Seccion: Artículos (Lecturas: 563)
Fecha de publicación: Octubre de 2018
Caras y Caretas de terror (ii): Los suicidios constantes
Una ventana a nuestro pasado reciente, aliada a la fotografía y al periodismo que hoy podría ser tachado de amarillista, nos permite justipreciar un poco más nuestro presente... Darío Lavia
A menudo creemos que la neurosis, la paranoia, la agresión, la intolerancia y la crueldad son fenómenos actuales, fruto de soledad que promueven las redes sociales, la aislación que emana la tecnología y el egocentrismo provocado por el actual confort que gozamos. Añoramos un pasado que modelamos extirpando todo aquello que no encaje, una ennoblecida edad de oro que tal vez nunca fue. Y como ejemplo de que el pasado no tiene nada que envidiarle al presente, recopilamos una serie de casos de suicidio provenientes de las páginas de la revista Caras y caretas que, en la década del veinte y de acuerdo a una modalidad que hoy podrían considerarse amarillista, tuvieron especial eco.
La mayoría de estos casos eran provocados por motivos pasionales... mismos que hoy generan un escrache en las redes sociales, un desplante o el temido bloqueo... pero sin víctimas fatales. En aquel entonces, con un arma de fuego o, en su defecto, un cuchillo bien afilado, el suicida -a menudo amante desairado- se convertía primero en asesino de quien decía amar y, acto seguido, en automático fabricante de huérfanos.
"Vivimos en una época en que el pensamiento humano no tiene freno", dice José María Ramos Mejía en un fragmento de La vida moderna y la locura, "y en que las pasiones agitan con sus estremecimientos habituales a los temperamentos más fuertes y flemáticos". Si bien el doctor Ramos Mejía alude al clima "deletéreo" de fines del siglo XIX, el concepto seguía vigente en la década del veinte. Prosigue el médico y escritor: "Si el hombre maduro, con toda su filosofía y todo su frío y desesperante escepticismo, en la edad en que el vigor del espíritu resiste con ventaja al influjo nocivo de todas las causas de enajenación, recurre con bastante frecuencia a este doloroso método de purificar la honra, ¿cómo se quiere, pues, que la fibra frágil de un niño resista a este veneno que bebemos en copa dorada en esta danza vertiginosa de la vida moderna?"
Volvemos al presente pero, a pesar de la poca tasa de suicidios que experimenta nuestra sociedad, el positivismo del doctor Ramos Mejía se quedaría corto al observar a cuantos diferentes y nuevos métodos de autodestrucción retardada recurren los suicidas del hoy.
Tragedia en el Tigre. Repudiando la boda de su hija unas semanas atrás y "por motivos inconfesables", José Nero, padre de diez hijos, aguardó el momento propicio para vengarse hasta un día llamó a la pareja a su casa y cuando aparecieron, se incorporó disparando su arma a quemarropa. Como consecuencia el yerno sufrió heridas graves y falleció, su hija en cambio sufrió una herida leve en un brazo. Al consumar su venganza, el criminal se retiró a su hogar y se disparó la última bala que le quedaba aunque tardó el suficiente tiempo como para que el fotógrafo hiciera su trabajo (Caras y caretas #1253, 07/10/1922).
Drama de celos en Piñero. Luego de herir de dos balazos a su esposa Rosa Iglesias, su marido, Justo Lorenzo, volvió su arma contra sí mismo y cayó muerto en el acto. El motus fue crimen pasional instigado por los celos. Víctima inocente una hija de dos años que, durante la tragedia, estaba al lado de su madre y de milagro no resultó herida; sería recogida por unos vecinos caritativos (Caras y caretas #1261, 02/12/1922).
Locura espantosa en Rosario: Un padre mató a sus tres hijitos a navajazos, seccionándose luego su propia garganta. El padre había estado recluído en el sanatorio de Oliva y padecía frecuentes ataques de enajenación. (Caras y caretas #1271, 10/02/1923).
Acto de arrojo de un agente: El agente Antonio Saco, después de haber luchado sobre las vías, con el fracasado suicida Juan Eirabella, logra separarlo por fin y arrastrarlo completamente desvanecido en los precisos momentos en que el tren de pasajeros se aproxiamba a gran velocidad. Su acción mereció plácemes de sus superiores y encomio de la prensa (Caras y caretas #1279, 07/07/1923).
Dos dramas pasionales: Felipe Resenezvege, ruso de 23 años de edad, y Ana Nun, de 17 años, que desde un primer momento no correspondió los galanteos de aquél y cuya negativa repetida en cuantas ocasiones se el presentaba, parece ser que indujo a Rosenezvege a que, después de descerrajarle 4 balazos que la hirieron gravemente, se suicidara con la misma arma (Caras y caretas #1310, 10/11/1923); a la derecha, María Luisa Rodríguez y Gregorio Toro, protagonistas del drama de la calle Vera 419. Habiéndoose ella negado a reanudar sus relaciones con el ex amante, que así se lo suplicaba, éste le disparó un tiro en la cabeza, causándole una herida grave, suicidándose él de otro disparo al verla caer (Caras y caretas #1284, 12/05/1923).
Dramática resolución de un amante: A causa de los malos tratos que recibía de su amante, Juan Lanazlot, Ramona Ojeda abandonó su hogar junto a una hijita de corta edad. Afectado el hombre por la determinación de su compañera, le escribió una carta manifestándole que si no regresaba se daría muerte. Pero luego, en cambio, marchó a ver a su ex compañera para insistirle y rogarle hasta que, en determinado momento, sacó un revólver e hizo tres disparos contra la mujer dejándola mortalmente herida. Al ver caer a la víctima, Lanzalot volvió el arma hacia sí e hizo un cuarto disparo, aunque solo se ocasionó una herida leve (Caras y caretas #1342, 21/06/1924).
Intensa tragedia pasional: La ocurrida en el departamento de la calle Agüero 1136. Estela Larramendi, de 26 años, había vivido hasta hace poco con Ricardo Albors, de 45. De la unión habían nacido un niño y una niña de 6 y 3 años, respectivamente. Sin causa que justificara su actitud, Estela Larramendi abandonó el hogar y, en compañía de Héctor Gatto, de 23 años, se instaló en un departamento en la referida calle, a la que Albors llegó luego de recibir una carta anónima que le reveló el paradero de su mujer. Armado de un revólver, hizo acto de presencia en el lugar donde sorprendió a su amante y a su compañero jugando a las cartas junto a dos amigos. Y sin pronunciar palabra, hizo fuego a Estela y luego a Gatto, hiriéndolos a ambos de muerte. Momentos después, cuando la policía hacía acto de presencia, abocóse el arma en la sien derecha y se disparó un tiro, que le ocasionó la muerte instantáneamente. Tan rápida fue la escena que ni los amigos pudieron evitarlo ni tampoco el agente de policía que acudió ante el llamado de los vecinos alarmados por las primeras detonaciones. (Caras y caretas #1342, 21/06/1924).
Intensa tragedia pasional: Emilia Wisemberg, de 17 años, hacía dos meses y medio que se había separado de su esposo, Jacobo Roytgolz, de 22 años, habiendo regresado a vivir con sus padres. A principios del mes de marzo de 1927, Jacobo se encontró varias veces con ella para rogarle que volviera al hogar, aunque siempre obteniendo respuestas negativas. Una tarde Jacobo se dirigió al domicilio de sus suegros y de dos certeros disparos puso fin a la vida de Emilia y a la de su madre, suicidándose luego con la misma arma (Caras y caretas #1486, 26/03/1927).
La tragedia de los Balmaceda: Wenceslao Balmaceda, casado hacía cuatro meses con Aída Carpentiere, vivía junto a ella en una habitación de la casa de sus progenitores, pero sostenía frecuentes disputas con su padre, Segundo Balmaceda, debido al carácter violento de ambos. En las últimas horas de la tarde del 4 de enero, a raíz de una discusión entre el padre y un vecino, se trabaron en contienda aquél y Wenceslao, llegando a tal punto que éste, presa de extraordinaria excitación, se dirigió a su pieza, tomó una pistola automática y con ella atacó a su padre; luego persiguió a su hermana menor y, de nuevo en su habitación, mató a su esposa, cometido lo cual se disparó un balazo en la sien que horas más tarde le determinó la muerte (Caras y caretas #1528 14/01/1928).
Dos dramas pasionales: Hemos tenido una temporada francamente roja. Rosa y Emilio Parisi vivían juntos pero luego se separaron. Él quiso volver y como ella rehusara, la mató a balazos y luego se suicidó. María y Andrés Schiavon se habían casado en Italia pero al radicarse en nuestro país dejaron de llevarse bien. La falta de ocupación así como el mal carácter de Andrés llevóle a un impulso lamentable. Quiso asesinar a María, no lo consiguió, pero en cambio se suicidó él (Caras y caretas #1592 06/04/1929).
Drama de amor en Rosario: Alfredo Pérez, 19 años, no tenía el favor de la familia de Fernanda Galíndez, de 16, para casarse con ella de manera que, por mútuo acuerdo, decidieron poner fin a sus vidas siendo Alfredo ejecutor de ambos (Caras y caretas #1647 26/04/1930).
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