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CAPÍTULO 29

(Donde el Apóstol continúa recorriendo el Infierno) (1)

Viene del Capítulo Anterior

El Viaje Infernal del Apóstol Catódico, quien en Su anterior y pecadora Vida fuera llamado Pepe, lo llevó a ingresar a los estudios del canal de TV de Palermo Chico. Gracias a la frecuente entrega de partes de su paciente colección de retratos, impresos en papel moneda, de Rosas, Rivadavia, San Martín y otras figuras de la historia argentina, logró sortear los diversos controles y llegar hasta el estudio principal.

Allí estaba por realizarse la presentación de un nuevo programa, el cual, según la infidencia de un demonio que oficiaba de ejecutivo del canal, o tal vez de un ejecutivo del canal que oficiaba de demonio, consistía en un reality-show. A los participantes se les confiaría un territorio virgen por unos siglos, pero sin posibilidad de explotar a nadie: deberían trabajarlo ellos mismos. Empero, no estaba bien establecido el proceso de selección de los ganadores. Pronto el Apóstol dedujo que, en el Infierno, estaba fríamente planeado que nada sucediese de acuerdo a un plan, dado que ello importaría un cierto grado de previsión, lo que daría lugar a un vislumbre de la sombra de un amague de esperanza. Los propósitos punitivos y la cualidad eterna de la institución infernal hacían que la esperanza no tuviera lugar.

Como se demoraba el comienzo de la emisión, el Apóstol se dirigió al bar del canal. Allí le llamó la atención un grupo de demonios que conversaba animadamente. Cuando prestó más atención, notó que lo único que indicaba su calidad demoníaca era unos vistosos cuernos que les salían de la cabeza. Por lo demás, estaban vestidos de gauchos de la pampa, y su piel era blanca con manchas negras. Parecían estar comiendo una ensalada de brotes de soja. Cuando el mozo se acercó, el Apóstol le mostró el boleto de entrada que se le diera al ingresar al Infierno, que le daba derecho a una consumición gratis. Pidió un gin tonic, a lo que el mozo le contestó que el derecho a consumición gratis sólo abarcaba el gin, mas no el agua tónica y el chorrito de zumo de limón, por no hablar del derecho a uso de vaso, mesa y silla. El Apóstol abonó la diferencia y, mientras el mozo se iba a preparar el trago, observó que los gauchos de piel manchada se habían puesto de pie y se retiraban del lugar. Se sorprendió al notar que unas importantes ubres colgaban de sus cuerpos, además de unas simpáticas colas vacunas, que uno de ellos aprovechó para llevarse los billetes que un parroquiano había dejado como propina.  

Cuando se le trajo su gin tonic, el Apóstol inquirió al mozo acerca de los gauchos que se acababan de retirar. El empleado del bar, tras requerir una propina suplementaria, le informó que se trataba de antiguos hacendados de la pampa, que en su vida terrena no habían hecho otra cosa que vivir de sus vacas y de sus peones, y que en el Infierno habían sido convertidos en ambos a la vez, como forma de castigo por su indolencia parasitaria.

- Y encima piden café solo y se ríen de nosotros al prepararse su propio capuccino - agregó con una fea mueca, producto tal vez de su disgusto con los estancieros, de su disgusto con el Apóstol o de que el mozo era feo.

Al retornar al set, el Apóstol encontró al demoníaco ejecutivo que le indicara de qué se trataba el programa que iba a comenzar. El Apóstol de las Madres y las Novias le preguntó a qué se debía el agregado al decorado de una enorme pelota de fútbol de cartón piedra.

- Eso es por si el show no arranca bien de rating. Sobre la marcha lo convertimos en un programa de debates sobre fútbol y listo. ¿Cómo ve a López Rega y el almirante Rojas polemizando sobre la marca hombre a hombre? Podría ser un golazo.

- ¿Quiénes más están aquí?

- Uh, unos cuantos... Tenemos al general Camps y a monseñor Plaza, por ejemplo, que son muy amigos. No los pudimos conseguir para el show porque están encargados de las parrillas infernales. Responden directamente a Torquemada. También están Pedro de Mendoza, Lavalle, Mitre... perdón, pero me llaman.

Oído esto, el Apóstol salió del estudio porque notó que se cumplía la hora e iba a perder a su cicerone. En la calle lo esperaba Gardel, que al verlo tuvo que interrumpir su siesta e hizo una mueca de disgusto.

- El problema con estos infiernos es que están llenos de desmanes alegóricos. Demasiada semiótica para mi gusto - dijo Gardel.

 (Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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