Seccion: Cronicón (Lecturas: 58631)
Fecha de publicación: Septiembre de 2003
El cine vampirizado
Un apasionante dossier para empaparse de la sangrienta historia del vampiro cinematográfico. J.P. Bango
Denn tie Todten reinten schnell
(porque los muertos viajan veloces)
Lenore, de Burger
Prólogo:
Cualquier
estudio invocado por la desidia sería capaz de acumular, como poco, información
de más de doscientas películas que, de alguna u otra manera, tratarían
directamente el tema del vampirismo. Temática esta tan apasionante y
prolífica ha dado lugar a una variopinta amalgama de films que, sin embargo,
reúnen una serie de elementos conceptuales comunes que los hacen funcionar
como un subgénero con sustantividad propia.
El estudio que a continuación sigue (dividido en tres partes) pretende
iniciar un viaje por la mitología del vampiro cinematográfico;
servir de guía introductoria para todos aquellos que quieran acercarse
al cine vampírico en su vertiente conceptual e historicista.
Y eso es lo que se ofrece. Que lo disfruten.
1.- Primera Parte: El advenimiento del Vampiro. Del mito
a la literatura.
a) El origen del mito
El mito vampírico tiene una génesis ancestral.
Fuentes diversas sitúan el origen del vampirismo legendario en hace más
de 2000 años.
Desde Asia (La India), y debido a la emigración gitana, el mito se
asentó con una profunda convicción en tierras eslavas y en los
Cárpatos asumiendo características variopintas. El mito se caracterizó
no ya solo en la variedad de emisores de la leyenda sino también por
la existencia de unos receptores que adaptaban la superstición que traía
el extranjero al folklore propio. Surgieron, de este modo, toda una colección
de "pseudo-razas" coaligadas con variedades autóctonas, que
posibilitaron la aparición de un vampiro mestizo, aun legendario. Diferentes
fuentes llevan más allá este extremo dando nombres a cada una
de estas castas vampíricas: Asanbosam (Centroáfrica), Baital (India),
Ch'tang Shih (China), Ekiminu, Lamia (procedente de la Cultura Clásica),
Kakaltanas (Creta), Strogoiul (Rumanía), Succubus/Incubus (Pirineos y
Centro Europa) o Vlokoslak (los Balcanes). Todos ellos, y otros más,
se van a constituir, por ende, en variedades de vampiros que tienen en la cultura
popular su basamento y el interés morboso que los acompaña en
su adscripción en el ámbito de lo desconocido.
b) El advenimiento literario del vampiro
La literatura recogió de esta quimera popular los elementos
supersticiosos y folclóricos y los moldeó con pretensiones cautivadoras.
La relación dicotómica entre religión y muerte alimentada
por la concepción popular se trasmuta en una relación (también
dicotómica) entre la muerte y la vida en su vertiente literaria (Esta
concepción y quizá de un modo más exagerada, va ser la
que se va a trasladar al celuloide sobretodo a raíz de la versión
inglesa del mito. Volveremos a ello más adelante).
Fueron muchos los escritores que contribuyeron a la cristalización
literaria de la leyenda: La novia de Corinto de Goethe, Carmille de Le Fannu,
El Manuscrito encontrado en Zaragoza de Potocki, El Vampiro de Polidori o la
incursión vampírica de Poe (Berenice), son ejemplos de dicha modalidad
escrita, pero será la obra de Stoker, Drácula (1897) la que va
a adscribir al mito, y de qué manera, en las catacumbas del subconsciente
universal.
"Todo lo que tenemos que hacer es acudir a las tradiciones
y a las supersticiones. En principio, no parece que esto represente mucho, tratándose
de la vida y la muerte..., y más aún"
La novela de Stoker apuesta por una lucha entre el bien y el
mal aderazada con elementos religiosos. Los miembros que integran el bien se
amparan en la creencia de estar en el bando correcto y en la seguridad de que
su dios les guiará para contrarrestar a las fuerzas demiurgas encabezadas
por el Conde Drácula.
" - Como usted quiera - dijo Jonathan con un sollozo que sacudió
todo su Ser -. ¡Estamos en manos de Dios!"
El Conde transilvano, aun siendo el leit motiv de todo lo que
se narra, posee una participación secundaria y alejada del punto de vista
romántico que después va a reflejar el cine o posteriores versiones
literarias de protagonistas vampiros como los de las novelas de Anne Rice. Aparece
como una especie de animal salvaje, una bestia indeleble que se manifiesta en
la célebre tempestad que precede su llegada a Londres. Con un ritmo endiablado,
y nunca mejor dicho, el Drácula de Bram Stoker se constituye en una novela
que apuesta por un estilo presumidamente barroco, por la naturaleza epistolar
de sus textos, por falsos recortes de periódicos, o por los diarios de
sus sufrientes personajes. Drácula es, pues, un collage descarnado y
vibrante, un suculento manjar anticipo narrativo de lo que luego se conocerá
como Best Seller. En una misma coctelera va a mezclar sabores relacionados con
el Terror (puro y duro); la religión; la aventura y el destino personal
con un afán, claramente, refundidor. Luego será otra leyenda,
la de Vlad el empalador, la que cierre un círculo talentoso que definirá
al mito por el resto de los días.
El cine, un arte que, por aquel entonces, se encontraba en
un proceso de autodefinición, no permanecerá ajeno a las emociones
sugeridas por dicha novela.
2.- De Nosferatu a Terence Fisher
a) Nosferatu (el que no ha muerto):
El
entonces incipiente medio cinematográfico no tardó en acudir al
texto de Stoker como basamento para una de sus historias. Problemas relacionados
con los derechos de autor convirtieron al velludo, y salvaje, protagonista de
Stoker en un monstruo calvo con rictus de sufrimiento perpetuo. La base literaria
servía de manantial para una historia tremendamente visual en la que
predominaban los aspectos formales por encima de los terroríficos. La
contraposición luz-sombra excede la mera función ornamental para
constituirse en una parte más de la historia. La retórica alcanza
al mundo del celuloide y el cine, un neologismo en si mismo, comienza a coquetear
con el arte y sus vanguardias.
En aquel Nosferatu destacaban los aspectos estéticos
y visuales. El fondo trágico sucumbía ante una forma expresionista
moldeada con brío y talento por el gran Murnau. Este Nosferatu ha tenido
una notable influencia posterior que va desde la lengua: la lexicalización
de su nombre (asimilación en el subconsciente colectivo del término
"Nosferatu" con un individuo calvo, de paletas alargadas, de mirada perdida
y apariencia de desalmada), a la literatura: los vampiros que Stephen King describió
en una de sus más célebres obras, La hora del vampiro, tenían
mucho que ver con el personaje interpretado por Max Schrek (por cierto: esta
obra se adaptaría para la pequeña pantalla por Tobe Hooper, director
de La Matanza de Texas o Poltergeist, en El Misterio de Salem's Slot -telefilm
estrenado en España con el extraño y oportunista título
de Phantasma II).
Pero no se quedan ahí los "homenajes": en 1978 el irregular
y, a menudo, pedante Werner Herzog sucumbió a los encantos vampíricos
de nosferatu-Klaus Kinski. La película de Herzog es un film frío
e inquietante. La relación vida-muerte propia del vampiro cinematográfico
se adhiere en el film alemán a un regusto de agonía y desolación.
La blanca tez de Isabel Adjani, la decoloración de la película
en general, convierten la carencia de ritmo en emoción contemplativa;
la tristeza y el patetismo en un nuevo modo de entender el cine de terror. Ratas,
peste, precipicios, caminos estrechos y vacíos, bosques inánimes,
catacumbas oscuras... se convierten en elementos formales que van a dar sentido
a toda la película. El final, tan trágico como todo lo que le
precede, refuerza la existencia de un film con textura propia, muy diferente
al film en el que se basa y que fusiona, casi por vez primera en el universo
vampírico, el amor y el deseo platónico con la muerte, la tragedia,
y la desolación.
Tampoco hay que olvidar, en este apartado inspirador, el film
La Sombra del Vampiro, que muestra la relación vampírica entre
Murnau, Max Schreck y el propio personaje que éste interpreta. Una película
fantástica (en todos los sentidos de la palabra) y que admite varias
lecturas.
b) Drácula conoce a Lugosi:
Advirtiendo,
previamente, de la importancia del Nosferatu de Murnau, el salto a la fama mundial
del personaje vampiro por excelencia, Drácula, tuvo lugar con la compra
de los derechos del libro de Stoker por parte de la Universal (aunque al fin
y a la postre lo que se compró fueron los derechos sobre el personaje).
La versión de Tod Browning, es sin embargo una película menor
en su excepcional filmografía. Basada en los personajes creados por Stoker,
la película adapta, empero, una obra teatral que toma como punto de partida
dicha novela. Esta concepción funciona a modo de lastre en toda la película.
La pasividad de sus actores y la falta de movimiento no impide, sin embargo,
que estemos ante una de las grandes películas de terror de todos los
tiempos (gracias a su primera media hora: auténtico paradigma del relato
introductorio; lo que reivindica sobre manera el trabajo de Tod Browning -autor,
por otra parte y entre otras, de dos obras maestras del cuasifantástico.
"Muñecos infernales " y "La parada de los monstruos").
El Drácula de Browning inaugura toda una serie de estereotipos
(el aire apuesto del vampiro; la luz en los ojos hipnotizadores; la vulnerabilidad
de las víctimas femeninas, el murciélago en la ventana; el castillo
de ambiente malsano) que las posteriores versiones se van a encargar de perpetuar.
Sería, además, la primera de una serie de adaptaciones con los
que la productora Universal se inmiscuyó en el cine de terror en su apartado
monstruoso: (el hombre invisible; la novia de frankenstein, el hombre lobo,
la momia). Los monstruos creados por la Universal servirán de posterior
referente cinéfilo para toda una generación de espectadores creando
una imaginería relacionada con dichos personajes aun hoy reconocible
y recurrente. Y Drácula no fue un excepción. Pero el uso abusivo
del personaje y su adscripción irrefrenable a la parodia, relegaron al
vampiro europeo (y a su portador más "universal": Bela Lugosi - que también
interpretó al personaje en la obra de teatro) a las insondables marismas
de la serie z. (Aunque se admiten excepciones notables como La zíngara
y los monstruos, El hijo de Drácula...).
c) El estilo Hammer:
Después
de años de navegación a contracorriente por las cenagosas simas
de la serie B, el mito vampírico adquirió la mayoría de
edad de la mano de la productora Hammer y sobretodo de la mano del gran Terence
Fisher.
Las prerrogativas de Drácula comenzaron a acentuarse.
La contraposición anunciada por Stoker adquiría, gracias a la
Hammer, un modo de hacerse patentes. La dicotomía muerte-vida adquiere
un matiz novedoso (aunque soterradamente apuntado con anterioridad en alguna
de las parodias draculinas): se define el síndrome vampírico como
un estado donde las convenciones se derrumban. Las víctimas, victorianamente
femeninas, exhuman una sexualidad exagerada y sucumben al poder hipnótico
de su oponente, lo que les hace coquetear con la connivencia. Son los jóvenes
y aguerridos servidores de la moral y el buen tino (los prometidos, padres y/o
sacerdotes de aquellas), comandados por el incombustible Val Helsing, quienes
tratarán de reconducir a sus féminas por el camino de la moralidad
y las "costumbres conservadoras". Desde este punto de vista, se asocia la posesión
vampírica como un acto descarnado que sabotea las convenciones de una
sociedad moral y conservadora. Y al vampiro, como un intruso, una bestia transgresora
a la que hay que combatir con saña y sin perdón. Casi nada.
La Hammer, consciente de su propia importancia, no tardó
en retomar el mito de Drácula en una secuela dirigida por el propio Fisher:
Drácula. El Príncipe de las Tinieblas. A este Príncipe
de las tinieblas, 1966 le siguió un serial sobre el personaje en los
que cada entrega consolidaba no ya solo el sello Hammer sino, por encima de
todo, los cuatro pilares definitorios de esta etapa: a) la apostura del conde,
b) el carácter sexual de sus historias, c) la aparición de la
sangre, y d) la referencia, cada vez más explícita, a la religión.
De tema también vampírico pero sin la presencia
del Conde se sitúa la que quizá es la mejor de las adaptaciones
que, del mito, realizó la Hammer: Las novias de Drácula, con un
Fisher en plena forma capaz de poner en muchísimos apuros al heroico
Van Helsing (aquí, como casi siempre, interpretado por Peter Cushing)
La
fórmula mágica de la Hammer agotaba su poder cautivador al mismo
tiempo que ganaba en detractores. Las coproducciones europeas, golosas ante
el nuevo modelo surgido de las islas, dotarán a las producciones vampíricas
de un aire cada vez más casposo y sexual. El Conde Drácula de
Jesús Franco ofrece una nueva interpretación, acartonada esta
vez, de Christopher Lee. La estrafalaria pero más divertida (¡esos zooms
inolvidables!), Drácula Vs Frankenstein redime al propio Franco del clasicismo
de aquella al tiempo que sienta las bases de lo que será la próxima
evolución (deformación) de su cine. Y Las Vampiras, literalmente
la versión lesbiana (que no femenina como se ha dicho) de la novela de
Stoker castiga un poco más a un mito que ya comenzaba a ofrecer síntomas
de desbaste.
Tras la brillante, Drácula Vuelve desde la Tumba (donde
la dicotomía religión-vampirismo alcanza su zénit), la
Hammer terminó por agotar su propia fórmula al tiempo que jubilaba
a sus viejas estrellas. El nuevo rumbo ideológico emprendido por la productora
de Michael Carreras y cia, se convino en adaptarse a los nuevos tiempos. En
el Londres coetáneo, Drácula convivirá con sectas apocalípticas
pro satánicas, jóvenes hippies de inspiración Burguessiana,
y pastillas de LSD. El mito se desmorona con la Crisis del 73 aunque aun se
admiten excepciones como la descacharrante Kung fú y los siete vampiros
de oro: una coproducción con la no menos histórica Golden Harvest,
que origina uno de esos films cuyo culto se origina en la mera complicidad.
3.- Últimos años: Muerte y resurrección
del vampiro cinematográfico
a) La Nueva Generación:
Al
mismo tiempo que en Europa el mito vampírico cede su inmortalidad para
perpetuarse en el universo de la serie B, en América comienza a surgir
una hornada de brillantes y jóvenes directores encabezados por George
Lucas, Francis Ford Coppola, Brian de Palma, Martin Scorsese, Steven Spielberg
o Walter Hill que van a hacer saltar los cimientos de la industria hollywoodiense.
Paralela a esta indiscutible generación, el cine de terror comienza a
demandar una cuota de alta calidad siguiendo el modelo inaugurado por Kubrick
en la Ciencia Ficción. Obras maestras de temática esotérica
como La semilla del Diablo, El Exorcista o La leyenda de la mansión del
infierno, tratarán de consolidar esta opción. Los monstruos cinematográficos
se ven obligados a evolucionar y Drácula no parece formar parte del cambio.
Una nueva generación de jóvenes directores confirmarán,
definitivamente, la regeneración. Es el tiempo de La noche de los Muertos
Vivientes de George A Romero; Las Colinas tienen ojos de Wes Craven o La Matanza
de Texas, de Tobe Hooper. Estos filmes se van a constituir en referentes de
una generación posterior de cineastas pero también van a servir
de anticipo prologador de dos de los directores más apasionantes del
género en la actualidad: David Cronenberg y John Carpenter.
Lo cierto es que la temática vampírica no logra
adaptarse a la coetaneidad y sobrevive a duras penas entre parodias y curiosidades
de dudoso origen como El Conde Yorga; Blácula (en España: Drácula
Negro; un Blackexplotation en toda regla), o Zoltan (el perro vampiro de Albert
Band). La nota pictórica la ofrecerá una cinematografía
neófita en la temática: Vampiros en La Habana de los hermanos
Padrón, una obra maestra de otra vertiente vampírica (más
denostada, eso sí, la comedia); toda una joya que siempre merece la pena
volver a disfrutar.
El mito, pues, se ubica en pleno proceso de languidecimiento
cuando la Universal apuesta por retomar la historia del Conde Drácula.
Con medios suficientes (es decir, lo suficientemente importantes como para que
no pareciera otra Serie B), y de la mano del inocuo John Badham, este Drácula
(Drácula, 1979) es, sin embargo, un film distante e impersonal que además
es muy mal acogido por los seguidores del vampiro. Esta película es una
cinta que deja indiferente y que nunca deja entrever nada más que una
narración clásica (muy bien fotografiada, eso sí) muchas
veces vista con anterioridad. Toda una decepción, más y cuando
se compara con la versión que de Nosferatu realizara Herzog únicamente
un año antes (1978). Intento fallido. No sería el último.
b) La década de los 80: La agonía del mito
La década de los 70 finaliza con una sensación
de abandono que cristalizará en olvido hasta bien mediados los ochenta:
Dos apuestas "modernistas" salvarán del olvido al mito
vampírico: Jóvenes Ocultos (1987, de Joel Schumacher), y Los Viajeros
de la Noche (de Katrhyn Bigelow). Ambas no sólo se constituyen islotes
en un desierto baldío, sino que tratan al mito desde una perspectiva
hasta entonces inédita (alejada de los postulados sexuales de la Hammer
y del clasicismo desmedido de la Universal). La juventud se adueña del
mito hasta hacerlo suyo. Se va a asociar el vampirismo como una vía de
escape y una muestra de rebeldía (en la primera) o como una especie de
maldición de pretensiones nihilistas (en la segunda). Además,
la música va a tener un papel primordial en ambas (Pop y country, respectivamente).
Son, como ya he dicho, excepciones a una tendencia decadente
que finalizará justo y cuando el zoetrópico Coppola se autoconvenza
para realizar la versión definitiva de la Obra de Stoker.
c) El Drácula de Coppola:
El
guión de James V. Hart no tarda en desmarcarse de la novela de Stoker
con un prólogo espectacular que se apoya en el talento visual de Coppola
y en su innegable capacidad de conjugar interpretaciones eficaces con el sentido
musical de sus historias (la opertura de Kilar aumenta, si cabe, dicho artificio).
De las similitudes, que las hay (y muchas, a pesar de que lo
que se diga), su mayores aciertos son: a) rescatar para el celuloide el carácter
epistolar y subjetivo de la narración, b) la presentación (aunque
de forma somera) de todos los personajes que aparecen en la novela sin recurrir
a la fusión de caracteres tan propia de la mayoría de las adaptaciones
literarias, y c) el seguimiento de una línea argumental (en cuanto a
la acción) de todo punto paralela a la historia narrada por Stoker.
La habilidad de Hart y de Coppola, además del atractivo
visual del filme y su apuesta sin concesiones por el ritmo, es añadir
a las tribulaciones del vampiro una historia de amor de horizontes trágicos,
una maldición promovida por un demiurgo malvado y de la que el propio
"empalador" es víctima. Un tipo educado a lo largo de los siglos por
sentimientos de nostalgia, de venganza, de ira, tiene la oportunidad, sin embargo,
de alcanzar una redención promovida por un bello ángel que por
casualidad se interpone en el destino desolado de nuestro protagonista. Esta
relación platónica de pretensiones redentoras, sólo insinuada
en la novela, se convierte en una de las subtramas argumentales más interesantes
de la película y, a mi manera de ver, en el principal canalizador de
toda la historia.
La apuesta posterior por el espectáculo visual, el ritmo
frenético del montaje, la música desaforada y en momentos sublime
de Kilar, el vestuario excesivo e inspirado de Ishioka o la fotografía
colorista de Michael Ballhaus, sirven para construir una película de
apariencia artesanal (homenaje a la Hammer) pero también magnifica e
inolvidable. Los homenajes a los filmes de Murnau (esas sombras); Browning (por
contraposición: el decorado del castillo; las "amantes" de Drácula),
o Fisher (la asimilación entre el deseo sexual y el intercambio de fluidos
vitales) y la apuesta (incondicional y manifiesta) por el entretenimiento y
la aventura (como la novela) adquiere tintes de epopeya brillante en contraposición
a anteriores intentos como la versión de Badham. Este film de Coppola
hace recordar, con una gran nostalgia, aquellos tiempos en que el bueno de Terence
Fisher se permitía el lujo de rodar un par de obras maestras anuales.
d) John Carpenter: La resurrección del vampiro.
Como
se suponía, la gran película de Coppola, revitalizó el
"género vampírico"aun en su vertiente más comercial. La
epopéyica versión de Entrevista con el Vampiro de Anne Rice llevada
a cabo por el experto en películas de terror Neil Jordan, o el Blade
(versión de un cómic) de Stephen Norrington han contribuido a
ello. El siempre oportunista Wes Craven volverá al mito con su ruidosa
versión Drácula 2000 (de la que sólo es productor). Pero
será, como casi siempre, el gran John Carpenter quien realice una de
las más personales adaptaciones de la mitología vampírica.
En Vampiros’ John Carpenter, J.C. dirige un western de terror,
visceral y animoso, donde los personajes tienen como motivo existencial de su
vida la destrucción de otro que actúa como oponente y enemigo.
John Carpenter da la vuelta al mito vampirico alejándolo de todo romanticismo,
pero este alejamiento no sólo se va a referir en la concepción
de la figura del vampiro jefe (Valek), sino también va a componer la
arquetípica personalidad de sus perseguidores y exterminadores. Al igual
que Van Helsing, Jack Crow (el émulo de éste) se sitúa
en el lado de los servidores de Dios, pero al contrario que aquél (Van
Helsing se apropia de su lucha contra el vampiro en nombre de Dios y a iniciativa
propia), en Vampiros de John Carpenter, el exterminador es contratado (y con
mucho dinero de por medio: de ahí que el título de la novela en
la que se basa el film: Vampire$) por el Vaticano para acabar con aquella raza
oscura que pretende, como fin último, salir de las tinieblas de la noche
para poder reproducirse también de día (demasiada subversión
para los anacrónicos discípulos de San Pedro). Además,
el personaje interpretado por James Woods, dista mucho de ser un personaje inspirado
por una convicción religiosa y/o salvadora del mal que representan Valek
y su comunidad. A Jack Crow le mueve un sentimiento de venganza siguiendo el
esquema argumental de un tópico western pero canjeando indios que sesgan
cabelleras por vampiros que degollan gargantas.
Es, precisamente la violencia otro de los rasgos característicos
de la película. Y esta violencia, más o menos explícita,
llega, predominantemente, de la mano de los cazadores de vampiros. El clan de
cazadores comandados por Jack Crow se ensaña con sus víctimas:
las persigue, las acorrala, las despedaza, las ejecuta. Los perseguidores de
vampiros apenas se diferencian de las entidades macabras que persiguen y actúan
con saña contra sus cuerpos: en la contienda todos son fieras, incluso
ellos mismos. Pero, al contrario que otras cacerías, aquí el cazador
se arriesga a ser cazado: tras una de las matanzas de vampiros, las huestes
de Valek resucitan del interior de la tierra (en un plano magnifico condenado
a perdurarse en las retinas del espectador por mucho tiempo), y se dirigen al
motel (¿prostíbulo?) -donde los cazavampiros celebran una de sus victorias
-, para exterminarlos. La sed de sangre se transforma, como en el caso de Jack
Crow, en venganza. La película queda así marcada por la sed de
venganza de sus dos protagonistas y ahí tenemos otra novedad: ya no es
el bien y el mal quienes deciden batirse en duelo sino Valek contra Jack Crow.
Las demás motivaciones (la cruz salvadora para la raza de Valek, y el
sueldo con el que se recompensa la acción valerosa de Crow y Cia por
parte del Vaticano) son secundarias. Y a Carpenter, se nota, le importan más
bien poco. La película reúne muchas de las constantes del cine
de John Carpenter pero eso, amigos, es otra historia.
Lo cierto es que el cine vampírico muere y resucita
a gusto del consumidor. Religión, sexo, muerte, vida, sed de venganza,
ritos ancestrales, maldiciones milenarias, razas perseguidas, adictos al rock
& roll y leyendas sin fin se conjugan en un subgénero cinematográfico
de carácter extenso y mestizo que aun tiene muchas cosas que contar.
Y aquí estaremos nosotros para hablar de ello.
"El cine vampirizado"
Un artículo de J.P.Bango
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