Reseña crítica: Tras unos pujantes títulos de crédito ferroviarios un hombre desequilibrado irrumpe en un museo violentando la puerta de entrada y a las duras penas un policía logra controlarlo. El hombre es George Steele (Pat O'Brien), es crítico de arte y es uno de los empleados del lugar. Aparecen las autoridades, tanto el director del museo (Erskine Sanford), el conservador (Damian O'Flynn) y un doctor de la comisión directiva (Ray Collins) así como el inspector de turno (Wallace Ford) y un británico (Herbert Marshall) que acompaña a la novia periodista del protagonista (Claire Trevor). Una vez calmo, Steele explica que ha sobrevivido a un choque de trenes y que no recuerda como llegó de vuelta al museo. El método elegido por el artesano director Irving Reis es el flashback y la trama se retrae a una conferencia de arte que Steele dictara en el mismo establecimiento. De pie frente a dos cuadros, Steele se dedica a ensalzar el "Angelus" de Millet y ridiculizar una extravagancia pictórica de Dalí. Tras provocar un incidente con un aficionado al modernismo y ser reprendido por el director, recibe un llamado telefónico que le informan que su madre ha tenido un ataque. Así que decide abordar el último tren de la noche y es durante esa travesía que sufre el presunto accidente. Cuando el inspector le confirma que no se ha reportado ningún choque y el doctor le diagnostica stress laboral, Steele se siente desorientado por que no pasó lo que recuerda y no recuerda lo que realmente pasó. La investigación que lleva a cabo por su propia cuenta le lleva a descubrir un asunto de falsificación de obras maestras cuyo responsable debe estar enquistado en el museo. Y claro, como en todo buen thriller, la muerte de uno de los directivos provoca un point of no return que habla claramente sobre los métodos sin límite de la presunta banda delictiva. Hay todo un clima hitchcoquiano en la secuencia del viaje ferroviario, con el foco puesto en los detalles habitualmente intrascendentes a primera vista pero que luego, se revelan determinantes. Hay una secuencia que eleva la calidad del film y de su realizador en que el paso del tiempo es sugerido con la frenética rueda del vagón superpuesta con un reloj. El juego de luces con la locomotora aproximándose al azorado y temeroso protagonista es memorable. Al día siguiente, atribulado con tantos interrogantes, Steele decide que va a zafar de la custodia policial para volver a tomar el mismo tren y determinar si la noche anterior viajó y si recuerda algún pasajero o circunstancia. En este segundo viaje, y debido a lo satisfactorio del recurso, el director se rebaja a reiterar la misma sobreimpresión de rueda y reloj. A pesar de este formulismo propio del cine clase B, la odisea de Steele por reconstruir su viaje y desenmascarar al asesino magnetiza tanto el interés que cuando llega el desenlace, con un peligro mortal que se cierne sobre los héroes y la revelación de un villano friamente despiadado, hay momentos de logrado y vibrante suspenso. La impronta de este Irving Reis en un signo de interrogación en el género, capaz de lograr los climas de colegas aventajados de la RKO, como Jacques Tourneur o Robert Wise, y cuya prematura desaparición en los años cincuenta privó de más títulos en una filmografía que sostenga tal apreciación. [Cinefania.com]
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