Reseña crítica: Una banda de despiadados ladrones armados, liderados por un psicótico asesino aterroriza el área estatal de Virginia, Maryland y Carolina del Norte, robando bancos y asesinando a voluntad, especialmente a las mujeres. Steve Cochran como George Legenza es la encarnación del mal. Sus rasgos son la bestialidad, la desidia, la frialdad, la absoluta convicción de liquidar a todo aquel que se interponga en sus objetivos, respaldada por una astucia y un cinismo sin límite. El actor solo utiliza contados gestos para matizar su expresión impasible y lánguida, a mitad de camino entre un Robert Mitchum diabólico y un Richard Widmark maquinante (ambos herederos del gran James Cagney). Dos secuencias de gran suspenso que ocurren en los primeros veinte minutos de metraje. La primera, un asalto a un banco, a plena luz del día, con la banda"tri estatal" (denominada así debido a conectársela con golpes perpetrados en tres estados distintos) llevándose el contenido de todas las cajas en menos de dos minutos, está compuesta de una tensa previa que nos presenta a los personajes y nos permite apreciar el modo de operación basado en la sincronía y la disciplina de cada uno de sus integrantes (cuatro hampones y un chofer). La segunda secuencia ocurre una vez que se nos introdujo el aspecto sentimental de la banda, es decir, sus novias. Justamente la chica de Cochran (correcta intervención de Aline Towne) está harta de estas andanzas y se desboca cuando uno de los secuaces (Robert Webber, en su debut en la pantalla grande) presenta su flamante prometida (la francesa Gaby André, debutando en el cine americano). Sabedora de lo que implica, corre al hotel y hace sus valijas. Detrás, Cochran, armado, la sigue sin el menor apuro. La chica observa las agujas del ascensor que, a la larga, le traen una espectacular y sorprendente muerte. Esto sirve para equilibrar los agotadores minutos iniciales que el realizador Andrew L. Stone destina a que tres gobernadores de los susodichos estados aporten uno de los requisitos del "film noir" que es la captación de los aspectos operativos del crimen y su prevención. Y también la falta de sustento lógico a las relaciones entre hampones y mujeres y la débil y rutinaria descripción psicológica de los protagonistas. Más tarde hay otras secuencias logradas: los rufianes ocultos en el camión de huevos y la policía pidiendo carnet de conductor y registrando la carga, la climática escena del tiroteo en el callejón en que un policía (Lyle Latell) liquida a uno de los secuaces y provoca la huida de Legenza o bien el intento de escape de una de las chicas (Gaby André) de una habitación de hotel a un callejón oscuro. Pero es el climático desenlace en un hospital (Legenza quiere terminar a la chica que quedó en coma para que no hable), con incontables efectivos policiales rodeándolo, y una breve pero estridente persecución automovilística con toque final ferroviario que termina por borrar cualquier rasgo narrativo insatisfactorio o la nunca justificada psicología de los personajes. El ritmo sostenido a base de toques de suspenso y la concreta identificación del carácter de los personajes (entre buenos y malos, en sus diferentes matices) evita cualquier complicación a la hora de disfrutar el dinámino relato, apoyado por una acertada partitura de William Lava. La fotografía del técnico habitual de Warner Carl Guthrie respeta la usual ambientación de sombras, callejuelas húmedas e iluminación ténue tan propia del género. La ausencia de títulos de créditos iniciales y un elenco de intérpretes aún no muy conocidos para su época permitieron que ese tinte "semi-documental" característico de las producciones del veterano de la Warner y la Eagle-Lion Brian Foy esté sólidamente logrado. [Cinefania.com]
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