Reseña crítica: Una figura fantasmagórica se acerca flotando a la cámara dando oportunidad para una de las más espeluznantes secuencias de títulos de crédito que se puedan ver antes de los grandes clásicos de Universal. Tras unos primeros y climáticos minutos de espesa niebla portuaria londinense y ataques a chicas y transeúntes, con disparos o lazos de estrangulamiento, el sobreviviente protagonista es llevado a Scotland Yard donde la trama se estaciona durante incontables minutos de charlas. Cualquiera que se atreva a visionar esta perla deberá estar empapado en que pertenece a la época denominada "talkie", en que cada film parlante dedicaba la mayor cantidad de minutos posibles para jactarse de ello. Afortunadamente, cuando Lord Montague (Roland Young) marcha con dos inspectores de Scotland Yard a su mansión, comienzan los ruidos extraños, los aullidos lejanos y los alaridos femeninos. Una secuencia formidable incluye la angular cabeza desmochada del japonés Sojin planeando sobre los integrantes de una sesión espírita. Con motivo de una reunión de camaradería, Montague recibe a cuatro jóvenes compañeros de armas (John Loder, Philip Strange, John Roche y Gerald Barry) y a dos veteranos superiores (el siempre bonachón Lionel Belmore y Richard Tucker). Un quinto oficial (John Miljan), cojo y con el rostro desfigurado por quemaduras, llega a la mansión y cuando sus colegas lo encuentran, está muerto. El dr. Ballou (el fornido y - por más que se deshaga en cortesías y amabilidades - siempre latentemente amenazador Ernest Torrence) certifica la defunción y dictamina que ha sido asesinado. El superior de Scotland Yard, Sir James Rumsey (Claude Fleming), procede a informar a los presentes que, durante las 24 últimas horas, cuatro integrantes de ese mismo regimiento (cinco con el reciente occiso) han fallecido en circunstancias misteriosas, así que advierte que el asesino está presente en la casa. Llega la joven Efra (Dorothy Sebastian), hija del finado Marqués de Cavendar, antaño expulsado del regimiento por mala conducta. Como si esta docena y media de intérpretes en escena fuese poca, entra en escena un abogado indio que, con un inglés balbuceado, lee la última voluntad del citado marqués: el reparto de su fortuna de £1. millón entre la joven y el resto de los militares, a quienes se les pide constituirse en guardianes de Efra. Esto, según Sir James, proporciona un móvil al asesino por lo que procede a poner "a todos bajo arresto" hasta que se aclare el crimen. Durante la noche, el muerto se levanta y se escabulle por la casa. A la mañana siguiente, a través un paneo espeluznante que nos trae a la mente el memorable pero posterior de Lewis Mileston en ALL QUIET ON THE WESTERN FRONT (Sin Novedad en el Frente-1930), aparecen todos los militares muertos, estrangulados en diferentes posiciones, cada uno junto a su lecho. Ante semejante genocidio, el inspector propone una nueva sesión espírita, esta vez convocando a los recientes muertos para que aclaren el misterio y señalen al responsable. Será un intento de final a toda orquesta, con el místico chino propiciando apariciones fraguadas de los occisos para que el o la culpable pierda la calma y se autoacuse. A pesar del comienzo prometedor y los varios hallazgos aislados que hemos mencionado, el film termina lastrado por tanto diálogo, tanta cámara fija y tanto teatralismo. Las sobreactuaciones a la orden del día, en el caso de un Roland Young exageradamente afectado para ser un tipo militar o del citado abogado, que se pasa de melodramático en sus apariciones. Y hablando de él, digamos que es una de las razones por las que incontables buscadores de vertientes querrán visionar el film: Boris Karloff. Boris, cuyos lazos con la India no eran muy rebuscados (hijo de diplomáticos y de aspecto racial indostaní), había interpretado nativos africanos o asiáticos en ciertos films mudos o primitivos del sonoro. En esta oportunidad, a pesar de no estar acreditado, su personaje aporta unas nada memorables explicaciones e incluso un flashback para aclarar parte del misterio. Y esas secuencias, de por si, permiten que el film sea obligado para todo completista del entrañable William Henry Pratt. [Cinefania.com]
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