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Habiendo
notado que el mayúsculo éxito de Su Predicación desde Su Púlpito catódico,
metódico y esdrújulo, no se correspondía con el áspero trato que recibía
de la gente que encontraba cara a cara, el Apóstol Catódico decidió salir
a dar una vuelta y meditar sobre esta dicotomía tan dual.
(_0_)
Era una noche clara y agradable de fines
de abril. Con suprema unción, el Apóstol se dedicaba a pisar hojas secas
cuando sintió a sus espaldas una voz que lo llamaba.
Cuando el Apóstol se dio vuelta, no vio
nada. Solamente la ribera del Riachuelo, y al fondo, las luces de Avellaneda,
perdiéndose en la explícita noche otoñal. Iba a continuar su marcha cuando
volvió a oír que lo llamaban. La voz era extraña, como un murmullo continuo
que recordaba al agua corriendo al aire libre.
"Salve, Apóstol" decía la voz.
La duda imperó por un largo minuto compuesto de centenares de segundos,
hasta que esa voz se identificó. "Soy el mismísimo Riachuelo que te
saluda, oh Apóstol".
El Apóstol estuvo a punto de no dar crédito
a sus oídos.
Entonces, el Riachuelo decidió salpicarlo
ligeramente a la voz de "agua va", y el Apóstol terminó por creer
en lo (aparentemente) imposible.
- ¿Qué deseas de mí, oscura corriente
fluvial?
- Conozco tus hazañas, oh Apóstol. Quería
pedirte un autógrafo.
- ... lo tendrás, Riachuelo, lo tendrás
- respondió el Apóstol.
- Percibo en tu voz un matiz de duda,
Apóstol.
- Bueno, no es que dude de tus palabras,
pero... ¡Caramba, no sé cómo terminar la frase! Es... es lo que sucede con
el lenguaje cuando uno se enfrenta a situaciones inefables. Por cierto que
las palabras son como las bikinis: muestran mucho pero ocultan lo esencial.
- En verdad debo decirte que justo es
que recibas el apelativo de Crisóstomo, esto es, "boca de oro",
en el helénico idioma de los griegos. Nadie habla con tanta elocuencia como
tú, oh Apóstol.
- ¿Y cómo es la vida de un río en estos
días? - dijo el Apóstol, aún confundido, mientras arrojaba uno de sus autógrafos
a las mucilaginosas aguas fluviales.
- Ayer, una persona que se quiso suicidar
me arrojó a su hermano gemelo por error. Ya no hay respeto, oh Apóstol.
¿Dónde está la sabiduría de un Hermógenes Valdecantos, por no hablar de
un Dogomar Arístides Laercio? Ya no hay voces que se eleven como la de Mirtha
Flora Delbene. Ya no hay un Nahuel Codomano. No, señor, ahora hay dos. Fue
padre y le puso su mismo nombre a su hijo...
Lentamente, el Apóstol Catódico, el Apóstol
de las Madres y las Novias, comenzó a caminar alejándose de la ribera. El
Riachuelo, mientras tanto, continuaba su amargo soliloquio. Que más que
amargo era putrefacto.
Y en cuanto a la pregunta que motivara
su peripatética introspección... el Apóstol, tras esta extraña experiencia
oral y auditiva, formuló su famoso e inmortal aforismo: "la única realidad
es la televisión verdad", y decidió no exponerse a la ignorancia y
la ignominia si no es por intermedio de la pantalla chica.
(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.
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