Seccion: Cronicón (Lecturas: 19687)
Fecha de publicación: Agosto de 2005
John Carpenter y el cine fantástico (Segunda parte: de Golpe en la Pequeña China a Ghost of Mars)
Mediados de la década de los ochenta Carpenter ha dejado de ser el gran revitalizador del Cine Fantástico para convertirse en uno de los subgéneros más reconocibles y substanciales del mismo. Buscando su sepultura particular en el panteón de los cineastas irreductibles, JC se va a adentrar en las prerrogativas de la serie B (alejándose, en consecuencia, de un mainstream hollywoodiense del que nunca se sintió parte). J.P. Bango
Introducción: El Retorno del Hombre Franquicia
Mediados
de la década de los ochenta: JC ha dejado de ser el gran revitalizador del Cine
Fantástico para convertirse, con entidad propia, en uno de los subgéneros más
reconocibles y substanciales del mismo.
Buscando su sepultura particular en el panteón de los cineastas irreductibles,
John Carpenter se va a adentrar en las prerrogativas de la serie B (alejándose,
en consecuencia, de un mainstream hollywoodiense del que nunca se sintió parte)
que le va a garantizar, ante todo, a) el mantenimiento de su libertad creativa;
b) la independencia en su trabajo; c) el desempeño de su labor en el marco de
un grupo de trabajo recurrente, d) una reducida comuna de seguidores entusiastas,
e) una respuesta similar en las taquillas mundiales (sin grandes éxitos: salvo
Vampiros, sin grandes fracasos: salvo Memorias de un hombre invisible) f) trascender
los códigos genéricos sin tener que dar más explicaciones que a unas productoras,
por cierto, usualmente conniventes con la ideología creadora del director.
A partir de Starman, J.C., hará de cada nuevo proyecto una apuesta por el cine
fantástico personalísima y, sobretodo, desenfadada que ganará tantos seguidores
como detractores. Y se distanciará aún más, y con una cierta insolencia, de
aquellos que consideran que lo mejor del autor pertenece a los pretéritos tiempos
de los 70.
Ya veremos que nada más lejos de la realidad.
2.9. El espíritu de la Golden Harvest (Golpe en la pequeña
China)
Jack Burton:
Can't stand the fire, get your ass outta the kitchen.
El
drama romántico aderezado con retales de cine de embajadores alienígenas que
Carpenter pergeña en Starman, propiciará en el cine de su autor una tercera
vía creativa basada en la conjunción de géneros, a priori, antagónicos. Esta
premisa de aires cinéfilos hará de Golpe en la pequeña China una Comedia kitch
de artes marciales sazonada con segmentos de cine fantástico de perfil bajo...
Un Cine solaz y vocacionalmente menor realizado, contra todo pronóstico, al
albor del embrionario cine oriental de los años ochenta.
Sax Rohmer y Fumanchu, los seriales de entreguerras de los años 30, la productora
Golden Harvest, los Shaw Brothers, el cine de artes marciales de los 70, y la
apostura cínica de otro de los homenajeadores de aquéllas: Indiana Jones. El
legado de referencias cinéfilas en el que se mueve Golpe en la Pequeña China
no parece amedrentar a su artífice a la hora de abordar una visión sobre el
tema en una década, la de los ochenta, en que los cineastas posteriores a la
generación de la televisión sentían la necesidad de devolver al cine, su dimensión
entrañable, su carácter divertido e intrascendente en forma de guiño reverencial.
Golpe en la Pequeña China lo protagoniza un camionero aficionado a las camisas
de tirantes, de aires rudos y descarados que, sin buscarlo ni pretenderlo (característica
habitual de los films del norteamericano), se ve imbuido en una aventura extraordinaria
(literalmente) discurrente por todos los recovecos de la iconografía pulp de
origen chinesco. Es, naturalmente, otro de los anti-héroes perpetrados por John
Carpenter y por Kurt Russell pero al contrario que Snake Plissken (1997...)
o que McReady (The Thing), los movimientos y decisiones de este bruto personaje
se definen con la torpeza y la imprudencia, con la hosquedad y la descortesía.
Es más, en su afán de recrear un personaje despojado de cualquier vestigio de
genialidad, Russell construye a Jack Burton como un ser autoparódico y, ciertamente,
gracioso en la mejor tradición de la comedia gruesa norteamericana al mismo
tiempo que lo presenta como un tipo incapaz de dar una a derechas en las innumerables
ocasiones en que su rol protagonista le exige manifestar su condición heroica
(circunstancia de guión que propiciará una buena suma de secuencias hilarantes).
En
el argumento de Golpe en la Pequeña China se mezclan secuestros a pie de aeropuerto,
mafias chinas aficionadas a los juegos de magia y a las patadas de kárate (olvidaos
de Manhattan Sur), una estupenda Kim Katrall presumiendo de camiseta ajustada,
émulos canijos de Bruce Lee, un malo megalómano aficionado a los liftings y
los cambios de imagen, y pasajes desbordados de gozosa y disfrutable imaginación.
Sin dejar un respiro al espectador, algo habitual en la filmografía del cineasta,
la acción discurre por los más variados géneros, desde la explotation de artes
marciales, hasta la heroic fantasy propiamente dicha, recolectando de todos
ellos un deje homenajeador que va a convertir al film de Carpenter en un ejercicio
cinéfilo autocomplaciente y vibrante, construido para aficionados sin perjuicios
de toda edad, género y condición. Para estas alturas J.C,, deja claro que su
enorme capacidad para la reinvención autoral no tiene límites.
Carpenter exonera a su película, en fin, de cualquier raigambre con la trascendentalidad
hasta el punto de reclamar del espectador una complicidad necesaria para disfrutar,
en toda su plenitud, la excelencia de este magnífico pastiche.
El director de La Niebla demuestra que no está -ni mucho menos- acabado pero
comienza a coquetear con los caprichosos designios de la autocomplacencia.
2.10. Giallo diabólico (El príncipe de las tinieblas)
Introducido
en el mercado europeo como un apóstol del cine independiente de género, John
Carpenter se sabe objeto de numerosos estudios y retrospectivas, loas y afectos
que comienzan a forjarle un nombre al margen de la gran industria, destacando
su labor de cineasta irreductible, personalidad independiente, y gran controlador
de sus producciones... Más brandman que nunca, el director se convida a devolver
al Slasher a sus orígenes latinos, no sin antes darse el capricho de introducir,
por primera vez en su carrera, una historia diabólica a su particular modo de
concebir el cine de terror contemporáneo.
Si hay una década clave para el resurgimiento del cine diabólico ésta es la
década de los 70 sobretodo a raíz del éxito crítico y comercial de la Semilla
del Diablo a pesar de que esta jugaba con la posibilidad de que todo lo expuesto
fuera fruto de la imaginación de su protagonista. Más aún, la decadencia definitiva
de la Hammer, incapaz de reconducir por la senda del terror sus productos más
erotizados y autoparódicos, propiciará una voz de alerta en el ámbito del fantástico
que sólo logrará recuperar parte de su credibilidad, dentro de los dictados
de la serie A, tras el vasto éxito de la adaptación cinematográfica de un best
seller menor, El Exorcista de William Peter Blatty, trasladado a imágenes de
forma especialmente inspirada por el inane William Friedkin. El éxito merecido
de la cinta pondrá de moda el cine diabólico, dando lugar a otra producción
significativa sólo tres años después, La Profecía -el film de Richard Donner-,
que además servía para introducir en el subgénero uno de sus roles patronímicos
más comunes: el anticristo. Precisamente, el acercamiento de Carpenter a esta
temática tomará este elemento como punto de partida para una de sus películas
argumentativamente más ambiciosas: El Príncipe de las Tinieblas.
Después del fracaso económico de su anterior film, John Carpenter retorna a
la serie B, su reino particular, sin abandonar su pasión por el cine de género,
mezclando el cine diabólico con la metafísica, en realidad, convirtiendo un
argumento matemático trufado de referencias sectarias, estudiantes para-universitarios
(sumergidos en una atmósfera mística que recuerda a Drácula 73 o a Los Ritos
Satánicos de Drácula), poseídos con ojos de indigente y decapitaciones de diseño...
en un primer homenaje descarnado y consciente hacia su propia filmografía donde
comienzan a repetirse mucha de las constantes propias de la misma, en especial
el grupo de personas encerradas en un recinto que se ven hostigadas desde el
exterior (aquí una camada de zombies mendigos liderados por un personaje de
pocas palabras y presencia aterradora); arquetipos aquí adimentados por uno
de los argumentos más complejos y arriesgados de su filmografía, en una expuesta
simbiosis entre el cine de invasiones diabólicas (con la consabida llegada del
Anticristo) y el Giallo de terror italiano (cabe citar su parecido estético
con el clásico videográfico de Lamberto Bava: Demons).
La franquicia John Carpenter comienza a tomar forma y cuerpo con resultados
francamente meritorios (a pesar de ser una de las películas más desconocidas
de Carpenter sigue siendo su trabajo más reivindicable, en realidad, su auténtico
film de culto), recuperando para el cine de terror (y para el cine carpenteriano)
uno de sus actores más reconocibles, Donald Pleasence, y para su propia filmografía,
uno de los iconos que mejor la definen: una iglesia de ascendencia feérica.
Caracteres satisfactorios que definen con cierto brillo esta magnífica Serie
B. Y es que el cine de Serie B, en Panavision y de la mano de Carpenter, siempre
lo parece menos. La prueba más evidente, su siguiente película: Están Vivos.
2.11. Parábolas de Ciencia Ficción (Están Vivos)
En
los últimos estertores de la era Reagan y con la guitarra a cuestas, Carpenter
vuelve al Cine de Ciencia Ficción Extraterrestre con Están Vivos, una vuelta
de tuerca a las invasiones alienígenas cinematografiadas: contracultural, antiglobalizadora
y, conscientemente, transgresiva.
A expensas de un nuevo salto evolutivo en el desarrollo de los efectos especiales,
el cine de ciencia ficción de invasiones alienígenas permanece aletargado en
el ámbito de las series de televisión populistas (V), los homenajes de índole
autocomplaciente (¿hay alguno que no lo sea?), y las actualizaciones de viejos
éxitos de los 50 (Invasores de Marte), todos ellos, convertidos en productos
nostálgicos de un cine, el de ciencia ficción de invasiones marcianas, pergeñado
en los años de la posguerra al abrigo de las paranoias propiciadas por la Guerra
Fría.
John Carpenter no descuida en Están Vivos la premisa adoctrinadora de aquellos
envejecidos filmes pero, fiel a su estilo, lo hace subvirtiendo sus esquemas
ideológicos al transformar, por primera vez en la historia del cine, una película
de ciencia ficción en una crítica deconstructiva e insolente del capitalismo
más visceral e insaciable. (Ideología nada ajena, sin embargo, en la ciencia
ficción literaria y que, en cierto modo, ya había inspirado la sugestiva Halloween
III. Las máscaras de Halloween, la secuela más sediciosa y cáustica del Slasher
de Carpenter).
El argumento va a definir al film: John Nada, obrero en paro sin oportunidad
de dejar de serlo, transeúnte secular de una ciudad que lo aísla y desprecia,
(osea, candidato ejemplar para representar uno de los antihéroes carpentenianos)
encuentra, por casualidad, una remesa de gafas de sol extraviadas que, como
no podía ser de otro modo, recoge, guarda y, en último término, utiliza para
si mismo. Las gafas, le van a presentar una visión de su cotidianidad sorprendentemente
novedosa: muchos de los viandantes ocultan tras sus facciones humanas una apariencia
¡alienígena! Pero el hallazgo llega más allá cuando descubre mensajes subliminares
impostados en los anuncios publicitarios y en los medios de comunicación que
promueven un consumo compulsivo y enfermizo, o que la mayoría de los policías,
políticos y hombres de negocios pertenecen a dicha facción invasora (algo que
de modo menos belicoso volvería a insinuar Barry Sonnenfeld en MIB). Carpenter
convierte, de repente, al invasor alienígena en un asociado del sistema capitalista
y, más aún, en su principal promotor y sustento.
John Nada se sumergirá, sin quererlo y superado por el descubrimiento que acaba
de realizar, en un supramundo desconocido que le emparentará a sectas que predicen
el fin del mundo (asimilación conceptual que unifica, ideológicamente, Estan
vivos con el anterior film de Carpenter), a una resistencia activa formada por
desposeídos y marginados (ya os digo que no hay mensaje más revolucionario en
la cinematografía contemporánea) y, finalmente, al conocimiento de un complot
que perfeccionará la invasión alienígena y que Nada y sus colegas se aprestarán
a evitar de algún modo.
Carpenter retoma el tópico de la invasión de ultra cuerpos con notable sarna
y mala uva, dándole a McCarthy (y a sus acólitos seguidores) donde más debía
dolerle, al mismo tiempo que se invita a realizar la ciencia ficción parabólica
más iconoclasta y subversiva de la década de los 80.
El próximo film, realizado cuatro años después de aquella invitación revolucionaria
a la desobediencia (el mayor período inactivo de su carrera, por cierto) volvería
a reencontrar a Carpenter con uno de los Grandes Estudios...
2.12. Memorias de un hombre desencantado (Memorias de un
hombre invisible)
Memorias
del Hombre Invisible, podría haber sido el título de una autobiografía bosquejada
por un tipo carente de ego, pero no. El siguiente film de Carpenter nos presenta
el retrato de un trabajador condenado por su empresa a desaparecer, literalmente,
del entorno rutinario que lo acomoda. Todo esto, en un contexto de sutil ciencia
ficción...
El Hombre Invisible es uno de los personajes más fascinantes de la literatura
de fin del Siglo XIX fruto de la inabarcable imaginación del marciano H.G. Wells,
escrita justo después de otro de los clásicos del género: La Isla del Dr. Moreau.
La novela de Wells nos introduce en la historia de un mad doctor, Griffin, que
promueve su invisibilidad a través de la investigación científica con propósitos
victorianamente redentores: revertir la decadencia de su condición social. La
invisibilidad hará de Griffin un ser mezquino y despreciable haciéndole partícipe
de una imparable ascensión criminal que culminará, en un último término, con
su propio asesinato. El mismo final para diferentes objetivos y pretensiones,
utilizaría la productora Universal y su discípulo más destacado, James Whale,
para adaptar la novela del británico al lenguaje cinematográfico. En la adaptación
de Whale, el científico protagonista (un mad doctor subsumido en un ambiente
de Serie B) se desvanece de su hábitat por cuenta de una poderosa droga (otra
parábola) al mismo tiempo que se sumerge en una intriga policial y amorosa que
acabara con sus invisibles huesos en la morgue por causa de un humo maldito.
Tras numerosas secuelas y parodias, El Hombre Invisible desaparecería de la
cotidianidad cinematográfica hasta que el injustamente olvidado Anthony Dawson
lo rescatara con una remozada versión, de idéntico título, realizada a rebufo
del cine de género italiano de los años 70, con sosegado acierto y poca trascendentalidad.
John Carpenter olvida conceptualmente (no así en ciertas imágenes), todos estos
referentes a la hora de abordar una versión sobre el mito en la adaptación de
la novela de H. F. Saint: Memorias de un hombre invisible, retomando su espíritu
cómico-trágico, resolviendo su película como un melodrama existencial, de pausado
ritmo, que coquetea con el policiaco más tópico, la comedia irónica y, finalmente,
con una historia de amor al uso que, en cierto modo, llega a recordar a Starman.
El regusto melancólico lo pone un Chavy Chase travestido de Nick Halloway,
un empleado taciturno y más bien mediocre que se ve infectado por el virus de
la invisibilidad por cuenta y gracia de un accidente corporativo. Sin quererlo,
el bueno Nick se convierte en un hombre perseguido por policías, agentes del
FBI y científicos especuladores. La invisibilidad que padece le impide además
consumar una historia de amor, de algún modo, el último resorte que lo mantenía
unido con el mundo de los humanos visibles.
Lejos
de desarrollar cualquiera de las más que reutilizables vertientes argumentales
que insinúa, y dado que el trabajo interpretativo no da mucho más de sí, Carpenter
se dedica a aprovechar el presupuesto con el que cuenta -y la colaboración de
la IL&M- para recrearse en los efectos especiales (más que destacable es la
repulsiva secuencia de la digestión) y adaptarlos al entramado de forma que
no desvíen, en demasía, la atención del espectador (algo que se le escaparía
a Verhoeven en la posterior El Hombre sin Sombra), obviando cualquier vínculo
con el exhibicionismo (por eso nos muestra siempre a Nick/Chavy Chase una vez
que ya hemos asumido que los demás no pueden verle) y sin renunciar a su condición
de mero artificio narrativo. Carpenter utiliza el departamento de efectos visuales
al servicio de la historia y no al revés (de nuevo, es imposible dejar de pensar
en el bueno de Verhoeven), y lo convierte, sin lugar a dudas, en el aspecto
más destacable del film. El peor, despido de William Goldman aparte, es el protagonismo
del inexpresivo Chavy Chase, un cómico venido a menos y sin apenas parentesco
con la causticidad, interpretándose a si mismo (suponemos que no sabe hacer
otra cosa) con poca convicción y menos talento.
En fin, toda la acción se centra en la persecución de un hombre que, la verdad,
ni siquiera quiere huir. Un arrinconado que sólo comienza a tener importancia
para el Sistema cuando, literalmente, desaparece de él. Premisa argumental,
pues sí, profundamente metafórica que acerca a esta historia de Carpenter a
las particulares diatribas existencialistas que subrayan buena parte de su filmografía.
2.13. En la mente de Carpenter (En la boca del miedo)
Película
de múltiples facetas y lecturas, conceptualmente confusa pero harto subyugadora,
el acercamiento de Carpenter al espíritu Lovecraftiano le sitúa junto a una
de las vertientes menos exploradas de su filmografía: el terror psicológico.
No hay muchos ni importantes referentes cinematográficos que merezcan la pena
destacar como adaptaciones, propiamente dichas, del universo del escritor de
Providence. Sí hay aproximaciones, más o menos destacables dentro de los estrictos
márgenes del cine fantástico de serie B en El Palacio de los Espíritus de Roger
Corman, en Die, Monster, Die de Daniel Heller, o, sobretodo, en ¿Por qué lloras,
Susan?, de David Green, que adaptaba con cierta economía narrativa uno de sus
relatos más populares: The Shuttered Room. Dentro de las estrictas prerrogativas
del cine de terror, se han querido ver influencias del autor en La Cosa del
propio Carpenter, en Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes de Lucio Fulci
y en las comedias gore: Re-animator y From Beyond. Una versión de La Mansión
de Cthulhu por cuenta del inefable J. P. Simón servirá de prólogo para el acercamiento
apócrifo que sobre la obra de Lovecraft realiza Carpenter en In the Mouth of
Madness.
Carpenter renuncia a adaptar un relato concreto de Lovecraft al mismo tiempo
que reflexiona sobre buena parte de su universo y afectos literarios. Pero su
interés por el universo conceptual del escritor norteamericano no desvía el
interés hacia otros temas igual de sedutores. Así las cosas, En la boca del
miedo especula sobre el poder y fascinación que ejercen los mitos sobre si mismos
y, naturalmente -y esto nos pone de lado de las víctimas de la película- sobre
la necesidad inexcusable que tienen los lectores de alimentarse con generosas
raciones de malignidad ficcionada.
Film metafísico, visualmente fascinante, vocacionalmente terrorífico, En la
boca del miedo supone la consagración definitiva de John Carpenter como demiurgo
del cine de género presentándolo, sin duda, como el más personal y audaz de
sus artesanos. Es una película concebida para ser recordada por el fascinante
poder de sugestión de muchas de sus imágenes, y por el notable grado de inquietud
derivado de sus secuencias más aterradoras (a destacar la de la cafetería: de
nuevo, otra lección narrativa).
El
argumento, claro, surreal: Un empleado de una compañía de seguros (Sam Neill)
se sumerge en una extraña y delirante aventura cuando un editor, interpretado
por Charlton Heston, le contrata para desentrañar el paradero de la gran estrella
literaria Sutter Cane, momentos antes de que su nueva y exuberante novela llegue
a las librerías de todo el país. Impelido por su condición de sagaz investigador,
el bueno de Sam Neill comenzará la búsqueda de su oponente acudiendo a una de
las fuentes más obvias: la propia mente del artista transmutada en su prolífica
producción literaria. En las fauces de este singular escritor/creador encontrará
-no debía haber buscado- una revelación fatal que lo llevará de forma irreparable
a la más acolchada celda de un siniestro frenopático.
En la Boca del Miedo mezcla realidad y ficción y ficción dentro de la ficción,
iglesias que ocultan puertas a lo desconocido, niños que persiguen a los perros,
cuadros que cambian de forma, poblados fantasmas que aparecen y desaparecen
por doquier, ciclistas nocturnos aficionados a los deja vù, albergues de cuento
con viejecillas asesinas, escritores que buscan su inspiración en niveles próximos
al averno, Apocalipsis dictados por monstruos lovecraftianos, invasiones víricas
de índole demoníacas y empleados de compañías de seguros ateos que renegando
de la existencia de un Dios se asustan y vuelven locos al descubrir que, en
realidad, no son sino una de sus más ignominiosas creaciones...
Y también habla de nosotros, espectadores incautos, mitómanos que exageran
a sus leyendas, sectarios siempre insatisfechos que presumen de esperar de sus
mitos la vuelta de tuerca definitiva.
La película de Carpenter, escrita por Michael diLuca es una cinta que admite
múltiples interpretaciones y que se recuerda, sobretodo, por los numerosos hallazgos
visuales que la conforman. Es, naturalmente, un ejercicio de estilo en el que
el cineasta vuelve a evitar encasillarse -y de qué modo- en los insalvables
entresijos de la previsibilidad.
2.14. Entrañable cine de serie B (El pueblo de los malditos)
La
Guerra Fría, fuente de paranoias y temores por doquier, originaría una fuente
inagotable de material conspirativo que sería aprovechado por las productoras
cinematográficas para generar sus argumentos de ficción en torno a una pregunta
recurrente: ¿qué pasaría si nuestra feliz cotidianidad se viera saboteada/colapsada
por acérrimos enemigos del sistema?
Si Carpenter se sirviera de La Cosa para homenajear (y de paso redefinir) las
constantes de la Monster Movie clásica, El Pueblo de los malditos hará lo propio
con el cine de invasiones alienígenas de bajo presupuesto readaptando la novela
Los Cuclillos de Midwich de John Wyndham y uno de los filmes que ésta inspiraba:
The Village of the damned, a cánones productivos próximos al formato televisivo
y al cine fantástico de talante clásico y revisionista (de la que también forman
parte Los invasores de Marte de Hooper o Matinee de Joe Dante). Pero ésta es
sólo una apariencia formal, pues tras el ritmo armónico, estructura coral y
ausencia de efectos especiales de la película, se esconde un trabajo pulcramente
realizado por el cineasta que recupera para el gran público uno de los hábitat
más reconocibles del aficionado al género: un pequeño pueblo asolado por una
extraña plaga (alienígena o no) (Y que en cierta manera, ya inspirara La Noche
de Halloween), y alguno de los personajes más turbadores del mejor cine de terror:
los niños asesinos (léase el artículo: “Semillas de Maldad”). Trabajo de género
que va a servir al director para reconociliarse con los seguidores del fantástico
de talante revisionista.
La trama nos introduce en un día cualquiera en una pequeña villa y en como
influirá, a largo plazo, la enigmática presencia de una extraña nube que paralizará
a todos sus habitantes, en primer lugar, y fertilizará a sus mujeres, después,
con la intención de crear en el pueblo una comuna de prohombres mutantes. Nueve
meses después de la irrupción violenta de la sombra (uno de los momentos más
turbadores del fantástico contemporáneo) nacerán una serie de bebés que con
el paso de los meses desarrollarán una mente colectiva liderada por un subconsciente
telepático que parece incitar a los niños a someter a todo aquel que ponga en
peligro sus vidas.
Olvidando
los preceptos adoctrinadores que inspiraron la primera adaptación de la novela,
la película de Carpenter alcanza su sentido en el retrato de las situaciones
dramáticas que el nacimiento y crecimiento de los niños va provocando, en los
experimentos que los miembros de las fuerzas de seguridad (de nuevo, superados
por el entorno ¿y van...?) promueven contra los niños y en la relación que,
en último término, desarrollan éstos con sus progenitores. El sentido del film,
costumbrista, choca de frente con la idea última de la película -algo habitual
en Carpenter-: de aires apocalípticos. De nuevo, la raza humana se ve amenazada
por entidades supraterrenales de ascendencia destructora pero la propuesta,
lejos de recrearse en su vertiente más beligerante, hace hincapié en el aspecto
melodramático, ofreciendo un tour de force entre la especie alienígena con voz
y cuerpo de niños y sus padres, víctimas ineludibles de tan curiosa invasión.
El pueblo de los malditos es, tanto en forma como en fondo, un producto de
otro tiempo que vuelve a destacar por su factura técnica y por la renuncia expresa
a las servidumbres del cine de consumo: no hay gore, explosiones (significativas)
ni situaciones heroicas innecesarias. Y sí un cierto regusto a cine entrañable
e intemporal.
El cine de Carpenter vuelve a demostrar que esta (muy) por encima de las modas
y los modismos, recuperando con este film entrañable el afecto de la crítica
y de buena parte de su público. Unanimidad crítica y popular que no llegaría
más allá de su siguiente película.
2.15. El regreso del Antihéroe (2013... Rescate en los ángeles)
Snake
Plissken vuelve con más presupuesto que nunca, embadurnado de cinismo, riéndose
de si mismo y de su estatura, pero sin dejar de lado su carácter sarcástico
y burlesco, denunciando las prebendas de una sociedad cada vez más retrógrada
y reaccionaria.
Como remake en forma de secuela que es, Escape from L.A. actualiza la mayoría
de las situaciones que ya estaban presentes en la primera parte, bordeando los
límites de la autoparodia en la mayoría de su metraje y rebasándolos, generosamente,
en el resto, canjeando la cárcel en forma de isla de aquella, con una ciudad
de ascendencia redentora (separada -también- del continente por cuenta de una
orografía sometida a no pocos vaivenes) que tiene como misión acoger a los desterrados
y a los indeseables, a exiliados y expulsados de un país, los Nuevos Estados
Unidos de América, convertido en una suerte de estado reaccionario, para-fascista
y ultrarreligioso.
Así nos encontramos con un nuevo secuestro, esta vez autoprovocado, no ya del
presidente sino de su hija, Utopía, que se lleva consigo unos documentos valiosísimos
(para la seguridad nacional, se entiende); documentos que ejercen de mcguffin
promovedor de las actuaciones de todos los protagonistas salvo las de Snake,
cuya única motivación sigue siendo la protección de su propio cuello. También
nos encontramos con un líder local, una especie de guerrillero que se ha hecho
fuerte en el exilio, y que aspira a la reconquista con modos más que parecidos
a aquellos contra los que una vez combatió.
Snake
Plissken vuelve a quedar en medio. Obligado por el Gobierno a rescatar a la
hija del Presidente (inducido por un método de coerción más que irresistible:
volver a tiempo para tomar el antídoto del virus que le han inoculado), debe
aprender a sobrevivir en un entorno salvaje donde ni siquiera encuentran su
hueco las leyendas y combatir contra el grupo rebelde; compromiso al que se
entrega con un único e inexcusable propósito: la venganza. Por ello y para ello,
monta en submarino, vuela en ala delta, juega el baloncesto (en un duelo westerniano
de carácter hilarante que rebela el carácter paródico de toda la función), y
surfea sobre una gran ola al ladito mismo de Peter Fonda. Hace, claro, turismo
por un Hollywood deteriorado y huye de un cirujano plástico enloquecido (genial
Bruce Campbell) que pretende convertir su piel en materia prima de viejas glorias
de Beverly Hills.
2013... Rescate a los Angeles, nos devuelve, en fin, a un Carpenter gamberro,
subversivo y nada conciliador que dinamita todo el presupuesto en formas semejantes
al artesanazgo con el designio de hacer de su película un cómic cinematografiado,
un film moderno, solaz y esencialmente transgresor.
Anarquismo y duelos a muerte de carácter westernianos, contactos con la resistencia
local, una posibilidad de amor frustrada con sorprendente premura, y un aprovechamiento
de primer orden narrativo de la técnica prospectiva de la holografía (que nos
recuerda al Verhoeven de Total Recall), van a ser caracteres recordados de este
film menor que, sin embargo, vuelve a ubicar al cineasta en la cúspide de la
indocilidad cinematográfica.
2.16. Vampiros de John Carpenter: el resurgimiento del cine
de vampiros
Retazos
de horror y romanticismo, de comedia vacua y gore ilimitado, de sombras chinescas
y expresionismo abstracto, de amor consentido y amor salvaje, de cine de perseguidos
y de cine de perseguidores, de pugnas perpetuas entre seguidores del bien o
del mal, de Dioses y de Diablos, de condes aristocráticos y de vampiresas lesbianas,
de baños de sangre y estacas por doquier, de bailes entre espejos y de ojos
subyugadores... habían protagonizado, con menor o mayor dosis de acierto, la
cinematografía vampírica hasta la llegada de Carpenter al subgénero, con su
guitarra y su narrativa clásica, con el convencimiento de estar legando para
los restos... el western de vampiros por excelencia.
Carpenter retoma el mito reconociendo alguna de sus constantes (la presencia
de un cebo femenino, el poder asesino de la luz del sol...) y transgrediendo
la mayor parte de ellas (rebasando los límites de lo políticamente correcto,
es decir, siendo fiel a si mismo), presumiendo de un estilo personalísimo y
de una apostura narrativa sobresaliente donde destaca la composición de plano,
la belleza formal de muchas de sus escenas, el excelente trabajo de Gary B.
Kibbe en la fotografía, el trabajo de dirección del cineasta en una de las películas
mejor encuadradas (que ya es decir) de su carrera.
En Vampiros de John Carpenter, los buenos y los malos quedan separados por
una delgada línea roja delimitada por el montante dinerario que pone en juego
cada facción. La iglesia y el diablo, los cazavampiros y los vampiros, son piezas
de un mismo ajedrez que buscan ante todo su supervivencia dentro del entramado
brutal del que forman parte. De paso, Carpenter aprovecha el envite para burlarse
de una autoridad eclesiástica que antepone el color del dinero a los designios
irremplazables de la Fe...
Vampiros de John Carpenter (adaptada de una irónica novela de John Steklay:
Vampire$) narra el día a día de un cazavampiros a sueldo del Vaticano, Jack
Crow, y su grupo de exterminadores mercenarios, y su relación con un vampiro
líder, Valek, un animal salvaje, conspirador y poderoso, que pretende como último
fin resolver el hechizo que le imposibilita caminar bajo la luz del sol. Por
eso toda la estructura deviene en un único objetivo: posibilitar un duelo entre
antagónicos, un duelo entre Valek y Jack Crow, vampiro y cazador, malo y bueno
o bueno y malo, tanto da, como en los mejores western, una pugna a muerte que
encuentra su fundamento en la venganza (ambos han matado a los compañeros/familia
de su oponente) y su resolución, en el homenaje cinefílico al Drácula de Terence
Fisher.
Dos subtramas argumentales enriquecen la valoración global del film: una, la
protagoniza un Daniel Baldwin, exterminador enamorado de una prostituta, Sheryll
Lee, víctima de Valek y conectada psíquicamente a él y que el grupo de Jack
Crow utilizará a modo de señuelo. La otra la protagoniza un sacerdote, un joven
impetuoso educado en los aspiraciones de la investigación eclesiástica que pierde
su virginidad a base de estacazos y su fe al lado de aquellos que utilizan la
cruz como objeto crematístico. Un contrapunto humorístico a una historia existencial
que persigue la reformulación de los arquetipos del cine de vampiros y se encuentra,
nada más y nada menos, con una de las obras maestras más vibrantes y lúcidas
de cuantas se han atrevido a filmar retazos del mito vampírico.
Es, sin duda, la película más inspirada de la segunda época de Carpenter y
uno de los filmes favoritos de quien esto escribe y firma. ¡Viva la objetividad!
2.17. Ghost of Mars: Resumen de una vida dedicada al cine
fantástico
Recuerdo
haber salido del Cine donde acababan de proyectar Ghost of Mars aterido por
una sensación de incertidumbre, un temor, en realidad, propiciado por el despligue
de insinuaciones contenidas en éste, hasta entonces, último film de Carpenter.
¿La causa? Pensaba que Carpenter había utilizado esta película para despedirse
de todos sus seguidores, una especie de testamento resumidor de muchas de sus
constantes, un ejercicio autocomplaciente en el que el cineasta había utilizado
buena parte de su filmografía, nada más y nada menos, para redefinirla.
Hasta este Ghost of Mars, el cine fantástico ha encontrado en Carpenter un
filón creativo notable, un coherente refundidor de arquetipos, un tipo maniatado
por su independencia que hace de cada nueva incursión en el género una marca
de identidad reconocible, y de los argumentos que subvierte, un modo de mantener
vigente -aún en el ámbito del fantástico- las constantes definitorias del western
de aroma clásico.
Con Ghost of Mars, Carpenter se sale, literalmente, del planeta al mismo tiempo
que retoma la mayoría de los temas y arquetipos de su filmografía en un argumento
evocador: nos situamos en un Marte terraformado, y en un tren de policías que
se dirige a un pequeño pueblo minero con el objeto de recoger -en primer término-
y trasladar, después, a un peligroso preso, Desolation Williams, a las mazmorras
de la capital marciana donde se le espera para ser juzgado. El entramado, dotado
de numerosos elementos provenientes de otros géneros, nos lleva al atolladero
de Shining Canyon, población donde deben recoger al preso, y a una avenida principal
semiabandonada y polvorienta que está a punto de rebelar su gran secreto.
No falta en este film: la niebla en movimiento como elemento premonitorio de
la aparición del mal; un grupo de personas sitiadas por entidades amenazantes;
un antihéroe, desposeído de rango jerárquico, que tiene que hacerse cargo del
liderazgo de un grupo demasiado superado por el entorno; un final abierto, realmente,
un final que ejerce de prólogo de una aventura mayor sugerida en elipsis; un
antagonista que ejerce de líder (un jefe indio embadurnado con colores de guerra)
de una camada de individuos hostiles rebelados contra el sistema y sus seguidores;
un esquema narrativo (y cuasi geográfico) cercano a las servidumbres conceptuales
del western, claro, con el que dar rienda suelta a la cinefilia clasicómana
de su director.
Como
novedades, Carpenter cambia de sexo a su protagonista/antihéroe, envuelve su
entramado en un matronazgo que ejerce de forma de gobierno de la colonia marciana
y, sobretodo, se sirve de varios flashback (pero un único punto de vista) para
contarnos el desarrollo de la historia. Si bien, Carpenter reconocerá después
que el flashback no existía en la primera versión del guión y que se utilizó
como un argucia de montaje utilizada para revertir la “linealidad” del borrador
primigenio, el uso narrativo de este recurso adquiere en esta película de mineros
zombieficados un cierto regusto a cine de aventuras contado en primera persona,
a película de serie B que, sin embargo, sabe diferenciarse de todas sus coetáneas
por su entusiasta falta de pretensiones, por el talante antiheroico y visceral
derivado de las actuaciones y actos de todos los protagonistas.
Ghost of Mars se resuelve como un ejercicio pirotécnico que va perdiendo interés
y relevancia a medida que los zombies aficionados a los piercing comienzan a
degollar las gargantas de sus camaradas humanos pero también sirve para resumir,
bien y a las claras, la mayoría de las constantes definitorias de la cinematografía
del cineasta norteamericano (y buena parte de sus iconos e imágenes más reconocibles).
En este sentido, el último film de Carpenter estrenado hasta la fecha (y en
espera de que su nuevo proyecto siga tomando forma, cuerpo y textura) se revela
como una apología mayestática del subgénero al que Carpenter otorga de nombre
y contenido, único bastión conceptual (y máximo exponente), en realidad, capaz
de reinventarse continuamente dentro de las trilladas fauces del Cine fantástico
contemporáneo.
Nos vemos en los cines.
© J.P. Bango
John Carpenter y El Cine Fantástico: de Golpe en la Pequeña China a Ghost
of Mars
Es un artículo escrito por J. P. Bango a lo largo del presente año 2005 en Ávila.
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