Seccion: Películas (Lecturas: 22750)
Fecha de publicación: Enero de 2003
El Vampiro
Un filme de terror mexicano que, pese a sus flaquezas y limitaciones, sigue erigiéndose en uno de los hitos del cine fantástico en lengua castellana. Juan Carlos Vizcaíno
Quizá
sea en el fantástico más que ningún otro género, en donde la indulgencia con
una serie de elementos cinematográficos –pobreza de medios, aspectos que invitan
a la sonrisa-, puede permitirnos en ocasiones destacar realizaciones que finalmente
atesoran indudables cualidades. Me viene a la mente en este momento la considerada
obra cumbre de Mario Bava –LA MASCHERA DEL DEMONIO (1960)-, en la que a mi juicio
un buen número de hallazgos cinematográficos no podían ocultar algunas deficiencias
de grueso calibre que finalmente me impiden considerarla esa obra maestra propugnada
por muchos –por más que resulte una cinta brillantísima-.
Buena parte de este enunciado me ha venido a la mente al contemplar EL VAMPIRO.
Considerada como la expresión más lograda del cine de terror mexicano –ya de antemano
cabría incitar a redescubrir el resto de aportaciones al género de su director,
Fernando Méndez-, ciertamente hay que considerarla como una singular variación
de la novela de Bram Stoker y un título valioso a la hora de calibrar las aportaciones
de relieve ofrecidas por las distintas cinematografías tomando como base el referente
–más o menos oculto- del Conde Drácula –en esta ocasión Conde Carol de Lavud (Germán
Robles)-.
En
efecto, tras la secuencia previa a los títulos de crédito, que curiosamente
se extrae de uno de los momentos cumbres del film –algo curioso y sin duda adoptado
de cara a lograr un impacto inicial en el espectador de la época-, pronto nos
encontramos en Sierra Negra, en cuya estación confluyen Marta (Ariadna Welter)
y Enrique (Abel Salazar, también uno de los productores del film). Ella es una
joven que acude a una hacienda y él inicialmente señala que se trata de un representante
de comercio –en realidad es un doctor que ha contratado Emilio (José Luís Jiménez),
el tío de Marta para que faculte si su hermana se encuentra loca al insistir
en sus elucubraciones sobre la existencia de los vampiros.
Muy pronto, de forma paralela y en una secuencia de excelente ambientación
y factura, contemplamos con detalle el cortejo funerario de dicha hermana tras
su fallecido. Junto a la tradicional iconografía que el cine de terror ha brindado
al efecto, es muy interesante constatar su perfecta integración en el estereotipo
que el cine mejicano ha formado de su propio ambiente rural. Esa primera secuencia
y la larga caminata que los dos personajes realizan por un bosque nocturno,
ya nos dan la medida de donde residen los mejores logros de esta interesantísima
EL VAMPIRO. Indudablemente, reside en un excelente trabajo de fotografía en
blanco y negro de Octavio Solano, unido a una menos espléndida utilización de
la profundidad de campo por parte de su realizador, en la búsqueda ante todo
de una atmósfera inquietante y envolvente, a la que contribuyen la utilización
de marcos llenos de sombras, telarañas, recovecos y encuadres sencillos y efectivos
cara al resultado final del film. A este respecto, pronto nos ratificarán estas
intenciones la llegada de Marta a su recordada hacienda, recorriendo con una
panorámica su patio añorado y ahora en semiruínas. Pero junto a ello, hay otro
elemento que Méndez utiliza por lo general con especial acierto. Se trata de
la irrupción de lo “fantastique” dentro del verosímil realista. Un ejemplo de
ello lo tenemos en el momento magnífico que nos muestra la presencia repentina
de ese vampiro femenino que posteriormente resultará ser Eloísa (Carmen Montejo),
la tía de Marta, abducida para el servicio del Conde Lavud siguiendo a los dos
personajes que inicialmente discurren por el bosque.
Argumentalmente, EL VAMPIRO cuenta la historia del deseo del Conde Lavud de
realizar la resurrección de su antepasado, al tiempo que adquirir la hacienda
para poder extender su dominio en la zona. Un argumento pobre en sutilezas pero
que muy pronto dejamos de lado en beneficio de un esplendor y cuidado en la
composición visual realmente poco habitual en el cine de terror iberoamericano
–España incluida-. Retomando en buena medida la mejor herencia que en este sentido
dejó el cine de la Universal en la década de los 30 –y a este respecto no resulta
nada gratuito afirmar que la película supera ampliamente las cualidades del
momificado y desigual DRACULA de Browning-, sus composiciones espaciales y el
uso de la profundidad de campo casi suponen un curioso adelanto del magisterio
que en este terreno propondría poco tiempo después Terence Fisher.
Al mismo tiempo, destacan detalles de verdadero terror creado a partir de la suma
de atmósferas –quizá el mejor momento de EL VAMPIRO sea aquel en el que Marta
contempla el que piensa es el fantasma de su tía recién fallecida, rodeada de
telarañas y en su cuarto de infancia-. Y algo que no puede faltar en las producciones
de esta cinematografías es el sentido de lo “bizarro”. Esa extraña combinación
en donde lo cutre y hasta cierto punto lo casposo beneficia el conjunto del film;
los consejos y premoniciones de la veterana ama de llaves –personaje arquetípico
en el género-, o el primer ataque de Lavud a Marta –tras eliminar ella en sueños
el crucifijo que a escondidas ha dejado su tía inicialmente fallecida-, se pueden
incluir entre esa extraña combinación finalmente atractiva.
Y
a este respecto no se pueden omitir las debilidades que su muy ajustado metraje
conlleva –que son de cierta consideración-. En líneas generales la labor del
conjunto de actores es bastante deficiente –incluido el recordado Germán Robles
en su papel del Conde-, el fondo sonoro en ocasiones chirría, las mordeduras
/ ataques de Lavud a veces mueven a la carcajada, buena parte de sus diálogos
son risibles, e incluso el hecho de que la tía de Marta sea vampira no queda
bien explicado en el film. Pero quizá lo más chirriante de todo resulten esas
transformaciones del Conde y su acolita en murciélagos, por lo general muy mal
montadas y con unos bichos pobremente construidos a los que en más de una ocasión
se le notan los hilos de los que penden su vuelo.
De cualquier forma, y tal y como señalaba al inicio, pese a sus flaquezas, deficiencias
y limitaciones, casi medio siglo después de su realización y un bagaje de cualidades
inalterable, EL VAMPIRO conserva un buen estado de salud y se erige sin dificultad
en uno de los mayores logros que el fantástico legó a la lengua castellana a lo
largo de su historia.
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