DAY OF FURY, A (1956)

Títulos en español:
- DEUDA SALDADA (Argentina)
- DÍA DE FURIA, UN (España)

Dirigida por:
Harmon Jones
Protagonizada por:
Dale Robertson
Mara Corday
Jock Mahoney
Carl Benton Reid
Jan Merlin
Estudios: Universal (Prod.-Distr.)
País: EE.UU.
Estreno: 1 de Mayo de 1956
Duración: 78'
Género: Western

Reseña crítica:  Una sutileza sintáctica parece insinuar y preanunciar el carácter metafísico de este western en apariencia corriente de un realizador, Harmon Jones, tomado como nombre muy menor por críticos e historiadores. Por definición, “furia” es ira extrema y esto nos lleva, primero, al clásico filme de Carl T. Dreyer, VREDENS DAG (Arg: Día de ira / Esp: Dies Irae-1943) y luego al himno católico Dies Irae, que canta otro día de furia: el del juicio final. ¿Traerá tales pretensiones el pistolero nómade Jagade (Dale Robertson), que ingresa a un pueblo con una ligera neblina tras de sí, tal y como haría otro pistolero metafísico, Clint Eastwood como el reverendo de THE PALE RIDER (El jinete pálido-1985)?  
  Previo a ello, al pie de una colina, se produce el pacto faustiano: el pistolero salva la vida a un marshall (Jock Mahoney) a punto de ser emboscado por un vengativo delincuente. Acto seguido, se instala en el pueblo donde, abusando de aquella deuda de gratitud, comienza a provocar a las dos autoridades, la eclesiástica representada por el predicador (John Dehner) y la judicial (Carl Benton Reid). Estos prohombres tratarán de presionar al marshall para que expulse al recién llegado. “Ese hombre es un ser infernal”, dice el predicador, “si se queda, la ciudad se convertirá en un infierno”. Pero detrás de esta hostilidad surge una interesante justificación no desprovista de autocrítica: “la verdad es que tenemos miedo de nosotros mismos”, reconoce, “por eso decidimos ser una comunidad cristiana”. La religión, entonces, sería un paliativo si bien frustrante del deseo, pero necesaria no tanto para reprimir la individualidad sino para evitar los excesos de los desbocados.  
  Ni bien llegado, el pistolero genera incordio a la gente que se proponía asistir a misa y, en plazo velocísimo, reabre el saloon del pueblo y logra repatriar a sus prostitutas. Dos o tres apotegmas al juez o al reverendo bastarán para provocar una ígnea bola de inquinas entre los funcionarios de la ley o la incertidumbre de la prometida del recto marshall, Sharman (Mara Corday), a quien Jagade conocía tiempo atrás como “bailarina”, antes de “reformarse”. Entonces, lo que molesta específicamente de él no es su desdén de las normas municipales o de la moral sino su forma de acentuar la hipocresía de los ciudadanos supuestamente probos.  
  Es curioso que mientras Jagade se pasa gran parte del día (la trama ocurre a lo largo de una única jornada, desde la mañana hasta entrada la madrugada) sentado jugando póker, son sus manipulaciones las que provocan intentos de linchamiento, tiroteos entre el marshall y el juez, un asesinato a sangre fría y hasta un suicidio femenino. El tono arrogante y sarcástico de Robertson en el rol del pistolero, aporta un aura diabólica al personaje. Mahoney se muestra impasible hasta en las circunstancias más adversas, como cuando es encarcelado. Un diálogo, final y enigmático, entre ambos antagonistas sugerirá que sus personajes tuvieron una rivalidad metafísica. Otro banco de niebla, previo al desenlace, reforzará dicha impresión aportando, a la vez, una dosis de bienvenida simetría.  
  Como western en el contexto de su época, ofrece los habituales subtextos y bajadas de línea acerca del choque entre civilización y barbarie, con la clara representación de varias instituciones y fuerzas sociales. Pero es su carácter ligeramente alegórico que nos permite extraer interesante y original sustento, evitando dogmatismo y bajadas de línea previsibles. [Cinefania.com]
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