Seccion: Artículos (Lecturas: 1162)
Fecha de publicación: Octubre de 2018
Los vampiros del aire
Extrañas criaturas aladas sobrevuelan folletines y tebeos patrios, seres maléficos en permanente contubernio de modesto éxito popular pero innegable permanencia. El Abuelito
De la mano de Marco (1) y Canellas Casals (2) nace hacia 1935 uno de los mitos más modestos del fantástico nacional, destinado a perdurar en paupérrimas
ficciones de posguerra. Curiosos seres alados de malas intenciones sobrevuelan folletines y tebeos patrios, de sus propios títulos a otros ajenos
en los que intervienen de cuando en cuando emponzoñando con sus maldades las vidas de esforzados paladines de papel. Son Los vampiros
del aire, nacidos en el más longevo de cuantos folletines fantásticos se publican en España, modesto éxito popular cuya sombra se dilata en el tiempo alcanzando
una fama hoy completamente olvidada que vale la pena revindicar.
Mark Bonn es un joven mecánico
residente en la imaginaria
ciudad de Moorhampton, de
ecos británicos que evocan nieblas
y misterios muy en la onda
Edgar Wallace entonces en
boga. En los ratos libres que le
deja su trabajo en el taller no
tiene más ambición que fabricar
un aparato con alas que permita
a su portador desplazarse volando
por encima del resto de la
humanidad. No tarde el ingenioso
muchacho en conseguirlo,
mas como el folletín no es nada
sin la presencia del mal, menos
tiempo aún emplean sus enemigos
en robarle la idea. De resultas
del latrocinio, una horda de
seres alados vestidos enteramente
de rojo y con el rostro cubierto
en la más ortodoxa tradición superheroica
comienza una carrera de fechorías
que comprenden asaltos, raptos, ataques
a buques, trenes, entidades financieras
y en general, cuanto atropello
pueda practicarse contra la tranquilidad
de las gentes. Su dominio del espacio no
puede ser combatido sino con medios
semejantes; el inventor Bonn ayudado
por su amigo, el adolescente Charley, se
promete acabar con la amenaza que
involuntariamente ha ayudado a desatar.
La lucha entre los chicos y el clan
de tecnobandoleros comandado por el
pérfido aristócrata Lord Petty será el
argumento que vertebre la trama.
Los confines de lo real se diluyen
entre una cotidianeidad fantástica que
constituye el mayor acierto de la saga.
Según costumbre de su autor hay sucesión
de portentos, pues más que la historia
en sí lo que interesa a Canellas es
la plasmación de escenas de gran vigor
plástico capaces de excitar la imaginación
del lector. Así irrumpen una serie
de personajes extraordinarios como el
Hombre Fantasma, un ser de rostro
deforme como el Fantasma de la Ópera
que viste de etiqueta y esconde sus facciones
tras hermosa máscara de calavera;
el Hombre Infernal, criatura con
aspecto de fiera - un poco como Henry
Hull en la seminal El lobo humano
(Werewolf of London-1935) -
armado de soplete lanzallamas; la
Bruja del Valle de los Espíritus,
arpía tuerta de nariz ganchuda, o
el Monstruo del Faro Maldito,
especie de gigantesco Quasimodo
que despide rayos por los ojos.
Toda la iconografía gótica del
cine de miedo de la época asoma
generosa a lo largo del relato.
Residen los villanos alados en un
castillo lúgubre de calabozo y
pasadizo, como está mandado;
tormentos, hierros al rojo, ataúdes,
personas cuya cabeza se
socarra en la hoguera, serpientes
devoradoras, sectas de idólatras
chinos y hasta un colosal robot de hojalata adornan una peripecia que es por
encima de ninguna otra cosa pura acción. El ritmo es enloquecido y no faltan
crueldades ni maravillas que lo hagan disparatar; la trama se muestra por
una vez coherente, mezcla de novela
decimonónica, falso cientificismo e
ingenuo tebeo. El resultado es una
narración modélica que compendia y
ejemplifica las características, aciertos y
limitaciones de lo folletinesco.
Las ilustraciones de Marc Farell, elaboradas
con mayor mimo que en otras
ocasiones, contribuyen no poco a hacer
de Los vampiros del aire el pequeño
clásico del fantástico hispano que es.
Tras más de setecientas páginas la
banda de malhechores es derrotada y
su jefe el maligno Lord Petty encarcelado.
Mas no saturados ni Canellas ni el
público de tanto delincuente volador,
no tarda en asomar a los kioskos una
segunda parte titulada El último vampiro.
La fuga de prisión del aristócrata
marca el comienzo de la acción; dispuesto
a seguir dando guerra el malo se
constituye un nuevo uniforme volador
dotado de pinchos y garfios, aprende a
convertirse en hombre invisible y continúa
con sus andanzas entre mazmorras,
arcos góticos y cámaras de tortura.
Los personajes positivos, con ser nuevos,
no son sino trasunto de los anteriores;
un cierto dejá vu impregna la
acción, concluida precipitadamente con
la muerte del villano en la entrega
número dieciséis.
No por ello dejan Los vampiros de
frecuentar a los lectores. Hacia 1935
aparece seriada en la revista Don Tito,
tebeo semanal de editorial Marco, la
primera de sus versiones en cómic de la
mano de Canellas y Farell. Páginas concebidas
a la antigua, sin bocadillos y con
largos textos a pie de viñeta, las más de
las veces, desvinculados de la imagen; narración que sigue los pasos de la novela original, amplificando su eco.
Cuando al cabo de algún tiempo concluye esta versión, los mismos autores
emprenden la adaptación de su continuación El último vampiro, rebautizada
para la ocasión con el delicioso nombre de El vampiro invisible; solo la
Guerra Civil interrumpe tan fecundo desfile de maravillas.
En 1940, en un nuevo mercado dominado por la extrema pobreza en
todos los sentidos - carencia de papel, de permisos, de profesionales del
medio y hasta de público solvente - se publica una colección de cuadernos
que como otros de editorial Marco intenta aprovechar el tirón comercial de
sus viejos títulos del folletín. Desaparecido éste casi por completo después
del conflicto español, son los tebeos de aventuras quienes recogen su
herencia temática y estética.
Precariedad es la
palabra que define
esta nueva versión
gráfica de Los vampiros
del aire, estética,
material, incluso
literaria. Lo que
en la serie original
es ritmo bien dosificado,
suspense
ingenuo e imágenes
de plasticidad
hipnótica, se convierten
aquí en
narración atropellada
y equívoca,
simplificación torpe
del texto y decepción
ante el abismo
que separa lo imaginado
de lo dibujado.
El guión es de
un Canellas escasamente
interesado
en las posibilidades
del medio; la realización
gráfica corre
a cargo de un joven
Francisco Darnís
que cumple con un
trabajo esforzado
aún débil, sin el dominio de la puesta en escena que no ha de tardar en
adquirir. Sobresale esta adaptación de Los vampiros del aire más que por
su resultado final, por la mirada de creyente que proyecta hacia el universo
desquiciado del folletín, adecuadamente captada en unas cubiertas que
constituyen de
lejos lo más interesante
de la serie.
No termina aquí
el particular ajuste
de cuentas de
Canellas con sus
criaturas predilectas.
Desvinculados
de su progenitor
los Vampiros intervienen
en calidad
de artistas invitados
en distintas
colecciones como
Roberto Alcázar
(hacia 1942) o
Aventuras del F.B.I.
(Rollán, 1951). De
la mano de su creador
original regresan
por última vez
en una serie de
relatos publicados
en el semanario
Chicos hacia 1946.
Lo hacen en el
marco de una sección literaria que
dedica el semanario a
evocar el mundo del
esplendoroso pulp y
el agonizante folletín,
donde escritores
como el propio
Canellas, José Mª
Huertas Ventosa o
Antonio Torralbo
traen frente al lector
una recua de exploradores,
aventureros,
detectives y cow-boys
entre los que no falta algún personaje vagamente superheroico de nombre
tan sugerente como el Hombre de la Piel Verde. Son narraciones breves,
desarrolladas en un solo episodio, que no permiten las enrevesadas tramas
del folletín y que sustituyen buena parte de sus enigmas por descripciones
de sucesos maravillosos tenuemente contextualizados.
Es el caso de Canellas cuando a lo largo de varios ejemplares crea la
inconclusa Tim y Tom contra los vampiros estratosféricos, trasunto apenas
disimulado de sus viejos Vampiros del aire. Ayuna de los misterios de largo
alcance que la colección original permite, esta serie de relatos son como
destellos que iluminaran una trama general que más que explicada se da
por supuesta, tal es la familiaridad del lector con temática y arquetipos. Con
gusto a manjar ya conocido se suceden algunos cuentos sin que llegue a
establecerse una continuidad, evocación de motivos y escenas más que
intención de auténtica novela. Por lo demás, dos adolescentes se enfrentan
de nuevo a la banda de forajidos voladores, ahora presentados gracias al
trazo elegante de Mariano Zaragüeta con un uniforme ligeramente distinto
al original. Demasiado poco para que Tim y Tom lleguen a constituir seres
con entidad propia más allá de su carácter de explotación.
1 Editorial Marco, editorial fundada por Tomás Marco Debón en Barcelona, activa desde 1924 y hasta entrados los años '50.
2 José María Canellas Casals, guionista de historietas y novelista español (1902-1977), nombre decisivo del fantástico español de los '30 y '40.
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