Las gentes cumplidoras de la ley -nos había dicho
Dubois- apenas se atrevían a ir a un parque público por
la noche. Hacerlo suponía correr el riesgo de verse atacados por
jovenes salvajes armados con cadenas, cuchillos, pistolas de fabricación
casera o porras, y como mínimo resultar herido, robado con toda
seguridad o quedar inválido de por vida, o muerto incluso. Tal
estado de cosas duró muchos años, [...]. El asesinato, el
vicio, las drogas, el robo, los asaltos y el vandalismo estaban a la orden
del dia. Y no solo ocurria en los parques, sino tambien en las calles
y a plena luz del dia, en los alrededores de las escuelas, incluso en
el interior de las mismas.[...]
- Señor Dubois, ¿acaso no tenían
policía? ¿Ni tribunales?
- Tenían mucha más policia que nosotros.
Y más tribunales. Y todos sobrecargados de trabajo.
- Entonces no lo entiendo.
Si un chico de nuestra ciudad hiciera algo semejante,
él y su padre serían azotados, uno junto a otro. Mas esas
cosas no ocurrían ahora. Dubois me pidió entonces:
- Defina a un "delincuente juvenil".
- Pues...uno de esos chicos que solían pegar
a la gente.
- Mal.
- ¿Como? Pero el libro dice...
- Dicúlpeme. El texto lo dice así. Sin
embargo, llamar rabo a una pata no hace que el nombre encaje. "Delincuente
juvenil" es una contradicción de términos, que expresa
la clave del problema y el fallo en resolverlo. ¿Ha criado alguna
vez un cachorro?
- Sí, señor.
- ¿Le enseño a comportarse bien dentro
de casa?
- Pues...sí, señor. Precisamente, mi lentitud
en domesticarlo fue lo que hizo que mi madre decidiera al final que los
perros debían estar fuera de casa
- ¿Sí? Y cuando su perrito cometía
algún error, ¿se enojaba usted?
- ¿Por qué? Él no sabía
hacerlo mejor. Sólo era un cachorro.
- ¿Qué hacía usted?
- Bueno, le reñia, le frotaba el morro con aquello
y le daba unos golpes.
- Con toda seguridad él no comprendía
sus palabras.
- No, pero sí veía que yo le estaba riñiendo.
- Sin embargo, acaba de decir que usted no estaba furioso.
Dubois tenía un modo muy molesto de confundirle
a uno.
- No, pero tenía que hacerle pensar que lo estaba.
Había de aprender, ¿no?
- Concedido. Pero, si ya habia quedado bien claro que
usted desaprobaba aquello, ¿cómo podia ser tan cruel como
para pegarle además? Usted dijo que el pobre animalito no sabia
que obraba mal. No obstante, le hacía daño a propósito.
¡Justifiquese! ¿O acaso es un sádico?
- Señor Dubois, ¡el caso es que hay que
hacerlo! Primero le riñes para que sepa que ha hecho algo malo,
luego le metes el morro en la porquería para que sepa a qué
te refieres y le pegas para que no vuelva a hacerlo otra vez. Y hay que
hacerlo enseguida. No sirve de nada castigarle más tarde; eso sólo
le confunde. Incluso así, el cachorro no aprende con una sola lección;
de modo que se le vigila y se le coge otra vez y se le pega aún
más. Pronto aprende. Pero limitarse a reñirle es una pérdida
de tiempo. -Y entonces añadí-: supongo que nunca ha educado
cachorros.
- Muchos. Ahora estoy criando un pachón...según
sus métodos. Volvamos a esos criminales juveniles. Los peores eran
algo más jovenes que ustedes, los de esta clase, y con frecuencia
habían empezado de niños su carrera fuera de la ley. No
nos olvidemos de ese cachorro. Los chicos eran capturados a menudo. La
policía los arrestraba a puñados a diario. ¿Les reñian?
Sí, y a veces con severidad. ¿Les frotaban el morro en lo
que habían hecho? Raras veces. La prensa y los organismos oficiales
solían mantener su nombre en secreto; en muchos lugares, así
lo exigía la ley para los criminales menores de dieciocho años.
¿Les pegaban? ¡Por supuesto que no! A la mayoría no
les habían pegado ni de niños. Había una teoría,
y muy extendida, según la cual los golpes, o cualquier castigo
que supusiera dolor, causaban al niño un daño psíquico
permanente.
- El castigo corporal en las escuelas estaba prohibido
por la ley -continuaba Dubois- . Los azotes, como sentencia de un tribunal,
sólo se permitían en una pequeña provincia, Delaware,
y únicamente por algunos crímenes, y rara vez se llevaban
a efecto. Estaban considerados como un castigo "cruel y extraordinario"
[...]. No comprendo esas objeciones al castigo "cruel y extraordinario".
Aunque un juez haya de ser benévolo en sus propósitos, su
sentencia ha de hacer que el criminal sufra o no hay castigo, y el dolor
es el mecanismo básico, innato en nosotros merced a millones de
años de evolución, que nos salvaguarda al avisarnos que
algo amenaza nuestra supervivencia. ¿Por qué ha de negarse
la sociedad a utilizar un mecanismo de supervivencia tan altamente perfeccionado?
Sin embargo ese período estaba dominado por las teorías
seudopsicológicas y precientíficas.
- En cuanto a lo de "extraordinario", el castigo
deber ser extraordinario o no sirve a sus propósitos [...]. Volviendo
a aquellos jóvenes criminales..., probablemente no les pegaban
de niños; desde luego no les azotaban por sus crímenes.
La secuencia normal era: por una primera ofensa un aviso, una reprimenda,
a menudo sin juicio. Después de varias ofensas, una sentencia sin
confinamiento, pero una sentencia que podía suspenderse mientras
el chico quedaba en libertad a prueba. Podía ser arrestrado varias
veces, incluso condenado varias veces antes de ser castigado, un castigo
que consistía simplemente en encerrarlo con otros como él,
de los que aprendía más hábitos criminales. Si no
se metía en líos durante su encierro, generalmente podía
librarse de más de la mitad de la condena saliendo a prueba "bajo
palabra", según la fraseología de la época.
- Esta secuencia increíble duraba años
y años, mientras sus crímenes aumentaban en frecuencia y
maldad, sin más castigos que esos encierros esporádicos,
aburridos pero cómodos. De pronto, al cumplir los dieciocho años,
y según la ley, este llamado "delincuente juvenil" se
convertía en un criminal adulto. Y a veces, en cuestión
de semanas o meses, acababa en la celda de la muerte esperando su ejecución
por haber cometido un asesinato. ¡Usted!
Me había señalado de nuevo.
- Supongamos que se limita a reñir a su cachorro
sin castigarlo nunca, que le deja seguir soltando porquería por
la casa, que de vez en cuando le encierra en un edificio exterior, pero
vuelve a dejarle entrar pronto en casa diciéndole tan sólo
que no lo haga de nuevo. Luego un día, se da cuenta de que ya es
un perro crecido pero que no está educado para la casa, y usted
coge un arma y le mata de un tiro. Comentarios, por favor.
- ¡Vaya! En cuanto a educar a un perro, ése
es el modo más absurdo del que he oído hablar.
- De acuerdo. O a un niño. ¿De quien sería
la culpa?
- Pues...mía, supongo.
- De acuerdo otra vez. Mas yo no lo supongo, lo sé.
- Señor Dubois -estalló un chica-, ¿pero
por quë? ¿Por qué no le pegaban a los niños
cuando lo necesitaban [...]
- No lo sé [...], excepto que le método
aprobado durante siglos para instilar la virtud social y el respeto a
la ley en la mente de los jóvenes no atraía a la clase precientífica
y seudoprofesional, los que se denominaban a sí mismos "asistentes
sociales", o a veces "psicólogos infantiles".[...].
- ¡Pero santo cielo! -rebatió la chica-.
A mí no me gustaban las zurras, como a ningun niño; no obstante,
cuando la necesitaba, mi madre me daba una. La única vez que me
dieron azotes en la escuela recibí otra buena tanda cuando llegué
a casa, y eso fue hace años. Confío en que nunca me veré
ante un juez que me sentencie a ser azotada; una se porta bien y esas
cosas no ocurren. No veo nada erróneo en nuestro sistema, es mucho
mejor que no poder salir a la calle por miedo a que te maten. ¡Cielos,
eso es horrible!
- Estoy de acuerdo. Jovencita, el trágico error
de lo que hicieron aquellas gentes bien intencionadas, en contraste con
lo que ellos creían hacer, tiene raíces muy profundas. Porque
ellos no tenían una teoría científica de la moral
[...] Verá, ellos suponían que el hombre tiene un instinto
moral.[...] El hombre no tiene instinto moral. No nace con sentido moral.
Usted no nació con él, ni yo, como no lo tiene el cachorro.
Nosotros adquirimos el sentido moral, si es que lo adquirimos, mediante
el adiestramiento, la experiencia y el sudor de la mente. Esos desgraciados
criminales juveniles nacían sin sentido moral, igual que usted
y que yo, pero no tenían oportunidades de adquirirlo; su experiencia
no se lo permitía ¿Que es el sentido moral? Es una elaboración
del instinto de supervivencia. El instinto de superviviencia está
en la misma naturaleza humana, y todo aspecto de nuestra personalidad
deriva de él. Todo lo que entra en conflicto con el instinto de
supervivencia actúa, más pronto o más tarde, para
eliminar al individuo, y por tanto deja de aparecer en las generaciones
futuras.[...]
- Pero el instinto de supervivencia puede cultivarse
en motivaciones más sutiles y mucho más complejas que el
instinto ciego y brutal del individuo por seguir vivo [...] :la supervivencia
de la familia, de los hijos o de la nación.[...]
- Esos delicuentes juveniles estaban en el nivel más
bajo. Nacidos únicamente con el instinto de supervivencia, la moralidad
más elevada a la que llegaban era una débil lealtad hacia
los grupos de sus pares, las pandillas callejeras. Pero aquellos "empeñados
en hacer el bien" intentaban "apelar a sus mejores instintos",
"llegar hasta ellos", "prender la chispa de su sentido
moral". ¡Bobadas!. Ellos no tenían "mejores instintos";
la experiencia les enseñaba que lo que hacían era su modo
de sobrevivir. El cachorro jamás recibió su zurra; por tanto,
lo que hacía con placer y con éxito debía de ser
"moral".
- La base de toda moralidad es el deber, un concepto
con la misma relación con respecto al grupo que el interés
egoísta tiene con respecto al individuo. Nadie predicaba el deber
a aquellos chicos de modo que pudieran entenderlo, es decir con una zurra.
No obstante, la sociedad en que vivían les hablaba constantemente
de sus "derechos" [...]
- Dije antes que "delincuente juvenil" era
una contradicción de términos. "Delincuente" significa
que ha fallado en el cumplimiento del deber. Ahora bien, el deber es una
virtud de adultos. En realidad, un joven se hace adulto cuando adquiere
un conocimiento del deber y lo abraza con afecto idéntico al amor
que ha sentido por sí mismo desde que nació. Nunca hubo,
ni puede haber, un "delincuente juvenil". Por otra pare, por
cada criminal joven hay siempre uno o más delincuentes adultos,
gentes maduras que o no conocen su deber o, conociéndolo, fallan
en cumplirlo. Y ése fue el punto débil que destruyó
lo que durante muchos años fuera una cultura admirable.. Los gamberros
que asolaban las calles eran síntomas de una grave enfermedad;
sus ciudadanos [...] glorificaron su mitología de los derechos...
y se olvidaron por completo de sus deberes. Ninguna nación así
constituida es capaz de perdurar.
|