SEVEN KEYS TO BALDPATE (1929)

Títulos en español:
- SIETE LLAVES, LAS (Argentina)

Dirigida por:
Reginald Barker
Protagonizada por:
Richard Dix
Miriam Seegar
Margaret Livingston
Lucien Littlefield
Joseph Allen Sr.
Estudios: RKO (Prod.-Distr.)
País: EE.UU.
Estreno: 25 de Diciembre de 1929
Duración: 72'
Género: Intriga

Reseña crítica:  Film basado en una novela de Earl Derr Biggers así como en la versión teatral ideada y protagonizada por el inmortal George M. Cohan, del cual se hicieron varias versiones (en 1935 y 1947) y, a la sazón, veníamos de dos previas (en 1917 y 1925). Esta tercera versión, además de ser la primera sonora, ofrece un desenlace imprevisto y, podríamos asegurar, sin precedentes en que ingeniosamente se combinan novela, teatro y - desde luego - cine. La trama arraca velozmente yendo al quid de la cuestión: Hal Bentley (Crauford Kent), dueño de la posada veraniega Baldpate, apuesta $5 mil al escritor William Hallowell Magee (el galán de quijada rectangular Richard Dix) a que no puede escribir una novela en un plazo de 24 horas que transcurrirá aislado en dicha posada, cerrada por temporada invernal. A pesar que se indica que solo hay una llave para la posada, su soledad es quebrada por la llegada de un gángster (Alan Roscoe) con $200 mil que oculta en la caja fuerte; la joven periodista Mary Norton (Miriam Seegar) y una amiga (Nella Walker); un ermitaño (Joseph Allen) que llega encapuchado y con un farol como si fuera un fantasma. Luego siguen una mujer vestida de blanco (Margaret Livingston); un alcalde corrupto (DeWitt Jennings) y su secuaz (Lucien Littlefield); un empresario (Arthur Hoyt); todos buscando desesperadamente los $200 mil y argumentando todo tipo de falacias para hacerse con ellos. Cada uno con una llave propia que se niegan revelar de donde la obtuvieron. ¿Quién tiene la séptima llave de Baldpate? Lo que importa es como aprovechar el riquísimo bagaje de diálogos ingeniosos, réplicas chispeantes, eventuales disparos y trompadas que ocurren casi exclusivamente en la citada posada. Para que la cosa tenga algún valor como entretenimiento cinematográfico, el discurrir narrativo está matizado con constantes cambios de cámara, primeros planos y una permanente entrada y salida de intérpretes: conceptualmente, teatro filmado, pero vista en retrospectiva, una sabrosa postal arqueológica de cuando el cine salía del silencio gestual y se animaba a la libertad del verbo, es decir, la época de las talkies. [Cinefania.com]
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