CON LA EXCUSA DE LAWRENCE DE ARABIA
O las disgresiones y divagues de costumbre, esta vez acerca de un clásico del cine británico, Lawrence of Arabia, dirigido por David Lean y estrenado en 1962, hace ya... un increíble medio siglo. Y digo increíble porque la película se disfruta sin necesidad de adoptar la usual mirada condescendiente con que solemos rever las grandes obras de épocas pasadas, porque los aspectos geopolíticos de la historia, como el nacionalismo árabe y la intervención de las gandes potencias, no han perdido actualidad sino todo lo contrario, y porque el complejo protagonista sigue resultando tan fascinante como siempre. Ah, el que avisa no es traidor: la nota revela aspectos de la trama.
En el comienzo, una salvedad necesaria: más allá de algunas licencias, la historia es real. Existió un militar británico llamado Thomas Edward Lawrence, hijo ilegítimo de un noble, experto orientalista y amante de la cultura árabe, que fue enviado por sus superiores a Arabia en 1916 con el fin de apoyar la guerra de guerrillas con que los árabes hostigaban a los turcos, durante lo que hoy llamamos la Primera Guerra Mundial. Lawrence logró un inesperado éxito en su misión, muchas veces excediendo las órdenes que había recibido. También se identificó con la causa árabe hasta el punto de resultar una molestia para todos, escribió un libro acerca de sus experiencias, y murió en 1935 en un banal accidente de tráfico en su tierra. Precisamente allí comienza la película, con su muerte y con un servicio fúnebre en la Catedral de San Pablo en Londres, tras el cual varios de los asistentes expresan puntos de vista discordantes acerca de Lawrence, siendo el más fervoroso de sus defensores un antiguo y anónimo oficial médico (Howard Marion-Crawford). Tras esta introducción no muy prometedora, la acción pasa a Egipto, entonces protectorado del Imperio Británico, donde vemos al protagonista (un extraordinario Peter O'Toole) cumplir servicios como analista de inteligencia. (La película omite un apunte importante: la tarea de Lawrence como arqueólogo en Siria, Palestina y Egipto antes de la guerra, y su vinculación con los servicios de espionaje británicos desde al menos 1913).
(Imagen de la derecha: Thomas Edward Lawrence. Fuente: Wikipedia).
David Lean nos muestra luego una discusión entre el comandante de las tropas británicas en Egipto, el general
Murray (Donald Wolfit) y el funcionario encargado de los intereses británicos en Medio Oriente, Dryden (el gran Claude Rains). El diálogo sirve para pintar tanto la ambivalencia del concepto que los superiores tienen del joven Lawrence, que era muy capaz pero escasamente disciplinado, como la de la política árabe del Imperio. Los británicos apoyan a los insurrectos para desgastar al enemigo turco, pero temen que el nacionalismo árabe sea un problema en la posguerra, a la hora del reparto de territorios y zonas de influencia. Dryden responde los temores de Murray acerca de los árabes con una frase que podrían haber suscripto, años después, los funcionarios de la CIA que apoyaron a los fundamentalistas islámicos afganos contra los soviéticos, o a los chiítas iraquíes contra Saddam Hussein: “la tarea del momento, señor, es ganar la guerra”. Las tempestades de hoy en Medio Oriente vienen de los vientos sembrados en aquellos años, digamos el Tratado Sykes-Picot para repartirse los dominios turcos a espaldas de los árabes, digamos la Declaración Balfour que promete a los judíos el mismo territorio ya prometido a los árabes.
La película pasa de las escenas introductorias en El Cairo a las acciones de Lawrence en Arabia con un recurso muy poderoso que pueden apreciar aquí mismo: la luz del fósforo que Lawrence apaga frente a Dryden funde con un impactante amanecer en el desierto, realzado por la fotografía de Freddie Young y la notable partitura de Maurice Jarre interpretada por la Filarmónica de Londres (1). La belleza del desierto es devastadora, pero es una belleza atroz, en la que acecha la muerte: no por nada, los antiguos creían que el desierto era morada de demonios.
El carácter de Lawrence ya comienza a parecer extraño desde el comienzo: a Dryden le dice que se "divertirá" en las arenas letales de Arabia, al guía beduino, que no se siente a gusto en Inglaterra. Su expresión de arrobamiento ante el desierto anticipa algo que comprobaremos más adelante: que siente que ha encontrado su lugar en el mundo.
La amistad que comienza a nacer entre el militar británico y el guía beduino se interrumpe pronto, con una escena que comienza con una imagen que parece un espejismo, o una alucinación acercándose desde el remoto horizonte al pozo donde Lawrence y su guía se refrescan. Pronto percibimos que se trata de un jinete vestido completamente de negro, que mata al guía cuando éste lo amenaza con un arma. Resulta ser un miembro de la tribu dueña del pozo, celosa de que un beduino de otra tribu lo utilice. El jinete se presenta como Sherif Alí (Omar Sharif) y respeta a Lawrence porque sabe que los británicos son sus aliados. El militar, enfurecido, le grita que “mientras los árabes peleen tribu contra tribu, serán un pueblo insignificante, un pueblo estúpido, codicioso, cruel y bárbaro como usted”. (Palabras que hoy, a cualquier simpatizante con la tan a menudo bastardeada y traicionada causa panárabe, lastimarán en lo más hondo). Sherif Alí lo deja solo, pensando tal vez que, sin ayuda, un mero occidental como Lawrence jamás podrá hallar su destino: las tiendas del Principe Feisal. Se equivocará: Lawrence encontrará en el camino a su superior en esta misión, el coronel Brighton (Anthony Quayle) y luego a las huestes de Feisal, desmoralizadas por lo que parece una lucha desesperada: mientras los turcos cuentan con aviones, los árabes apenas tienen viejos fusiles, cimitarras, caballos y camellos.
Brighton y el recién llegado Lawrence conferencian con el Príncipe Feisal (Alec Guinness) y sus principales jefes, entre los cuales encontramos a Sherif Alí. Brighton repite consejos que han fracasado una y otra vez, y da largas a las solicitudes de armas modernas de Feisal. (Para el general Murray, toda la campaña árabe es "una maniobra de distracción" dentro de una campaña, la de Oriente, que es otra "maniobra de distracción" en una guerra cuyo teatro principal está en Europa). Lawrence se destaca por algunas observaciones atinadas y llama la atención de Feisal. Pero el Príncipe, que es un político sagaz bajo una apariencia algo frívola, también desconfía: se ríe de su declaración de que “los intereses británicos y los árabes son los mismos” y se pregunta si se puede servir a Inglaterra y a los árabes al mismo tiempo, se ríe de su amor por el desierto afirmando que “ningún árabe ama al desierto. Amamos el agua y los árboles verdes”. Mortificado por esas palabras que sabe verdaderas, tras una noche en vela, Lawrence concibe una jugada genial: atacar el puerto de Aqaba, inexpugnable por mar pero casi indefenso por tierra, debido a que los turcos consideran intransitable al atroz desierto que tiene a sus espaldas. Feisal y Brighton creen que es una locura, sobre todo porque el cruce de esa parte del desierto es una experiencia límite incluso para los beduinos, pero terminan asignándole unos pocos hombres, entre ellos Sherif Alí. Feisal despide a Lawrence con una pregunta: "¿en nombre de quién cabalga usted?" que es como decir "¿quién es usted?". Por toda respuesta, Lawrence, el hijo ilegítimo de un noble, el militar que se encuentra a disgusto en Inglaterra, el británico que ama el desierto más que los árabes, emprende el camino.
El cruce del Nefud (que parece que en la realidad no fue tan difícilmente largo) es un momento fundamental en la evolución del héroe, no sólo por triunfar en una aventura considerada imposible para un europeo, sino porque, al rescatar a un jinete perdido, Gasim (I. S. Johar) demuestra a su gente que es uno de ellos, y además uno de los mejores, y al rebatir la fatalista afirmación de Sherif de que el futuro de Gasim estaba escrito, se gana su admiración. El siguiente desafío es conseguir la alianza del codicioso y valiente Auda abu Tayi (perfecto Anthony Quinn) a quien tienta con el botín y con el sabor de la batalla. La prueba decisiva es una pelea que se desata entre hombres de Sherif y de Auda, y que termina con la muerte de un hombre de este último. Auda exige satisfacción, Sherif se niega a permitir que un hombre suyo muera a manos de Auda, y entonces Lawrence decide zanjar la discusión proponiéndose para ejecutar al asesino... que resulta ser Gasim. Con lágrimas en los ojos, Lawrence cumple con un deber que lo obliga a matar a un amigo, y que lo deja sumido en la introspección.
El ataque a Aqaba resulta una victoria completa y sorprendente, y despierta una admirada salutación no exenta de homoerotismo en Sherif, algo que Lean subraya delicadamente mediante la entrega de una guirnalda de flores. Lawrence debe partir inmediatamente a El Cairo, a comunicar la toma del puerto: el viaje le obliga a cruzar el desierto del Sinaí. El nuevo cruce del desierto opera nuevos cambios en el héroe: el extravío de su brújula lo obliga a orientarse por el sol y las estrellas, como haría un nativo; las arenas movedizas se tragan a uno de sus asistentes, el adolescente Daud (John Dimech), alimentando la culpa que arrastra por la muerte de Gasim. Al llegar al cuartel general en El Cairo, todos lo toman por un árabe más y lo tratan con desprecio, hasta que se revela su identidad y la inesperada buena nueva que trae: al ocupar Aqaba, la marina británica puede abastecer a los rebeldes, además de contar con una cabecera de puente para invadir Palestina rodeando las poderosas defensas turcas de Gaza. Para mayor alegría de Lawrence, el nuevo comandante de las tropas británicas es el general Allenby (Jack Hawkins) quien confía en él y se decide a proporcionarle todo lo que necesita. Aquí termina la primera parte de la película, con un Lawrence que parece haber hallado su lugar en el mundo: para un descastado como él, es en el seno de un pueblo marginado y oprimido como el árabe.
La segunda parte comienza con la aparición de un nuevo personaje, el periodista norteamericano Jackson Bentley (Arthur Kennedy) quien está a la caza de una buena historia con que entretener a los lectores de su país... y satisfacer el deseo de los dueños de su periódico de despertar en Estados Unidos la simpatía por una causa, la de los Aliados, que a comienzos de 1917 parecía casi perdida (2). (Parece que hace un siglo ya era necesario, como hoy, desbrozar el camino de una intervención militar con una previa campaña de prensa). Kennedy estaba en la busca de una leyenda, más que de un hombre, y pronto percibió que Lawrence era el personaje ideal. Éste es el momento de recordar una frase que se atribuye al periodista argentino Samuel "Chiche" Gelblung, y que Bentley honrará sin conocerla: la que afirma que un periodista no debe permitir que la verdad le arruine una buena historia..
El éxito que Lawrence y su gente logran en el ataque a los convoyes del enemigo es, paradójicamente, una grave amenaza para la continuidad de la campaña: los árabes no suelen combatir en invierno, y Auda se da por muy bien pagado con el botín logrado y se marcha a sus tiendas, a esperar la primavera. Con unos pocos fieles seguidores, Lawrence se lanza a explorar el camino a Damasco, Siria, y decide entrar de incógnito en una villa ocupada por los turcos, Deraa, con la sola compañía de su ya inseparable Sherif. Su motivación aparente es el reconocimiento de la fuerza de la guarnición enemiga, pero su motivación real es la pura vanidad: los turcos han puesto precio a su cabeza, y Lawrence quiere demostrar (y demostrarse) que puede pasar desapercibido porque ya es un árabe más. Pero una patrulla de soldados lo detiene, aunque no por sospechar que es el líder enemigo, sino porque el jefe de la guarnición (José Ferrer, en una actuación memorable de menos de 5 minutos) busca jovencitos para distraer la soledad de sus noches. Como Lawrence se resiste a satisfacer al militar, que halla muy atractivos sus cabellos rubios y su piel blanca, es golpeado y (el espectador presume) violado, y luego echado a la calle. Sherif lo rescata, pero Lawrence ya no será el mismo: en venganza de una masacre cometida por los turcos en una aldea árabe de Siria, lidera un ataque a un convoy de soldados heridos y mutilados, a los que asesina sin piedad. Tras el crimen, Lawrence parece enajenado, cubierto de sangre, espantando a Bentley e, incluso, a Sherif Alí. Dos círculos se cierran allí: Sherif, que comenzó a estudiar libros occidentales y a quien conocimos asesinando a un beduino de otra tribu a sangre fría, se horroriza de la crueldad; Lawrence, el europeo a quien mortificaba la culpa de haber matado, se comporta como un bárbaro.
Damasco es ocupada por los árabes y las tropas imperiales. Pero el Consejo Nacional Árabe, formado para defender los ideales de la independencia, se anticipa a los británicos y toma el control de la ciudad... para desgracia de su causa, porque el faccionalismo, la corrupción y la carencia de una burocracia capaz de hacer marchar una sociedad moderna pronto se cobran su precio. Mientras los árabes discuten y fracasan en mantener en funcionamiento las líneas telefónicas o el suministro de electricidad, Allenby acuartela a sus tropas y espera. Las semillas del fracaso del sueño árabe ya estaban sembradas. Como dice Auda a Sherif, a partir de ese momento “ser árabe va a resultar más difícil de lo que crees”.
El hospital militar turco, donde se alojaban los heridos de los derrotados, había sido librado a su suerte por el Consejo, incapaz de administrarlo. Lawrence, dolido por el rotundo fracaso de sus esfuerzos para organizar a los nuevos amos de Damasco, visita el hospital con vestimenta árabe en el momento en que por fin llegan los británicos a hacerse cargo del lugar. Un oficial médico, indignado por el horroroso espectáculo, no lo reconoce y lo echa a golpes. Es el mismo oficial que, en el comienzo del filme, durante la ceremonia religiosa tras la muerte de Lawrence, lo defendiera con ardor: en esa duplicidad de reacciones de un mismo personaje que ni siquiera tiene nombre, Lean simboliza la dificultad para aprehender la compleja personalidad del protagonista.
El final nos presenta a Allenby y Feisal discutiendo el futuro de las tierras árabes en pie de igualdad: imponer el dominio occidental va a resultar mucho más difícil de lo que se pensaba en París, Londres o Washington. De todos modos, si en algo están de acuerdo los dos líderes es en agradecer a Lawrence el milagro del que fue capaz.. y en alegrarse por habérselo sacado de encima. Porque en su intransigente defensa de los intereses panárabes, Lawrence se ha convertido en un problema para todos. Cada vez más desequilibrado, incapaz de manejar las heridas emocionales de un destino que cree escrito por sí mismo y por nadie más, lleno de culpa, sólo piensa en irse. Ya no hay lugar sobre la tierra que pueda llamar suyo, ni siquiera en Arabia: los orgullosos árabes ya no lo necesitan, y él lo sabe.
En el final, algunas reflexiones sueltas. La mirada de la película sobre la causa árabe está teñida de simpatía, y al espectador le resulta difícil disociarse de ella, pero uno puede preguntarse hoy, en este flamante 2012, si el dominio turco era realmente más opresivo que el de las grandes potencias y sus vasallos, los posteriores reyes, sultanes y dictadores árabes. Una remake hollywoodense de esta película es tal vez hoy imposible, por la dificultad de presentarle a públicos europeos o norteamericanos una aventura que glorifica a los árabes y cuestiona, si bien indirectamente, a las grandes naciones occidentales: la mejor épica reciente trafica con elfos, hobbits, orcos y otras criaturas puramente ficcionales, en vez de molestos semitas que pretenden una tierra para sí. He leído por allí que George Lucas es un gran admirador del filme, y hay eco de Lawrence of Arabia en Star Wars: en las escenas del desierto de Tatooine, en la elección de Alec Guinness como Obi Wan Kenobi, en el logrado dramatismo de la banda de sonido.
Una década después de la nota original [06-01-22] creo necesario agregar unas líneas, para dejar asentado que las series The Mandalorian y The book of Boba Fett profundizan de modo casi profesional los contactos del Tatooine del universo Star Wars con Lawrence of Arabia: en particular la última, con un protagonista que termina liderando a un pueblo del desierto, los tan fotogénicos tusken, a la victoria contra los explotadores venidos de lejos. Y que hay un puente entre ambas ficciones y es una gran obra de la ciencia ficción: Dune de Frank Herbert, con otro pueblo del desierto llevado a la victoria por un líder desclasado venido de afuera. El espectador poco avisado creerá ver Tatooine en el Arrakis de las versiones fílmicas de Dune, en especial la de Denis Villeneuve que, como de costumbre en el director, es visualmente extraordinaria. Que no se engañe: es el letal desierto de Arabia fotografiado por Freddie Young para David Lean..
Vínculos: a la página correspondiente al filme en Wikipedia, a la página de IMDb.
NOTAS
(1) La melodía principal fue utilizada, muchos años después, para la parte intermedia de "La bestia pop" de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. En realidad, esa melodía es anterior a "Lawrence de Arabia": la historia completa puede leerse acá.
(2) Estados Unidos declaró la guerra a Alemania y sus aliados en abril de 1917.