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Juan Carlos Vizcaíno Copyright IVEH, Instituto Virtual de Estudios Humanísticos ¿Cuál es el sitio que piensa ocupar en la historia del cine?- Ninguno... Soy un realizador muy mediano, he hecho mi trabajo lo mejor posible, con todas mis limitaciones (1) En un tiempo en donde cualquier realizador con apenas un par de películas -en ocasiones de calidades muy discutibles-, se ponen de moda, son entrevistados en todas partes o se les dedican generosamente libros -basados generalmente en su posible comercialidad entre la joven cinefilia-, nunca es tarde para evocar a los grandes del cine clásico de Hollywood. Sin embargo, al citar el nombre de Jacques Tourneur nos tenemos que referir a un director de culto, un artista de paladares selectos, un cineasta excepcional -en mi opinión personal el más grande que ha dado el cine-, que nunca disfrutó de un especial reconocimiento en el engranaje de Hollywood. Hijo del respetado cineasta francés Maurice Tourneur -típico ejemplo de autor que figura en todas las enciclopedias pero cuya obra no ha podido ver casi nadie-, nuestro protagonista desarrollará su trayectoria dentro del engranaje del cine de géneros, a todas cuyas variantes ofrecerá varios de sus títulos más significativos. En Tourneur encontramos uno de los ejemplos más claros de verdadero autor, de cineasta personal, de autentico creador de formas visuales, de sobrellevar unos contenidos temáticos coherentes y, al mismo tiempo, saber adaptarse a las distintos géneros que brindaba el cine americano en las décadas de los años 40, 50 y parte de los 60. Es decir, en la época dorada de Hollywood. A la hora de elegir mis directores predilectos, siempre he combinado autores con una visión optimista de la vida, junto a otros que parecían erigirse como auténticos cronistas o poetas del escepticismo, del fatalismo, del lado oscuro del ser humano. Siempre al apostar por esta vertiente surgen dos nombres: Fritz Lang y Jacques Tourneur (2). Es más, creo que donde acaba el fatalismo y la sordidez de Lang, empieza el reino de las sombras, de la ambivalencia, de otra realidad soterrada que generalmente escapa a la vida diaria; es el mundo del maestro que siempre será Tourneur. El cineasta que recorrió todos los estudios, que nunca recibió un premio -ni falta que le hizo-, pero que en su modestia, en su sencillez, en su cultura europea -como en tantos otros cineastas que emigraron a América-, ofreció sombras de la vida y del ser, tragedia, creencia en lo sobrenatural, la inseguridad en suma de una existencia, de ese otro decorado poblado de miedos y dudas que supo expresar como nadie a través de la imagen. La obra de Tourneur comenzó a ser valorada una vez su carrera concluyó, y siempre a partir de determinados sectores de la crítica francesa. A partir de ese momento y siempre desde sectores selectivos la trayectoria de nuestro protagonista comenzó a ser reivindicada. En España, no se puede olvidar el dossier-aproximación que en su número 176 le dedicó la revista Film Ideal. Sin embargo, el verdadero reconocimiento de su aportación lo ofrece la revista Dirigido Por..., que con verdadero seguimiento ha venido evocando la obra de Tourneur (3). Junto a ello, en 1988 el Festival de Cine de San Sebastián le dedicó una retrospectiva, complementada con la edición de una magnífica publicación monográfica. Poco a poco, con el paso de los años y envuelto en la fascinación, el cine de Jacques Tourneur atrae a nuevas generaciones de cinéfilos. A personas que de antemano añoran una forma de entender el cine bastante alejada de los modos actuales (4). Espero que las líneas que suceden sirvan como modesto homenaje a un cine telúrico, sugerente, tan difícil de describir como presto a ser saboreado. Un cine de sombras, de dudas, de oscuridad y de presagios. Esa fue la obra del gran cineasta Jacques Tourneur. Apuntes BiográficosJacques Tourneur nace en París el 12 de noviembre de 1904. Con 10 años se traslada a Estados Unidos donde comienza a introducirse en el mundo del naciente Hollywood, ejerciendo diversos oficios secundarios relacionados con este entorno. En aquella época llega a ejercer como sexto ayudante de dirección del Ben-Hur (1925) de Fred Niblo, e incluso llega a aparecer como actor en Ana Karenina (1927) de Edmund Goulding. Con la llegada del sonoro Tourneur regresa a Francia, donde ejerce como montador en los films realizados aquellos años por su padre entre 1930 y 1933. Según declaraciones del propio realizador, este aprendizaje en el montaje supuso una gran ventaja cara a su posterior y conocida tendencia a la síntesis y la elipsis desarrolladas en sus películas. Tourneur debuta como director en Francia, realizando entre
1931 y 1934 cuatro largometrajes de los cuales su propio artífice no tenía un
especial recuerdo. Será precisamente en 1934 cuando nuestro cineasta regrese
a Estados Unidos, donde comenzará a trabajar en la Metro. Hasta su célebre incorporación
a la RKO, su trayectoria se define en unas pocas películas -(They All Come
Out) (1939), (Nick Carter, Master Detective) (1939) y (Phantom
Raiders) (1940), los dos últimos con indudable aire de serial, relatando
aventuras y andanzas del detective Nick Carter- De todos modos, los elementos
más importantes de este periodo americano inicial -poco conocido y posiblemente
de no especial interés-, se centran en la colaboración de Tourneur en el rodaje
de las famosas escenas de la toma de la Bastilla en el film Historia de Dos
Ciudades (Jack Conway, 1935). Las sugerencias e invenciones de nuestro cineasta
-planificó las escenas de tal forma que el número de extras parecía multiplicarse-
mereció por parte de David O. Selznick estar considerado en los títulos de crédito
como director de escenas de segunda unidad. Este film le permitió igualmente
conocer un hombre importante en su trayectoria, y del cual hablaremos a continuación:
Val Lewton. Sombras y Negrura: Val Lewton y la RKOAl evocar la aportación cinematográfica de un cineasta de la talla de Jacques Tourneur, ciertamente su busca un inicio claro, concreto y explícito: el rodaje de La Mujer Pantera en 1942. La primera de las colaboraciones del director con el productor Val Lewton, sin duda uno de los tándems más célebres y admirables generados jamás por el cine americano (6). Esta fue la primera de las colaboraciones mantenidas por ambas personalidades, que fructificaron en las que quizá sean las tres obras más importantes del cine fantástico en la década de los cuarenta. Dos de ellas -la ya citada La Mujer Pantera y Yo Anduve con un Zombie- están totalmente reconocidas como tales. Sin embargo, dicho reconocimiento está vedado a (The Leopard Man) cuando su nivel es similar a los otros dos títulos, y de alguna manera propone una variación del fantástico hacia el relato de misterio pasado por el tamiz tourneriano. La unión Val Lewton / Jacques Tourneur marca igualmente la integración e incluso posteriores debuts cinematográficos de nombres como los de Robert Wise (7) o Mark Robson, que en estos títulos ejercieron como técnicos. Nombres que extenderán la apuesta de Lewton por el cine fantástico americano de la época hacia una serie de títulos que gozan de especial estima entre los aficionados y ninguno de ellos carente de calidad (8). Todo ello ha motivado que numerosos críticos quisieran despejar cual de las dos personalidades unidas en este tándem era realmente "autor" de las películas antes mencionadas. Indudablemente llevan el sello complementario de ambos talentos. Sin embargo, no hay más que comprobar la trayectoria posterior de Tourneur para intentar apostar que el personal estilo aplicado en sus tres obras fantásticas con Lewton sólo tuvo su adecuada prolongación en los films realizados por nuestro cineasta. Intentando evocar estas tres películas, creo que podríamos englobarlas en una triple manera de expresar un mundo de leyendas planteadas como posible verdad, como visión entre nieblas, como una sugerencia a veces casi evidente y en ocasiones fruto de una sombra acrecentada por la imaginación. La Mujer Pantera ofrece una propuesta en ambiente contemporáneo -las más difíciles de plasmar, según su artífice- basada en la evocación de leyendas ancestrales; Yo Anduve con un Zombie marca, por el contrario, un entorno terriblemente sugerente -las Antillas- para consolidar una poética fantástica basada en atavismos del pasado. Por el contrario, (The Leopard Man) combina ambas posibilidades -lo contemporáneo y el peso de la leyenda-, tamizándolo con una ambientación rural y un fondo de misterio y explicación racional. Sinceramente, creo que los vértices de este triángulo de oro del cine fantástico norteamericano tendrán su rotunda fusión y continuidad años después con una de las cumbres del autor, la magistral La Noche del Demonio. Quizá de entre el altísimo nivel de ambas obras pueda destacarse la extraordinaria capacidad de fascinación de Yo Anduve con un Zombie, fruto de las mayores posibilidades que sin duda ofrecía su entorno argumental. Señalar por último y a título anecdótico, que La Mujer Pantera estrenada el mismo año que Ciudadano Kane -presentada igualmente por la R.K.O.-, logró un considerable éxito comercial, superando la recaudación lograda por el célebre debut de Welles. Una Imagen con VidaA la hora de intentar descifrar un cine indescifrable como es el legado por Jacques Tourneur, hay que detenerse en su propia entraña; la imagen. Antes que grandes alardes o virtuosismos con la cámara o estudiadas angulaciones -a los que no dejó de acudir cuando consideró necesario-, su cine propone la fascinación por la imagen. Ofrece una ventana para que el espectador explore y sepa detectar su propia película. La obra del gran director francés es deudora de lo telúrico, siempre ofrece algo más; un detalle escondido, una pequeña sombra que se vislumbra en un segundo o tercer plano, la luz de alguna lámpara que se sitúa de forma aparentemente casual, algún leve movimiento que en su contemplación detalla un elemento importante para poder comprender la acción en toda su plenitud... Para poder llevar esa premisa como principal elemento de estilo, nuestro homenajeado recurre a dos rasgos primordiales. Uno de ellos es la concisión en la puesta en escena. Pocas de sus obras sobrepasan los noventa minutos de duración. Su aprendizaje como montador y realizador de cortometrajes le habían proporcionado esa facilidad para exponer únicamente los elementos necesarios para la comprensión de los espectadores. Indudablemente, el paso de Tourneur por el entorno de la serie B facilitó la práctica aplicación de unos postulados que acompañaron toda su obra posterior. Sin embargo, la "piedra filosofal" del cine de Jacques Tourneur es, sin duda alguna, su maestría a la hora de componer la imagen trabajando la luz en total compenetración con los distintos directores de fotografía que le acompañaron en todas sus películas. Esa compenetración permitió que su cine ofreciera una extraordinaria dimensionalidad, una marca de fábrica única e indivisible que incluso permitió unificar la aportación brindada por fotógrafos de aparentemente divergentes características. ¿Podía haber ejercido Tourneur como el propio iluminador de su obra cinematográfica? La respuesta está clara: sí. Pero no le hizo falta ejercer como tal, ya que de hecho así lo pudo demostrar, aplicando su sutil y personal estilo y logrando transmitirlo a sus diferentes operadores. De tal forma, en el cómputo general de su obra queda un tratamiento de la imagen
exquisito, homogéneo y sugerente, brindado por directores de fotografía de la
talla de Nicholas Musuraca -Retorno al Pasado, La Mujer Pantera-,
Ted Scaife -La Noche del Demonio-, Lucien Ballard -Berlín Express-,
J.Roy Hunt -Yo Anduve con un Zombie-, Oswald Morris - (Circle of Danger)
-, Burnett Guffey -(Nightfall)-. Como se puede comprobar, una extensa
nómina que aglutina a varios de los mejores operadores de la historia del cine.
Y esto sólo al referirnos a las imágenes en blanco y negro, puesto que al referirnos
al cine en color el presente enunciado no hace más que ratificar su talla como
maestro de la imagen. Esta concisión, esta fascinante sobriedad únicamente matizada por su desbordante tratamiento de la luz y el color, tuvo su aplicación en otro importante terreno cinematográfico: el interpretativo. Jacques Tourneur gustaba de interpretaciones sobrias, de presencias ambiguas y sugerentes antes que grandes recitales interpretativos. Sus actores se basan primordialmente en la mirada, son presencias turbadoras, con aspectos de su personalidad escondidos. Es nuevamente la creación de la imagen, de las fuentes de luz, de la iluminación de sus presencias, las que marca una dramaturgia de la interpretación de verdadera efectividad. Es así como el director tendió a elegir -y admirar- actores caracterizados por encontrarse en unas coordenadas que definen buena parte de la mejor escuela interpretativa clásica de Hollywood. Nombres como los de Dana Andrews -Tierra Generosa, (The Fearmakers), La Noche del Demonio-, Robert Mitchum -Retorno al Pasado-, Ray Milland -(Circle of Danger)-, Joel McCrea -Wichita, (Stars in My Crown)-, Robert Stack -Una Pistola al Amanecer-, Paul Lukas -Berlín Express, Noche en el Alma- o Vincent Price -La Comedia de los Terrores, La Ciudad Sumergida-. Entre las actrices, destacan dos retratos inolvidables: Simone Simon -La Mujer Pantera- y Jane Greer -Retorno al Pasado-. No siempre el cine de Tourneur contó con buenos actores. La ocasional limitación de recursos que barajó en ocasiones provocó a veces la concurrencia de malos intérpretes como Victor Mature o Steve Reeves (9). Sin embargo, también su obra permitió conceder los primeros pasos a profesionales que posteriormente se consolidaron como grandes actores. Es el caso de Gregory Peck, que debutó precisamente en una película de Tourneur -(Days of Glory)- (10), o la también casi debutante Anne Bancroft, que ya en 1956 coprotagonizó, junto a Aldo Ray, -(Nightfall)-. Notas1 Texto entresacado de la entrevista publicada por la
revista "Cinema" en su número 230. Volver
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