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El Abuelito Artículo originalmente publicado en el Libro de Oro Cinefania
La oscuridad se adueña de la sala de cine. Antes de que la pantalla muestre los créditos de la película que ha de proyectarse aparece sin más una biblioteca presidida por una enorme mesa. Iluminación y mobiliario otorgan a la estancia un ambiente grave, solemne. Sobre el escritorio, en el centro, una bola de cristal como las que usan los magos para descifrar el porvenir. En su interior, una cabeza humana. Carece de cuello, flotando entre el vidrio; pertenece a un hombre flaco, casi consumido, cuyas facciones oscilan mientras se dirige a los espectadores. Su voz es meliflua, algo vacilante. Una palabra destaca entre las otras que como en una pesadilla pronuncia este heraldo del Más Allá. M-u-r-d-e-r, susurra, recreándose en cada letra. Cualquiera puede cometer un asesinato. Finalizada tan singular bienvenida, los títulos se adueñan de la pantalla... Los adictos a lo fantástico no podemos desear mejor comienzo.
Quienes caímos para siempre presos del mundo de sombras y artificio de los terrores de la Universal nos asemejamos en gran medida a esas ratas de laboratorio inmersas en un laberinto, obligadas a recorrerlo una y otra vez. Como ellas hemos explorado, valorado, conocido y aprendido de memoria cada uno de los compartimentos donde se esconden los filmes de la productora; no por eso damos por muertas nuestras esperanzas, como si fuera posible reinventar el pasado y traer a la luz títulos inéditos capaces de calmar nuestra ansia insaciable. Despachados ya los seminales clásicos, apreciadas en lo mucho que valen las secuelas de las sagas de los monstruos del panteón sacro, encontradas en un recoveco perlas raras que otros desprecian y nosotros degustamos con placer -la Mujer Araña, la Mujer Gorila, The Creeper-, queremos todavía más y más. Es entonces cuando la atención se fija, buscando la emoción perdida, en otros géneros conexos que aunque no sean específicamente fantásticos, pueden proporcionar la ración de sombra y misterio que nuestro apetito demanda. Si además intervienen en este nuevo filón muchos de los rostros que antes conocimos entre telarañas, criptas y laboratorios, mejor que mejor. El placer será completo.
La serie de filmes Inner Sanctum cumple con creces estas expectativas. Bajo tan pomposo nombre, latinajo que bautizaba una popular serie de relatos pulp adaptados también a la radio, se ocultan seis historias criminales tocadas por el morbo, lo malsano, lo bizarro, la enfermedad. No son películas fantásticas, cierto, pero su intención no es otra que provocar desazón y mantienen una cercanía tal con el universo añorado que fácilmente se degustan como si de primerísimos títulos se tratase. Fueron rodadas en muy poco tiempo, entre 1943 y 1945, menos de dos años, y aún siendo en su planteamiento series B de una hora de duración destinadas a estrenarse como acompañantes de un filme mayor, cuentan con lo más granado entre los técnicos de la casa, desde directores artísticos a iluminadores, fotógrafos y decorados a un elenco actoral de quitar el hipo, por lo que el resultado estético es tan exquisito como el de cualquiera de las grandes producciones de Universal. Lástima que su aceptación comercial declinase tan rápido porque sino bien pudiésemos tener ahora tantos Inner Sanctum como Sherlock Holmes rathbonianos...
Seis filmes son, de enrevesado y original argumento cada uno; comparten los suficientes rasgos comunes para que puedan considerarse genuina serie. Todos están protagonizados por Larry Talbot, perdón, por Lon Chaney, que repite en los seis títulos el mismo papel de maldito por el que el público le reconoce y le ama. Obviamente no padece aquí licantropía, pero en todas las encarnaciones que adopta en las Inner Sanctum, Lon, como Talbot, es un hombre atormentado, al borde del colapso nervioso, acechado por los fantasmas de la locura, que gime bajo la culpa dominado por fuerzas que escapan a su control. Las historias están contadas desde su punto de vista, escuchando el espectador sus pensamientos en voz en off turbadora y grave. Siempre le rondan una o varias mujeres a las que atrae su poderosa masculinidad tanto como su desvalimiento; en estos filmes, el mundo no es sino un infierno donde la inocencia es perseguida y aplastada en la persona de Lon, un hombre bueno al que se acosa cruelmente hasta arruinar vida y cordura.
Se suele criticar a Chaney Junior por ser actor de registro limitado; no son los Inner Sanctum la mejor prueba para desmentir tal afirmación. Como en la inmensa mayoría de sus filmes, Lon interpreta a la Bestia / Víctima, Larry Talbot bajo mil y un nombres, y ese papel, el único que le hemos visto hacer -el único, en realidad, que la industria le permitiese- lo borda. Cejas enarcadas en trágica mueca, ojos tristes, mirada extraviada, cara de ardor de estómago, andar pesado, vigor que le desborda, humanidad desnuda hecha de miedo y violencia. Y desvalimiento, soledad, condena, paradigma del hombre del siglo XX atribulado y culpable.
Para tan sórdidas metáforas se vale la serie de la estructura del whodunit, reducido círculo de personas entre las que se camufla un asesino cuya identidad no se desvela hasta el final. Como tales funcionan eficazmente, sorteando las abundantes extravagancias de los guiones gracias a una narración perfectamente hilvanada, capaz de crear emoción y suspense a poco que uno se deje llevar. No en vano sus directores son todoterrenos acostumbrados a lidiar con presupuestos harto más modestos en todos los sentidos; lo mismo cabe decir de los secundarios, que incluyen a varios de los más gloriosos rostros de la serie B; de hecho, en torno a estas películas se congregan una serie de actores heterodoxos, rostros de culto y veneración para el cinéfago curtido, cuya aparición se acoge siempre con aplausos.
El objetivo de recrear atmósferas terroríficas no se abandona nunca, incidiendo los filmes en la estética de las sombras tan característica de la Universal; se juega constantemente con íconos y motivos del género, hipnotizadores, doctores locos, cabezas cortadas, museos de cera, espiritistas, muñecas de vudú... todo cuanto pueda contribuir desde una supuesta racionalidad a entrar en el mundo arquetípico de la pesadilla. Basta fijarse en los rimbombantes nombres de las películas, eufónicos y sensacionalistas como pocos, pura poesía de barraca de feria: Llamando al Doctor Muerte, El fantasma helado, La almohada de la muerte, Los ojos del hombre muerto, vislumbrados además a través de unos carteles que chillan con sus colores y grandes letras macabras exigiendo atención. Cualquiera se resiste...
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