Reseña crítica: El film que institucionalizó lo que la crítica cinematográfica local terminó describiendo como "cine billikenista" (por el famoso semanario "Billiken", para niños en edad escolar) también fue una de las obras más ambiciosas del gran realizador argentino Leopoldo Torre Nilsson. Pero por haberlo filmado en una época de gobierno militar y haber plasmado en la pantalla los contenidos históricos y dramáticos que la censura de aquel entonces permitió, el film fue condenado a ejemplificar el karma de un "cine lavacerebros". Tras NUESTRA TIERRA DE PAZ (1939), el "Padre de la Patria" nunca había sido retratado en la pantalla, ni siquiera en el "Año Sanmartiniano" de 1950, en que se cumplió un siglo de su fallecimiento. Por entonces el gobierno peronista volcó sus esfuerzos a la épica y fallida EL GRITO SAGRADO (1954), en que San Martín no aparecía y tan solo era mencionado por uno de los personajes. Así que pesada fue la responsabilidad de Torre Nilsson, necesitado de basar el guión en la biografía nacionalista de Ricardo Rojas "El Santo de la Espada" (1933) y obligado a ser supervisado por el Instituto Nacional Sanmartiniano y también quien sabe por cuantos órganos y dependencias civico-militares más. Sabiendo de las críticas de films con próceres previos, Torre Nilsson manifestó haberse dedicado "con cada actor, a lo que podría llamar la 'descaracterización', a fin de humanizarlos, de buscar la intimidad del personaje". El resultado es apreciado en la caracterización de Alfredo Alcón, que, merced a maquillaje y gesticulación, logra una mímesis al menos satisfactoria con San Martín. Si bien el film no profundiza los conflictos del Libertador, sus aspiraciones de hombre o sus dudas, al menos las sugiere lo suficiente como para que el realizador invierta sus mejores rollos de celuloide en tres secuencias admirables: el combate de San Lorenzo, el cruce de los Andes y la Batalla de Chacabuco. En esos pasajes, el film está casi a la par del contemporáneo e impresionante WATERLOO (Waterloo-1970) de Sergei Bondarchuk. La vertiginosa carga de los granaderos en el campo del convento de San Lorenzo (incluído el episodio de "muerto contento, hemos batido al enemigo", dicho por el Sargento Cabral), la titánica y agobiante marcha del Ejército de los Andes por entre la Cordillera de los Andes y el auténtico ajedrez campal que representó el enfrentamiento de las fuerzas argentino-chilenas contra los realistas en la hacienda de Chacabuco fueron estupendamente plasmados en pantalla por Torre Nilsson. El logro, respaldado por miles de extras, explosiones, tropas de a pie y jinetes, vestuario y la admirable captación del paisaje natural por la lente del director de fotografía Aníbal Di Salvo, tuvo en la partitura de Ariel Ramírez un acompañamiento tan significativo que parecería transmitir el frío del Ande o el calor de la cabalgata en el norte argentino. El film, sin embargo, no alcanza a satisfacer sus pretenciones narrativas, es decir cubrir sólidamente el arco temporal de diez años entre el regreso de San Martín a Buenos Aires (1812) hasta su retiro a Mendoza luego de la entrevista de Guayaquil (1822) (¿quién podría aspirar a ello en tan solo 120 minutos de metraje?). Tal defecto, exacerbado en la siguiente obra de Torre Nilsson, GÜEMES: LA TIERRA EN ARMAS (1971), es el que lastra EL SANTO DE LA ESPADA y no ser la esgrimida "película de manual" con que muchos críticos engloban a priori la totalidad de un género. [Cinefania.com]
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