7º Festival de Cine Independiente de Mar del Plata MARFICI 2011
Por Darío Lavia
Todo es según el cristal...
WAYS OF SEEING (1972) de Mike Dibb: El crítico y novelista John Berger habla a cámara soltando frases cortas y aguardando un instante de silencio mientras prepara la siguiente. Es que no dice cosas sencillas o fácilmente digeribles. Cada una de sus frases puede servir como disparador de muchas ideas que, felizmente, posibilitan una gimnasia maravillosa a la mente abierta de cualquier (tele)espectador. En su momento, Berger lanzó un libro que, con el correr del tiempo, se convirtió en material de estudio para historia del arte y materias afines. Berger no agota las propuestas "maneras de ver" pero, a través de cuatro episodios, expone argumentaciones, cita ejemplos en pantalla, juega visualmente con los lienzos de los grandes maestros y polemiza con invitados.
1- Basado en las ideas del ensayo Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit; originally published in Zeitschrift für Sozialforschung (The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction, Paris, 1936) de Walter Benjamin, Berger nos cuestiona nuestra percepción de las obras de arte del pasado, compuestas para ser exhibidas como piezas únicas, enmarcadas y colgadas en el muro de la propiedad de algún aristócrata o terrateniente cuya actual reproducción y multiplicación a través de diversos medios de prensa o gráficas, nos hace adolecer de un contexto fundamental para la comprensión de su propósito.
2- El desnudo ha sido uno de los tópicos más extendidos de la pintura clásica pero los lienzos que nos muestran mujeres desnudas responden más a los deseos, aspiraciones y placeres de los dueños masculinos de esos cuadros que a la propia naturaleza de la mujer. Para respaldar o refutar sus propias ideas, Berger consulta a varias mujeres que exponen nuevos argumentos y derivaciones del tema.
3- Los libros de arte, los fascículos de historia de la pintura, las enciclopedias, nos dan la idea que los grandes maestros realizaban sus obras con el artístico propósito de reflejar las cosas bellas de la vida. Berger nos informa que durante cientos de años, miles de maestros compusieron cientos de miles de cuadros como encargo de cientos de personajes poderosos que se sirvieron de tales obras para embellecer sus vidas (y las de sus familias) pero también para legar una idea de poderío, de bienestar, de status y realización personal.
4- Berger nos plantea la sorprendente analogía entre siglos previos de pintura al óleo con el actual predominio de la fotografía a color en la publicidad. Pero mientras el pincel de los grandes artistas tendía a aportar tangibilidad y extremado realismo a las figuras pintadas en el lienzo (sean objetos materiales o seres humanos) como símbolo de las sólidas riquezas del poseedor del cuadro, el realismo de la lente de la cámara apunta a incitar el deseo consumista del observador, propietario solo de la revista donde se publica la fotografía, por poseer aquel bien, mujer o vehículo anunciado en la publicidad.
Simpatía por los Stones
Brian Jones y Mick Jagger revolviendo el caldo de la vida
SYMPATHY FOR THE DEVIL (1968) de Jean-Luc Godard: ¿Qué tienen que ver la Revolución Boliviana, el Black Power, los Rolling Stones y la Psicodelia? Tal vez Jean-Luc Godard en 1968, año de la Primavera de Praga, del Mayo francés, de las matanzas de My Lai y Tlatelolco, de los magnicidios de Martin Luther King y Bobby Kennedy, aspirase, a través de un mensaje revulsivo, a que el espectador ate cabos y tenga algunos momentos de conexiones neuronales que le permitan fluir conceptos e ideas revolucionarias. El rechazo de la guerra de Vietnam, el interés por la integración de la población de color en los Estados Unidos, la fresca baja del Che Guevara para la causa... Godard no quiere dejar de pivotear en ninguno de esos temas y utiliza a los Rolling Stones como engrudo para unir un collage que, a ojos de un espectador actual (más de 40 años después) resulta un plato cuya digestión requiere un esfuerzo tal vez injustificado. A todo esto, fiel a su gama de recursos, Godard intercala narración en off, como por ejemplo, la lectura de una novela pornográfica en la que el Papa Paulo manifiesta estar enamorado de una tal Pepita o textos de propaganda nazi o del Poder Negro. Un grupo extremista negro reparte armas y ensaya sus discursos en un desarmadero de autos mientras que una simpática y bonita militante pasea por la ciudad y pinta consignas del estilo "So-vietcong" o "Cine-marxism". ¿Presta un buen servicio al partido el camarada Godard? Parecería que presta mejor servicio al "godardismo" que al comunismo. Aún así, de la secuencia en una tienda de comics, con la cámara planeando sobre las portadas de las revistas y los personajes saludándose a la manera nazi, se destaca el primer plano de esos dos lastimosos hippies que miran a cámara como sintiéndose avergonzados por su imposibilidad de cambiar el mundo. Estamos en 1968, como decíamos, y aún no ha muerto Brian Jones, aún no se produjo la muerte de ese chico negro de 18 años, Meredith Hunter, durante un recital de los Stones y, claro está, aún "The Rolling Stones" no es la marca que hoy rinde unos cuantos millones de pingües beneficios en torno de un sistema capitalista (y subrayemos esta palabra). Por lo tanto, opinar sobre la película a los ojos de hoy sería una injusticia para con todos los implicados. Aún así, es innegable que los únicos fascinados serán todos aquellos espectadores aficionados al grupo protagonista que podrán ser testigos del trabajo creativo sobre la canción y su metódico proceso de grabación. Dejando de lado este elemento "documental" y, siguiendo el planteamiento de Godard, se podría decir que el continuo ensayo de la canción equivale al ensayo de la revolución. Una revolución joven en pos de la igualdad social y abajo la burguesía (y agregue ud. algunas consignas más). El desenlace del film, con el modelo terminado de la canción sonando en el soundtrack arruina tal razonamiento y tal vez esa fuera la razón que Godard lanzase un montaje diferente (la que sería una precoz "director's cut") sin la canción final: la Revolución aún no ha llegado y el film debe operar como un llamamiento a poner manos a la obra. Godard tituló su montaje "One + One". Ahora bien, mientras los Stones ensayan y prueban pasajes de la canción, desde el fondo del estudio observan atentamente (un militante de izquierda agregaría "y con rapiña") los productores o, tal vez, los representantes de la discográfica. Y la analogía no fortifica la tesis Godard: así como la discográfica se forra en dinero con la grabación, también hay quienes se forran en dinero con las revoluciones y, en definitiva, con cada derramamiento masivo de sangre
A propósito de Ahab
CAPITAINE ACHAB (2007) de Philippe Ramos: Capítulo I - El Padre: El cuerpo blanco de una mujer es cubierto por la mano de su esposo, el Sr. Ahab (Jean-François Stévenin). Su hijo (Virgil Leclaire) se queda solo cuando el padre sale de cacería y se pone a leer el pasaje en que se narra la muerte del Rey Ahab. La historia se repite y, al enterarse que su joven amante Louise (Hande Kodja) ha seducido a un pintor forastero (Bernard Blancan), Ahab pelea, es apuñalado y muere. Narra el padre, suponemos, que desde el Otro Mundo.
El joven Ahab (Virgil Leclaire) y su primer acercamiento a un cetáceo
Capítulo II - Rose: El niño marcha a vivir con su tía Rose (Mona Heftre), hermana de su difunto padre. Bajo una fachada pulcra y devota, se trata de una mujer que realmente necesita la presencia de un hombre. Y su chance se corporiza en el caballero de mediana edad Henry (Philippe Katerine), al que desposa velozmente. "No me canso de sentir mis rodillas doblarse sobre la almohada y mis antebrazos descansar sobre la madera" dice en off la tía; más tarde el padrastro azota al niño como castigo y Ahab degüella un perro a sangre fría y se inicia en el mundo de los sentidos y la maldad fabricando su propio secuestro.
Capítulo III - Mulligan: Ahab, vagabundo, se mece en un bote y encuentra que el agua es sinónimo de libertad. Despojado de lo poco que tenía por el bandido Jim Larsson y su secuaz (Pierre Pellet y Jean-Christophe Bouvet), es encontrado y cuidado por un cura llamado Mulligan (Carlo Brandt) que nos narra este capítulo. El chico recita pasajes de Jonás en la iglesia, se encuentra por vez primera con el océano y recorre el interior del esqueleto de una ballena.
Denis Lavant, harpón en mano, en busca de la sombra blanca que infesta el mar
Capítulo IV - Anna: Ahora el chico ha madurado y ya se ha convertido en el Capitán Ahab (Denis Lavant), de regreso con una pierna menos de un infausto encontronazo con un cachalote blanco a bordo de su navío ballenero. Entra en escena el carpintero (Gérard Essomba), que le fabrica una prótesis con un hueso de ballena. Ahora narra su esposa Anna (Dominique Blanc) y su sino será ser abandonada por la partida del hombre que nació para morir en el agua.
Capítulo V - Starbuck: El fiel contramaestre del "Pequod" (Jacques Bonnaffé) aduce que perseguir una ballena en particular (Moby Dick) los alejaría de la ruta de los cachalotes y que esa no es la misión del buque.
Pero claro, Ahab ya no es el Mal encarnado y oculto que ofrecía la película de John Huston que se revela enfermo de odio en virtud del esfuerzo actoral de Gregory Peck. Aquí llevamos hora y media de precedentes para justificar la conducta suicida de Ahab. Ya no es un tirano grandilocuente que arrastra al desastre a toda su tripulación sino un tipo medianamente amargado de Nantucket. La caracterización del actor Denis Lavant (intérprete cuyo excepcional aspecto físico realmente ayuda) sumada a la soberbia ambientación del film hacen presuponer una oda a la aventura melvilliana. Pero no tenemos aventura propiamente dicha (al estilo Huston) ni adaptación fiel del libro sino relato de costumbres, intimista, estático y eminentemente visual, con elipsis oportunas que, más que nada, semejan recursos para evitar secuencias de acción suprema. Y no será por presupuesto, creemos, ya que el film nos muestra vestuarios, exteriores y hasta algunos paquebotes que habrán comido gran parte de la inversión. La tesis del relato (cinco capítulos, cinco narradores) hace que todo gire sobre Ahab, pero los diferentes puntos de vista no amalgaman con la solidez que cabría esperar. Aún así, se trata de un espectáculo audiovisual con dos o tres secuencias memorables.
Para más información: http://www.marfici.com