Seccion: Películas (Lecturas: 2607)
Fecha de publicación: Mayo de 2010
Almas errantes
En los años '30 y '40, Hollywood plasmó el tema de como saldar cuentas pendientes de esta vida con la transmigración de almas en ciertas películas del hoy olvidado ciclo de "almas errantes en la pantalla".
El Abuelito
Aquí estoy de nuevo, amigos, con el
sempiterno propósito de enseñarles cosas viejas e ignotas de las que merecen
ser preservadas antes de perecer definitivamente en el olvido. Vengo a contarles
hoy acerca de uno de los ciclos de cine de miedo más desconocidos de los años
treinta y cuarenta, era añorada en la que el género alcanza su cénit y su fin.
No sufran, que no voy a dar la lata con Frankenstein,
ni la Momia, ni el Hombre Invisible, que por muy apreciados
que sean todos sus filmes deben ustedes sabérselos de memoria, como yo. Ni
siquiera abordaré de momento al más desconocido monstruo de la Universal, la Mujer Gorila, ni los crímenes macabros
de Lon Chaney en la serie “Inner Sanctum”.
No, tocan títulos de un subgénero olvidado, el de las Almas Errantes.
Espíritus inquietos que se resisten a
morir, y que de una u otra forma se posesionan del cuerpo de un vivo
obligándole a matar, porque tales almas pertenecen, invariablemente, a asesinos
sin piedad... De productora en productora, sin protagonista fijo, cinco realizaciones
con este argumento se repiten a lo largo de algo más de diez años. El meollo,
pese a lo múltiple de sus formas, es siempre el mismo. Y sus modos fílmicos,
también.
La Supernatural mirada de Carole Lombard
Horror que desdeña las sombras góticas,
precisamente cuando atraviesan su época de mayor auge. Historias de ultratumba
contadas según las claves icónicas del cine negro, que anticipan con su naturalismo
fantástico el próximo ocaso de los monstruos. Referencias que traen ecos del mundo
de espiritistas, médiums y videntes, tan del gusto de San Tod Browning en sus
años mudos. Como aquellas, también esas películas tienen componentes
enfermizos, derivados de un sentido del miedo que tiene mucho que ver con lo
religioso, asunto que toca entresijos muy profundos y es capaz de despertar
terrores atávicos.
Los hermanos Halperin, que ya hiciesen
lo propio con el cine de zombies, son los encargados de inaugurar este
heterodoxo ciclo, y lo hacen sacándose de la manga una obra maestra de nombre
escueto y definitorio: Supernatural
(1933). Cuenta la historia de una mujer ejecutada en la silla eléctrica cuyo
cadáver va a parar a manos de un mad
doctor que pretende probar con él vaya usted a saber qué disparates,
consiguiendo entre experimento y experimento que el espíritu de la criminal encarne
en el cuerpo de Carole Lombard, rica heredera atribulada por la reciente
pérdida de su hermano. Guiada por su voluntad, Carole intentará vengarse del
antiguo amante de la asesina muerta, estrangulándole.
La transformación de la angelical
Lombard en maligna poseída es de quitarse el sombrero, y da la pauta para las
que van a sucederse en los títulos siguientes. Realizada sin maquillaje apenas,
leves gestos y expresiones, ligeros cambios en la voz delatan su conversión en
mujer demonio, especie de Jekyll y Hyde sutil y sin estridencias claramente
diabólico.
Supernatural
la produce la Paramount, por lo que pueden imaginar una puesta en escena sin
escaseces y una fotografía correcta que busca crear ambientes cotidianos. Se
crece en lo fantástico, con algún momento memorable: la transmigración del alma
malvada como un viento que surge de la nada moviendo levemente las cortinas, en
un laboratorio aséptico hasta la nausea. Asesinatos, al menos tres; pocos
diálogos; un montaje sorprendente que hace hablar a las imágenes; secundarios
fabulosos, como la vecina borracha y chantajista que acaba bajo las ruedas del
tren; un modélico malvado, corruptor de grimoso bigote, y unas sesiones de
comunicación con el Más Allá recreadas como toda la narración de forma
naturalista, el mayor acierto de una película redonda como bola de cristal que
además dura lo justo, una hora apenas.
The man who lived twice(1936) es otra
realización que toca tangencialmente el tema, disfrazándolo bajo burda excusa pseudocientífica.
Ralph Bellamy, ligeramente acartonado, interpreta en esta serie B a un peligroso gánster
que intervenido de un tumor cerebral, se
convierte en seráfico doctor una vez muerto el espíritu malo que lo animaba.
Nuevo ser que inicia nueva vida, bien que el alma malvada pugne por aparecer de
nuevo. La transformación se opera al revés, aquí es el ser bueno quien se
impone al malo, mutando incluso físicamente.
Su tono es más melodramático que
fantástico, y deriva en historia de tribunales cuando descubierta la
personalidad de Bellamy se intente hacer pagar al médico los pecados del
criminal. Y a mí, qué quieren que les diga, las películas de juicios me
aburren, máxime si como aquí se pretende hacer pasar un planteamiento mágico
por cosa verosímil, renegando de lo fantástico con modos rutinarios y pacatos.
Cuando se parte de un despropósito no parece lo más acertado encaminarse hacia
las sendas del realismo. Es lo que hace este filme melifluo y prescindible,
traído aquí por sus puntos de contacto con otros del ciclo: la dualidad
delincuente/doctor; las manías insignificantes que la personalidad nueva
conserva de la enterrada, o la intervención de un científico como
desencadenante de la transformación.
Boris y Stanley Ridges planeando un BLACK FRIDAY
La
siguiente, Black Friday (Nombre en
español, 1940) es la más conocida del lote, una producción de la Universal que se
anuncia protagonizada por Karloff y Lugosi al alimón, cuando en realidad el
pobre húngaro apenas aparece y la verdadera estrella es el ninguneado Stanley
Ridges. Soberbiamente fotografiada, con uso dramático de las sombras y perfecto
ritmo narrativo, está dirigida por Arthur Lubin, un hombre curtido en la serie
B que ese mismo año realiza otras cuatro títulos más, antes de firmar para la
productora la fallida adaptación de El fantasma de la Ópera (1943) protagonizada por Claude Rains. El
guión es de Curt Siodmak, un señor que no debiera necesitar presentación puesto
que es el escritor que se halla detrás de de más de dos docenas de clásicos del
fantástico, entre otros El Hombre Lobo (1941)
y El cerebro de Donovan (1953). Toda
una garantía.
Un comienzo impactante, en el que Boris
es conducido a la silla eléctrica, da lugar al flash back que constituye la acción. El poseso es aquí es un
pacífico catedrático de literatura -Stanley Ridges- quien víctima de un accidente
de tráfico es intervenido por Karloff. Para salvarle la vida, éste le injerta
parte del cerebro del gánster conductor del auto que le atropelló. Cuando al
poco tiempo el mad doctor se entera
de que el finado bandido mantenía oculto el botín de sus fechorías, se dedica
con ahínco a intentar despertar su alma, trasplantada al cuerpo de Ridges con el
trozo de encéfalo. El proceso de posesión comienza paulatino hasta que se da la
metamorfosis total, sobria como en los filmes precedentes. Mutado en durísimo criminal,
el profesor elimina a sus antiguos compinches, entre los que se incluye un Bela
Lugosi a punto de comenzar su particular descenso a los infiernos de las infraproductoras de
Hollywood.
Karloff
repite un personaje que durante estos años se le ofrece sin parar, el de
científico extraviado y ambicioso. Puro arquetipo, su caracterización es
maestra, aunque el auténtico recital interpretativo corre a cargo del
habitualmente secundario Stanley Ridges, bordando un papel que le permite
lucirse a gusto. Sabiamente, con gesticulación contenida y mirada de desamparo,
transmite al espectador toda la perplejidad y horror de su situación, hasta que
en el más puro estilo Mr. Hyde culmina las cada vez más frecuentes visitas del
espíritu invasor. Perfecta mezcla entre el tono de serie negra y el terror
macabro, Black Friday deviene título
canónico entre estas Almas Errantes.
Un fantástico semejante, que no precisa apenas
trucos ni maquillajes y es susceptible de ser filmado en cualquier escenario sin gastos extra, forzosamente
tiene que atraer a las productoras más humildes. Es el caso de Monogram, que en
1942 aborda de la mano del stajanovista Phil Rosen -titán capaz de despacharse
dos películas al mes- una nueva revisión del tema, The man with two lives. Edward Norris, excelente actor cuyo inmenso
talento rara vez asoma fuera del Callejón de la Pobreza, encarna en este filme
a un joven de buena posición que muere en accidente y es resucitado por un
atildado mad doc amigo de su familia.
Lástima que el milagro se dé justo a la misma hora en que un diabólico asesino
es ejecutado, pasando el alma de éste a tomar el cuerpo del inocente Norris.
Amparado en su nueva personalidad, el espíritu del gánster reemprende a lo
grande su carrera delictiva, ante el pasmo de parientes y amigos.
Claramente inspirada en Black Friday, los modos de este Hombre con Dos Vidas son lo
suficientemente correctos para convertir su visión en agradable pasatiempo,
soportado por la brillante interpretación de Norris y por una narrativa lo
bastante ágil como para hacer olvidar sus carencias más obvias.
Stanley Ridges y Tom Powers viendo si THE PHANTOM SPEAKS
Algo parecido a lo que va a suceder en
la última vuelta de tuerca que se dé al tema desde Republic Pictures, la más
rica entre las productoras pobres. Para protagonizarla se contrata nada menos
que a Stanley Ridges, que repite el papel que tenía en Viernes Negro y se convierte así en la estrella del subgénero. Exploitation facturada sin disimulo
alguno, The Phantom Speaks (1945)
cuenta con la fortuna de estar dirigida por John English, uno de los Reyes del
Serial, capaz de insuflar vida contra viento y marea a cuanto trozo de
celuloide se le ponga por delante.
Ridges, familiarizado con el personaje,
es una especie de médium empeñado en contactar con el Más Allá. No se le ocurre
mejor cosa que intentar una comunicación psíquica con un criminal al que van a
matar en la silla eléctrica en el momento de su ejecución, con las
consecuencias que cabe imaginar. El fantasma del gánster se le aparece cada dos
por tres; merced a su superior fuerza de voluntad, hace suyo el cuerpo del infeliz
vidente y cumpliendo con la costumbre de estos espíritus errantes, se lía a matar a cuantos intervinieron en su arresto
y condena.
Hecha sin concesiones, el espíritu malo
es aquí un verdadero sádico, casi un monstruo que por un pelo no estrangula a
una dulce pequeña de rubios tirabuzones. English, apoyado en la interpretación
firme y pulida de Ridges, mantiene durante toda la película un tono de
tensión y fatalismo que vienen como
anillo al dedo a una historia no por conocida menos macabra. Y hasta
estremecedora, que las apariciones del espectro hacen de este Phantom Speaks la más cercana al terror
puro de cuantas películas componen este ciclo, valioso e ignorado, que no ha
conocido continuación.