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MENEM NOT DEAD

La Argentina del siglo XXI es inimaginable sin las dos presidencias de Carlos Menem. Hay que buscar entre 1989 y 1999 los cimientos de este país sometido a los caprichos de una minoría trasnacional de personajes inimaginablemente ricos, profundamente injusto, castrado en sus posibilidades de desarrollo e integración social, limitado en su soberanía, y arrasado educativa y culturalmente.

Si quieren, y si prometen no olvidar que entender un período histórico o entender a un gobernante no quiere decir justificarlo, podemos hacer más compleja esta pintura. Podemos mencionar las fuerzas que operaban desde hacía décadas en la misma dirección que adoptó Menem, como para no caer en la idiotez de creer que los males argentinos empezaron cuando Raúl Alfonsín dejó el gobierno. Podemos recordar las restricciones que imponía la época o las monumentales carencias de la oposición, podemos dejar bien en claro que el pueblo argentino votó dos veces a Carlos Menem en elecciones limpias, podemos enumerar los aciertos de Menem. Porque tuvo aciertos, que en un juicio acerca de sus gobiernos no alcanzarán para absolverlo, pero al menos nos evitarán caer en el pecado de la caricatura. En realidad no voy hacer todo eso, porque ya lo hice en julio de 2010 y no creo que a ese texto haya que hacerles grandes cambios.

Sí creo que, una década después de aquel análisis, corresponden algunas precisiones hijas del presente. La Historia nunca se plantea el desafío imposible de recuperar el pasado: apenas trata de reconstruirlo en un momento determinado, y ese momento es obviamente cambiante. Dos épocas diferentes entenderán de modo diferente el mismo momento histórico, por la simple razón de que se trata de dos épocas diferentes. (“Si me fuera otorgado leer cualquier página actual como la leerán el año 2000 yo sabría cómo será la literatura del año 2000”, decía Jorge Luis Borges en 1951). Hoy mi aplauso a la decisión de Menem de acabar con las Fuerzas Armadas como factor de poder sería más matizado. Es algo que hay que contar entre los aciertos de su gestión, claro, pero simultáneamente a liberar a la política y a la sociedad de esos viejos y terribles grilletes estaba forjando dos nuevos: una reorganización de la economía en torno a unos poquísimas corporaciones virtualmente invulnerables siquiera al mínimo escrutinio por parte de un Estado en ruinas, y un poder judicial como garantía última de la perpetuación de la injusticia y de la impunidad de los poderosos. Dos temas que en este 2021 recién comenzado son cosa de todos los días. Y cómo.

Se hizo notar hoy en Twitter algo llamativo: que la forma en que la figura de Menem divide el campo político “se alinea muy desparejamente con otros alineamientos sistemáticos”. Un sector de Juntos por el Cambio lo admira: cómo no hacerlo con un Presidente que fue exitoso implementando las mismas políticas con que esa fuerza perdió insólitamente una reelección ya en primera vuelta. Otro sector, en cambio, ve en Menem a un peronista corrupto más, sin distinción. (Ah, qué fácil era parecer progresista y un piola bárbaro contra Menem. La Ferrari, Fúlmenem, las naves a la estratósfera, Xuxa, malvender una empresa estratégica para el desarrollo nacional como YPF... Ah, no, cierto que eso justo no. Mala mía).

Una parte de la alianza gobernante, la mayoritaria, lo detesta como a un traidor a la esencia del justicialismo y un símbolo del país que quiso superar desde 2003 y nunca pudo del todo, o no supo cómo poder, una y otra vez. Otra, como a un legítimo líder peronista que, como Eduardo Duhalde en 2002, Néstor Kirchner en 2003 y Alberto Fernández en 2019, tuvo que hacerse cargo de sacar al país del abismo al que lo había arrojado la ineptitud congénita de los liderazgos no peronistas. (Sísifo megustearía esa frase). El tuitero concluye afirmando sagazmente que “todavía estamos digiriendo el menemismo”. La idea que abría estas líneas: la Argentina del siglo XXI es inimaginable sin las dos presidencias de Carlos Menem. Menem Not Dead.

Para el final: se recordó hoy r un juicio de Tulio Halperín Donghi referido a la carta blanca que la sociedad argentina le concedió a Carlos Menem a partir de 1991: algo así como que quien controla una inflación desbocada después puede hacer cualquier cosa. Tal vez Alberto Fernández haría bien en tener presente esto cuando despida en el Congreso a este ex Presidente de la Nación.

 

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