India, sino de Japón.
Shanghai era la ciudad más grande y cosmopolita de toda China. Absorbía casi un tercio de la inversión extranjera en el país (el 75% de toda la inversión británica) y poseía la mitad de las fábricas de toda China. La atmósfera cultural de la ciudad era marcadamente occidental, en especial por los edificios y paseos más característicos: el puerto, llamado el Bund; el Shanghai Club, de estilo neobarroco; el Cathay Hotel, de estilo Art Déco, construido por una familia de magnates británicos de origen sefardita y mesopotámico, los Sassoon; el complejo Great World, en la esquina de Thibet Road y Avenida Foch, luego Avenida Eduardo VII, una “pagoda del placer” de seis pisos con sala de baile, del cual dijo el poeta inglés Auden que “hay suficiente whisky y gin como para que flote un escuadrón de buques de guerra”; los salones de té de Bubbling Well Road; las tiendas de Nanking Road.
La vida
cultural de la ciudad era intensa, porque además de fluir dinero a raudales,
existía un ambiente relativamente más tolerante que en el resto de Oriente.
Además de a sus millonarios, a su legión de arribistas o a sus 8 mil
prostitutas rusas, Shanghai también albergaba a
muchos exiliados chinos, coreanos o
japoneses que rumiaban su descontento y
urdían sus planes de revancha, entre vahos de alcohol y caricias de alquiler.
El célebre espía ruso Richard Sorge también vivió un
tiempo en la ciudad, al igual que la futura Duquesa de Windsor Wallis Simpson, que el escritor y funcionario norteamericano Cordwainer Smith, que los
entonces adolescentes Peter Wyngarde y James Ballard y, si damos fe a Steven Spielberg y George Lucas, que el renombrado arqueólogo norteamericano Indiana Jones y su amiga Willie Scott. También lo hizo una actriz de segunda que se hacía
llamar Lan Ping y que intentaba ganarse su lugar en el pujante mundillo
cinematográfico de Shanghai, entonces uno de los más
poderosos del orbe, directo antecesor del maravilloso cine de Hong Kong (1). El mundo conocería posteriormente a Lan
Ping bajo su verdadero nombre de Jiang Qing (o Chiang Ching, en otras
traducciones): la actriz del montón se convertiría en la esposa de Mao Zedong y en uno de los miembros de la tenebrosa Banda de
los Cuatro, que llevaría a China Roja al paroxismo durante
la Revolución Cultural
de 1966-1976.
(Derecha: video musical con un popurrí de canciones típicas del Shanghai de los años 1920s y 1930s, por la excelente banda porteña La Chicana. ¡Qué más se le puede pedir a esta nota, bebé!).
Shanghai era muy próspera, pero lo era a expensas del resto del país. Fuera de los lujosos barrios residenciales y de las avenidas de locales comerciales glamorosos, millones de chinos sobrellevaban una vida de apabullante miseria. A pocos kilómetros de los placeres del Bund, las fábricas de capitales británicos, norteamericanos o japoneses empleaban a chicos de seis años en horarios de trabajo de sol a sol. Y por si fuera poco, estaba el fantasma de la guerra civil entre señores de la guerra, por no hablar del creciente peligro de un conflicto exterior con Japón. Pero la amenaza más urgente al bienestar de Shanghai provenía de su prosperidad. Porque ya se sabe: el éxito económico enseguida atrae a los proveedores de vicios.
EL SUBMUNDO DE SHANGHAI
Los años 1920s
son años de oro para el crimen organizado, tanto en Estados Unidos como en Asia
Oriental. Shanghai era una de las capitales mundiales
del tráfico de drogas y la prostitución organizada de
la Era del Jazz, y tuvo sus propios Nittis y Capones, dispuestos a solucionar a disparos
de ametralladoras Thompson cualquier conflicto acerca de derechos de
comercialización clandestina de opio o heroína.
Shanghai tenía una particularidad atractiva para los criminales: la existencia de tres
jurisdicciones diferentes en la misma ciudad, la china, la francesa y la
internacional. Una determinada actividad podía ser ilegal en una sección de la
ciudad y perfectamente legal en la otra; un fugitivo de una jurisdicción podía encontrar refugio en otra, al
estilo de
la Viena
de posguerra que se retrata en “El tercer hombre” de Carol Reed (2).
Dos padrinos se destacaron por sobre el resto: Huang Jinrong, llamado “"Picado de Viruela", y Du Yuesheng, que recibía el un tanto desdoroso apelativo de “Orejas Grandes”. Huang había nacido en 1868, y había pasado los exámenes para ingresar a la policía francesa en 1892. Sus carreras a la jefatura del cuerpo de detectives de la policía y al trono del hampa de Shanghai fueron simultáneas e inescindibles: merced a las ingentes comisiones ilegales que repartía entre las autoridades francesas, Huang llegó a regir el tráfico de heroína y opio, el juego, la prostitución, la extorsión, el control de las huelgas, el secuestro y el asesinato. También tenía una buena cobertura en China: era uno de los principales sostenes financieros del partido nacionalista, el Kuomintang o KMT, y de su maquiavélico líder, el general Chiang Kai-Shek, un oscuro ex empleado contable, concuñado del fundador de la república y del partido, el doctor Sun Yat-sen.
La amistad
con el KMT tendría su prueba de fuego en 1927, cuando Huang aportó su pandilla de matones al esfuerzo de los ejércitos nacionalista,
francés, británico y norteamericano por aplastar un alzamiento comunista en Shanghai, liderado por un entonces muy joven Zhou Enlai, futuro primer
ministro de
la
República Popular.
(Derecha: Huang Jinrong, hacia 1925. Fuente: Shanghai Star, ver Vínculos).
A mediados
de los años 1920, la mano derecha de Huang era el
mencionado Du. Éste había nacido en 1888, y tras
quedar huérfano a los nueve años, fue criado por su abuela. Fue vendedor de
frutas, matón de burdel e informante de la policía francesa, además de miembro, desde sus 16 años, de la sociedad secreta criminal Qing Bang,
la Pandilla
Verde. Huang detectó enseguida sus
condiciones, y comenzó a asignarle tareas de confianza. Su hora de la verdad
llegó en 1924, cuando Huang terminó en la cárcel tras
un entredicho con el hijo de un alto funcionario militar. Du logró sacarlo de prisión, pero sólo luego de asegurarse
de que Huang le cediera el control de sus principales
negocios. Para 1925 Huang, ya retirado de la policía,
pasaba sus mañanas a partir de las 10 en la casa de té Cornucopia, recibiendo
a todo aquel que, a cambio, de una contribución, requiriera su intermediación ante
la policía.
Mientras Huang estaba en la cárcel, Du había logrado poner de acuerdo a todos los líderes del submundo de Shanghai, incluyendo al propio Huang, para conformar un cártel bajo protección de los franceses y manejar los negocios sucios de la ciudad de un modo que beneficiase a todos por igual. Las enormes ventajas del acuerdo se demostraron de modo inmediato. Du vivía en una mansión de estilo occidental de cuatro pisos, en la zona francesa. Cada piso de su mansión estaba ocupado por una de sus cuatro esposas legales y sus seis hijos; sus concubinas oficiales, por lo general chinas o rusas, eran incontables. Su base de operaciones era el flamante y majestuoso Hotel Donghu, en la zona francesa. Desde su participación en la represión del alzamiento comunista de 1927, contaba con un cargo oficial: en recompensa por sus servicios, Chiang Kai-Shek lo había nombrado a cargo de nada menos que la oficina encargada de la represión del tráfico de opio en toda China, la cobertura legal soñada por todo narcotraficante. Un temible cuerpo de guardaespaldas rusos lo protegía de casi todos los peligros, salvo de uno. Porque Du había cometido el grave error de hacerse adicto a la droga que vendía. Hasta 1931, en que por fin logró curarse, ésa fue la mayor amenaza a su poder.
(Derecha: Du Yuesheng, hacia 1925. Fuente: Shanghai Star, ver Vínculos).
Pronto, los padrinos de Shanghai se encontraron en posición de blanquear su fortuna y dedicarse a negocios legales pero sólo marginalmente más honestos que el crimen organizado, como son las finanzas. Du se convirtió en un respetado miembro de la sociedad, e incluso comenzó a ser reconocido como filántropo. En la edición de 1933 del “Quién es Quién” de Shanghai, se lo define como “el residente más influyente en la Concesión Francesa”, y se enumeran sus ocupaciones: era miembro del Consejo Municipal Francés y la Cámara de Comercio, así como presidente del directorio de dos bancos, de dos hospitales, de una universidad y una escuela de enseñanza media, de una fábrica de papel, de una empresa naviera y de otra de comercio internacional.
Pero, como suele suceder, la política metió la cola.
EL FIN DE UNA ÉPOCA
Los fanáticos
militares imperialistas que gobernaban Japón soñaban con una China libre de las potencias occidentales e incorporada a su esfera de
influencia, pero la idea no despertaba la menor simpatía ni en los
nacionalistas chinos ni en sus antiguos aliados y luego enemigos declarados,
los comunistas. Las relaciones entre ambas potencias orientales eran tensas, y
a nadie sorprendió que, tras un oscuro incidente, las fuerzas japonesas atacaran Shanghai el 28 de enero de 1932. El conflicto duró
unas pocas semanas, pero sirvió de aviso: los tiempos estaban cambiando; el
nuevo decenio no era como el anterior; llegaba la hora de pistoleros mucho más
mortales y decididos, que en vez de regir imperios criminales ahora gobernaban
grandes potencias como Alemania, Italia,
la Unión Soviética… o
China. O Japón. Cuando por fin se desató la guerra en Extremo Oriente, dos años
antes que en Europa, en 1937, la época de oro de Shanghai pasaría a ser un recuerdo. Para 1941, las concesiones occidentales habían
dejado de existir, a merced de la furia del ejército japonés.
Por su parte, los chinos resistieron como pudieron, aunque a menudo se hacían la guerra entre ellos con más ferocidad que la que reservaban para expulsar al invasor. Cuando el Mikado se derrumbó en 1945, Du pensó en volver a regir las cosas como en los viejos tiempos, pero se encontró con que el hijo de Chiang estaba más interesado en usarlo de chivo expiatorio de su campaña moralizadora que en volver a asociarse con él. Para cuando llegó el fin de la guerra civil y la proclamación de la república popular, en 1949, Du y Huang eran la sombra de lo que habían sido. Du murió en 1951 en el exilio de Hong Kong, Huang lo hizo en la misma ciudad dos años después.
Hasta la década de 1990, Shanghai no recuperó su reputación de capital distinguida. El surgimiento de China como gran potencia ha traído de nuevo la fiesta a la ciudad, aunque esta vez de un modo muy diferente: Shanghai tiene una de las tasas delictivas más bajas del mundo.
NOTAS
(1) Más sobre la historia del cine en Shanghai, aquí (Wikipedia en inglés) y aquí (una historia - en español - del cine chino).
(2) Un detalle tragicómico: hacían falta tres licencias de conducir para circular libremente por toda ciudad.
VÍNCULOS
* Policing
Shanghai, 1927-
1937 . Frederick Wakeman Jr. University of
California Press,
Berkeley,
1996. (En inglés).
* Du, the godfather of
Shanghai . Zou Huilin. Shanghai Star, 7 de junio de
2001. (En inglés).
* Shanghai Goodfellas. Ronan Thomas. Asia Times, 4 de octubre de 2012. (En inglés).
* Huang Jinrong. En el sitio Streets of
Shanghai (En inglés).
* The Blog
about Old
Shanghai . (En inglés).
* Tales of old Shanghai (En inglés).