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CON LA EXCUSA DE “LA DOLCE VITA”
No estoy del todo seguro de que “La dolce vita” de Federico Fellini sea una gran película, pero sí estoy seguro ¡oh, manes de Alan Sokal! de que es una extraordinaria excusa para pensar y escribir… con lo cual, es más que probable que realmente sea una gran película. Con ustedes, algunas ideas acerca de dicho célebre filme ítalo-francés de 1960.
Algunos vínculos: a la página de IMDb, a la de Wikipedia, al trailer del DVD en YouTube (en inglés), al tema principal de la película en YouTube, obra de Nino Rota (1).
“La dolce vita” suele ser una ocasión para saludar la brillante banda de sonido de Nino Rota, para recordar que los paparazzi se llaman así gracias al nombre del personaje interpretado por Walter Santezzo, para elogiar al notable elenco, para celebrar escenas memorables como la inicial o las de Marcello Mastroianni con la sex-symbol Anita Ekberg en la Catedral de San Pedro o en la Fontana di Trevi… y para especular con el sentido de la estructura rapsódica de la obra, con cierto aire a inconclusa y hasta a provisoria. Me parece que esa estructura tan laxa es un acierto, precisamente porque no termina de cerrar la historia, y deja mucho espacio a la interpretación del espectador. (¡Claro que no tanto como para creer ver una relación entre “La dolce vita” y “Apocalypse now” sólo porque en ambos comienzos aparecen helicópteros, señor!).
De la historia, que ya he dicho que es bastante episódica, tal vez se pueda extraer esta idea para ayudar a exponerla: Marcello Rubini (Mastroianni) es un cronista de chimentos del espectáculo y un hombre inteligente pero vano; como tantos, una persona torturada por su imposibilidad de elegir entre los destinos incompatibles que se le presentan. Uno es el de esposo y padre junto a la algo desequilibrada Emma (Ivonne Fournereaux). Otro es el de escritor interesado en responder las Grandes Preguntas, destino del que siempre es apartado tanto por su estilo de vida como por su peculiar trabajo, cuando no por la primera aparición, cargada de simbolismo, de la quinceañera Paola (Valeria Ciangottini). El tercero es el de libertino que disfruta de la fiesta interminable que es la vida nocturna de Roma a fines de los años 1950, al menos hasta la diaria llegada de esos restallantes, cegadores amaneceres de resaca y sudor que son el otro nombre de la angustia y el desengaño, símbolos de que el tiempo no se detiene, y con él, se va la vida. (Que lo diga el padre de Marcello, encarnado por Annibale Ninchi, al final de su noche en Roma…).
Bien que las fiestas suelen relacionarlo con un personaje más insustancial y hueco que el otro, alimentando su desamparo: la mirada de Fellini sobre la gente con la que se topa Marcello bordea la misantropía, ensañándose especialmente con los esperpénticos intelectuales asistentes a la velada organizada por Steiner (Alain Cuny): cultísimo amigo, mentor y admirador del periodista.
(Steiner dice una frase inolvidable, un lejano eco del temor de los griegos a las trampas del destino, y que resulta profética: “es la paz lo que me da miedo. Temo a la paz más que a cualquier otra cosa. Me parece que es sólo una apariencia, y que oculta el infierno”. Otra frase de Steiner que me gusta - y que por poco siento que es un mensaje de Fellini a mí - es "soy demasiado serio para ser un aficionado y demasiado aficionado para ser un profesional").
En el final de tres horas que pasan volando, sin apenas sentir el lastre de la vacuidad intencionada de muchos momentos, vuelve a aparecer Paola, en una escena enigmática que no referiré por respeto al lector que no haya visto el filme, pero que parece mostrar a Marcello eligiendo un camino y (como siempre que se elige un camino) rechazando otro. ¿Pero tiene salida la insatisfacción vital de Marcello? Hoy, en esta noche de verano de 2012, pienso que todos los destinos humanos son insatisfactorios en mayor o menor grado, porque sólo un inmortal puede experimentar lo que es vivir la vida en plenitud. Nadie morirá jamás sin sentir que quedó en deuda.
No hay salida. ¿Qué hacemos con eso? Si de algo estoy seguro, es de que lamentarse no es la respuesta.
(1) A a propósito del magistral músico, la siguiente y deliciosa anécdota sobre su persona, contada por Fellini: Nino Rota "tenía que tomar un avión a las ocho de la noche y como se le estaba haciendo tarde, yo mismo le pedí que se fuera. Él fue al aeropuerto pero, naturalmente, sin darse cuenta, perdió el avión. Le preguntó a la empleada: '¿Cuándo sale el avión?'. 'El avión ya salió', le respondió. 'Pero si son las diez y media de la mañana'. 'No, son las ocho y media de la noche'”. "Amor a Rota", por Federico Fellini, en Página/12, 2 de diciembre de 2007.
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