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EL PLEBISCITO

Los memoriosos lo recuerdan como un sofocante domingo de diciembre. Los millones de ciudadanos habilitados para votar comenzaron a concurrir a las urnas poco antes de las ocho de la mañana, cuando en la ciudad de Buenos Aires la temperatura ya alcanzaba los veintidós grados centígrados, y en las colas de votación de las provincias del norte se apostaba acerca de a qué hora reventarían los termómetros. Comprensiblemente, el aire estaba cargado de tensión, pese a los monumentales esfuerzos de la radio y la TV por combatirla con coberturas de una capacidad de aburrimiento de proporciones cósmicas. Los partidarios de cada una de las listas polemizaban en esquinas y sobremesas familiares con los mismos argumentos que sostenían desde hacía semanas, pero no por eso dejaban de defenderlos con ardor. Hubo algunos incidentes, ninguno muy serio, que dieron pie a que los locutores elevasen plegarias para que "nada empañase esta verdadera fiesta de la democracia". Hacia las cinco de la tarde, el país contenía el aliento, esperando que a las seis en punto los medios electrónicos difundieran las encuestas a boca de urna. Finalmente reinaría la certeza; el pueblo, convocado a expresarse, diría con claridad si Boca tenía más hinchas que River o viceversa.

Es cierto que la consulta popular involucraba también a otros clubes, tema que originó ásperos debates y que el Congreso solucionó de la manera que veremos más adelante, pero es claro que la pelea grande estaba entre xeneixes / bosteros y millonarios / gallinas. Los presidentes de ambas instituciones habían aparecido incontables veces por TV, durante las semanas previas a la votación, felicitándose a sí mismos por anticipado por la aparente inevitabilidad de su victoria. Los cortos publicitarios de ambas listas habían tomado por asalto los medios masivos de comunicación. El recuento de votos se preveía fatigoso, y los hospitales estaban en estado de alerta desde el sábado a la noche. Se podía prever, sin ser un agorero, que mucha gente no resistiría la revelación de que el club de sus amores no fuese tan grande y poderoso como su corazón lo decía. Se esperaba una ola de suicidios en la madrugada del lunes. Sin cuento.

Ya nadie recordaba quién había propuesto efectuar esta consulta, ni con qué argumentos la había defendido. Las razones de los pocos que habían osado oponerse a la convocatoria habían sido ignoradas con una indiferencia ni siquiera contaminada por el desdén. El país se había volcado a un frenesí de especulaciones, pronósticos y apuestas. Astrólogos, tarotistas y lectores de la borra del café eran consultados a cada hora, incluso por los titulares de los clubes. Psicólogos y sociólogos resobaban en la TV dos o tres lugares comunes acerca de por qué la nación se veía asaltada por una locura así, instantes antes que proclamaran su adhesión fervorosa a tal o cual bandería, y sin privarse de defenestrar a sus compañeros de panel por abrazar la causa perdida de otros colores diferentes a los propios. Los videntes y brujos residentes en el país fueron obligados por la justicia electoral a cesar de emitir pronósticos, al sospecharse su parcialidad, lo que convirtió a Argentina en una mina de oro para umbandistas brasileños o supuestos chamanes bolivianos. Una de las principales empresas encuestadoras tuvo que confesar, en avergonzados avisos a toda página en cada uno de los grandes diarios, que su accionista principal era el vicepresidente segundo de San Lorenzo, y que por lo tanto se abstendría de publicar sus encuestas, anatematizadas tras haberse publicado el registro de accionistas de la encuestadora en un semanario vinculado a los servicios de inteligencia.

La idea nació como una confrontación directa River Plate – Boca Juniors, pero las otras instituciones pusieron el grito en el cielo. En el Parlamento se propuso que solamente se sometieran a votación las listas correspondientes a los veinte integrantes de la categoría mayor, lo que fue rechazado por partidarios de importantes clubes que entonces participaban de las otras divisiones, como Chacarita Juniors o Talleres de Córdoba. El Senado devolvió a la Cámara de Diputados el proyecto que incluía a ciento dos listas admitidas, y el trámite parlamentario necesitó la reunión de los votos de los dos tercios de los diputados para enfrentar las modificaciones propuestas por la Cámara Alta. Aún así, la ley definitiva sólo vio la luz tras un ballet de marchas y contramarchas que incluyó un veto parcial del Poder Ejecutivo y un recurso ante la Corte Suprema. El proceso duró ocho agitados días, pero ese fue solamente el principio.

Hay que decir que si alguien objetaba el curso que los acontecimientos habían tomado, se cuidaba muy bien de manifestarlo, fuera por miedo al aislamiento, fuera porque la dinámica de los acontecimientos los arrastraba también. No se hablaba de otra cosa, y no podía ser de otra manera, porque si bien la lucha por la supremacía total estaba (aparentemente) circunscripta a Boca y River, la gran batalla se resolvía en una serie de duelos atrapantes: entre Racing, Independiente y San Lorenzo por el tercer escalón de un imaginario podio; entre Rosario Central y Newell’s Old Boys por el título de principal equipo de Rosario; entre Atlanta y Chacarita por el predominio barrial. Faltando un mes para la votación, con el país convulsionado, comenzaron las acusaciones.

Todo arrancó cuando, no se sabe si en serio o en broma, la peña riverplatense "Oscar ‘Pinino’ Mas" de Posadas denunció que allegados a Boca distribuían documentos de identidad falsificados entre pobladores de ciudades fronterizas de Paraguay y Bolivia, con el fin de llevarlos a sufragar por la entidad de la Ribera. La "Agrupación Xeneixe" de La Boca contraatacó denunciando los padrones electorales de la Capital Federal, solicitando su depuración, dada la presencia en los mismos de centenares de ciudadanos con edades mayores a los cien años (incluyendo dos casos de personas de ciento veintisiete años de edad). El revuelo ocasionado provocó el enjuiciamiento de las autoridades electorales porteñas y la caída del ministro del Interior, acusado de no haber tomado cartas en el asunto con la suficiente rapidez. Pero el mayor escándalo explotó faltando veinte días para el comicio.

Un vespertino porteño denunció que la embajada del Reino de España había subvencionado la campaña de Deportivo Español. El asunto motivó un cruce de notas de protesta entre ambas cancillerías, y todo se solucionó remplazando al embajador de la Madre Patria, no sin que antes se produjeran quemas de banderas españolas y una resurrección de los chistes de gallegos. "El Informador Público" llegó más lejos: publicó un supuesto "dossier secreto" de la SIDE en el que se describía el apoyo que Suecia, Ucrania y el Ayuntamiento de Génova brindaban a la campaña de Boca Juniors; Perú, Austria, Polonia y Letonia, según ese informe, contribuían al esfuerzo de River Plate; nada menos que la Federación Rusa, el Reino Unido y los Estados Unidos estaban detrás de San Lorenzo; Arabia Saudita, junto a Ferro Carril Oeste, y desvaríos similares. Notablemente, el anónimo vinculaba a Tigre con el gobierno de Trinidad y Tobago.

La campaña electoral tuvo características especiales, ya que no se trataba de captar voluntades (es más fácil cambiar de sexo que de club de los amores) sino de ensalzar las hazañas de cada institución. El corto televisivo de Boca incluía la canción "Veinticinco estrellas de oro", de Los Twist, y mostraba imágenes de Severino Varela, Rattin, el Toto Lorenzo y Martín Palermo, entre otros, sucediéndose con el vertiginoso ritmo de un videoclip. River no le fue en zaga: apeló al eslogan de "River: el Campeón de Campeones", en un aviso que invocaba los sacrosantos nombres de Bernabé Ferreyra, el Charro Moreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna, Amadeo Carrizo... (el clip explotaba la enorme cantidad de grandes jugadores que siempre caracterizó a River, sugiriendo una enumeración sin fin). Independiente recurría a su historial copero, por ejemplo, así como Platense, más modestamente, se conformaba con evocar al Polaco Goyeneche, al barrio de Saavedra y a viejas glorias del club.

También hubo publicidad negativa. Un aviso que apareció sobre el filo de la clausura de la campaña (corrieron sospechas de que detrás de él estaban River, Racing y San Lorenzo en forma conjunta) satirizaba situaciones difíciles de la vida de Boca: el cuasi – descenso de 1949, el 1-6 ante San Martín de Tucumán en la mismísima Bombonera, el increíble campeonato perdido en 1995, con Maradona y todo, llevando seis puntos de ventaja a cinco fechas del final. Pero, bien, llegó el gran día y llegó la hora de los cómputos. Observadores de las Naciones Unidas, la CSF y la FIFA garantizaron la limpieza del comicio. Salvo esos casos que nunca faltan (insuficiente número de boletas, ausentismo de las autoridades de mesa) no hubo irregularidades de nota. A las seis de la tarde, el aire se cortaba con una navaja en todo el país.

Quizás todo comenzó cuando se difundieron encuestas a boca de urna que daban resultados contrapuestos. Los más exaltados ya festejaban, los más serenos esperaban los datos oficiales. La TV mostraba el recuento de sufragios: la lucha era voto a voto. Fiscales racinguistas llegaron a impugnar los votos de una mesa porque su presidente, dio la casualidad, era Ricardo Bochini. Sobre las siete y media, cualquiera que intentara hacerse una idea de lo que estaba pasando se arriesgaba a volverse loco. Una mesa femenina en Chilecito, totales de una escuela en Salliqueló, una urna de un colegio ubicado a la vuelta de la cancha de Vélez, la palabra del presidente de Estudiantes de La Plata vía satélite, y el periodista destacado en el centro de cómputos del Correo Central que dice que aún no hay datos oficiales. Los nervios iban tensándose hasta límites insoportables. Un cura suspendió una misa en San Luis luego de que los monaguillos se trenzaran a golpes cuando discutían los resultados. El hospital de Paso de los Libres comenzó a derivar pacientes (heridos en refriegas, o intoxicados con calmantes) hacia la vecina localidad brasileña de Uruguayana.

Tardíamente, a las ocho menos cinco, desde el Correo Central se emitieron, tímidamente, los primeros datos oficiales. Simpatizantes de varios clubes acusaban al gobierno de fraude, siempre en perjuicio de los colores de sus amores. Los presidentes de Boca y River, cada uno queriendo ganarle de mano al otro, ya llamaban a conferencia de prensa para adjudicarse el triunfo cuando el vocero del Ministerio del Interior, con una cara que lo decía todo anunció, a los medios de difusión y a un país al borde de la histeria, que se había caído el sistema del centro de cómputos y que no se suministrarían más parciales hasta el lunes al mediodía.

El crescendo de tensión que se vivía de La Quiaca al Polo Sur y de Bernardo de Irigoyen a Río Turbio no podía disiparse con un simple comunicado de prensa, pateando el escrutinio hacia delante. Hubo graves incidentes en las calles; el gobierno tuvo que decretar el estado de sitio a las tres y diez de la madrugada del lunes. Si bien la prensa no informó acerca de la existencia de muertos en las refriegas, los rumores corrieron como reguero de pólvora por todo el país. Se contaban historias escalofriantes, casi seguramente falsas, aunque tal vez incluían algún núcleo de verdad que hoy es difícil discernir. El recuento de votos se suspendió sin plazo de reanudación el lunes a la tarde. Las consecuencias políticas fueron graves: el propio gobierno nacional tambaleó; seis jueces de la Corte Suprema fueron sometidos a juicio político tras haber rechazado un recurso de amparo presentado por veintisiete clubes. Se cambió el régimen electoral para evitar que el bochorno volviese a suceder.

A principios de enero el tema parecía lejano, pasado de moda. Había cesado la tormenta. Parecía de mal gusto mencionar lo sucedido; todos, consciente o inconscientemente (es lo de menos) tenían vocación de olvidar todo lo más prontamente posible. El ocho de enero un diputado oficialista murió de sobredosis de cocaína en Punta del Este; hubo un atentado (fallido) contra el Presidente de Francia cuando visitaba Córcega; luego apareció un OVNI frente a Puerto Madryn. La primera quincena del mes pasó rápidamente; entonces la atención popular era absorbida por el romance de una pulposa vedette y un veterano actor (que llevaba veintidós años de casado), compañeros de trabajo en una obra teatral en Mar del Plata, obra que andaba bastante mal de público y que respondía al nombre de "El pizzero Romeo y la millonaria Julieta". Por esa fecha comenzaron los torneos de verano: River le ganó al Corinthians de San Pablo por cuatro a tres en un partidazo. Con escasa originalidad, pero tal vez respondiendo a un sentir generalizado, tres diarios capitalinos titularon la crónica del encuentro con la misma frase: "Que viva el fútbol".

La gente no hacía otra cosa que comentar lo lindo que venía el verano. La afortunada racha de días soleados recién se cortó en la última semana del mes.

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