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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

VERMILION SANDS BLUES

"You didn't have to be so nice / I would have liked you anyway" cantaban Astrud y Marcelo Gilberto. "No tenías por que ser tan guapo / te hubiera querido de todos modos". Una extraña banda de sonido para la vida en común de dos personas como nosotros, que se mienten amor sabiendo que el otro se da cuenta de la impostura, pero no le importa. Echale la culpa a Vermilion Sands.

 

Miento, como siempre que escribo. Sí hubo un momento en que sentí algo parecido al amor. O sea, decilo, amor. Fue en nuestra tercera o cuarta noche juntos, la noche en que me dijo que ya no usara preservativos porque había empezado a tomar píldoras. Me contó de un novio de la época en que trabajaba en un bar de Punta del Este. Un cliente que iba todos los días a la misma hora, se sentaba siempre en la misma mesa, y pedía siempre lo mismo. El primer día charlaron de temas intrascendentes. Al segundo día empezaron a hacerse chistes. Al tercero, ella recibió un piropo que la hizo sonrojarse. Al cuarto día ya eran amantes. Al séptimo día él desaparecióy ya no supo nada más: fue el mismo día en que asaltaron la escribanía de enfrente del bar. Tardó meses en darse cuenta de que su fugaz novio era uno de los asaltantes, que se había pasado una semana marcando la escribanía mientras todos pensaban que venía a levantarse a la camarera. Me lo contó riéndose de sí misma ¿cómo no quererla?
(Imagen de la derecha: René Magritte, Le double secret, 1927).
Ninguno de los dos se hacía demasiadas ilusiones: éramos la pareja ideal. Ella había sido muy linda pero ya estaba dejando de serlo, yo tenía kilos de más y cabellos de menos de mi mejor versión, pero a nuestras hormonas no les importaban esos meros detalles. Mientras ella se bañaba me entretuve con la NBA y me puse a pensar la próxima nota. "En el VIP del Aeropuerto Internacional James Graham Ballard se hacían bromas acerca de Francisco Pancho Cabrera, el Ministro de la Producción y antiguo hombre del HSBC y La Nación, quien hace unos meses diera que hablar a los chimenteros por su breve relación con Juanita Viale. Jorge Lanata, sarcástico, afirmaba que Cabrera terminaría renunciando al ministerio para hacer presencia en boliches, actividad en la que ganaría el doble o el triple. Los más indiscretos hacían apuestas acerca de con quién volvería Pancho a Buenos Aires. Entretenimientos de la gente linda". Ideal para Charlas de Quincho, pero el diario pedía notas de color. Ya veré dónde colar esa viñeta.
Me dormí unos minutos, y cuando desperté ella ya se había ido a su trabajo, en el bingo flamante de Avenida Stellavista. Estaba hambriento como un lobo, faltaba casi una semana para el depósito del próximo viático y el saldo de mi tarjeta de crédito habia sido declarado zona de desastre. Dinero, dinero, dinero. Nostri nosmet poenitet, escribió Terencio. Nosotros mismos somos nuestra penitencia.
Mejor trabajar. En el casamiento del empresario y diputado Enrique Patrón Costas y la artista plástica Dolores Vasena, que duró un fin de semana entero, hubo un espectáculo de llamas danzantes, el llamado fuego persa. Escribo. "El general Milgram, puntual como todo militar, se encontró en soledad a las 18, la hora prevista para el comienzo del espectáculo. Milgram confesó luego a este cronista que se ha habituado a que llegar en hora a una reunión sea una forma de soledad. El fuego persa fue acompañado por sorprendentes estatuas cantantes, estructuras metálicas talladas de tal exquisitamente precisa manera que producen sonidos musicales cuando son expuestas a los vientos. El curador de las estatuas, un músico e ingeniero estonio de origen ruso llamado Vladimir Volkov, recibió una ovación cuando se presentó, una vez concluida la extraña actuación, a responder preguntas de los presentes. El director artístico del Teatro Colón, Darío Lopérfido, indagó acerca de detalles técnicos de tan sorprendentes estatuas, dueñas de matices expresivos que ya quisiera para sí la mujer de Lopérfido, la actriz Esmeralda Mitre. Gracias a sus preguntas nos enteramos de que cada estatua está afinada en una nota diferente; que la afinación es la tarea más dificultosa, porque el calor del desierto o el fresco de la noche la altera; y que la disposición de las estatuas obedece a criterios armónicos, y la aleación en que se fundió cada una, a criterios tímbricos. Volkov dijo que, una vez dispuestas las estatuas, 'el que toca es el viento'. Alejandro Rozitchner lamentó que su amigo Luis Alberto Spinetta no hubiera vivido lo suficiente como para deslumbrarse con esta maravilla. El titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi, explicaba a algunos invitados a quienes no les había gustado el espectáculo musical que 'al gusto, al oído, primero hay que curarlos, como a los mates'". Había un par de inexactitudes pero, mierda, para lo que me pagan está bien.
Decidí que el ingreso al páramo de los réprobos bancarios debía ser por la puerta grande, y tras ducharme y vestirme con mis mejores ropas caminé unas cuadras hasta el restaurante del Vermilion Sands Hilton. El viento rotaba del este hacia el sur, y la melodía de las estatuas cantantes de la plaza modulaba de re bemol mayor a re bemol menor, y en las rachas de viento fuerte saltaba a fa sostenido mayor. (Vasena y Patrón Costas las habían donado a la ciudad). La salida de la luna llena por sobre las incrustaciones de sal de la laguna de lava de Lagoon West era sobrecogedora. La blanca luz reverberaba contra las vetas de cuarzo de los arrecifes de basalto y las dunas de arena color cereza, pero casi nadie prestaba atención porque en la peatonal había unas chicas regalando botellitas de aguas saborizadas.
En la puerta del Hilton me encontré con el cónsul honorario de un país de Sudamérica, antiguo compañero de exilio económico en Barcelona, y decidimos cenar juntos, porque mi quiebra financiera y mis catárticos oídos maridaban muy bien con su billetera consular y su desesperada locuacidad de bancarrota sentimental. Entrada de sopa Ming de pez martillo, matambritos de tero empanados a las finas hierbas, chupín de raya de las arenas, más un Riesling seco alsaciano y, de postre, alfajor patero de queso de camello y dulce de arándanos. Ah, le dije que se quedara tranquilo, que la dama volvería a él. Era lo que su corazón en Error 404 quería oír, aunque fuera mentira; le devolvió el alma al cuerpo. Lo dejé intentando seducir a la recepcionista del restaurante, una japonesita preciosa.
Me senté en la plaza, a escuchar a las estatuas. Estaba refrescando: fuera por eso, o por una mala afinación, algunas estatuas empezaban a salirse de tono. Volví a escuchar un mensaje de voz de WhatsApp de Carlos Pagni, el periodista de La Nación y TN, enviado desde la fiesta de casamiento de Vasena y Patrón Costas. En medio del baile comenzó a sonar una banda en vivo, interpretando Discotheque de U2. ¡Era U2! La banda interpretó cinco temas propios más un bis ajeno, Dancing Queen de ABBA, no sin antes congratular a los novios y hacer subir a la sorprendida novia a hacer coros, cosa que hizo muy dignamente. Hubo un momento amargo cuando algunos invitados se acercaron a saludar al CEO y cantante de la banda, Bono, y fueron rudamente alejados por su custodia, que no entiende de cariños. "Hay dos rusos veteranos de la campaña de Chechenia, un ex para colombiano, un exonerado del Mosad, un capitán retirado de las SAS, un ex marine norteamericano y un barra de Boca, que es el que hizo el contacto. La custodia de U2 parece armada con fugitivos del Tribunal Penal Internacional", bromeaba Pagni, antiguo compañero de redacción. La banda llegó en su Chinook propio, tocó menos de media hora y partió rauda, embolsándose un cachet en dólares al filo de los seis dígitos.
Mañana es viernes. Hay una exposición de ingenios relacionados con las energías renovables, una convención sobre paquetes tecnológicos relativos a los agronegocios, la elección de la Reina de los Cazadores de Rayas de las Arenas, las abaratadas obras teatrales de temporada de costumbre, un espectáculo de gladiadores robóticos organizado por WWE. Consideré la posibilidad de inventar una nota acerca de un inexistente Museo del Surrealismo, basándome en la conveniente coartada de que el museo de una corriente tan anárquica no podía estar en un edificio ni tener una oficina de administración. ¿Quieren ver el Museo del Surrealismo? Miren a su alrededor. Sobre todo si están en Vermilion Sands.
Me quedé pensando en Patrón Costas. Un apellido sonoro en la historia argentina, lo mismo que el de la novia. Un tipo incombustible: su carrera política había sido un largo rosario de escándalos, pero había tenido la suerte de no quedar grabado en el imaginario popular contando dinero o manipulando bolsos con billetes, y además todos sus manejos eran de difícil descripción para personas sencillas. Sumemos los amigos necesarios en la prensa y el Palacio de Tribunales y el resultado es algo cualitativamente superior a la mera impunidad: la invisibilidad. "Yo sobreviví a cien escándalos, querido. Y Nixon, que era un estadista, el presidente de Estados Unidos, no resistió el primer quilombo", le dijo a uno de sus asesores, que a su vez me lo contó a mí.
Volví a casa, me lavé la cara, me serví un whisky, escribí de un tirón dos tercios de la crónica. Cuando miré el reloj de la notebook me di cuenta de que iba a llegar tarde a la hora de salida de mi novia, y que eso iba a traer problemas, más aún cuando se había tenido que ir mientras yo estaba dormido. Me vestí y tomé la peatonal. Todavía estaba llena de gente, era una linda noche de verano. Esquivé a un par de mimos, a un imitador a la gorra de Manu Chao, pero en una esquina me retuvo un espectáculo típico de Vermilion Sands: una máquina de poesía, un generador Lulio de Google, que componía sonetos a partir de palabras sueltas suministradas por los espectadores, obviamente a cambio de unas monedas. Los sonetos eran prosódicamente correctos, pero su sintaxis era particular y su significado en buena medida inasible: no estaba lejos de ser poesía de verdad, más allá de que fuera buena o no. Una pareja de personas mayores se reían del último resultado y buscaron mi complicidad. Les respondí que "entender" el sentido de una poesía era como buscar el acorde subdominante de un cráter marciano, o la raíz cúbica de las branquias de un tiburón. Me fui riéndome de mi propia respuesta.
Me acordé que anteayer me había propuesto aplicar el método de los generadores Lulio a la redacción de un artículo. Pensé en el presidente Donald Trump, en el empresario a tiempo completo y sindicalista de ocasión Luis Barrionuevo y su hotel marplatense, y en Alberto Borges y Miguel Ángel Álvarez, los viejos personajes de Alberto Olmedo y Javier Portales en No toca botón. Me imaginé un diálogo entre ellos dos, en el sofá de la recepción del diario. "Estuve en el Hotel Sasso la otra noche. Fui a saludar a mi amigo Luis Barrionuevo y a que no sabe a quién me encontré: a Donald Trump". "Me está tomando el pelo, Borges". "Se lo juro, Luisito mismo me lo presentó". "¿Y dónde lo vio, en el restaurante? Cuente, cuente". "Nooo, en la Suite Galáctica. Estaban en medio de una fiesta de aquellas, botellas de fernet y cartones de vino por todos lados. Lo vi a Trump en la cama, desnudo, merqueado hasta la verija, con tres prostitutas. Una mexicana, una china y una árabe. La turquita le chupaba lentamente la pija, como sin ganas, hasta que no pudo más, empezó a escupir y a gritar que la pija de Trump tenía demasiado sabor a gas mostaza". "Le faltó decir que Trump lo reconoció y le pidió unos consejos para ganar las elecciones". "Eso fue más tarde, Álvarez, cuando le dábamos café con Barrionuevo para bajarlo de la resaca". Las monedas que me pagan por escribir estas cosas, por Dios. Al menos me divierto.
Cuando faltaba media cuadra para llegar al bingo empecé a pensar que tenía que hacer durar mi noviazgo tres semanas más a como diera lugar, hasta mi cumpleaños, para al menos tener alguien de quien recibir un regalo. Me venía riendo con ganas de mi propia ruindad, lo que seguramente le cayó aún peor a mi novia, que llevaba quince minutos esperándome en la vereda. La besé, y fue como besar a un árbol de levas. Todo lo arruino, todo.