Reseña crítica: A bordo de un vapor rumbo a Liverpool, el galante A.J. Raffles (House Peters) advierte a la sra. Tilliston (Lillian Langdom) que tenga cautela con su invaluable collar de diamantes. Tanto ella como su marido (Robert Bolder) se lo toman a chiste, pero cuando el collar es increíblemente sustraído del propio cuello de la dama en pleno coctel nocturno, el capitán anuncia que al llegar a destino los oficiales de aduana registrarán a cada uno de los pasajeros. El incidente es observado por la insidiosa Clarice Vidal (la columnista Hedda Hopper, en sus intentos como actriz) que, claro está, como no puede obtener el amor de Raffles, estará atenta para perjudicarlo en el más oportuno momento. Pero Raffles, como buen Ladrón Caballero que es, hace que el propio sr. Tilliston, sin saberlo, se lleve el collar oculto en un paquete de cigarros con una notita encomendando la donación de la recompensa al caritativo Fondo del Soldado y que la próxima vez estén más cautelosos. De vuelta en Londres, Raffles se permite asistir a la mansión de Lord Amersteth (Winter Hall) cuya esposa (Kate Lester) es la dichosa propietaria de un collar de diamantes que constituye irrepetible tentación para el ladrón. A todo esto, su irresponsable amigo Bunny (Freeman Wood) está con el agua al cuello por una deuda de juego de 100 libras que Raffles le propone pagar a condición que deje de una vez por todas el vicio de los naipes. Raffles conoce a la encantadora Gwendolyn Amersteth (Miss DuPont) a quien Bunny ofrece su amor sincero y recibe a cambio ambigüedades y poco interés. Cuando el mancebo inquiere "¿hay alguien más?" la encantadora se torna en manipuladora respondiendo categóricamente: "No seas ridículo Bunny. ¿Cómo puede haber alguien más cuando ni siquiera estás tú?". Desde luego, la atención de Gwen se vuelca por entero al maduro y comprensivo Raffles que, en tanto, se tiene que entreverar con el arrogante Capt. Bedford (Fred Esmelton), que se tiene a si mismo de gran criminólogo a quien jamás se le ha escapado un solo delincuente. Por la noche, mientras el capitán hace guardia frente a la caja fuerte que supuestamente guarda las joyas, el ladronzuelo Crawshay (el siempre amenazador Walter Long) ingresa en la mansión y trata de llevarse el collar. Raffles intercepta y neutraliza al pillo en el momento justo, quedando a los ojos de Bedford como responsable por su captura. Con Crawshay preso y el botín en su poder, Raffles apuesta a Bedford una suma a que no encuentra las joyas antes de las 11 de la noche del día siguiente. Pero el plan de utilizar ese dinero para reponer la deuda de Bunny cambia abruptamente cuando Bedford le pone vigilancia a su apartamento en Londres y el amigo de toda la vida no solo que rehusa ayudar a Raffles sino que va y confiesa a las autoridades ¡la identidad del Ladrón Caballero! ¿Podrá ordenar todas las piezas del entuerto para zafar del sagaz Bedford, de la Sra. Vidal y del vengativo Crawshay, mantener el amor de Gwendolyn y, en astuto enroque, devolver el botín a su legítimo dueño para garantizar otra donación más al Fondo del Soldado? Más allá de como habrán tomado los lectores de E.W. Hornung estos cambios notables de los personajes - especialmente la citada traición de Bunny - la trama ofrece falencias que no estaban presentes en la previa y más satisfactoria versión del personaje, la de John Barrymore de 1917. Salvo por el primer rollo ambientado en el vapor, el Raffles de House Peters termina dando la impresión de ser más "amateur" que "cracksman" y, por blando y romanticón, es una y otra vez jaqueado por el sagaz Bedford. Aún así tiene un momento inspirado en la secuencia - si bien literaria, pero bien resuelta por el realizador - en que distrae al amenazador y poco lúcido Crawshay describiéndole el patíbulo desde el punto de vista de un condenado a muerte. [Cinefania.com]
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