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LOS RECUERDOS DE HOMERO ADAMO: BOCA 2, RIVER 3, NACIONAL DEL '81
El poeta de Caballito, el bardo ciego de los Cien Barrios Porteños, rememora en su personal estilo el épico Boca Juniors 2 - River Plate 3 del Campeonato Nacional 1981.
Canta, aeda, aquella mañana del domingo 27 de setiembre de 1981 en la que, en los llanos fatales de la Boca, dentro de las altas murallas de la Bombonera y junto a las negras aguas del Riachuelo, se encontraron los boquenses de largas cabelleras y los riverplatenses domadores de balones.
Apenas se descubrió la Aurora de rosáceos dedos, los defensores de la ciudadela boquense se reunieron tras el llamado de Silvio Marzolini, alumno de Zeus, príncipe de la raya de cal izquierda. Y muchos y grandes héroes de hermosas grebas llamó el príncipe. Estaba el deiforme Hugo Gatti (el amo de los balones), estaba Roberto Mouzo (mariscal del área), estaban Ruggeri (uno de los que luego conquistó en México argentina gloria), Córdoba, Ricardo Gareca, y estaba Diego Maradona, rey de reyes, barrilete cósmico, el preferido de las volubles deidades.
Los riverplatenses domadores de balones eran no menos curtidos en la tempestad de fintas, quites y gambetas. Alfredo Di Stéfano, rey de reyes, alumno de Zeus, héroe de Iberia, conquistador de las Europas, hijo dilecto de la ninfa del Plata pero también alguna vez preciado líder boquense, llamó a los más valientes entre sus hombres. Había cinco guerreros que habían conquistado la gloria tres años atrás, en las monumentales murallas junto al Río Inmóvil, precipitando al Hades las almas de los indómitos holandeses, a quienes hicieron presa de perros y pasto de aves (cúmplase la voluntad de Zeus). Esos cinco eran el invicto Fillol (el de las piernas rápidas y las manos como tenazas), Daniel Passarella el gran capitán (otro de los Argenautas que trajeron de México el Vellocino Mundial de Oro), el Beto Alonso (otro hijo dilecto de la ninfa del Plata), Tolo Gallego el del despliegue generoso y Mario Kempes, matador de rivales. Estaba también Ramón Díaz, el de los pies ligeros, estaba Bulleri, hermano de leche leprosa del Tolo, y estaba Jorge García, fiel escudero de Passarella, inocente de la gloria que la mañana traería.
Los veintidós ministros de Ares sintieron que los dioses los llamaban a dejar testimonio de su valor, y no defraudaron. Sin dar ni pedir tregua se lanzaron a la tempestad de fintas, quites y gambetas. El dorado y matinal Febo, cuando iban 20 minutos de batalla, ofuscó la visión del divino Fillol y Maradona, rey de reyes, barrilete cósmico, lanzó desde lejos el balón a la red para alegría de los suyos y confusión de los riverplatenses domadores de balones. Preñada de tormentas parecía la mañana para los valientes de la banda rojo sangre, quienes estuvieron una hora cejando con el Hado hasta que el matador Kempes perforó la unánime barrera y la débil defensa de Gatti en un tiro libre. Iguales estaban los hermanos enemigos, mas el gran capitán Passarella aprovechó un penal para arrollar la defensa de los boquenses de largas cabelleras.
River arriba, Apolo derrotando a Dionysos, pero faltaba la exaltación de los manes del fútbol. El ex canalla García tomó el balón en la mitad de la cancha, sobre la izquierda, y henchido su pecho por voluntad de Palas Atenea, la de los ojos brillantes, pasó entre los azorados boquenses como una espada de hierro en un escudo de bronce y, entrando al área por la derecha, puso el 3-1. Todavía, faltando poco, hubo tiempo para que el deiforme Gareca acercara a los del Riachuelo a un 2-3 que abría las expectativas, pero el duelo de titanes ya tenía un vencedor. Los boquenses quedaron así presa de perros y pasto de aves (cúmplase la voluntad de Zeus).
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