CACTUS KID, THE (1935)

Dirigida por:
Harry S. Webb
Protagonizada por:
Jack Perrin
Fred Humes
Philo McCullough
Slim Whitaker
Joe De La Cruz
Estudios: Reliable (Prod.) William Steiner (Distr.)
País: EE.UU.
Estreno: 3 de Enero de 1935
Duración: 58'
Género: Western

Reseña crítica:  La carrera de Jack Perrin es un buen ejemplo de actor que se adaptó a las circunstancias laborales y de los tiempos, como estrella de westerns clase B del silente, característico o secundón en la época del sonoro y eventual astro en estudios ignotos o clase Z. Por el contrario, Fred Humes gozó durante la época muda de un estrellato prolongado en los westerns de serie B de Universal y la llegada del sonoro, prácticamente, lo liquidó. A mediados de la década del treinta, ambos recalaron en un laborioso estudio llamado Reliable, cuyas producciones más efusivas podrían ser consideradas como clase B. Una de ellas, THE CACTUS KID, plantea un caso tan truculento que tal vez sería digno enmarcarla en el denominado western gótico.  
  Jack Perrin trabaja arriando y vendiendo caballos. Junto a su socio Fred Humes, cobran un dinerillo por una venta y marchan al pueblo. El primero va a visitar a su novia (Jayne Regan), que trabaja en una tienda de ropa femenina, para comentarle que acaba de cobrar. El segundo va directo al saloon, donde se toma unas copas de aguardiente y alardea de su dinero. Un rufián, Plug (Slim Whitaker, uno de los más habituales bellacos de segunda fila del género), y su secuaz mestizo, Cheyenne (Joe de la Cruz), presencian ambos episodios y, como la ocasión hace al ladrón, aprovechan que el pobre Humes cabalga solo en medio de la pradera, para liquidarlo. ¿Qué hacer con el cadáver? A pesar que el indio esgrime que es tabú y que el vuelo de una bandada de cuervos no es un buen augurio, el villano insiste en quemarlo, ahí, en medio de la pradera. Esa misma noche, Perrin se inquieta y se pone a buscar infructuosamente a su amigo. En una de sus recorridas, cae del caballo y, al reincorporarse, un brillo lo encandila directo en los ojos. Al afinar la vista descubre una hebilla: ¡la del amigo desaparecido! Y también un trozo metálico que corresponde a la armónica del sádico Cheyenne, empeñado en más de una escena del film en tocar con su percudido instrumento el clásico “Swanee River”. Lleva sus evidencias al campechano sheriff de turno (Tom London) que, sin levantarse de su asiento, alega no poder hacer nada. De esta manera, Perrin decide, no la clásica justicia por mano propia, sino dar una mano a la justicia para atrapar a estas dos lacras. Para ello se aprovecha de una costumbre que, durante el período silente, devino en todo un cliché del western: la fuerte tendencia a la superstición por parte de los indios (también los mexicanos y, lógicamente, los negros caían en esta bolsa). Luego de embriagar al sospechoso y, con la ayuda de su novia que se viste con las ropas del amigo muerto, fragua el regreso de la víctima, provocando que el indio se quiebre y reconozca su crimen. Unas peleas a trompadas con Slim Whitaker y otros dos secuaces (cuya presencia parece responder a añadir más rivales a los que batir) y la llegada del sheriff ponen fin a una trama pueril e inimaginativa, con exceso de secuencias contemplativas de caballos que van y vienen y de sus arrieros que los conducen.  
  Pero a pesar de todas estas dificultades, el realizador-destajista Harry S. Webb obtiene un raro logro en lo cinematográfico. Del holocausto no se ve nada salvo las columnas de humo y la tierra ennegrecida. Pero la mención de esa cremación impone un rotundo cambio de tono en el argumento. Lo que en un principio parecía un western de trompadas y algún tiro, se torna en macabra y sórdida crónica negra emparentada, salvando todas las distancias y prestigios posibles, con esa obra maestra que es DELIVERANCE (La violencia está entre nosotros-1972). [Cinefania.com]
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