Reseña crítica: En los años treinta Universal había presentado una peliculita llamada THE LAST EXPRESS (1938), adaptada de un autor especializado en policiales, Baynard Kendrick. El problema fue que al adaptador de turno se le fue la mano y cambió un detalle sustancial: en el libro, el detective era ciego y en la pantalla veía todo con prístina y diáfana claridad. Seis años más tarde y algunos densos problemas legales de por medio con el justamente indignado autor, otro estudio (más serio), obtuvo los derechos correspondientes y plasmó, ahora sí, un Duncan Maclain invidente. Solo se tomaron una pequeña libertad: el nombre de su inteligente y fiel lazarillo no fue "Dreist" sino "Friday", en honor al genial can amaestrado coprotagonista del film y candidato a hurtarlo de manos del protagonista y resto del elenco. Con tales premisas estamos frente al precedente de todos los detectives y aventureros ciegos de la pantalla, desde el sorprendente LONGSTREET televisivo al Rutger Hauer de BLIND FURY (Furia Ciega-1990). En plena década del cuarenta, el robusto veterano Edward Arnold es un Maclain bonachón pero rudo y la primera escena nos lo muestra practicando unas tomas marciales con su asistente (Allen Jenkins, a cargo del comic relief). A continuación recibe la visita de una vieja amiga, Norma (Ann Harding), que se trae un problemita entre manos que deviene en un problemón. Primero es una cuestión de las malas influencias ejercidas sobre su rebelde hijastra (Donna Reed) por un maduro y narcisista actor (John Emery). En segunda instancia se torna un misterio de asesinato cuando ambas mujeres descubren su cadáver y finalmente, asunto de seguridad nacional cuando se involucran los integrantes de una compañía teatral que resulta una fachada para disimular una banda de implacables espías. A estos ingredientes se suma que el marido de Norma, Lawry (Reginald Denny), es un ingeniero en cierto secreto desarrollo para las Fuerzas Armadas que guarda sus planos y fórmulas en la caja fuerte. Así que el plato fuerte del film consistirá en una noche entera con las dos mujeres, los espías y el inefable Maclain que se hace pasar por tío de Norma para alojarse en la casa. Y como estos agentes no vacilan en matar para conseguir sus propósitos, los héroes tendrán toda una nochecita esforzándose en mantenerse vivos, primero adoptando tácticas distractivas fingiendo que no saben lo que saben y luego, cuando ya no hay espacio para simulacros, teniendo que tomar determinaciones mucho más drásticas. Un rol muy importante cumple el citado Friday, corriendo por ayuda o mordiendo los antebrazos de cada sospechoso que amenaza a su amo. El argumento del film, de acuerdo al espíritu del pulp, es una excusa para que Edward Arnold haga lo suyo pero también para que el joven director de planta de la MGM, el austríaco Fred Zinnemann, se concentre en crear climas de suspenso, en especial dos secuencias logradas. La primera corresponde a un matón (Stephen McNally) que merodea en el apartamento del primer occiso y que es sorprendido por Maclain y su perro, trenzándose en una lucha cuerpo a cuerpo que tiene mucho de grecorromana. Hay un atisbo de suspenso hitchcoquiano durante los incontables segundos que dura el forcejeo y termina oficiando como suculento aperitivo de una segunda secuencia. En la casa de Lawry, cuando los villanos descubren que Maclain amenaza sus planes, deciden encerrarlo en el sótano y envían a un peligroso secuaz (Stanley Ridges) a ejecutarlo. En el recinto, Maclain inutiliza la lámpara para quedar totalmente a oscuras. Al llegar el secuaz pregunta con arrogancia: "¿Dónde está?" Y la respuesta del protagonista no se hace esperar: "En la oscuridad, Hansen. La oscuridad es mi reino". Y ahí sigue un negro absoluto solo quebrado por los fogonazos de los disparos del villano y el posterior alarido de un cuello quebrado. Recurso infinidad de veces utilizado en comedias ramplonas o films clase B, esta vez resulta todo un momento de tensión, debido al desarrollo argumental inmediatamente previo y a una bien matizada serie de sonidos. El conjunto redondea una producción cuidada en sus rubros técnicos pero clase innegablemente B, con equilibrio de interiores y exteriores, diálogos ingeniosos, varios giros narrativos y un elenco llenando con convicción los habituales absurdos o huecos de lógica que debe incluir, por definición, todo film con un detective invidente que vence a una docena y pico de asesinos. [Cinefania.com]
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