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Cuento
de Kafka |
Este verano me animé con un fino volumencillo (menos de 100 pág.) titulado "Consideraciones Sobre el Pecado / Cuadernos en Octava" que contiene dos obras (diríamos casi borradores) de Franz Kafka. La edición corresponde a Ediciones Libertador y es del año 2003. El traductor fue Carlos Samonta. Los Cuadernos en Octava (1917) son un conjunto inconexo de aforismos, frases y pequeños fragmentos de relatos dejados por Kafka. En general no tienen estructura entendible; es decir un párrafo refiere a alguna cosa y al siguiente se habla de otra totalmente diferente, sin relación con la anterior, ni con las que vendrán. Por supuesto muchos párrafos tienen su significación y aún su belleza en sí mismos, sin necesidad de formar parte de alguna estructura mayor, pero la lectura puede resultar en principio algo "rara". Sin embargo, es posible hallar dentro de la obra algunos breves relatos que podríamos considerar completos. El siguiente fragmento es a mi entender una pequeña muestra del Kafka de La Metamorfosis, o tal vez del Kafka que estamos acostumbrados a leer: el de las situaciones inverosímiles, impensadas, fantásticas que son tomadas como algo común, algo que puede suceder. Corresponde al cuaderno sexto.
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Cuaderno Sexto (Fragmento) Cuando volví a casa aquella noche,
encontré un huevo enorme. Era casi tan alto como la mesa y de volumen
proporcional. Oscilaba lentamente de aquí para allá. Era
muy raro, sujeté el huevo entre las piernas y lo corté en
dos, cautelosamente, con el cortaplumas. Ya estaba maduro para quebrarse.
La cáscara, toda quebrada, cayó al suelo, y salió
un pájaro parecido a una cigüeña, aún sin plumas,
que batía el aire con alas demasiado cortas."¿Qué
quieres en nuestro mundo?", hubiera tenido ganas de preguntarle,
me agaché delante del ave y la miré a los ojitos que parpadeaban
tímidamente. Pero se fue y se puso a saltar a lo largo de las paredes,
agitando ruidosamente las alas como si le dolieran las patas. "Ayudáos
los unos a los otros", pensé, destapé mi cena, que
estaba sobre la mesa, y llamé con una seña al ave, la cual,
ahí delante, insinuaba el pico entre mis escasos libros. Acudió
enseguida, se acomodó en una silla (se ve que ya empezaba a tomar
confianza), comenzó, con respiración sibilante, a oler una
tajada de salchichón que le había puesto delante, pero se
limitó después a ensartarla con el pico, para rechazarla
enseguida."Cometí un error", pensé. "Claro
que no se sale del huevo para comer enseguida salchichón. Haría
falta la experiencia de una mujer". Y miré al animal con mucha
atención, para ver si sus deseos en cuestión de alimentación
se leían en el exterior. "Si forma parte de la familia de
las cigüeñas", se me ocurrió entonces, "le
gustará seguramente el pescado. Bien, estoy dispuesto a conseguirle
hasta pescado. Claro que no por nada. Mis medios no me permiten tener
en casa un pájaro. De manera que si tengo que hacer tales sacrificios,
exijo que me proporcione un servicio equivalente. Dado que es una cigüeña,
que me lleve con ella a las tierras del Sur, cuando, gracias a mis pescados,
sea adulta. Hace mucho tiempo que quiero ir allá y no lo he hecho
porque me faltaban las alas de una cigüeña". Tomé
enseguida papel y tintero, sumergí el pico del pájaro y
escribí, sin que el animal opusiera la mínima resistencia,
la declaración siguiente: "Yo, el firmante, pájaro
de la familia de las cigüeñas, me comprometo, en caso de que
me alimentes con pescado, ranas y gusanos (estos dos últimos alimentos
los agrego por razones de justicia) hasta que haya echado plumas, a llevarte
en el lomo a las tierras del Sur." Después le limpié
el pico y le hice examinar una segunda vez el documento antes de plegarlo
y metérmelo en la cartera. Después de lo cual, fui enseguida
en busca de pescado: aquella primera vez debí pagarlo caro, pero
el comerciante me prometió que en adelante me guadaría siempre
los pescados que se echaban a perder y una gran cantidad de lombrices,
todo a bajo precio. Tal vez aquel viaje al Sur no me saliera caro. Vi
con alegría que al pájaro le gustaba mucho lo que le había
llevado. Con un pequeño sonido gutural, se mandó un pescado
tras otro, llenándose el buche rosado. Día tras día,
más que cualquier criatura humana, el pájaro hizo rápidos
progresos en su desarrollo. Es cierto que el olor insoportable del pescado
podrido no abandonó más mi habitación, y que no era
fácil descubrir y barrer las heces del pájaro, ni el frío
del invierno ni el precio elevado del carbón permitían ventilar
la habitación como hubiera sido necesario; pero qué importaba,
apenas llegada la primavera volaría hacia el luminoso Sur con alas
ligeras. Crecieron las alas, se cubrieron de plumas, los músculos
se fortalecieron, ya era tiempo de hacer un poco de ejercicio de vuelo.
Desdichadamente no había mamá cigüeña, y si
el pájaro no hubiera demostrado tanta buena voluntad, la enseñanza
que podría brindarle yo tal vez no hubiera bastado. Pero sin duda
se daba cuenta de que debía compensar mis carencias de maestro
con una atención extrema y el máximo esfuerzo por su parte.
Comenzamos por el vuelo a vela. Yo subía, él me seguía,
yo saltaba con los brazos extendidos, él bajaba flotando. Más
tarde pasamos a la mesa y finalmente al ropero, y nuestros vuelos se repetían
siempre, muchas veces, sistemáticamente. |
Ultima actualización:
08-Feb-2010
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