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UNA OPINIÓN SOBRE LA ACTUALIDAD POLÍTICA

Hace unos días, el amigo de la casa Patricio Flores me regaló un librito llamado "Los que pasaban", de un reconocido autor que nació en el exterior pero ha vivido casi toda su vida en el país. Creo que el libro contiene algunas reflexiones interesantes acerca del actual momento político y, más aún, acerca de ciertas constantes de la vida política argentina. Dejo la revelación del nombre del autor para el final; con ustedes, sus ideas.

El autor cita a un ex presidente argentino, que afirmara que “no fundaremos un régimen de instituciones libres, sino cuando las oposiciones dejen de ser sediciosas y los partidos dominantes abusivamente excluyentes”. El ejemplo de algunas campañas electorales pasadas aún lo preocupaba al momento de escribir estas líneas: “desechando – si se pretende hablar como historiador – todo sofisma e hipocresía convencional no habrá, entre los argentinos de buen sentido y de buena fe, quien ponga en duda que en aquella contienda política – como en cualesquiera otras de estas seudodemocracias, siempre oscilantes entre el despotismo y la anarquía – los bandos rivales habían allegado al servicio de su ambición todos sus elementos disponibles, lícitos o inconfesables”.

Completa la idea escribiendo que “con ello quise significar únicamente que durante el orgasmo o ‘celo’ electoral (si se tolera el rasgo naturalista) no hay partidos políticos propiamente morales, si bien los hay más inmorales que otros. Y supuesto que las prácticas de unos y otros absorben la misma proporción de materia espuria, resulta que, en definitiva y gracias al socorrido axioma homeopático de similla similibus curantur, los desperfectos, en una operación por mayor, suelen equilibrarse, resultando a la postre inclinarse la balanza al lado que debía”. Más aún: “el hecho de obtener la representación de vastos intereses humanos constituye por sí solo una presunción de aptitud y suficiencia”.

Y esta reflexión es una acerba crítica de los movimientos opositores: “alguna vez he ofrecido demostrar que en los conflictos históricos el factor decisivo no es el vencedor, sino el vencido: una batalla se pierde, mucho más que se gana”. Luego afirma que “con todo ataques y negaciones se demuestra ser una minoría en el país”, y que es notoria la “irremediable disidencia entre el oportunismo del hombre de estado y la intransigencial de sectario”. ¿Leí bien, dirá el eventual y acaso inexistente lector? ¿Elogia el "oportunismo del hombre de estado"? Efectivamente, porque “el hombre de conciencia y de verdad no ha de subscribir un pagaré de reformas cumplideras a plazo fijo, sabiendo que nadie está seguro de satisfacer los compromisos que dependen por igual del poder humano y de las circunstancias. Ni siquiera ha de garantizarnos, con ademán solemne, una transformación radical – quiero decir, de raíz – en la práctica de nuestras instituciones constándole que tal práctica, viciosa e imperfecta, es la resultante de idiosincrasias y hábitos que sólo por la acción lenta de la educación y de la experiencia logran modificarse”. Más aún: “no es siempre en los tratados doctrinales o en los comentarios constitucionales donde se puede estudiar la práctica o el valor real de las instituciones, sino en las manifestaciones espontáneas, y no calculadas para la resonancia exterior, de la república”.

“Seguramente no respetaré, a nombre de no sé qué ‘pudibundería’ hipócrita, las mentiras convencionales que cubren con sus hojas de vid el sancta sanctorum de las instituciones. No hemos rasgado dolorosamente el velo de otras supersticiones adheridas al corazón, para venir ahora a reverenciar las que sólo aprovechan al charlatanismo y perpetúan la ignorancia popular”. Esto porque todas las candidaturas que recuerda “han deseado, han procurado, han conseguido el apoyo oficial, ya del presidente o de sus ministros, ya de los gobernadores de provincia, ya, por fin, de unos y otros a la vez. Me apresuro a agregar que la sola influencia gubernativa sería impotente para crear ex nihilo una candidatura viable y conseguir su triunfo”. Redondea el concepto con esta frase: “los temores de una pretendida perpetuación del partido gubernista, no revelan sino nuestra inexperiencia de las instituciones republicanas y nuestra falta de verdadera tradición liberal”.

Bueno, pero ¿y entonces, qué hacemos? En referencia a las actividades de un reconocido líder político, afirma que “era su aspiración de muchos años propender a la depuración del cuerpo legislativo, base del gobierno democrático; pero este desiderátum del patriotismo él no lo creía asequible por el solo sufragio libre, mientras careciese de libertad moral, o sea de discernimiento, el pueblo llamado a ejercitarlo. Lo que importaba y urgía, pues antes de emancipar la masa electoral, era educarla y formar su criterio. Faltando esta condición previa, la libertad puesta al servicio de la ignorancia, equivalía a un arma de fuego en manos de un niño; en lugar de la anarquía contra la ley se tendría la anarquía según la ley. Lo más que por ahora podía intentarse, consistía en aplicar benéfica y moderadamente el antiguo régimen tutelar, propendiendo a la buena selección de los gobiernos provinciales, para que éstos a su vez usasen de su legítima influencia a favor de los candidatos al Congreso, más capaces y dignos”. Es aquí donde el lector confirma las dudas que tenía desde el principio: el autor de estas líneas dista de ser un contemporáneo. Más bien parece un liberal elitista, bastante poco confiado en la inteligencia sinérgica de las masas populares. Más aún, cuando se lea que la solución para el buen gobierno es, a juicio del autor, la elección de los ministros adecuados por parte del presidente, “no averiguando si son güelfos o gibelinos, sino únicamente si están dispuestos a propender con todas sus fuerzas intelectuales y morales al bien común” y que el presidente los deje hacer. Una receta un tanto elemental ¿no?

Bien: la respuesta es que el autor de "Los que pasaban" es el intelectual de origen francés Paul Groussac. La obra, publicada originalmente en 1919, recoge semblanzas escritas mucho antes, dedicadas a personalidades como José Manuel Estrada, Pedro Goyena o los presidentes argentinos Nicolás Avellaneda, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña. (La obra que poseo la editó la Librería Huemul de Buenos Aires en 1972). El presidente argentino que formula la primera de las frases citadas es Nicolás Avellaneda, en el mensaje de apertura de sesiones del Congreso del 1o. de mayo de 1876: como vemos algunos problemas argentinos están lejos de haber surgido en 2003; más bien parecen venir del fondo de nuestra historia. El líder politico que se muestra tan escéptico del sufragio libre es otro presidente, y gran amigo de Groussac: Carlos Pellegrini.

Mis consideraciones acerca de la elementalidad de la idea de Groussac de buscar a los ministros que "estén dispuestos a propender con todas sus fuerzas intelectuales y morales al bien común" son algo injustas con el intelectual francoargentino: la frase es producto de una época en la cual todos los ministros salían de las clases altas y compartían fundamentos ideológicos similares, variando solamente las afiliaciones partidarias (en general sumamente fluctuantes, por cierto) y las calidades individuales. Un siglo después de formulada, la frase de Groussac suena a expresión de buenos deseos un tanto vacía: lo que me sorprende es encontrar, con cierta frecuencia, a personas que hoy sostienen ideas similares. Tal vez hubiera sido mejor aclarar que la idea es elemental hoy, no tanto en la época de Groussac.

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