Seccion: Efectos Especiales (Lecturas: 29220)
Fecha de publicación: Junio de 2001
La Sangre en el Cine
En el cine de terror de todos los tipos, uno de los elementos principales (muchas veces común denominador), ha sido el incitar el horror o el miedo a través de la sangre y otros elementos repugnantes (vómitos, vísceras, etc.). Sara Rodríguez Mata

En el cine de terror de todos los tipos, uno de los elementos principales (muchas
veces común denominador), ha sido el incitar el horror o el miedo a través
de la sangre y otros elementos repugnantes (vómitos, vísceras,
etc.). Si muchos de nosotros supiéramos como están rodadas esas
secuencias, no nos causaría tanta repugnancia e incluso soltaríamos
alguna que otra carcajada pensando lo bien que se lo debieron pasar – e incluso,
a veces, la dificultad que debieron saltar- esos locos para rodar sus película.
Por eso, en este artículo propongo desvelar algunos de los trucos utilizados
para simular las escenas más sangrientas y horrorosas. Muchos de estos
trucos – como siempre ha ocurrido con los grandes inventos - han salido del
ingenio de los maquilladores ante un escaso presupuesto y los elementos utilizados
para ello han sido de lo más casero y exquisito, como se comprobará
a continuación.
Como dice Fernando de Felipe, profesor de la Universidad de Barcelona,
«dado que el moderno cine de terror de serie B se basa en los efectos
especiales baratos, el trucaje de saldo encuentra en este género su verdadera
razón de ser. La sangre ha de ser aparatosa, no para ser creíble,
sino para ser admitida como estilo (1). La visceralidad ha
de ser grosera, truculenta, hiperbólica, soportable en su exceso».
Y precisamente nos vamos a centrar en las películas modernas de cine
de terror que han poblado las pantallas en los años 80 y 90, y cuyos
directores más representativos se estudian en el libro de Rubén
Lardín, Las diez caras del miedo.
Demons (1985) de Lamberto Bava es básicamente un descerebrado despliegue
de efectos especiales maravillosos, que se repartieron entre Sergio Stivaletti,
uno de los profesionales más populares de Italia, responsable aquí
de las criaturas y las transformaciones, y Rosario Prestopino, responsable
del maquillaje. Para ello contaron con la "crème de la crème":
sangre a borbotones, dolorosas mutaciones y litros de líquido verde que
babeaban los contaminados y que no era más que un delicioso preparado
de yogur. Y también para Desmons 2 (1986) contaron con cinco
mil millones de liras y ocho semanas de rodaje y que, como la primera parte,
volvió a servirse de los FX como principal tirón comercial.
Para el film Re-sonator (From Beyond, 1986) de Stuart Gordon, el director
contó con la colaboración de cuatro equipos distintos de FX que
trabajaron simultáneamente en la película: Tony Doublin
se encargó de los efectos ópticos y mecánicos; John
Naulin llevó el tema del gore y los maquillajes protésicos
(a él se le debe la dichosa glándula pineal); John Buechler
y su equipo son los responsables de las transformaciones del Dr. Pretorious;
y la criatura que rodea al doctor y otras masas gelatinosas fueron elaboradas
por Mark Shostrom y sus asistentes. El dar con el look ideal para la
película no fue tarea fácil, y para ello se contó con el
dibujante Neal Adams, que evocó los principales aspectos visuales
del film. A pesar del derroche de medios, si algo tenía claro Gordon,
es que no estaba dispuesto a sacrificar una película por sus efectos
especiales. «Cuando veo una película de terror me gusta identificarme
con los personajes, para así poder entrar en la historia y pasar miedo.
He visto muchas películas donde es imposible reconocerse en algún
personaje, son películas vomitivas.», declaró el director.
En Mal gusto (1985) de Peter Jackson, el vómito verdoso
de una palangana que se comen los forasteros fue realizado por el propio Jackson.
Este vómito se realizó a base de yogur, aderezado con cereales,
fruta, guisantes y zanahoria. Un compuesto, según el director, «de lo
más nutritivo». Y, según cuenta la leyenda, durante el rodaje,
Jackson creyó el brebaje poco consistente y le dio el recipiente a un
extra despistado que rondaba por allí para que le sumara algún
elemento que le diera cuerpo. Cuando se retomó la escena, las náuseas
y los mareos de algunos de los actores descubrieron el nuevo ingrediente: el
tipo aquel había añadido varias cucharadas de barro.
Todos los efectos especiales, tanto técnicos como de maquillaje,
incluida la creación de alienígenas, las dos maquetas de la casa
(una de ellas a escala ½) - a excepción de la explosión del coche
(trabajo de Grant Campbell) -, se le deben a Jackson, que contó con la
asistencia de Cameron Chittock. La sangre no era más que sirope
de frutas y los sesos utilizados eran de cordero. Jackson solía visitar
a menudo la carnicería de su barrio, en busca de hígados, corazones,
riñones para poder utilizarlos en su película. «Aprendí
leyendo revistas especializadas, como Fangoria, Cinéfex, y viendo un
montón de películas. A fuerza de experimentar me fui perfeccionando.»
La totalidad de los Fx sumó un gasto de 6.000 dólares
Para Braindead se contó con un repertorio interminable de efectos
especiales, desde los miembros y cabezas que se amontonan en la película
(todos con el rostro de algún miembro del equipo técnico), a la
escena final, la cúspide del gore más gore, para la que se contó
con un promedio de seis litros de sangre por segundo. El responsable fue Richard
Taylor y el trabajo de su equipo ya fue reconocido en 1991, con el Premio
en el Festival de Cine Fantástico de Roma. Bob McCarron, responsable
de Mad Max, Razorback, Los colmillos del infierno, Calma
total, o Aullidos III, fue el encargado de diseñar las prótesis
que luego aplicó Marjory Hamlin. Richard Taylor, el diseñador
de Fx, venía del mundo de la televisión y la publicidad, y su
labor consistió en dirigir y organizar la creación de los diversos
efectos especiales más impactantes de la película: desde el bebé
zombi de 8.000 dólares, que en realidad eran siete muñecos, hasta
la última gota de sangre. Cuatro meses antes de empezar a rodar, Taylor
y los suyos ya estaban planificando su tarea al milímetro: «La sangre
la fabricamos a partir de sirope dorado, teñido con colorantes rojos
y amarillos muy utilizados en cocina. Nos servimos de un descalcificador de
detergente para darle un aspecto algo luminiscente y variar su densidad. El
resultado fue una sustancia muy fotogénica. En el plató, cada
dos horas había que pegarse un fregoteo para no resbalar. Acabábamos
la jornada, sistemáticamente, empapados de sangre de la cabeza a los
pies. Para evitar accidentes, tuvimos que hacer un agujero de evacuación
en el suelo, que además permitía recuperar parte de la sangre».
El sirope terminaba por evaporarse bajo el calor de los focos, y el ambiente
de rodaje se mantuvo de lo más dulzón y pegajoso (2).
La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead)
de George A. Romero, fue todo un reto tanto para el director como para el equipo
de rodaje, y el mantener la continuidad fue una pesadilla absoluta. Casi todo
el trabajo se realizó durante los fines de semana, y a pesar de que en
el rodaje predominaba el compañerismo, las sesiones eran duras y largas,
en ocasiones, hasta 24 horas. Por norma, las escenas de exteriores se filmaban
de noche, y las de interiores durante el día, cubriendo las ventanas
con grandes papeles negros. Para los maquillajes, Marilyn Eastman y Karl Hardman
utilizaron una cera dermatológica que suele usarse en las funerarias,
según el coguionista John Russo, «cuando uno pierde la nariz en un accidente
de coche». La sangre, la mayoría de las veces era sirope de chocolate
– al igual que en la anterior película, La noche de los muertos vivientes,
en la que utilizaron una marca de chocolate especial para simular la sangre
-, y las explosiones, disparos y demás, fueron trabajo de Regis Survinski,
el hermano de Vince, y de Tony Pantanello, según cuenta Romero, «una
pareja de chalados. Podía verlos manipular dos toneladas de explosivos,
y con sendos cigarrillos colgando de sus labios».
Y es que como se habrá podido comprobar lo más asqueroso de las
películas de terror, puede ser al mismo tiempo de lo más dulce
y alimenticio. Y si no, prueben a imaginar los diferentes sabores que podríamos
encontrar en la sangre...
(1) LARDÍN, R., Las diez caras del miedo, Valencia, 1996, Ed.
Midons
(2) LARDÍN, R., op cit, pp. 180-181
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