Reseña crítica: El responsable de este modesto misterio, Lewis Collins (de prolífica y olvidada producción para estudios menores antes de enrolarse como destajista de planta para Columbia), invierte el primer rollo en ofrecernos el modus operandi del increíble Ellery Queen (Donald Cook). En medio de un careo entre un sospechoso (Jack La Rue) y un joyero (Olaf Hytten), el inspector Queen (Guy Usher) telefonea a su hijo Ellery para que le dé una mano en esclarecer lo que parece ser la palabra de uno contra la de otro. En la misma oficina del inspector, el muchacho tantea los argumentos de cada uno y logra no solo establecer la culpabilidad del rufián sino encontrar un collar de perlas sustraído. Tras este prólogo, la acción se traslada a Spanish Cape, una localidad veraniega a la que Ellery y su amigo el maduro Juez Macklin (Berton Churchill) se dirigen para pasar unos días de descanso. Antes que el protagonista llegue, asistimos a otro rollo a modo de prólogo, esta vez de un crimen. Primero observamos los ríspidos vínculos entre el elenco congregado en una mansión estival, que se la pasan discutiendo por un juego de naipes o bien por una partida de ajedrez. Esa noche, la protagonista Stella (Helen Twelvetrees, primera en los créditos antes del título del film así como del propio Donald Cook) y su tío (Huntley Gordon) son abordados por un desconocido que maniata a la chica y secuestra al tío. Al otro día, la sra. Godfrey (Betty Blythe) encuentra el cadáver de John Marco (George Baxter), que venía flirteando con Stella. Como Ellery está de vacaciones, el caso lo investiga el irascible sheriff Moley (el mofletudo Harry Stubbs), que sospecha de todos, desde el mayordomo (Frank Leigh) hasta el propio dueño de casa (Frank Sheridan). El caso adquiere una nueva vuelta de tuerca cuando se revela que todos los invitados están aguardando la lectura del testamento de una parienta que enciende las ambiciones de todos. Tras el asesinato de otro personaje (Arthur Aylesworth, cuya muerte el realizador comete el pecado anticinematográfico de mencionarla a través del diálogo de un personaje en vez de mostrarla o sugerirla) el sheriff convoca al elenco de sobrevivientes a una cena donde anuncia que "el asesino está sentado a esta mesa ahora mismo". Otro asesinato más (esta vez el realizador nos obsequia con un paneo del cadáver estrangulado) y Ellery deja su previo rol de opinador a través de una batería de comentarios insolentes contra el sheriff para ponerse manos a la obra y llegar a la resolución del complicado pero ingenuo misterio. Los diálogos cumplen su misión de ser picantes e ingeniosos (el sheriff se dirige a Ellery no por su nombre sino por el de otros sabuesos del género, tales como "Sherlock", "Chan" o "Philo"); los intérpretes hacen lo que pueden para mantener el verosímil de que sus personajes afronten cada asesinato de manera uniformemente estoica y, eventualmente, el realizador se guarda una secuencia sugerente para el desenlace que cuando está pareciendo prometedor e intenso… resulta que la cuestión dura apenas unos segundos. La ingenuidad de la resolución pudo haber pasado desapercibida, tal y como ocurre en docenas de thrillers de intriga - previos y posteriores - en la historia del cine, de haberse omitido diez o quince minutos de metraje con conversaciones… pero bueno, esa es la historia eterna con estos thrillers de bajo presupuesto de los estudios pobres. [Cinefania.com]
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