EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS
Esta es una historia de un hábil hombre de negocios a veces limpios, de un millonario militante de la Segunda Internacional, de un judío ruso que era agente alemán y probablemente británico, de un consejero de los Jóvenes Turcos, de un traidor múltiple y a la vez de un camarada fiel, de un hombre respetado por su inteligencia y despreciado por su falta de escrúpulos. Si aclaro que todos esos hombres son uno solo, creo que comprenderán mi interés por una historia que ¡lo tiene todo! y que incluso invita a reflexionar sobre la relación entre medios y fines en la política, así como sobre la tendencia de los primeros a disociarse de los últimos y convertirse en fines en sí mismos. Con ustedes, Alexander Parvus, un hombre fascinante de una época fascinante.
"Ci sono grossi ideali in gioco. [Pausa para masticar la comida]. Si possono fare un sacco di soldi" (1). Mediterráneo, filme de Gabriele Salvatores. Oscar al Mejor Filme en Idioma Extranjero 1992.
DEL JUDAÍSMO AL SOCIALISMO Y DE RUSIA A ALEMANIA
Aleksandr Izrail
Lazarevich Gelfand (2) (imagen de la derecha) nació en el
seno de una familia judía el 8 de setiembre de 1867 en Berezino, hoy parte de
la República
de Belarús
y entonces, del Imperio Ruso. No creció en dicha ciudad, sino en el puerto ucraniano
de Odessa, sobre el Mar Negro, una ciudad donde había una colectividad judía
muy importante, inclinada a expresar su frontal rechazo al autoritarismo y el
antisemitismo oficiales través de la adhesión a ideales de izquierda. Aleksandr
se sintió atraído por ellos desde muy joven y, tras doctorarse
en filosofía en Basilea, Suiza, decidió radicarse en Alemania y unirse a su poderoso
partido socialista. Cuando comenzó a trabajar como periodista en medios cercanos
a la agrupación, adoptó el seudónimo literario de Alexander Parvus.
Su
trabajo le sirvió para conocer a importantes líderes de la izquierda europea
como Lenin, León Trotsky, Gueorgui Plejánov, Rosa Luxemburgo y Wilhelm Liebknecht.
Pronto se reveló como
un intelectual sumamente agudo: prefigurando la explicación de los ritmos del
capitalismo debida a Josef Schumpeter y contra sus propios escritos de unos años antes, señaló en 1901 que,
con la maduración de determinadas áreas de
la economía (debidas a nuevas tecnologías y al aumento del comercio internacional
y de las transacciones financieras globales) "el capital inicia un período
de avance extraordinario". Semejante tesis bordeaba la herejía para un
marxista, supuestamente convencido de la inevitable declinación del capitalismo,
pero fue una adecuada previsión de un ciclo de crecimiento global que sucedió
a
la Depresión de 1873-1896 y se prolongó hasta el comienzo de
la Gran Guerra de 1914
.
(La cita, de aquí).
Su análisis de la Guerra Ruso - Japonesa de 1904-1905 fue también extraordinariamente penetrante: contra la creencia general de toda Europa, afirmó que Rusia perdería la guerra y que, a consecuencia de ella, se vería afectada por un estallido revolucionario. La perspicacia del enfoque no sólo le dio un enorme prestigio en los círculos socialistas (su amigo y discípulo Konrad Haenisch lo llamó "la mente más brillante de la Segunda Internacional") sino que también renovó la atención de otros viejos lectores, los servicios secretos del Imperio Alemán, que consideraban a Rusia como a un muy probable enemigo futuro. Desde que escribiera sus primeros artículos, Parvus era un hombre a quien convenía seguirle los pasos.
Y por lo pronto, quien lo hiciera detectaría con facilidad dos debilidades que se llevaban mal con la militancia en los austeros partidos de los trabajadores: la buena mesa y la compañía femenina rentada. Para cultivar ambos placeres de la carne hacía falta dinero, un dinero que no le sobraba. Todavía.
DE FUGA EN FUGA
A partir del análisis
del conflicto ruso - japonés, Parvus desarrolló la idea de que se podía usar
una guerra contra un enemigo exterior para provocar una revuelta interior, y
también sentó las bases del concepto de "revolución permanente"
que desarrollaría su amigo Trotsky. Tras la derrota rusa, volvió a su país natal
usando falsos pasaportes austrohúngaros, y participó en
la Revolución
de 1905.
La intentona fue un fracaso, pero esto no lo desanimó: aprovechando la crisis
que la derrota había causado en la economía y en la confianza de la población,
Parvus publicó un artículo, en diciembre de ese año, en el que anticipaba un
inminente colapso. El análisis partía de datos reales pero era notablemente
exagerado: la intención de su autor, sin embargo, no era describir adecuadamente
el estado de las finanzas de la odiada autocracia de los Romanov, sino desatar
una corrida bancaria y crear condiciones propicias para una nueva revuelta (3).
Nuevamente fracasó, y en 1906 fue arrestado y condenado a cumplir tres años
de exilio interno en Siberia. Logró escapar a Alemania: no sabía entonces que
nunca más podría pisar el suelo de su país de origen.
Al regresar a Alemania,
escribió un libro, En
la
Bastilla Rusa
durante
la Revolución , a
partir de sus experiencias en las cárceles zaristas. Por ese entonces sobrevino
un acontecimiento decisivo en su futuro. Parvus tenía un acuerdo con el escritor marxista
ruso Máximo
Gorki para administrar el producto de los derechos de representación teatral
de su obra Los bajos
fondos. La obra superó las 500 representaciones y arrojó un considerable
beneficio de 130 mil marcos oro alemanes, que Gorki había decidido ceder, en
su mayor parte, al Partido Social Democrático de Rusia, reservándose para sí
apenas un 25 %. Pero cuando los socialistas rusos necesitaron el dinero... éste no estaba disponible. Gorki estuvo a punto de demandar a Parvus por estafa, pero
fue disuadido por Rosa Luxemburgo, que lo convenció de que esa disputa judicial
era un desastre para la reputación del partido.
DE BERLÍN A ESTAMBUL
Parvus se radicó
en Estambul, donde residió por cinco años. Allí se enriqueció notablemente con
el comercio de armas y suministros durante las sucesivas guerras balcánicas
que comenzaron en 1912 y que serían el preludio de
la Gran Guerra.
Para ello
fue vital su estrecha vinculación con los Jóvenes Turcos, un movimiento nacionalista
que buscaba revitalizar la reliquia desfalleciente que era el Imperio Otomano: se convirtió
en editor de su diario, Turk Yurdu, y en el principal asesor político y financiero
de los jefes del movimiento, conocidos como el triunvirato de los Pashás (Enver
Pashá - el mismo de La
casa dorada de Samarcanda de Corto Maltés - Talat Pashá y Cemal Pashá) así como de
su ministro de Finanzas, Djavid Bey (4). Sus excelentes contactos
no se limitaban a la elite otomana: también era socio de la compañía alemana Krupp. y de la británica Vickers. Esto despertó automáticamente
las sospechas de que, además de ser muy hábil para conseguir socios, Parvus
colaboraba con los servicios secretos de Su Majestad.
PARVUS,
LA GRAN
GUERRA
Y
LA REVOLUCIÓN
Desatada
la Gran Guerra
en el verano europeo de 1914, y con
ella las hostilidades entre Alemania y Rusia, Parvus vio llegar una oportunidad
de oro para derribar al odiado régimen zarista: hizo llegar al Estado Mayor
alemán, a través del embajador en Estambul, Barón Hans Freiherr von Wangenheim,
un plan para paralizar a Rusia mediante una huelga general. financiada por servicios
secretos del Káiser.
Esto merece una consideración especial. La colaboración entre los círculos revolucionarios rusos y el retrógrado Imperio Alemán podía resultar paradojal y hasta inverosímil (además de muy desagradable para las convicciones de ambas partes) pero no carecía de lógica: convenía al propósito alemán de derrotar o, al menos debilitar a su gigantesco enemigo, y convenía a los propósitos bolcheviques de tomar el poder. Para Lenin y otros socialistas radicales, la guerra no era más que un inútil conflicto interimperialista al que habían llamado, infructuosamente, a boicotear: los trabajadores europeos, en vez de masacrarse entre sí para beneficio de sus respectivas burguesías parasitarias, debían unirse para acabar con el capitalismo. En este marco conceptual, la derrota militar de Rusia era el mal menor: la caída de la autocracia zarista era el primer episodio de la revolución mundial de los trabajadores. ¿Qué importaba la derrota si, más temprano que tarde, los camaradas alemanes se harían con el poder en Berlín?
Por cierto, Parvus (imagen de la derecha) no sólo recomendaba apoyar a los bolcheviques, sino también fomentar brotes separatistas entre las minorías étnicas oprimidas por el imperio zarista, como los finlandeses, los polacos, los ucranianos y los georgianos. Los alemanes hasta le dieron un nombre a esta política de fomentar revoluciones en la retaguardia de sus enemigos: Revolutionerungspolitik, un enfoque que pronto comenzaron a aplicar con los irlandeses (por entonces todavía forzados a ser parte del Imperio Británico) y que sus enemigos replicaban con pueblos sojuzgados por Berlín y sus aliados como los checos y eslovacos o los árabes (por caso, a través del legendario Lawrence de Arabia).
Von Wagenheim ayudó a Parvus a viajar a Berlín, adonde llegó el 6 de marzo de 1915. El plan fue aceptado, y entonces Parvus pasó a Suiza en mayo de 1915. Allí, según el espionaje austrohúngaro, se dedicó primero a canalizar millonarios fondos alemanes para financiar diarios publicados por exiliados rusos en París. En Berna hizo contacto con un receloso Lenin (5) quien, pese a reconocer su utilidad, desconfiaba de sus intenciones y trató de evitar el trato directo todo lo que le fue posible. Parvus le ofreció financiamiento, y llegó a planear con Lenin la ruta de los fondos, a través de fachadas como el Instituto para el Estudio de las Consecuencias Sociales de la Guerra, que Parvus estableció en Copenhague, en la neutral Dinamarca. Propuso asignarle el manejo de la operación a Nikolai Bujarin, pero Lenin dudaba de su capacidad y discreción, y entonces propuso a Yakov Ganetsky, Karl Radek y Moisei Uritsky.
Parvus también montó una compañía de comercio exterior que sirvió de pantalla para el envío de información y de fondos: lavaba dinero de los servicios secretos alemanes comprando mercancías en Europa Occidental, que luego vendía en Rusia. La operatoria fue muy eficaz, y además de alcanzar sus fines, hizo a su cerebro aún más rico. Pero la vinculación de Ganetsky con el tráfico de armas llamó la atención de los siempre eficientes servicios secretos británicos, quienes pronto detectaron sus conexiones con Parvus y con la embajada alemana en Estambul. Cuando Lenin se dio cuenta de que se había descubierto que estaba siendo financiado por los servicios del Káiser, ordenó suspender la operación. Por lo que se sabe, Lenin no llegó a recibir el dinero: las pruebas que se han esgrimido en ese sentido, los Documentos Sisson, son considerados una falsificación debida a los separatistas finlandeses, ansiosos de conseguir apoyo de Estados Unidos para su independencia de Rusia. (Haciendo clic aquí, se puede leer un artículo del New York Times del 21 de setiembre de 1918, donde el propio Sisson los transcribe y comenta. Está, obviamente, en inglés).
La reputación de
Parvus sufrió otro golpe en 1916, pero esta vez entre los alemanes. En el invierno
de ese año fracasó una operación coordinada por él para desatar una corrida
bancaria en San Petersburgo, y a consecuencia de ello, los servicios secretos
le retiraron su apoyo. Entonces fue a buscarlo en
la Marina
germana, que le aceptó
un plan para debilitar a la flota rusa del Mar Negro mediante una serie de sabotajes.
El éxito le permitió recobrar su prestigio, y entonces vino un golpe de suerte.
Tras una sucesión de desastres militares, amotinamientos de tropas y protestas masivas, el Zar Nicolás II decidió abdicar el 15 de marzo de 1917. Lo sucedió un gobierno provisional centrista, encabezado por Aleksandr Kerenski, que cometió el tremendo error de continuar una lucha irremediablemente perdida. El Estado Mayor alemán decidió que era un momento ideal para aplicar el plan de Parvus, y lo llamó para que sirviera de contacto con Lenin. Pero esta vez no se trataba de financiar sus actividades, sino de algo mucho menos comprometedor para ambas partes: dejarlo cruzar Alemania en su camino de regreso a Rusia desde Suiza. Lenin aceptó tras algunas vacilaciones (pensaba que, al llegar a Rusia, sería arrestado de inmediato, algo que no sucedió) y, por su parte, el Estado Mayor le puso como condición que no hablara con socialistas alemanes. El tren partió de Suiza el 8 de abril y, tras un par de combinaciones vía marítima hacia y desde Suecia, Lenin y una veintena de sus compañeros llegaron a San Petersburgo (entonces Petrogrado) en la noche del 16. Antes de cumplirse siete meses, estaba en el poder.
EL ÉXITO FUE EL FRACASO
Visto el posterior éxito de la apuesta, uno podría suponer que el prestigio de Parvus se acrecentó enormemente: sucedió todo lo contrario. Lenin nunca le perdonó haberlo enredado con los reaccionarios generales prusianos y no le dejó retornar jamás a Rusia, y por su parte, los socialistas alemanes lo consideraron un traidor: para ellos, como es fácil de entender, su principal preocupación no era derrocar al Zar sino a su enemigo, la disimulada dictadura militar que gobernaba Alemania tras reducir al Káiser a la condición de títere. Sin embargo, y pese a estas severas y casi unánimes imputaciones de deslealtad, justo es decir que jamás hubo prueba alguna de que Parvus hubiera entregado a un camarada a las autoridades de ninguna nación.
En marzo de 1918, Lenin pidió la paz a Alemania y sus aliados: así Rusia salió de la guerra europea, pero sólo para caer en una guerra civil todavía más cruel y desesperada. A fines de 1918 se derrumbaron las Potencias Centrales, al Káiser le llegó el turno de la abdicación al igual que el Zar Nicolás II (que, para ese entonces, ya había sido ejecutado junto con toda su familia) y los socialistas alemanes se lanzaron a imitar a sus camaradas rusos. Pero Alemania no era Rusia: los propios socialdemócratas de Fiedrich Ebert y Gustav Noske, compañeros de partido y de lucha antes de la guerra y en el poder debido a ella, desataron una brutal represión que se cobró la vida de miles de revolucionarios, entre ellos la de Rosa Luxemburgo.
DAS KAPITAL Y EL CALEFÓN
Inmensamente rico
y todavía joven (apenas había pasado los 50 años) Parvus se compró un castillo
en las afueras de Zürich, la ciudad de su juventud. Allí dio rienda suelta a
un apetito libertino que horrorizaba a sus ascéticos camaradas de antaño: organizaba
fastuosas cenas que, invariablemente, terminaban en orgías escandalosas; fue
por esa razón que los suizos lo deportaron a su patria de adopción. En 1920, y con la salud quebrantada,
se retiró a vivir a una mansión situada en las afueras de Berlín, en
la
Isla
del Cisne. La misma tenia 32 habitaciones, además de un
mayordomo, un ejército de criados de librea y un chef a su exclusivo servicio. Parvus, el amigo de Trotsky, el antiguo prisionero
del Zar, hasta estableció una rigurosa etiqueta propia para todos aquellos que
quisieran visitarlo. Que, por cierto, eran muchos (y muchas): en sus salones,
a resguardo de la hiperinflación y de las hordas revanchistas
de ultraderecha, bellezas del cine de
la República
de Weimar
y la alta sociedad alemana intimaban con miembros del cuerpo diplomático, mientras
antiguos ministros del Imperio departían amablemente con sus antiguos perseguidos,
los curtidos militantes de la socialdemocracia ahora gobernante. Entre una delicatessen y la siguiente, el anfitrión se permitía criticar el Tratado de Versalles, anunciar
que una nueva guerra aún peor que la de 1914-18 era inevitable, hasta enmendar
un error y devolverle a Gorki el dinero que se había apropiado. Su principal
preocupación, más allá de sus negocios editoriales (entre ellos, el semanario
socialista muniqués Die Glocke), pasó a ser la escritura y publicación de sus
memorias (las que, lamentablemente, hoy son inhallables). Era un personaje bastante
conocido y fácilmente demonizable: era uno de los blancos
favoritos de las farsescas operaciones de prensa de la ultraderecha alemana,
cuyas imputaciones iban desde organizar
una supuesta revuelta paneuropea a mediados de 1919 hasta reunirse
con el presidente alemán Ebert, un socialista moderado, al que pretendían
descalificar por vía de su compañía.
Olvidado, execrado por una historia oficial soviética que, durante el estalinismo, hasta cayó en la ignominia de cargar las tintas en su origen judío (6), Parvus murió de un ataque al corazón el 12 de diciembre de 1924. Su cuerpo fue cremado e inhumado en un cementerio berlinés, por disposición de la última de sus varias esposas.
Mi agradecimiento a Manuel Barge ("Manolo el Deshonesto") por haberme hecho conocer al personaje. [Nota del 06-08-13: en la fecha se corrigieron algunos errores, gracias a la lectura de la obra de Zeman y Scharlau que se cita en la bibliografía. La versión original de la nota puede leerse aquí].
NOTAS
(1) "Hay grandes ideales en juego. [Pausa para masticar la comida]. Se puede ganar un montón de plata". (En italiano en el filme).
(2) En español, Gelfand es la grafía más correcta de su nombre ruso. En inglés se lo suele escribir, también correctamente, Helfant o Helphand: la diferencia refleja las diversas maneras de transcribir fonéticamente a idiomas diferentes un nombre escrito en alfabeto cirílico. En alemán, francés, italiano, portugués y rumano se lo escribe Gelfand; en sueco, neerlandés, checo y polaco, Helphand.
(3) Este episodio tal vez produzca una sensación de reconocimiento en el lector argentino. Por cierto, mientras se estaba redactando este articulo, nos enteramos que "el Parlamento británico analiza la conveniencia de que los periodistas económicos 'operen bajo algún tipo de restricción' durante etapas de turbulencias, para impedir que multipliquen el pánico en los inversores".
(4) Son llamativas las tesis que Parvus esgrimió en dicho periódico: dado que las condiciones para una revolución proletaria eran inexistentes, debido al carácter atrasado y semicolonial del Imperio Otomano, proponía que el Estado desarrollara una política de activa intervención en la economía, con vistas a favorecer el surgimiento de una burguesía nacional. (Recordemos que estamos hablando de comienzos de la segunda década del siglo XX). En esto seguía, como es de sospechar, el modelo de desarrollo industrial que Alemania adoptó desde mediados del siglo XIX, con éxito notable. Véase el Capitulo 8, página 125, de Turkey: A Modern History de Erik Jan Zürcher, I.B.Tauris, 2004 (en inglés).
(5)
En la novela Noviembre
1916 de Aleksandr Solzhenitsyn se narra, entre otros episodios, un momento de la
relación entre Lenin y Parvus, a quien le atribuye un exagerado carácter mefistofélico, y por si fuera pcco Solzhenitsyn
recae en sobretonos antisemitas.
(6) Es de imaginarse que la condición de judíos de Parvus y Trotsky se presta a toda clase de delirantes teorías conspirativas de tinte antisemita. Un buen ejemplo se puede leer siguiendo este vínculo (el texto está en inglés): el objetivo de los bolcheviques (entre ellos, un antisemita en toda la regla como Stalin) era crear un "estado mundial judaizado" que aboliera todas las naciones y sus respectivas culturas.
VINCULOS
* Lenin y la asistencia alemana en la Revolución Bolchevique. Anthony Sutton, "Wall Street y los bolcheviques".
* Crítica
de Michael Dirda de Moura: The Dangerous Life of the Baroness Budberg, de
Nina Berberova,
New York
Review, Nueva
York 2005. Washington Post, 22 de mayo de 2005. En inglés.
LIBROS
* Tiempos modernos. Paul Johnson. Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1992. Primera Edición 1988 (primera edición en inglés 1983).
* Auge y caída de las grandes potencias. Paul Kennedy. Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1994.
* Historia del Siglo XX. Eric Hobsbawm. Crítica, Buenos Aires 1998 (reimpresión mayo 1999).
* La era del Imperio: 1875-1914. Eric Hobsbawm. Critica, Buenos Aires 2004.
* Lenin's legacy: The Story of the CPSU. Robert G. Wesson. Hoover Press, 1978 (en inglés). Cap. 3, págs. 56- 62.
* The merchant of revolution. The life of Alexander Israel Helphand (Parvus) 1867-1924. Z.A.B. Zeman y W. B. Scharlau. Oxford University Press, Londres, 1965.