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INDIANA JONES: CALAVERA NO CHILLA

El único reproche serio que puedo hacerle a “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal” es lamentar que no haya permitido cerrar la saga con esa maravilla del cine de entretenimiento que es “Indiana Jones y la Última Cruzada”. Esa cabalgata final al atardecer tras las mil y una peripecias vividas durante la búsqueda del Santo Grial, tras los pérfidos nazis de costumbre, tras la revelación del origen del apodo Indiana, tras la reconciliación (que uno intuye definitiva) entre ambos doctores Henry Jones (padre e hijo), era la culminación inmejorable de las aventuras de uno de los héroes más atractivos, humanos y queribles del cine hollywoodense. (Algo que Steven Spielberg, George Lucas y Harrison Ford tenían muy en claro: no por nada hubo un hiato de casi dos décadas entre ambos filmes). Empero, y aún corriendo el serio riesgo de parecer un agregado inarmónico y extemporáneo, “El Reino…” enfrentó con dignidad el desafío y terminó saliendo airosa. Un poco como su protagonista, al que ya ni una explosión atómica parece detener…

A las razones por las cuales las películas de Indiana Jones son tan disfrutables hay que buscarlas, por un lado, en la inteligencia de Spielberg y Lucas para no tomarse demasiado en serio al héroe: en las antípodas de tantísimos personajes del cine de aventuras, el arqueólogo aventurero recibe tantos golpes como los que asesta, mete la pata con frecuencia, y a menudo da la sensación de salir bien librado de pura suerte. Esto último está relacionado con otra de las razones de su atractivo: las cuatro películas de la saga se disfrutan, más que a pesar de su inverosimilitud, en razón directa a su inverosimilitud. Ni por un momento dudamos de que las imposibles peripecias de Indiana Jones son fantasía pura, ficción pura. En suma, puro entretenimiento: no otra cosa vamos a buscar al cine.

Hablábamos de fantasía y ficción, y de eso tenemos mucho en “El Reino…”.  La trama involucra tópicos de cierta literatura seudocientífica que está en los márgenes de los márgenes de la cultura de masas: la intervención de seres extraterrestres en el surgimiento de las primeras civilizaciones, la caída de una astronave alienígena en Roswell, la existencia de fenómenos paranormales como la telepatía, las supuestas calaveras de cristal de Centroamérica; en síntesis, un refrito de Pauwels y Bergier con toques de charlatanería de un Karl Brugger o de su plagiario Von Däniken. Hay también una, digamos, “velada cita” a un clásico de la CF (la idea de un ser colectivo como el de “Más que humano” de Theodore Sturgeon) y alguna licencia argumental que bordea la grosería, como afirmar que las tropas del guerrillero mexicano Pancho Villa hablaban… quechua.

El citado Karl Brugger merece un párrafo aparte, porque el guión tomó prestadas muchas de las ideas de su libro “La Crónica de Akakor”. Brugger era corresponsal en Brasil de la TV pública alemana, y en 1976 publicó el libro antedicho, en el que afirmaba haber recibido de un supuesto cacique Tatunca Nara, hijo de un soldado alemán y de una mujer perteneciente a la tribu de los Ugha Mongulala, la historia de una milenaria civilización perdida en la Amazonia, Akakor. Ésta era de origen extraterrestre, y era madre de los imperios egipcio e inca, además de estar relacionada con el antiguo pueblo germánico de los godos y haber dado refugio, hacia 1945, a dos mil fugitivos del derrumbe del Tercer Reich. (La ciudad perdida que busca el doctor Jones se llama… “Akator”, capital de la tribu de los… ugha. Sin embargo, y lamentablemente, en la película no hay rastro de nazis supérstites: tengo para mí que son villanos muy superiores a los soviéticos. La criminalidad del comunismo soviético es resultado de una perversión de los ideales marxistas; la del nazismo, en cambio, está en su propia naturaleza racista y violenta). Quizá muy convenientemente, Brugger murió en circunstancias extrañas en Río de Janeiro en 1984, lo que motivó delirantes especulaciones acerca de la existencia de una conspiración para ocultar la historia de Akakor. (Recuerdo haber leído esto mismo en la desaparecida - y tan fantasiosa como apasionante - revista argentina Cuarta Dimensión).

Nos pareció que la inclusión de personajes como Mutt Williams y su madre Marion Ravenwood (la de “Los cazadores del Arca perdida”) fue una decisión tomada ante la imposibilidad de volver a contar con Sean Connery para interpretar a Henry Jones I: el antiguo 007 se retiró de la actuación debido a su avanzada edad. Una lástima, porque la química entre Ford y Connery saltaba a la vista desde el primer fotograma en el que aparecieron juntos en “La última Cruzada”. Shia LaBeouf cumple con lo que se espera de él… pero no es lo mismo.

En síntesis: una digna y por demás disfrutable cuarta película de la saga, sin alcanzar las cumbres de “Los cazadores…” y “La última Cruzada” pero superior a “Indiana Jones y el Templo de la Perdición” (más allá del excelente comienzo de esta última: esa descomunal secuencia del cabaret Obi Wan de Shanghai…). Está la música de John Williams, está un tal Spíelberg tras las cámaras… y está un Indiana Jones sesentón y cansado, pero lleno de vitalidad y dispuesto a todo por volver a sentir la adrenalina de la aventura corriendo por sus venas. Nosotros tampoco somos los adolescentes de antaño pero ¿sabés qué? Durante las poco más de dos horas de la película, ni cuenta que nos dimos. ¿Sabés lo que vale eso?

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