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EMILSE CORNEJO DE VELARDE, PIONERA DE LA CIENCIA FICCIÓN ARGENTINA

 

Cuento escrito especialmente para el Libro de Oro Cinefanía 2012, dedicado a la Ciencia Ficción. Un ejemplar del mismo en .pdf puede ser solicitado en esta página. Hágalo, le aseguro que no se va a arrepentir.

 

Argentina es un país que tiene una relación ambivalente con su pasado: por un lado, se niega a dejarlo ir y sigue discutiendo cuestiones tan añejas como la actuación pública de Juan Manuel de Rosas; por otro, suele demostrar un negligente desdén hacia la conservación de lugares históricos, documentos, obras artísticas. A lo mejor, se le ocurre en este mismo instante al redactor de estas líneas, ambas actitudes son las dos caras de una misma moneda: esta Nación parece querer destruir toda huella de su pasado para así poder recrearlo a su antojo, por simple ejercicio de la voluntad, libre de toda necesidad de atenerse a meros hechos. Pero bien, dejémoslo ahí, porque tal vez esto que usted, lector, acaba de leer o más bien de dejar de leer, no sea mucho más que una parrafada destinada a disculpar por anticipado los huecos de esta dificultosa biografía, la de una pionera de la ciencia ficción en el país, Emilse Cornejo de Velarde, de cuyas obras apenas se conservan fragmentos.

 

María Emilse Concepción Cornejo Dávila nació en Salta en 1890, en el seno de una familia tradicional y bastante conservadora. No se sabe gran cosa de sus primeros años, y tampoco de los que vinieron después: en realidad, el primer dato sólido que poseemos luego del de su nacimiento es el de la celebración de su matrimonio en su ciudad natal, en 1913, con un ingeniero del Ferrocarril Central Norte, Absalón Velarde. Emilse y Absalón tuvieron cuatro hijos, nacidos respectivamente en 1914, 1917, 1919 y 1924: Martín Miguel, Remedios, Libertad y José Francisco. Guárdese el eventual y acaso inexistente lector de cuestionar estas noticias: le prometo que tienen su importancia en la obra de Emilse, a la cual todavía no me he referido. Ya es momento de hacerlo.

 

Absalón Velarde, que era un hombre de buen pasar, pagó la publicación de una serie de libros escritos por su esposa con anterioridad a su casamiento. Si así lo sabemos es debido a que así lo afirman las contratapas de dichas obras, editadas en Londres entre 1914 y 1920. ¿Por qué en Londres? Una respuesta posible es el temor a las reacciones que pudieran provocar en una sociedad tan conservadora como la salteña relatos como “Horst de Schaffhausen”, en el cual un salteador de caminos de la Edad Media es contratado por un noble, el Barón de Friburgo, para que robe por su cuenta una supuesta reliquia de increíbles poderes curativos: el sostén de la Virgen María, en poder del Abad de San Gall.

 

Otro texto polémico, y más afín a la temática de este artículo, es “El repórter de La Nación”, un cuento acerca del invento, en la remota Buenos Aires del año 2111, de una máquina del tiempo. El primer viaje temporal en realizarse es el de un grupo de periodistas al campo de batalla de Pavón, en 1861, con el fin de resolver de una vez por todas el misterio de la retirada de las fuerzas del general Justo José de Urquiza, cuando todo hacía suponer que el entrerriano tenía asegurada la victoria sobre los ejércitos porteños mandados por Bartolomé Mitre. Los viajeros temporales tienen precisas órdenes de no intervenir y de limitarse a observar los acontecimientos: ataviados con ropas de la época, se hacen pasar por diplomáticos paraguayos. En un momento del combate, lejanos disparos de metralla los hacen separarse para poder cubrirse: cuando pueden volver a juntarse, notan que falta “el repórter de La Nación”. Preocupados, comienzan a buscarlo, hasta que lo ven charlando con el general Urquiza, quien súbitamente monta su caballo y da la orden de retirada. Cuando los periodistas se acercan a su colega, notan estupefactos que éste le ha mostrado a Urquiza un libro de historia argentina editado en 2111, y que obviamente afirma que el vencedor de Pavón fue Mitre: caen en la cuenta de que éste ha ganado la batalla… por la acción de un periodista del diario que él mismo fundaría en 1870.

 

Uno de los enviados, el del diario Crítica, dice al ver el diálogo entre Urquiza y el “repórter de La Nación” que “acá hay algo raro”, frase que con el tiempo, se incorporaría al léxico de los argentinos para afirmar… bueno, precisamente eso, que “acá hay algo raro”.

 

El cuento “Gambito de Rey” no tiene nada de ciencia ficción (en adelante CF) pero su argumento me parece muy interesante. El jefe del espionaje francés, Renouvier, envía a su mejor agente a una misión muy peligrosa en Alemania. En determinado momento, se ve obligado a dejar que su agente (llamado Wimille) sea capturado para salvaguardar la existencia de la red de espías franceses en Berlín. Wimille es ejecutado por los alemanes: Renouvier, atormentado por la culpa, decide ir personalmente a dar la mala nueva a Eloísa, la esposa de su agente. Eloísa abre la puerta de su casa: Renouvier, abrumado por la belleza de la mujer, tartamudea y se presenta como un simple oficial. Eloísa llora desconsolada; Renouvier, que también es viudo, se enamora perdidamente de ella. ¿Será capaz Renouvier de decirle a Eloísa que él es el responsable mediato de la muerte de su esposo? ¿Será capaz Eloísa de perdonarlo y de amarle? Estas preguntas no son un elemental truco retórico para engancharlo, amigo lector: el final de “Gambito de Rey” se ha perdido

 

Entre 1920 y 1930, Emilse publica varias novelitas del subgénero de la CF que se conoce como space opera: demuestran una clara influencia de la saga marciana de Barsoom que debemos a Edgar Rice Burroughs. Hay algunos detalles muy llamativos en estas novelitas:

 

* Emilse las escribió con un sonoro y anglófilo seudónimo masculino, David Engelbert Westinghouse.

 

* Los nombres de los personajes y locaciones rompen con el particular verosímil de la CF: en vez de mundos como Barsoom, personajes como Obi Wan Kenobi o civilizaciones como los Klingon, las obritas de Emilse / Westinghouse ofrecen a la consideración general heroínas llamadas La Nélida o La Yolanda, villanos como el Rey Poroto, invasores espaciales como La Gente Gómez, o “naves suegra” (sic) llamadas Tío Paco XXV

 

* Algunos argumentos (como el de “Pochi, la venusina”) son extrañamente machistas y casi misóginos: ¿habrá sido un intento de Emilse de ocultar su condición femenina exagerando una lacra de la época? Otro ejemplo es “La joya”, cuyo tema es la posibilidad de transmutar el carbono de los cuerpos de seres humanos en el carbono de los diamantes, con una serie de procesos químicos: la villana de la novela, una presidenta de Alemania, ama llevar puesto un collar en el que ha engarzado las joyas en que ha convertido a los cuerpos de sus enemigos políticos. Hay quien quiso ver en “La joya” una prefiguración tanto del ascenso de las mujeres en política como del Holocausto.

 

* En “Herodes”, la autora vuelve a utilizar el recurso del viaje en el tiempo, esta vez para comprobar que… la Masacre de los Santos Inocentes no fue tal: las madres judías, hartas de los berrinches de sus hijos, los entregaron voluntariamente al Rey de Judea, para que éste los criara como soldados. 

 

“Herodes” ha sido interpretado como una especie de catarsis de los deberes de una sufrida madre de cuatro hijos. En apoyo de esta teoría, cabe agregar que en “El Rey de Júpiter” hay una madre esclava de su hijo Rey, y en “El robot nodriza”, precisamente eso, un robot nodriza. También se ha sostenido que ciertos pasajes, que en la época se creyeron como ejemplos de literatura experimental, afín al surrealismo, son simples muestras de los problemas que tiene un ama de casa dedicada para hacer otra cosa que cuidar de su esposo e hijos: por caso, hoy se piensa que la receta de pato a la naranja que surge de la nada, en medio de la batalla de naves interplanetarias con que concluye “El Rey de Júpiter”, simplemente se traspapeló. El error trajo sus paradójicos beneficios: Miguel Brascó la considera la mejor receta incluida jamás en una obra literaria argentina.

 

En los años ’30, Emilse publicó en Montevideo, en la pequeña editorial Califa Omar, algunas novelas muy particulares. La supuesta distopía “Pizza Margherita” es una sátira de los nazifascistas argentinos y europeos, y en especial de los tenebrosos y falaces Protocolos de los Sabios de Sión: en la obra, el Rey de Italia concibe un plan para apoderarse de Argentina, el Plan Pizza Margherita, a través de la infiltración silenciosa de millones de inmigrantes y la consiguiente deriva de las costumbres. En el final de la novela hay una Buenos Aires llena de pizzerías y heladerías, con calles llamadas Humberto I o Génova, y barrios como Palermo o Lugano, en la que ya no se habla español sino una especie de dialecto sudamericano del italiano de Nápoles. La Buenos Aires supuestamente distópica del futuro es casi igual a la real.

 

“La clínica del doctor Frankenstein” parece haber previsto una época en la que la cirugía estética fuera una cuestión de todos los días: poco se conserva de la misma, fuera de una extraña línea en la que un personaje habla de que “es hora de ir a cirujear un poco de belleza y de juventud [sic]”. De un cierto cuento imposible de identificar se conserva un trozo de papel de cuatro centímetros cuadrados en el que refulge un particular chiste de humor negro: un supuesto almirante venusino ordena “restar una dimensión” a un personaje, y éste es… aplastado con un rodillo.

 

En 1938, nada menos que Jorge Luis Borges le hizo una entrevista a Emilse para la revista El Hogar. El reportaje se ha perdido casi íntegro, salvo por una página, conservada por uno de los hijos de Emilse, en la que la autora renegaba de quienes opinaban que las mujeres sólo podían escribir acerca de la condición femenina: “sería como si los árabes sólo pudieran escribir de desiertos y camellos, o nosotros los argentinos, de caballos y gauchos”. Hay quien ha querido ver en esa frase una idea que Borges tomaría como propia y desarrollaría en “El escritor argentino y la tradición”: sí, yo conozco a alguien que piensa eso. Usted también, amigo lector: en este mismísimo momento está leyendo una nota de su autoría.

 

En la entrevista de Borges, Emilse afirma estar escribiendo “el libreto de una especie de ópera de ciencia ficción con música de tangos de Francisco Canaro y Agustín Bardi”. No hay otros testimonios de esta afirmación sobre la que hubiera sido la primera obra conceptual de la historia del tango, lo que constituye un lindo desafío para tantos investigadores de la historia del género.

 

En 1946, los hijos de Emilse ya tenían edad de valerse por sí mismos, y ella vio por fin la oportunidad de dedicarse completamente a la literatura: se separó de Velarde, y se fue a vivir a una modesta quinta de Rincón de Milberg, en el Tigre. (En referencia a su separación, se afirma que le dijo al periodista, guionista de cine y escritor Ulyses Petit de Murat “cómo quería que terminara todo, si me casé con un cornudo”). En ese año se editó su primer libro impreso en Argentina, titulado simplemente “Cuentos”. Uno de ellos, cuyo título se ha perdido, narra el encuentro en un bar del protagonista del filme “Casablanca”, Rick Blaine, con el famoso detective privado Philip Marlowe, creado por Raymond Chandler: ambos personajes fueron representados en el cine por Humphrey Bogart. “Lo hacía más alto”, dice Blaine en un momento, jugando con la estatura de Bogart, menor a la que Chandler atribuye a Marlowe.

 

Otro cuento tiene como protagonista a un detective: “Rosales Investigaciones”. Una empresa convoca a un detective para que averigüe por qué se registran continuos accidentes en su planta fabril. La empresa había contratado, meses atrás, una campaña publicitaria pretendidamente humorística en la que se hacía mención al Diablo; los accidentes se suceden, son cada vez más inexplicables, y todo conduce a pensar que la solución al caso es de índole fantástica. No haré mención a la misma por respeto al eventual lector.

 

En “ 2145”, Emilse vuelve a la ciencia ficción. Un científico argentino investiga la posibilidad de viajar en el tiempo: en el proceso, sufre varios misteriosos ataques, de los que siempre se salva por poco. Finalmente logra deducir los principios del viaje en el tiempo. En ese momento, se le hace presente un extraño personaje que afirma ser un viajero proveniente del futuro, que le agradece su esfuerzo, y que le explica lo importante que éste es para el país: en el año 2145, Argentina y sus aliados sudamericanos están en guerra contra Estados Unidos y el Reino Unido, y ambas alianzas han comenzado a usar un arma experimental, precisamente la máquina del tiempo. La guerra entonces se prolonga en el futuro, pero también en el pasado: tropas británicas viajan del 2145 hasta el año 1806 para intentar socorrer a las fuerzas invasoras del Río de la Plata; agentes argentinos intentan desbaratar las finanzas británicas provocando la quiebra de la Banca Baring en 1890; la alianza sudamericana hasta intenta ayudar a la Armada Invencible española a invadir Inglaterra en 1588; los norteamericanos responde intentando infiltrar a sus agentes en los gobiernos argentinos, en especial en el área económica. También hay en el cuento corporaciones de condottieri, que alquilan al mejor postor a sus ejércitos de robots.

 

El libro no tuvo buenas ventas, pero eso no fue lo peor. Tras décadas de postergar el ejercicio de la literatura en pos de la felicidad familiar, Emilse ahora era libre de dedicar todo su tiempo a escribir. Pero entonces descubrió algo terrible: que la inspiración se le había ido. Peor aún: que el verdadero motor de su deseo de escribir siempre había sido su ocupada vida familiar: el anhelo de la literatura, para ella, siempre había sido una mera expresión de su deseo de liberarse de sus obligaciones. En 1947 vendió sus propiedades en el Tigre y se volvió a la capital, a trabajar como correctora y ocasional redactora en proyectos editoriales que invariablemente terminaban en la nada tras pocos meses: de uno de ellos supo decir que “la sección con más páginas era siempre ‘Fe de Erratas’”.

 

En mayo de 1955 publicó en El Hogar un cuento acerca de una horda de fanáticos iconoclastas que incendia una iglesia de Éfeso en el siglo VIII. La historia del texto fue inmediatamente relacionada con los incidentes del 16 de junio en Buenos Aires, y tras el derrocamiento del presidente Juan Domingo Perón en setiembre del mismo año, la fama de Emilse gozó de una breve primavera. Un par de firmas editoras se acercaron a ella para proponerle imprimir sus libros: Emilse cerró trato con una de ellas para editar su volumen “Quinientas recetas con verduras”, que se vendió muy bien, y que le permitió hacerse de una pequeña fortuna.

 

Nada más se supo de ella, hasta el día de su muerte, el 26 de agosto de 1962, a los 72 años de edad. Borges y Adolfo Bioy Casares asistieron a su entierro, aunque de modo involuntario: ambos venían del sepelio del padre de Bioy, que fue ese mismo día.

 

 

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