Seccion: Biografías (Lecturas: 13104)
Fecha de publicación: Junio de 2004
El día que Narciso Ibáñez Menta conoció a Lon Chaney
Un homenaje y recordatorio al "Hombre de las Mil Caras" del cine y TV argentina y española. Darío Lavia
Hace
muy pocos días nos tocó enterarnos del fallecimiento de Narciso
Ibáñez Menta. Personalmente (y creo compartir esta confesión
con más de uno de ustedes) estuve consternado. Más tarde, buscando
los motivos de esa consternación, me di cuenta que no venía del
propio deceso del actor, que había estado muy enfermo durante los últimos
dos años y que había vivido una maravillosa vida. Tampoco provenía
del hecho de saber que ya no estaba entre nosotros quien fue y será uno
de mis más admirados íconos artísticos.
No. El verdadero motivo era el hecho que el genio de Narciso nunca fue totalmente
reconocido. En España la noticia fue anunciada con este subtítulo
"el recordado padre de Chicho Ibáñez Serrador". Claro,
en el campo cinematográfico, Narciso no filmó ninguna película
realmente importante en España, y televisivamente solo tuvo brillo en
las varias Historias Para No Dormir y los ciclos ideados por el gran Chicho,
salvando la excepción de ¿Es Usted el Asesino? (1968). Pero al
otro lado del Atlántico, Narciso participó, durante los años
40, en una sucesión de películas biográficas de notable
factura, protagonizando, como broche de oro, algunos clásicos del cine
argentino, como EL QUE RECIBE LAS BOFETADAS (1947) y OBRAS MAESTRAS DEL TERROR
(1960). En la pequeña pantalla, el actor de la voz cavernosa estuvo liderando
los rátings desde aquellas primitivas Obras Maestras del Terror de 1959
hasta el cénit de El Hombre que Volvió de la Muerte (1969), pasando
por la mediocre pero igualmente exitosa El Pulpo Negro (1985), que (hasta donde
yo se) quedaron inéditas en el Viejo Continente. Y aquí llegamos
al verdadero motivo de mi consternación: la triste realidad de que tal
vez sus más memorables trabajos televisivos se hubieran perdido para
siempre por la penosa actitud de técnicos y ejecutivos de canales que
no tuvieron el tino de conservar las grabaciones como documento histórico,
y solo quedaran en la memoria de los millares de personas que en su momento
las vieron.
Narciso
abordó los campos artísticos del teatro, el cine y la televisión
y los más variados géneros dramáticos. En el cine y (especialmente)
la TV se hizo sinónimo de terror, pero no, no digamos "terror",
que no le gustaba que lo encasillaran en ese género... durante largas
décadas, entre los años '60 y principios de los '90, su nombre
le significó al habitante medio de Argentina, lo macabro, lo siniestro
y lo truculento: el grand guignol. Claro, al igual que su legendario antecesor,
Lon Chaney, quien también fuera relacionado con el terror a pesar de
no haber intervenido en muchas películas terroríficas, Narciso
tuvo una gran facilidad para cambiar su aspecto externo a través del
maquillaje y este don tenía una importante práctica en el territorio
del género fantástico. Rostros mutilados, avejentados, vampíricos,
monstruosos; nada era impedimento para el actor; su exigente profesionalismo
y algo de divismo, sirvieron para labrar una leyenda. Una leyenda que, cuando
actuaba, provocaba un vaciamiento en las calles de Buenos Aires similar al de
eventos mayores como mundiales de fútbol: las funciones de los cines
se llegaron a demorar hasta que terminara el programa de Narciso en busca del
ansiado público.
Para homenajear al gran Narciso, se me ocurrió extractar una nota aparecida
en una vieja revista, que se centra en un Narciso que ya daba que hablar en
Buenos Aires por su labor en el cine como maquillador y por su carrera teatral.
La nota es de un tiempo en que aún no había TV, tampoco había
debutado como actor en la pantalla grande, y el autor de la nota se preguntaba
hasta cuando iban a esperar los productores y directores para ofrecerle algún
trabajo en cine...
Un Resorte Flojo del Cine Argentino: El Maquillaje
(Sin embargo, en Buenos Aires tenemos un discípulo de Lon Chaney, el
mago de las caracterizaciones)
Extracto de una nota de Adolfo R. Avilés, publicada en Leoplán,
Nº 119, Buenos Aires, 2-8-1939
"Narcisín
Ibáñez es el hombre que, emulando en nuestro medio al gran Lon
Chaney, consiguió despertar nuestra admiración, y que nos rindiéramos
ante la evidencia de que poseemos un verdadero artista en el arte de la composición,
que, por otra parte, practica desde hace muchos años. Para nadie son
un secreto aquellos personajes que, encarnados por él para la escena,
jamás permitían reconocer a un joven, casi un niño. Imitando
sin saberlo, a Paul Muni, creaba rostros impresionantes o cargados de años,
merced a la sabia aplicación de recursos y recetas desconocidas para
la generalidad de sus colegas.
"Con amplios conocimientos de fotografía, dibujo, escultura y larga
práctica, consiguió presentar creaciones impecables. Y para corroborarlo
queda "El Fantasma de la Ópera", donde su creación era
el fruto de siete horas diarias de trabajo ante el espejo. El público
del antiguo teatro Fémina, allá por el año 1934, contemplaba,
entre azorado y temeroso, aquel tétrico y funambulesco personaje, hijo
natural de crueles pesadillas. Así se explica que fuera un desconocido
para la mayoría de sus propios compañeros. Cuando éstos
llegaban al teatro, ya estaba Narcisín completamente en situación,
y al retirarse, recién el "fantasma" dejaba su ingrata investidura...
Al respecto cuenta el aludido que, en cierta ocasión, un actor con quien
trabajaba todos los días, al verlo sin afeites en su cara, le preguntó
por Narcisín Ibáñez, al cual deseaba hablar urgentemente...
"El maestro y "pioneer" del maquillaje cinematográfico
ha sido indudablemente Lon Chaney, el hombre del mirar bueno, el de "la
vida en los ojos". Su arte, que nunca se preocupó de ocultar, tenía
características propias. Ostentaba un sello de exclusividad, y de su
contacto con él extrajo Narcisín Ibáñez provechosas
enseñanzas. Era el año 1927. El cine no había adquirido
la palabra ni el dominio que hoy le reconocemos. Su primitivismo le concedía
tonalidades de arte intrínseco, y llevado Narcisín Ibáñez
a la América del Norte, por sus compromisos teatrales, llegó hasta
Hollywood. Sabía de Lon Chaney. Admiraba sus portentosas transformaciones
y soñaba repetirlas. Fue así como un amigo, Ortega, director de
"Cine Mundial", los acercó. "Para mí - dice Narcisín
-, aquel hombre de cuerpo atlético, técnicamente trabajado por
la gimnasia, parco en palabras, que mientras nos presentaban seguía aplicándose
colodión para simular una cicatriz, o se aplicaba ligeramente el cisne
pleno de polvos por sobre el rostro, era algo así como un Dios... Le
mostré unos retratos, testimonios de mis humildes, aunque empeñosas
caracterizaciones para las tablas, y debió haber visto en mis ojos, en
el ansia con que escuchaba la traducción de sus palabras, algo que ignoro;
pero lo cierto es que complacido repitió una y otra vez los pormenores
que hacían inigualable su especialización." La visita se
efectuó varias veces, y las observaciones dieron resultado. El admirador
de Lon Chaney, con el correr del tiempo, perfeccionó su técnica,
y el autodidacta llegóse al profesional..."
Desde aquí un sentido homenaje, Narciso, Q.E.P.D.
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