Reseña crítica: Juan Milford (Maurice Ronet) es un abogado de buen pasar que se escapa a una islita del Tigre donde comparte las tardes junto a su amante Diana (Nicole Maurey). Al regresar a casa, su esposa Mendy (Inda Ledesma) le dispara una batería de ironías y sarcasmos digna de provocar úlcera estomacal al más fuerte. Cuando la amante se entera del estado civil del protagonista, decide darle la espalda como indirecta medida para llamar su atención. Este rechazo y la presión conyugal, lo fuerzan a irse del hogar, en plena noche. En un bar desde donde trata infructuosamente de comunicarse por teléfono con Diana, conoce a un ebrio (Luis Otero) al que invita una copa. Conmovido por su historia, "mi hija se casa en Mendoza y no tengo nada para regalarle", decide darle un aventón hasta la estación de tren. Pero imagínense, un borracho queriendo abordar un tren en movimiento, de seguro no llegará muy lejos. Al día siguiente la policía encuentra un cadáver despedazado con los efectos personales de Milford. En su automóvil, abandonado junto a las vías, hay una carta, firmada por el propio abogado, en que explica los motivos para su suicidio. Tras esta intensa y absorbente mitad de largometraje, entra en escena el inspector Uribe (Ubaldo Martínez), que se entrevista con la viuda de Milford para atender el reclamo de que su marido no pudo haberse suicidado y que, en cambio, ha sido asesinado. Como el examen de las pistas no indica motivos para suponer otra cosa, Uribe explica de manera conveniente a la irascible mujer que el caso ha sido cerrado como "suicidio". Pero claro, como es previsible, el muerto ha sido el pobre y anónimo borracho y Milford se aparece en el apartamento de su amante. Luego de explicarle esta alucinada trama, le anuncia que, estando oficialmente muerto, regresará a su casa y tenderá una trampa mortal a su viuda para que parezca un accidente doméstico. Esta será la primera de varias idas y vueltas que incluirán acercamientos entre Diana y Mendy, atentados infructuosos, el regreso sin pena ni gloria del marido y una vuelta de tuerca del mencionado concepto de hacer pasar un accidente fortuito por suicidio. Por su parte, el inspector - que en la novela original tenía mucho más protagonismo - intenta encontrar una lógica al aparente suicidio que se torna en un caso de persona desaparecida y más tarde en un prófugo por asesinato. En tanto el jefe (Guillermo Battaglia) le presiona para resolver cuanto antes y evitar repercusiones negativas en los medios de prensa. Una frase de la novela queda manifiesta en la faena sin descanso que asume para descubrir el misterio: "Es trabajo, trabajo y más trabajo. No de nueve a cinco, sino desde que el caso se abre hasta el momento de su resolución". Entre los aciertos hay que señalar cierta ambigüedad narrativa para el espectador que, al impedir identificarse con uno u otro personaje, también genera un interés que no poseen los noir convencionales americanos, donde el rol de los buenos y malos están un poco más claros y donde los personajes que tientan los límites ya se sabe que están condenados a la perdición. Sin embargo, el equilibrio psicológico de los personajes se pierde y cae por momentos en el inverosimil de las situaciones forzadas. Hay algunos pasos de comedia por ejemplo, en el contraste del tratamiento del hastiado inspector con la viuda. Incluso el realizador permite que un halo cómico presida la fundamental secuencia de la reconstrucción de un asesinato. El desenlace, forzada e injustificadamente feliz y carente de esa ambigüedad moral inicial, termina generando más interés que el propio entramado deductivo de la investigación. [Cinefania.com]
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