Apia (archipiélago de Samoa), 4 de octubre
El recuerdo más hermoso que me
llevaré de estas islas es la conversación tenida pocos días
hace con un viejo polinesio, con quien hablé en la glorieta de
un pastor metodista de quien yo era huésped.
El viejo, que posee los mejores rasgos de su raza y
un rostro abierto e inteligente, según me ha dicho el pastor, es
un convertido al Cristianismo y ha viajado por Europa y América.
Se llama Wukaawa, cuenta unos setenta años de edad y habla con
facilidad en muy buen inglés.
Se discurría acerca de la civilización
anglosajona, de sus conquistas y de sus culpas, y entre otras cosas se
habló de la destrucción casi completa de las razas juzgadas
"inferiores","primitivas", por los cristianos burgueses
de Londres y de Nueva York. Me dijo Wukaawa:
-La forma de ceguera más grave de aquellos señores,
es la que les induce a considerarse "civilizados" al parangonarse
con nosotros "salvajes". Si conocieran un poco mejor nuestra
vida y la historia de sus pueblos, constatarían con estupor, vergüenza
y remordimiento, que esa distinción tan útil a sus intereses
y tan favorecedora de su orgullo, en realidad no existe. Los "civilizados"
son todavía "salvajes", o si le place más así,
los llamados "salvajes" se parecen en los aspectos más
comunes de la vida a los pretendidos "civilizados". Bastarán
unos pocos hechos para probarle que no soy un malabarista de paradojas
sino un honrado observador de lo que sucede en el mundo.
"Comencemos por uno de los hechos fundamentales
de la historia humana: la guerra. La guerra que hacen las tribus salvajes
con finalidades de rapiña, se halla tal cual, cambiando sólo
las proporciones, en todos los pueblos "civilizados", que asaltan
a otras naciones para apropiarse de territorios, ciudades, riquezas y
otras presas.
"Se ha reprochado a los salvajes por hacer guerra
improvisamente, de sorpresa, Sin razones ni declaraciones. Pero, lo mismo
ha sucedido en la última guerra mundial, por todas partes y por
obra de los civilizados, quienes procediendo como los primitivos, han
dado muerte a los prisioneros vivos o los han reducido a la esclavitud.
"Hoy en día, en todos los países
"progresistas" se tiende en formas diversas, pacíficas
o violentas, a establecer la comunidad de bienes, con los nombres de socialisnmo
o comunismo. Pero se olvida que en las antiguas tribus salvajes la propiedad
privada era desconocida; todo, absolutamente todo, pertenmecía
al clan, o sea a la comunidad.
"Los pueblos civilizados se jactan de que, al cabo
de luchas seculares, han llegado a la democracia. Pero, en todas las sociedades
salvajes primitivas el gobierno era ejercido por un consejo de ancianos,
el que debía rendir cuenta de su actuación ante una asamblea
de adultos.
"Se afirma que los salvajes no tienen conocimientos
fuera de la magia, y es verdad, pero Sir James Frazer ha demostrado las
profundas afinidades que median entre la ciencia y la magia: ambas se
proponen poner al servicio del hombre las fuerzas de la naturaleza actuando
sobre la esencia universal de las cosas, llamada por nosotros mana
y por vosotros materia oenergía. Además, si quisiera hacer
alusión a nuestros magos, bastará recordar que todas las
grandes ciudades del Occidente e incluso en nuestros días, están
llenas de magos y magas, de profetas y ocultistas, de hechiceros y nigromantes,
y que todos ellos hacen óptimos negocios. Hasta el mismo Hitler
se hacía aconsejar, en sus decisiones de guerra o de paz, por especialistas
en ciencias ocultas.
"Además, se dice que muy frecuentemente
la religión de los salvajes se reducía al culto de los muertos.
Lo mismo acontece hoy en las naciones que se jactan de ser las más
inteligentes y positivas. Las religiones reveladas son reducidas cada
vez más a un residuo de símbolos y prácticas exteriores,
sin un verdadero contenido de fe viva, mientras que el culto de los muertos
es vivísimo incluso entre los ateos y los indiferentes. Bastará
citar la adoración de la momia de Lenin, en Moscú, para
probar que el culto de los difuntos y de sus reliquias es re úniico
que ha sobrevivido a las negaciones del escepticismo y del materialismo.
"Las diversiones que prefieren las plebes pobres
o ricas de los países civilizados, o sea el abuso de líquidos
fermentados, las danzas frenéticas, las fiestas de máscaras,
las músicas ruidosas y bestiales, son las mismas que se usan entre
los salvajes.
"En cuanto a la promiscuidad sexual que a veces
es reprochada a los primitivos, y casi siempre erróneamente, será
mejor que no insistamos. La difusión del adulterio, la multiplicación
de todas las formas de prostitución, la creciente fortuna de los
invertidos y los pervertidos, son hechos reveladores de que la corrupción
sexual de los civilizados supera con mucho a la de los salvajes.
"Los salvajes andan desnudos, muchas veces por
exigencias del clima o por pobreza. Pero, basta visitar vuestras playas
durante las temporadas veraniegas, basta asistir a las exhibiciones de
criaturas semidesnudas en los teatros y estadios, aproximarse a las colonias
nudistas que florecen en los países nórdicos, para constatar
que los civilizados, también en esto, se parecen cada vez más
a los escandalosos salvajes.
"Finalmente, hasta la originalidad de los tocados
femeninos mancomuna a la perfección en la inconsciencia del ridículo,
a los ricos civilizados y a los pobres salvajes. Algunas señoras
de París o de Nueva York nos parecen extravagantes y cómicas
a nosotros los salvajes, de igual modo que parecerían tales a los
viajeros europeos las mujeres de Nigeria o las indígenas de Tasmania.
"Y hasta los tatuajes de los polinesios est;an
de moda entre los delincuentes de Italia y de Francia, entre las mujeres
de negocios turbios y los dandies de Inglaterrra y de los Estados
Unidos.
"Así pues, querría saber cuáles
son las diferencias esenciales y sustanciales entre los llamados civilizados
y los salvajes. Las formas exteriores, los enmascaramiento, los atuendos
y las denominaciones del salvajismo civilizado, son en gran parte diversos
-y digamos también que son más hipócritas y mortíferos-,
pero la estructura íntima de su existencia, los gustos, los hábitos
y los mitos, son por doquiera casi los mismos. El "civilizado"
que desprecia al "primitivo", escarnece a su sosías,
se condena a sí mismo".
El inteligente polinesio no habló más,
pero ni yo ni el pastor metodista fuimos capaces de decir algo para contradecir
los irrefutables hechos puntualizados por Wukaawa.
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