Seccion: Cronicón (Lecturas: 4322)
Fecha de publicación: Agosto de 2003
Monstruos en mi retina
Un paseo por las veredas del cine clase B nos sumerge en esas matiné con insectos gigantes y monstruos de toda clase y medida. J.P. Bango
Publicado en El
Cronicón Cinéfilo
Se cierra la noche. Jóvenes vírgenes se refugian en un Plymouth del 58 en el
aparcamiento de una colina. Mirador improvisado de un pueblo redneck a punto
de sufrir una invasión marciana. ¡Son ellos! La humanidad corre un gran peligro:
entidades viscosas y amorfas se disponen a adueñarse de una hilera de cines
repletos de adolescentes ingenuos.
Matinee:
doble sesión matinal donde se proyectan seriales pulp. También se llama así
al lugar donde los exhibidores locales ensayan sus gimnicks: el espíritu de
William Castle revisitado por Joe Dante: John Goodman interpreta al alter-ego
de Castle con más kilos pero con la misma querencia al sarcasmo. Roger Corman,
el maestro de Joe Dante, invierte en nieblas y humos para ahorrarse los monstruos.
Dante, que siempre fue más explícito, contraataca con los gremlins; ya saben:
no le den agua después de la media noche; la comida lo vuelve rebelde como a
Cecilia, no hagáis caso de lo que diga papá... La moraleja es transgresora:
el peluche más dócil y simpático puede convertirse en un monstruito gamberro
de tendencias revolucionarias... Corman es testarudo, y, usufructuario del éxito
de su discípulo, realiza una de las películas más descacharrantes de la historia:
Los Mounchies (con esos trasuntos de gremlins cuyas tripas son una mano cubierta
de un calcetín). Pero no todo es delirio y caricatura cuando se comienza a construir
un subgénero: Los Critters es una ciencia ficción simpática que mejora con su
primera secuela. Dee Wallace, Leonardo Di Caprio o Angela Bassett (en la aventura
espacial de la saga) enriquecen las arcas de la serie B con el mismo entusiasmo
con los que los Chiodo Brothers hacen números. Mejor para ellos. Y, mientras,
sigue la Navidad.
Los Chiodo Brothers coquetean con el lucimiento a la hora de concebir al monstruo,
sí, pero son sólo una isla en un océano inmerso dominado por la mediocridad.
Después llega una pobre versión italiana: Los Ghoulies, el monstruo en su versión
demoníaca, y varias series B descafeinadas que sirven de prólogo a la secuela
definitiva de los Gremlins, Gremlins 2 (una película entrañable pero autocomplaciente)
que comienza a agotar la mano que les da de comer, y un remake juguetero de
la primera: Pequeños Guerreros/Small Soldiers que la agota definitivamente.
Ya es suficiente. La Navidad no es lo que era. Los fantasmas atacan al jefe,
pequeños monstruos se quedan solos en casa, y al bueno de Frank Capra se olvidó
de dejar legado... Spielberg da forma a un exitoso nuevo género, el fantástico
familiar de serie A, dotándolo de pequeños guiños a los orígenes de todos los
cineastas (antes de ser artistas fueron espectadores hechizados por la magia
del cine). Pero, antes, Spielberg ya había fabricado su propio monstruo (talento
propio al margen): la cabeza animatrónica de un gran tiburón blanco. No contaban
con un gran presupuesto pero sí con John Williams, y éste se encarga de poner
aletas al tiburón apostando por la sugerencia y la implicitud, y el tiburón
da miedo, y dinero, y secuelas. Y crea otro subgénero. Los monstruos animales
no vuelven a ser lo que eran: Abejas asesinas, pulpos gigantes, babosas infectas
y hormigas anarquistas se estrellan en la serie Z más convencional intentando
reflotar un género del que Los pájaros/The Birds de Hitchcock había sido sólo
un brillante preludio. Pero no todo estaba perdido: se había demostrado que
lo que más asusta al espectador es lo que tiene delante. La cotidianidad vuelve
a inquietar siguiendo los mismos trazos narrativos de la propuesta del dueto
Matheson/Torneaur: El increible hombre menguante. La realidad, señores, es el
germen del terror más absoluto.
Monstruos,
inquietud, emoción pues, pero también lástima, complicidad, empatía. Así lo
entendieron Soedsack y Cooper y todos lloraron cuando el enamorado King Kong
sucumbe a los ataques desmedidos de las avionetas en un sky line de Nueva York
dominado por el Empire State Building. Los grandes monstruos reivindican su
supremacía pero nadie les quiere. Godzilla (Gojira) apuesta por denunciar la
estupidez humana; el desastre de Hiroshima y Yokohama sirve de génesis a un
monstruo devastador al que pronto se le acompañará de otros monstruos de tamaño
antidiluviano como Mosura (Motha) o Gamera. Polillas, galápagos gigantes, dinosaurios...
Las maquetas reivindican su lugar en la historia del séptimo arte y el cine
japonés da forma a una nueva industria que culminará con el universal nombre
de Anime. Roland Emmerich, en cambio, jugueteará con el mito inspirado por Honda
con cierto desánimo. Ya no es Hiroshima sino Mururoa la causante de todo el
daño: un desliz argumental que colinda con la hipocresía y correción política
del país que asila y da de comer al alemán. Roland Emmerich y Dean Devlin siguen
acercando su filmografía al género Spielbergiano con resultados cuanto menos
loables. Tea Leoni, David Arnold, un monstruo hermafrodita y descomunal (por
su tamaño) pero sin carisma y el Madison Square Garden con ocupas variopintos,
configuran un todo de amplias pretensiones y resultados de serie B. Lo mejor:
las crías de godzilla que nos retrotraen a otro gran clásico de la serie B moderna
(y no es una contradicción): Parque Jurásico y, sobretodo, la oscura secuela
de esta: El mundo perdido/The Lost World. Y por alusiones, en mi retina, un
gran clásico Literario: el Mundo Perdido de Conan Doyle: ejemplar modelo de
aventuras literaturalizadas que también goza de adaptación cinematográfica,
proto-adaptación más bien en versión muda, dirigida en 1925 por Harry Hoyt.
Monstruos, sí, extensiones imaginativas de nuestros miedos. Drácula, Frankenstein,
Hombres Lobo, La Momia: mitos recogidos de la literatura, del subconsciente
colectivo: ¿Quién no ha jugado a ser un dios? ¿Quién no ha tenido alguna vez
miedo? Monstruos en nuestra retina, en nuestros sueños, bajo nuestras camas
o en el armario (el de la Troma era gay, por descontado). Un Jorobado en NotreDame,
un fantasma en cada ópera, un museo de cera siniestro, una mujer pantera, un
adolescente descomplejado, un zombie paseando, una momia retornada, ese vampiro
en la ventana, un hombre sin rostro, una retina desbocada…
Monstruos
con forma, deformados y amorfos. Un terror que no tiene forma, el corazón de
Steven McQueen en un puño (Larry Cohen contraatacaría con una versión apócrifa
dónde la masa se constituía de ¡un yogourt mutante!) y varias señoras vomitando
la misma gelatina asquerosa que en la pantalla les de miedo. The Blob: una masa
viscosa que se nutre de los gritos de cientos de púberes en la frontera de la
edad edulta. Su secuela: The Blob II fue dirigido por el televiso Larry Hagman.
Su remake forma parte del ideario creativo de (los otrora prometedores) Chuck
Russell y Frank Darabont.
Sí. La humanidad. La humanidad sigue estando en peligro de la mano de Christian
Niby (de Howard Hawks en realidad). John Carpenter da consideración de obra
maestra al mito y consigue sobrepasarlo: La cosa. Oscuridad, frío, desconfianza,
inquietud, terror. El terror y la ciencia ficción se unen con más convicción
que en Alien (otra gran Monster Movie); los efectos especiales no solo secundan
la historia: le dan un sentido puramente expresionista. John Carpenter, el gran
monstruo, se confirma como un hacedor de milagros porque logra transmitir inquietud
durante más de una hora (una panacea en los tiempos que corren). El cine de
terror alcanza la categoría de Gran Cine. Sin embargo, este film, terminará
por expulsar a Carpenter de la serie A, convirtiéndolo en un director independiente,
en un autor con mayúsculas. El destino se vuelve a formar desatinado; los monstruos,
en cierto sentido, se aburguesan. Surge la autoparodia: los Hombres de Negro
transforman los monstruos extraterrestres en traficantes de tabaco, en emigrantes
ilegales. La ciencia ficción más seria convierte las invasiones marcianas en
fantochadas al servicio de la mass media con música de David Arnold. La comicidad
cromática de Tim Burton convierte a los monstruitos verdosos de su Mars Attacks
en una excusa crítica de los excesos consumistas de la sociedad de fin de siglo.
Y Verhoeven, siempre nos quedará Verhoeven, da la vuelta a un reaccionario texto
de Heinlein convirtiéndolo en una de las películas más subversivas de fin de
siglo. Los insectos extraterrestres de Starship Troopers apenas si pueden defenderse
de sus agresores terráqueos. La barbarie domina nuestra cultura sin atisbo alguno
de piedad y las Naciones Unidas necesitan un enemigo para justificar sus gastos
militares. El futuro no deparará nada nuevo. Y mientras, los monstruos del cine
se humanizarán en sentido inverso. El monstruo ya no se ve dominado por la ternura,
por un sentimiento colindante con el amor, sino que es el propio humano quien
se transforma en monstruo. La maldad se parifica. Robert Louis Stevenson ya
lo sabía. Ralph Fiennes y Steven Spielberg construyen el paradigma del monstruo
humano en La Lista de Schindler. La realidad insiste en recuperar nuestros miedos
endémicos.
Ninguna sociedad progresa en la paz.
La guerra es el origen de nuestro progreso.
· La reorganización contínua del poder es el leit motiv que mueve a la humanidad...
Pareto y su "Teoría de la rotación de las élites" trasladada a soporte celuloso.
Monstruos
de cine, sí. Humanoides del abismo, Vampira, Tor Johnson y un jersey de Angora;
pulpos de látex y cartón piedra, Bela Lugosi y su ataúd, balones de playa con
patas (cortesía de unos primerizos Carpenter y O´Bannon), serie B desprejuicida
pero talentosa, Vampiros del Espacio, ¿Qué sucedió Entonces?
Pues que unos ejércitos con tecnología primitiva se alían con el azar, con
la música, con elementos químicos y bacterianos y con la atmósfera, y ganan
la batalla contra el invasor: finales, ya lo saben, producto de un guionista
desidioso. Y para compensar: extraterrestres que solo vagan en nuestros sueños;
héroes cotidianos enfrentados a una anomalía que surge de repente; la primera
víctima (la ingenuidad); la primera vez (inolvidable); el científico de turno
(al que nadie creía), el niño degustador de comics (el alter ego del director),
Dick Miller (persiguiendo extranjeros), senso pulp (y más papel amarillento),
Not of this Earth (ni de otra), el monstruo del 1000000 de años (por lo menos),
Larry Cohen y sus cocodrilos urbanos, Estoy Vivo, sí señor, y muchos freaks,
una parada de monstruos que no lo son (otro monstruo que sí lo es: Tod Browning),
y O´Brien y Harryhausen para dar forma a nuestros temores resolviendo una ecuación
cinéfaga: NUESTRO MIEDO + anarquía argumental + monstruos entrañables = el DELEITE.
El fin.
¿El fin?
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