Seccion: Películas (Lecturas: 600)
Fecha de publicación: Octubre de 2018
El hijo de Frankenstein
Análisis del clásico de Rowland V. Lee pero a través del tamiz de la ley y el derecho, con especial proyección en los delitos y las penas. Federico Fornasari
Nacido para expiar las culpas
de su creador y alejar
cualquier atisbo de moralidad
acerca de la necesidad de su
ajusticiamiento, El hijo de Frankenstein de Rowland V. Lee cierra en 1939 a trilogía más impactante de la temática.
Comparable en su genialidad a las predecesoras
de James Whale, la mencionada película
resulta plena en hallazgos de todo tipo: artísticos, psicológicos y criminológicos. En efecto, este filme
atesora a la perfección la sensibilidad del mito.
Tras Frankenstein, de 1931,
sobrevino La novia de Frankenstein
en 1935, ambas del
genial James Whale. Cuatro
años después, como si se respetara
ese lapso temporal, nacería El hijo de Frankenstein para cerrar la gloriosa década
del treinta en lo que a cine de
terror se refiere. esta vez dirige Rowland V. Lee,
quien, bajo el guión de Willis Cooper, sigue la
vuelta al terruño del hijo del dr. Frankenstein, el
también barón y doctor, Wolf von Frankenstein, interpretado
por Basil Rathbone, al que acompañaran,
en gran forma, una galería de enormes e
inmortales actores que hicieron gigante a la Universal.
En efecto, el último vástago del célebre
Barón vuelve a la propiedad familiar junto a
su mujer y su pequeño hijo para encontrarse con
la hostilidad de los lugareños y la desconfianza de
las autoridades locales. Ya desde la ventanilla del
tren que los trae a la comarca que lleva su apellido,
se observa la desolación del paisaje que no hace
más que acrecentar los malos augurios que esperan
a su llegada. el gélido recibimiento se potencia
con la aparición de carruajes que cargan sus efectos
personales. Todos temen
que los experimentos de su
padre vuelvan a la luz de la
mano de su misterioso hijo.
Ya instalados en el castillo,
situado estratégicamente encima
del pueblo, en lo alto de
una montaña y encerrado por
las murallas fortificadas, va
acrecentándose cada vez más
el aspecto opresivo de una
historia siniestra. en una visita
al apartado y mítico laboratorio,
al amparo de una enorme
cúpula, el doctor descubre la
presencia de Ygor (imponente
Bela Lugosi), siniestro pastor jorobado de mente alienada y
cuello quebrado –producto de
un fallido ajusticiamiento–, que otorgará al relato
una nueva dimensión. La personalidad sencilla y
burguesa del doctor cobrará, gracias a Ygor, un
vigor inusitado, transformándose paulatinamente
en un investigador enfermizo, cuya única preocupación
casi fanática es la de devolver el brillo perdido
a su apellido y retomar los experimentos
paternos1.
De tanto en tanto el film muestra reuniones privadas
de las más altas autoridades del poblado. Escépticos
y temerosos de las futuras andanzas de
Wolf, deciden estar alertas. La inquietud en el pueblo
por su presencia así lo impone. el jefe policial
del lugar, inspector Krogh, interpretado por el siniestro
Lionel Atwill, se acerca a ofrecer sus servicios
de protección al barón ante posibles
agresiones de los hostiles habitantes, recelosos y
sospechosos de que inicie experimentos similares
a los de su padre. Krogh también tiene sus secretos
oscuros: posee un brazo ortopédico debido a una
agresión del monstruo cuando era niño. Su falsa
cordialidad no está exenta de resentimientos y deseos
de venganza. Los duelos interpretativos entre
ambos resultan un verdadero festín psicológico. Temores
y sentimientos encontrados salen a la luz.
Krogh busca venganza, y el Barón, azuzado por el "no muerto" Ygor, se transforma en un mesiánico
que desea volver a la vida a la criatura. A este respecto,
cobra elocuencia el increíble duelo interpretativo
entre Karloff y Lugosi. La criatura, a
diferencia de la película anterior, se presentará
como un ser mudo, pero no exento de cierta ternura.
Su relación con Ygor enternece, ambos son
desclasados por excelencia. Sus emociones se ligan
y están tan unidos que Ygor casi pierde la vida "nuevamente" en la secuencia de la reanimación
de la criatura, electrocutado al comprobar las convulsiones
de éste en la experiencia eléctrica.
Este particular vínculo los une en la desgracia,
desde la primera aparición de Ygor vemos como la
gente lo desprecia arrojándole piedras al pasar
junto a las murallas del castillo. así como en el pasado
la criatura era vapuleada, es ahora igor la cara
visible del horror. Así, el pastor jorobado utilizará
al monstruo para consumar sus actos de venganza.
La trama no se detiene y presta particular atención
a esta relación enfermiza. secuestros, ejecuciones
fallidas, persecuciones y siempre, latentes, el linchamiento.
Toda la comarca odia el apellido Frankenstein
y se alimenta de los más bajos instintos
colectivos.
Si ya el cuello roto de Ygor altera el inestable
equilibrio de la razón (debería estar muerto) y representa
al otro, al que debe matarse nuevamente,
cuando la otredad adquiere tintes terroríficos es,
sin duda, con el monstruo, cuya reaparición representa
una clara ventaja: al inhumanizarle pierde
ipso facto todos sus derechos legales. Simplemente,
se lo convierte en animal. La cacería está
justificada. el monstruo es un animal y el contrahecho
Ygor una bestia que debe volver a morir. El
pueblo exige venganza; a los "criminales" se los
busca y se los mata, máxime cuando no son humanos.
A diferencia de numerosas películas que exhiben
linchamientos o actos de justicia por propia mano,
tanto James Whale en su momento con su excepcional
díptico como ahora Rowland V. Lee, representan
las más clásicas puestas en escenas de la
caza del monstruo, del no humano. Y así como en
la mayoría de esas películas se considera inválida la violencia popular al margen de la justicia, El hijo
de Frankenstein representa lo contrario: a muy
pocos se le ocurriría dudar de alguien que ha sido
despojado de todos sus derechos. En los rostros de
la turba es imposible atisbar la mínima sombra de
duda cuando golpean enfurecidos las puertas del
castillo deseosos de dar muerte. Tampoco las autoridades
del pueblo exhiben dudas al respecto:
Krogh puede al fin consumar su venganza contra el
monstruo.
Si en La novia de Frankenstein, los siempre dispuestos
ciudadanos no tienen la ocasión de llevar a cabo un nuevo linchamiento, es sencillamente
porque la propia Criatura se les adelanta, volando
la torre junto al dr. Pretorius, con un suicidio que
arrastrará también a su ingrata compañera. También,
en El hombre lobo (1941) de George Waggner,
el film se cierra con una cacería en toda regla:
una patrulla con antorchas, perros olfateando el
bosque, puestos de tiradores con rifles. sin embargo
será su propio padre el que acabe con el
hombre lobo a golpes de su bastón con empuñadura
de plata. en el rostro del anciano detectamos
compasión, una profunda tristeza, pero ni el menor
asomo de culpabilidad: "hice lo que debí" 2.
El hijo de Frankenstein es una obra maestra que
toca este y muchos otros temas, pero obliga a detenernos
en la siempre compleja división moral
que acarrean los numerosos interrogantes respecto
de la bestia ¿Cómo lo juzgamos si comete un
crimen pero no es humano? ¿Debe responder su
creador por sus acciones? ¿está justificado que merezca
lo peor? ¿No estaría bien adoptar entonces
la posición popular? Las respuestas podrían encontrarse
en los numerosos visionados que el film merece,
esencial en la historia del Cine.
1. Drácula versus Frankenstein, de Ángel Gómez Rivero
(Ediciones Jaguar, 2006).
2. "Justicia por su mano", Jesús Angulo, revista de cine Nosferatu, #32 (enero 2000).
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