Reseña crítica: La actual impuesta tendencia de las grandes majors a filmar remakes - motivada fundamentalmente por cuestiones de índole económica - tiene un indiscutido precedente en el estudio más simbólico de la "avenida de la pobreza": Monogram Pictures. Habiendo adquirido derechos de propiedad intelectual sobre relatos y novelas durante sus primeros años de inversión monetaria, en épocas de ajustar el cinturón el estudio echó mano a aquel material siendo el film que nos ocupa notorio ejemplo de esa ahorrativa disciplina. La novela de Armitage Trail, cuya adaptación titulada THE THIRTEENTH GUEST (El Huesped Nº 13-1932) había servido como revelación nada más y nada menos que a Ginger Rogers, diez años más tarde toma forma de "quickie" bajo las órdenes del infatigable William Beaudine. Siguiendo al pie de la letra aquel argumento, el film cobra vértigo narrativo a través de un flashback inicial con la cena familiar de una dañina familia acomodada cuyo abuelo (Lloyd Ingraham) anuncia que debido a quedarle poco hilo en el carretel, ha hecho un cambio de último momento en su testamento que ni siquiera informó a su abogado (Cyril Ring), albaceas de la herencia. Sentada a su izquierda, la nieta predilecta recibe un sobre cerrado que ha de abrir dentro de trece años, cuando alcance los veintiuno. La trama salta al presente con la chica (Helen Parrish) llegando a la mansión paterna, ahora abandonada y llena de sábanas cubriendo los muebles. De repente escucha pasos tenebrosos y cuando intenta llamar a la policía, cae fulminada de una descarga. Al llegar la policía, el cadáver ha sido sentado en el mismo lugar que ocupó trece abriles atrás. A pesar que un policía de escaso genio (Tim Ryan) se ponen al frente de las indagatorias, la lupa investigativa más capaz será la de un detective privado (Dick Purcell) contratado por el tío de la joven para protegerla. Entre las ocurrencias del asistente del policía (Frank Faylen), que se queda dormido a todo momento y las chanzas de rivalidad entre ambos detectives, la chica supuestamente fallecida aparece con vida y desconcierta a todo el elenco. Poco después aparecen los familiares que se ponen tan quisquillosos y mordaces en sus hirientes comentarios que el detective decide enviarlos una noche a la cárcel, no solo porque entre ellos está el asesino, sino también para proteger a la chica por la que ha cobrado cálida simpatía. Un ritmo sostenido a través de gags, asesinatos, giros narrativos e idas y vueltas (de la seccional a la mansión, del apartamento del detective nuevamente a la mansión, evitando estrictamente cualquier atisbo de toma en exteriores) permite distraer la atención del espectador con algunos callejones sin salida del argumento (por ejemplo: ¿a quién pertenecía la silla número trece, vacante, en la famosa cena de antaño?). Un personaje enmascarado que acecha en la mansión tenebrosa por entre pasadizos y mirillas ocultas, provoca algo parecido a una sensación de apolillado misterio. El mérito principal consiste en estampar el rótulo "FIN" antes que el espectador conozca el aburrimiento. [Cinefania.com]
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