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Allí estaba por realizarse la presentación de un nuevo programa, el cual,
según la infidencia de un demonio que oficiaba de ejecutivo del canal, o tal
vez de un ejecutivo del canal que oficiaba de demonio, consistía en un reality-show. A los participantes se les
confiaría un territorio virgen por unos siglos, pero sin posibilidad de explotar
a nadie: deberían trabajarlo ellos mismos. Empero, no estaba bien establecido
el proceso de selección de los ganadores. Pronto el Apóstol dedujo que, en
el Infierno, estaba fríamente planeado que nada sucediese de acuerdo a un
plan, dado que ello importaría un cierto grado de previsión, lo que daría
lugar a un vislumbre de la sombra de un amague de esperanza. Los propósitos
punitivos y la cualidad eterna de la institución infernal hacían que la esperanza
no tuviera lugar.
Como se demoraba el comienzo de la emisión, el Apóstol se dirigió al bar
del canal. Allí le llamó la atención un grupo de demonios que conversaba animadamente.
Cuando prestó más atención, notó que lo único que indicaba su calidad demoníaca
era unos vistosos cuernos que les salían de la cabeza. Por lo demás, estaban
vestidos de gauchos de la pampa, y su piel era blanca con manchas negras.
Parecían estar comiendo una ensalada de brotes de soja. Cuando el mozo se
acercó, el Apóstol le mostró el boleto de entrada que se le diera al ingresar
al Infierno, que le daba derecho a una consumición gratis. Pidió un gin tonic,
a lo que el mozo le contestó que el derecho a consumición gratis sólo abarcaba
el gin, mas no el agua tónica y el chorrito de zumo de limón, por no hablar
del derecho a uso de vaso, mesa y silla. El Apóstol abonó la diferencia y,
mientras el mozo se iba a preparar el trago, observó que los gauchos de piel
manchada se habían puesto de pie y se retiraban del lugar. Se sorprendió al
notar que unas importantes ubres colgaban de sus cuerpos, además de unas simpáticas
colas vacunas, que uno de ellos aprovechó para llevarse los billetes que un
parroquiano había dejado como propina.
Cuando se le trajo su gin tonic, el Apóstol inquirió al mozo acerca de
los gauchos que se acababan de retirar. El empleado del bar, tras requerir
una propina suplementaria, le informó que se trataba de antiguos hacendados
de la pampa, que en su vida terrena no habían hecho otra cosa que vivir de
sus vacas y de sus peones, y que en el Infierno habían sido convertidos en
ambos a la vez, como forma de castigo por su indolencia parasitaria.
- Y encima piden café solo y se ríen de nosotros al prepararse su propio
capuccino - agregó con una fea mueca,
producto tal vez de su disgusto con los estancieros, de su disgusto con el
Apóstol o de que el mozo era feo.
Al retornar al set, el Apóstol encontró al demoníaco ejecutivo que le indicara
de qué se trataba el programa que iba a comenzar. El Apóstol de las Madres
y las Novias le preguntó a qué se debía el agregado al decorado de una enorme
pelota de fútbol de cartón piedra.
- Eso es por si el show no arranca bien de rating. Sobre la marcha lo convertimos
en un programa de debates sobre fútbol y listo. ¿Cómo ve a López Rega y el
almirante Rojas polemizando sobre la marca hombre a hombre? Podría ser un
golazo.
- ¿Quiénes más están aquí?
- Uh, unos cuantos... Tenemos al general Camps y a monseñor Plaza, por
ejemplo, que son muy amigos. No los pudimos conseguir para el show porque
están encargados de las parrillas infernales. Responden directamente a Torquemada.
También están Pedro de Mendoza, Lavalle, Mitre... perdón, pero me llaman.
Oído esto, el Apóstol salió del estudio porque notó que se cumplía la hora
e iba a perder a su cicerone. En la calle lo esperaba Gardel, que al verlo
tuvo que interrumpir su siesta e hizo una mueca de disgusto.
- El problema con estos infiernos es que están llenos de desmanes alegóricos.
Demasiada semiótica para mi gusto - dijo Gardel.
(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.
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