BRONENOSETS POTYOMKIN
(El Acorazado Potemkin-1925)

Darío Lavia

Durante uno de los Festivales de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) se dio el curioso hito de que el film BRONENOSETS POTEMKIN (El Acorazado Potemkin-1925) de Sergei Eisenstein se proyecte en el prestigioso Teatro Colón de Buenos Aires, con el acompañamiento musical escrito por Edmund Meisel (1894-1930). Esta versión, la más completa que se conoce, fue restaurada y presentada en el Festival de Berlín del 2005, y presenta algunas escenas que fueron mutiladas para su estreno en Berlín en 1926, incluyendo la bandera roja que flamea (que se pintó con acuarela en el celuloide, cuadro por cuadro). Al margen de la apasionante historia de la reconstrucción de una versión lo más parecida a la original, presentada en Moscú en diciembre de 1925, merece una reflexión el hecho que en un lugar tan importante como el Colón se presente una película que constituye uno de los más importantes elementos de propaganda del régimen político que más víctimas se cobró durante el siglo XX.

En el artículo Der Fuehrer Face, o el cine de propaganda como obra de arte, hemos visto que la propaganda ideológica implícita en las películas, que provoca siempre la ira de censores o grupos políticos en desacuerdo con el mensaje propagandístico, no impide la aparición de obras maestras del cine. Por supuesto, una buena película es siempre una buena película, por encima de su mensaje ideológico: nadie que vea Potemkin saldrá del cine necesariamente convertido al socialismo.

Las preguntas que se plantean son: ¿Por qué un gran filme de propaganda socialista es eje de un evento cultural de lujo justamente ahora? ¿Es porque el sistema que promueve está muerto y ya no entraña ningún peligro? ¿Es porque han desaparecido aquellos "regidores ideológicos" (esos mismos que durante décadas previeron "el peligro de la subversión" y ejecutaron la "eliminación del comunismo" a través de la Operación Cóndor) que condujeron Latinoamérica hacia el caos -o lo salvaron, según sus puntos de vista? ¿Qué interpreta el público hoy en día, a 105 años de la fallida Revolución de 1905 y a 93 de la Revolución Bolchevique de 1917, frente a El Acorazado Potemkin? ¿Será tomada como un fósil, o una quimera de algo que no existió o bien, si existió, hace milenios que pasó?

Tal vez exista algún contralor, algún nuevo "regidor", que apruebe o vete la posibilidad de que este tipo de genialidades cinematográficas se difundan. METROPOLIS (1925), la obra maestra de Fritz Lang, fue en su momento eje de amarga y estéril polémica sobre su mensaje ideológico. La gran MODERN TIMES (Tiempos Modernos-1936) de Charles Chaplin fue prohibida por ser considerada pro-socialista. TRIUMPH DES WILLENS (El Triunfo de una Voluntad-1936), la obra maestra de Leni Riefenstahl, es una alabanza a los dogmas hitlerianos.

Ambos regímenes (comunismo y nazionalsocialismo), compiten por el título de "régimen más sanguinario de la historia", sin embargo Metrópolis y Tiempos... han sido ejes posteriormente de sendas revindicaciones por parte de institutos del cine y cinematecas de todo el mundo, en cambio, Triunfo... no parece que vaya a tener semejante difusión. ¿Evidencia esto que seguimos siendo guiados por "regidores ideológicos"? Al ser una cuestión "ideológica", sería bueno que cada quien saque su propia conclusión.

Odesa, 1905: A bordo del Acorazado Potemkin hay innumerables infantes de marina recién llegados de la infausta guerra ruso-japonesa. Como si fuera un castigo por la derrota, los hombres son alimentados con carne agusanada y castigados con maltratos inhumanos. Entre los tripulantes se corre la voz de que los trabajadores están por rebelarse contra el poder del Zar. El horno no está para bollos, y al otro día los marinos observan la carne podrida que se les servirá. Como ironía final, un médico certifica que está en condiciones comestibles, lo que genera una pequeña rebelión, rápidamente atajada. Los oficiales a cargo ordenan la ejecución de los rebeldes.

En el momento culminante, el marino Vakulinchuk (Aleksandr Antonov) cuestiona al pelotón de que lado está, del de los oficiales zaristas o del de sus propios camaradas. Es la gota que colma el vaso, y una batahola se desata en cubierta. Los insurrectos triunfan e izan una bandera roja, pero Vakulinchuk es baleado por el capitán (Vladimir Barsky) y muere. Más tarde, frente al puerto, una multitud se congrega para saludar al barco y a sus tripulantes, rindiendo homenaje al marino muerto "por un plato de sopa", un mártir cuyo sacrificio sirve para encender la chispa de la sublevación entre los trabajadores. Está todo listo para el gran espectáculo cinematográfico, el de la "escalinata de Odesa".

Las tropas del Zar aparecen en lo alto de las escalinatas, fusiles en mano y dispuestas a avanzar para reprimir a sangre y fuego. Los civiles entran en pánico y una mujer es derribada por un disparo, cayendo su cochecito (con bebé incluído) escaleras abajo en una de las más memorables escenas de todo el Cine.

Eventualmente algún crítico o comentarista serio intenta poner algún manto de duda ideológico para minimizar el impacto y la grandeza de este filme de propaganda soviético pero que también es una de las obras maestras del 7mo. Arte. En tanto los cuestionamientos sean edificados sobre cimientos no cinematográficos, estos críticos están destinados al fracaso y la evidencia directa surge ya de los primeros fotogramas de la película cuyas virtudes, amalgama perfecta de montaje, construcción visual y narrativa quedan de manifiesto automáticamente. Como muestra observen las imágenes de que ilustran esta nota y noten el poder de observación de la cámara, sacando expresiones, poses, sombras, cuadros y símbolos. Montaje, construcción visual, narrativa, una es consecuencia de la otra.