TÁNGER QUE ME HICISTE MAL Y SIN EMBARGO TE QUIERO
Tánger es más que un puerto marroquí: es un estado del alma, si le creemos a multitud de viajeros que dejaron testimonio de sus miserias y maravillas en crónicas, novelas, cuentos, poemas, películas y canciones.
LA CIUDAD DE LA NOCHE ROJA
En 1904, a un caudillo de los Montes Atlas de Marruecos, Muley Ahmed El Raisuli, se le ocurrió secuestrar a dos residentes extranjeros, el rico heredero greco-norteamericano Ion Perdicaris y su hijo adoptivo británico Cromley Vallis. Su propósito era reclamarle al Sultán Abdelaziz el pago de un rescate fantástico y la liberación de algunos presos políticos, a cambio de devolverlos sanos y salvos a su vida de milonaria molicie. El Presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt se indignó tanto que hasta envió una pequeña flota para exigir al Sultán la inmediata libertad de su súbdito, una reacción airada que probablemente le valió su reelección ese mismo año. El Imperio Británico, Francia, Italia y España remitieron sus navíos también, en parte para solidarizarse con los norteamericanos y en parte para no dejarlos disponer del pobre país norteafricano a su voluntad.
El Sultán no tuvo otra alternativa que ceder a todas las demandas de Raisuli, que a esa altura habían escalado y ya incluían su designación como administrador de algunas provincias (!). Estados Unidos hasta se hizo abonar por el Tesoro de Marruecos los gastos de remitir sus buques de guerra. El New York Times se permitió preguntarle al gobierno francés, el administrador colonial de la vecina Argelia, qué esperaba para poner orden en aquellas tierras salvajes.
(Hay una película inspirada en el incidente, por más que se tome unas cuantas libertades y termine teniendo poco que ver con la realidad. Es The Wind and the Lion, de 1975, con apenas Sean Connery como Raisuli, John Huston, Brian Keith y Candice Bergen como un Ion Perdicaris que, por arte de Hollywood, se llama Eden y es una muy bella dama. El director es nada menos que John Milius).
Cuando un país pequeño o pobre se las tiene que ver con la codicia o la enemistad manifiesta de una gran potencia tiene pocas defensas disponibles: una es buscar la alianza o al menos el auxilio de alguna potencia rival de aquella que lo amenaza. En 1904 el Reino de Marruecos se encontró con que la vieja amistad del Imperio Británico ya no le servía como disuasivo de los crecientes intereses coloniales de Francia, porque ambas naciones europeas habían arreglado todas sus diferencias con una serie de pactos que se conocieron con el delicado nombre de Entente Cordiale. El intento de remplazar como protector al Rey Eduardo VII por su sobrino el Emperador de Alemania Guillermo II, el impulsivo Kaiser, salió espectacularmente mal, porque la torpeza que demostró Alemania en apoyar al reino norteafricano terminó uniendo a casi todas las potencias interesadas en su contra y, con ello, favoreciendo la penetración francesa, que desde entonces sólo tuvo que cuidarse de compartir el botín con sus vecinos españoles para asegurarse su aquiescencia. En 1911 una nueva crisis terminó aún peor, con Alemania recibiendo territorios que le brindaban un deseado acceso a la cuenca del río Congo a cambio de renunciar a tener voz y voto acerca de la soberanía e integridad territorial de Marruecos. En marzo de 1912 el Sultán Abd-al-Hafid tuvo que aceptar el protectorado francés sobre la mayor parte de su país, y unos meses después también pagar el precio de la conformidad de España, admitiendo su protectorado sobre su costa mediterránea y el territorio meridional de Sidi Ifni.
Hubo discusiones acerca de qué destino darle al codiciado puerto de Tánger, ubicado estratégicamente en la boca del Estrecho de Gibraltar, que se resolvieron recién en 1924: declararlo Zona Internacional bajo la protección conjunta de España, Francia y el Imperio Británico, un poco como ya hemos contado de otro puerto importantísimo en aquella misma época, el lejano Shanghai. Unos años después se admitió el derecho de otras naciones a participar de la administración, con el fin de salvaguardar sus propios intereses comerciales: así llegó la hora de compartir el botín con Portugal, Italia, Bélgica y los Países Bajos. ¿Los marroquíes? Nadie esperaba en aquella época difícil que tuvieran derecho a decidir su propio destino. Algunos caudillos montañeses como Raisuli solían levantarse cada tanto para darle trabajo a los soldados franceses o españoles, obteniendo incluso algunas victorias de vez en cuando, pero sin poder alterar el balance de poder.
Tánger tiene un clima agradable, con veranos cálidos y secos pero raramente ardientes, e inviernos suaves y moderadamente lluviosos. Como toda ciudad árabe tiene su casbah, una laberíntica ciudadela céntrica de calles azules y blancas, y su zoco o mercado al aire libre, y sus concurridas cafeterías con vista a la bahía… y sus no menos colmados burdeles y fumaderos de hachís. Había sido fundada por los fenicios, y tenía entonces tres mil años de antigüedad. Fue la base de expediciones cartaginesas hasta el entonces remotísimo Golfo de Guinea, si le creemos al Periplo de Hannón. Los romanos, los vándalos, los bizantinos, los visigodos, los árabes, los piratas berberiscos, los portugueses y los ingleses se sucedieron como sus señores, hasta que cayó en manos del Sultán de Marruecos en 1684. Cuando se estableció la zona internacional tenía unos 40 mil habitantes, de los que la mitad eran musulmanes, un cuarto cristianos europeos y el cuarto restante judíos.
El escritor y músico Paul Bowles recordaba así, años después, la sensación que tuvo al pasear por la ciudad por primera vez en 1931: “si digo que Tánger me atrapó como si fuera una ciudad de ensueño, hay que interpretar la expresión en su sentido literal. Su orografía llena de escenas típicamente oníricas: calles cubiertas como si fueran pasillos y, a cada lado, las puertas de las casas abiertas; terrazas escondidas que miran al mar, calles que parecen escaleras, callejones sombríos sin salida, pequeñas plazas edificadas sobre pendientes..., se podría decir que es el decorado de un teatro diseñado sin tener en cuenta las leyes de la perspectiva, con calles que salen en todas direcciones”.
EN DIONYSOS ESTÁ EL ÉXTASIS, PERO TAMBIÉN LA SORDIDEZ
La Zona Internacional atraía a millonarios y empresarios aventureros de los cinco continentes. Tenía impuestos bajos y legislación muy laxa: era un paraíso fiscal de los años del tango, el charleston y el foxtrot, el tipo de ciudad en que podías hacer una fortuna en tres meses… y perderla en otros tres. Pero ese espíritu liberal también se extendía a las esferas política y privada: era una sociedad tolerante con cualquier identidad política, étnica, religiosa o de género, algo aún más llamativo porque el mundo de los años ’20 y ’30 parecía caminar decididamente hacia el totalitarismo y aún el genocidio. Judíos que huían del creciente antisemitismo europeo, opositores al Sultán que escapaban de su policía, artistas de medio mundo que exploraban discretamente cómo era eso de por fin poder disfrutar de una vida sexual libre, jóvenes deseosos de perderse en una niebla de hachís o de kif mientras el mundo conformista de los Felices Años Veinte se derrumbaba, más tarde republicanos que huían del curso ominoso de la guerra civil en España: todos encontraron su lugar en la ciudad. Incluso los acusados de crímenes comunes sabían que perderse entre la muchedumbre de Tánger era una forma de libertad, como ya lo refleja un filme norteamericano tan temprano como The Exiles, de Edmund Mortimer, que es de 1923. Tánger era mucho más cercana a la Casablanca de la película de Hollywood que la ciudad que le dio su nombre al filme.
Es el momento de enfriar el entusiasmo que el eventual y acaso inexistente lector de estas líneas pueda sentir por una Tánger que parece un paraíso perdido en una Tierra donde, si hay una certeza, es que no hay paraísos. Sí, se respetaba tu nacionalidad, pero en especial si era europea o norteamericana: puede que la policía local se pusiera intranquila con los nacionalistas marroquíes demasiado deseosos de abolir la Zona Internacional. Sí, se toleraba tu identidad sexual disidente, pero especialmente si los saldos de tu cuenta bancaria inspiraban respeto por sí solos, o si tu pasaporte aseguraba el respaldo de un consulado que fungía de eficaz sinécdoque de poderosas flotas y ejércitos. Sí, eras libre de buscar compañías sexuales nuevas cada noche, en especial si tus libras, francos o dólares te podían comprar para siempre la inocencia de chicas o chicos marroquíes de 10 u 11 años. Sí, un paraíso, si pertenecías a la clase social correcta y a las nacionalidades correctas. Para otros, muchos otros, era apenas la existencia a la que habían sido arrojados. Cuando a Mohamed Chukri le reprochaban la dureza descarnada de sus obras, ambientadas en Tánger, respondía que “si no les gustan mis libros, que vayan a protestar al que se inventó Marruecos y se inventó mi vida”.
Cuenta el político y analista Jorge Verstrynge, que nació en la ciudad en 1948 y vivió en ella hasta su adolescencia: "los franceses, en su trato con los marroquíes, eran duros. El trato de los españoles con los marroquíes no era tan duro, motivo por el cual había unos cuantos, no muchos, matrimonios entre españolas y marroquíes. Para ellas, casarse con un marroquí rico significaba un ascenso en la escala social. Ese tipo de unión en el Marruecos francés era prácticamente infinitesimal. Pero las dos relaciones se basaban en el desprecio al moro, lo cual era injusto. El término moro en mi infancia no era peyorativo, por eso lo utilizo mucho. El marroquí, al igual que más gente, lo que quiere es que le trates con dignidad. Si lo haces así, no tienes ningún problema. Si le tratas como un perro, acaba mordiendo. Y con toda la razón.". Y agrega: "¿Cómo se vivía allí? Se vivía de cine. Había tres capas… mejor cuatro. Los marroquíes de abajo que eran los que trabajaban en español, con salarios muy bajos, bajísimos. Luego estaba una capa de marroquíes ricos, que explotaban a los anteriores, a los de abajo, hasta el tuétano. Los europeos eran más considerados, pero los marroquíes ricos eran peores. El problema de Marruecos es que tiene una clase dominante desastrosa: es un pueblo maravilloso pero tiene ese problema. Por encima estaban los judíos, y por encima estaban los europeos. A la cabeza de estos últimos estaban los franceses. Pero la convivencia era buena: es más, incluso la convivencia de musulmanes y judíos era buena. Compartían la misma cultura alimentaria, compartían muchos gustos musicales y no había antisemitismo". [Agregado del 07/04/23. Fuente: esta entrevista. ¡Qué personaje!].
Formalmente la soberanía de la ciudad era detentada por el Sultán de Marruecos, que la había cedido (sin risas, por favor) “voluntariamente” a la administración de una serie de países, y en nombre del cual actuaba un jalifa delegado. El gobierno de la ciudad y el territorio que la rodeaba estaba ejercido por una comisión formada por representantes de los países firmantes del acuerdo que había establecido la Zona Internacional, que aportaban su cuota para sostener la administración. Ésta se encargaba de asuntos municipales: la iluminación urbana, la salud pública o la seguridad, que estaba a cargo de una fuerza de policía compuesta por 250 efectivos. En el Cabo Espartel había un faro vital para la navegación en la zona, cuyo mantenimiento también corría a cargo de los representantes internacionales.
El escritor argentino Roberto Arlt estuvo en la ciudad unos días de mediados de 1935, durante los meses en que fue corresponsal en España del diario El Mundo de Buenos Aires. Escribió unas aguafuertes que se aprovechan de los estereotipos marroquíes que Hollywood, ya entonces, nos había impuesto, para pintar esa ciudad de un blanco refulgente y casi sobrenatural, producto del encalado típico de las construcciones de países donde el sol hace sentir su poder, y en vivo contraste con el colorido de sus calles. Apenas hace referencia a la presencia europea, su atención está fijada en los marroquíes:
"Cuando me fatigo del espectáculo, vuelvo al Zoco Chico. (...) Pasan viejos con perfiles de cabras y chilaba de chocolate, esa vestidura parecida al hábito de un monje, que llega hasta los pies, todos ellos descalzos, con los pies metidos en sandalias de cuero de cabra, munrillo; otros en vez de fez rojo, usan un turbante color de oro, moteado de guisantes escarlatas; (...) Desfilan mandaderos de (...) bombachas verdes, casacas rosas (...); desfilan turcos con bombachas hasta la rodilla, festoneada de franjas de oro, cabeza rapada bajo el fez morado; pasa un carabinero negro (...) tras él, fino, amarillo, un funcionario árabe, barba en punta, con turbante blanco arrollado a la cabeza y el turbante rematado por una calabaza de terciopelo escarlata en la que tiembla una larga pluma violeta. (...) Esta unanimidad de colores violetas, te, café con leche, cacao, bronce, plata, va y viene, uno llora por dentro de no tener ojos en las sienes, en la nuca, dan ganas de correr tras ellos para decirles que vuelvan a pasar (...) y hay que apretar los dientes para no gritar de admiración". Roberto Arlt, Tánger, en Aguafuertes españolas, 1936.
El Arlt viajero no se olvida de la cuestión social: describe el modo en que los niños locales son explotados desde temprana edad en la industria textil, o se apiada de las chicas marroquíes, destinadas desde la niñez a infelices matrimonios arreglados por sus padres. Pero parece guardar todo su asombro para los contadores callejeros de cuentos, o xej-el-clam, tanto que volverá a volcar ese recuerdo y el de las ciudades norteafricanas que visitó en obras teatrales y en los cuentos de El Criador de Gorilas.
Por su parte, George Orwell pasó por la ciudad brevemente en 1938 y escribió una larga entrada en su diario personal el 10 de setiembre de ese año. Parece como si hubiera estado tomando notas: se ocupa de la temperatura atmosférica y la del mar, las mareas, la pesca y su técnica, las aves, la gran variedad de frutas que se venden en los mercados, los burros de carga. Destaca la manteca local, pero afirma que es muy difícil conseguir leche fresca.
LA ESPAÑA NEGRA
Durante las primeras horas del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 contra el legítimo gobierno republicano de España, la armada leal se concentró en Tánger para intentar bloquear el paso a la península del ejército de África, la columna vertebral de la insurrección. Su presencia ayudó a inclinar a favor de la República la balanza de los intereses españoles en la ciudad: aquellos adherentes al pronunciamiento golpista fueron purgados, y Tánger se convirtió en el centro del espionaje republicano del otro lado del Estrecho de Gibraltar. Las divisiones internas y la inefectividad general de la República, mal apoyada por la cobardía de Francia y por las contradicciones inherentes a la asistencia de una Unión Soviética en medio de lo peor de la paranoia estalinista, pudieron resistir menos de cuatro años a un ejército golpista muy profesional que contaba a su favor con las dictaduras de Alemania, Italia y Portugal y con la Iglesia Católica, más la simpatía del gobierno conservador británico. Con la victoria de Francisco Franco, los republicanos fueron expulsados de la ciudad.
El Alto Comisariado de España en Marruecos, la máxima autoridad española en su protectorado, tenía sede en Tetuán y era ejercida desde 1937 por el coronel Juan Luis Beigbeder y Atienza, un oficial muy culto y capaz pero con una marcada debilidad por la compañía femenina. Su amante, la dama inglesa Rosalinda Fox, era espía británica; una de las informantes de Beigbeder en la alta sociedad de Tánger, Pilar Puig Palau, colaboraba en secreto con el Socorro Rojo Internacional, una red de apoyo a los prisioneros comunistas. Uno de los hermanos de Pilar, por cierto, era el Tïo Alberto de la canción de Joan Manuel Serrat. En esa Tánger, hasta una modista de alta costura era espía: era el caso de Madame Joste, agente de los servicios secretos franceses. [Agregado del 07/04/23 gracias a esta nota de El Diario de España].
Pero si las batallas cesaron en España en marzo de 1939, cinco meses y horas después comenzaron en el otro extremo de Europa, cuando Alemania invadió Polonia y se abatió sobre la humanidad la que luego se llamaría Segunda Guerra Mundial. El Imperio Británico y Francia, muy a su pesar, se vieron obligados por sus compromisos diplomáticos a apoyar a la nación invadida. Tras unos meses de tiroteos fronterizos y encuentros aislados en los mares del mundo, en cuestión de semanas la maquinaria bélica del Tercer Reich arrolló Noruega, Dinamarca, los Países Bajos, Luxemburgo, Bélgica y la propia Francia. El mismo día en que cayó París en poder de los alemanes, el 14 de junio de 1940, aprovechando el desconcierto internacional, Franco ordenó la ocupación de Tánger, seguida a los pocos meses por la anexión lisa y llana al protectorado español de Marruecos. Bien que se cuidó de anunciarla como definitiva, muy a pesar de su ala ultranacionalista, para no contrariar a los británicos y a sus nuevos aliados de la Francia que colaboraba con sus vencedores.
En marzo de 1941 España permitió la apertura de un consulado alemán en Tánger, que pronto se convirtió en el comando general de su red de espías en todo el Norte de África. El curso de la guerra llevó a que Franco ordenara cerrarlo en mayo de 1944.
LA CASA DE LAS MIL MUÑECAS
Estos años le ganaron a la ciudad la fama de nido de espías y agentes dobles que Hollywood explotaría hasta nuestros días: de Tangier de George Waggner, que es de 1946, a SPECTRE que es de 2015, pasando por My favorite spy de Bob Hope (1951), otro filme de la saga de James Bond como The living daylights (1987), uno de los capítulos de serie The Young Indiana Jones Chronicles (en su reedición para VHS de 1996) y The Bourne Ultimatum (2007). La casa de las mil muñecas, un filme hispano-alemán de 1967 protagonizado por el gran Vincent Price, también está ambientado en Tánger, pero su tema no es el espionaje sino la trata. [Nota del 11-07-23: una parte de Indiana Jones y el Dial del Destino también está ambientada en la Tánger de 1969].
Con el final de la contienda en 1945, las presiones de las potencias vencedoras arreciaron y las autoridades españolas retiraron sus tropas del puerto. El 11 de octubre de 1945 fue restablecida formalmente la administración internacional. Ahora, entre las naciones representadas en la administración estaban también los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Pero el conflicto había minado la autoridad moral y material de las potencias coloniales en todo el mundo, y Marruecos no fue la excepción. Francia finalmente derogó su régimen de protectorado sobre Marruecos el 2 de marzo de 1956, y España hizo lo propio un mes más tarde: la zona internacional tenía los días contados. Las nueve potencias cogobernantes del territorio acordaron en octubre el fin del régimen internacional sobre Tánger, acuerdo que se hizo efectivo el 1 de enero de 1957 con la devolución del territorio a Marruecos. La retirada de las últimas tropas extranjeras se demoró hasta el 11 de abril de 1960.
Los últimos años de la Zona Internacional y los primeros de la recobrada soberanía marroquí son los años de oro de la ciudad, por la cantidad de escritores, músicos y artistas europeos y norteamericanos que decidieron aprovechar la liberaldad de sus costumbres y la hospitalidad de los marroquíes, y dejar atrás ese sin duda intolerable peso de los valores perimidos y las convenciones sociales del país natal … y sus leyes y sus impuestos. Como escribió uno de sus vecinos ilustres, William Burroughs, “Tánger es uno de los pocos lugares que aún quedan en el mundo donde en la medida que no cometes un atraco, empleas la violencia ni asumes abiertamente una conducta antisocial, puedes hacer exactamente lo que quieres”.
Paul Bowles, que ya era un compositor reconocido, recién había comenzado a considerarse escritor cuando se instaló definitivamente en Tánger en 1947. Lo hizo con su esposa Jane: un matrimonio feliz y bien avenido, en parte porque en otras tierras menos tolerantes que Tánger servía de pantalla para las aventuras homosexuales de cada uno.
Jane tendría una larga y complicada relación sentimental con su ama de llaves marroquí, Cherifa. (William Burroughs describe crípticamente esa relación en El Almuerzo Desnudo así: "la concesión de carne ha sido cooptada por agentes lesbianas lideradas por la puta Fabela"). Con el tiempo Jane empezó a mostrar síntomas de enfermedad mental y tuvo que pasar sus largos últimos y difíciles años en un hospicio de Málaga: Bowles pensaba que Cherifa la había envenenado o incluso embrujado, una cifra de lo que pensaba del país que lo alojó durante décadas y en el que moriría en 1999. Para Bowles, Tánger era menos un sitio donde vivir que un perfecto no-Occidente, un lugar donde poder sentirse plenamente ajeno: ajeno a la civilización que había abandonado y a la civilización con la que convivía. El sitio perfecto para explorar su universo interior: “una sala de espera entre conexiones, una transición de una manera de ser a otra”. No por nada Bowles fue el anfitrión perfecto de todos los intelectuales y artistas occidentales que visitaron la ciudad en viajes de introspección durante los años cincuenta, sesenta y setenta.
Porque un puñado de billetes de la denominación correcta era una pequeña fortuna que abría todas las puertas en Tánger. Otra vez Bowles: “en 1931, cuando llegué por primera vez, Tánger era una bonita ciudad para descansar; la vida era barata y había mucha libertad. (...) En Estados Unidos nosotros éramos pobres. En Tánger teníamos tres sirvientes, se hacían fiestas a lo grande. En fin, éramos ricos con sólo cruzar el mar”.
Y cuando había problemas, el pasaporte adecuado invocaba tácitamente la protección de esa embajada que no necesitaba hacerse oír para que se supiera qué le inquietaba. Burroughs lo dejó muy en claro: “en caso de cualquier altercado entre un árabe y un americano, la policía da automáticamente la razón al extranjero. En parte estoy conforme, porque si sacudo a alguien, puedes estar seguro de que se lo merece”. La paradoja de que la ciudad de sus sueños fuera un enclave colonial parece no haber visitado sus pensamientos, ni los de nadie de su mundo. Hubo que esperar a que los marroquíes contaran su historia, como Mohamed Chukri, quien pudo publicar sus obras en lengua inglesa con la ayuda de su amigo Bowles. Cierto que Chukri no quedó contento con la forma en que se repartieron las regalías de esas publicaciones: a esta altura de este artículo es difícil no ser un poco cínico con los extranjeros siempre tan maravillados con la hospitalaria gente de Tánger y de Marruecos y su colorido mundo. Tercer Mundo.
Pertenecer a un imperio tiene sus privilegios, aún viviendo entre los bárbaros. O especialmente si se vive entre los bárbaros. En última instancia, siempre se podía volver. Los marroquíes no tenían esa carta a su disposición.
En 1954 el artista plástico norteamericano Brion Gysin abrió en Tánger un restaurante llamado The 1001 Nights (“las mil y una noches”) junto a su amigo y cocinero jefe Mohamed Hamri. Gysin contrató a un conjunto folklórico de los Montes Atlas, The Master Musicians of Jajouka, para amenizar las veladas, ya que parece que la actuación de bailarines, acróbatas y lanzafuegos no era suficiente. Una clientela internacional disfrutaba de noches que hoy nos remiten más bien a la escena del bar de Tatooine en Star Wars: su omnipresente amigo y compañero de exploración de técnicas experimentales William Burroughs, los amigos de Burroughs como Allen Ginsberg, Gregory Corso o Jack Kerouac, la pareja de Paul y Jane Bowles, Tennesse Williams, Truman Capote, Francis Bacon.
Algunos la pasaban muy bien, otros no tanto. Los judíos marroquíes, que nunca habían recibido mayor atención de la administración colonial francesa y que hasta habían sufrido persecución en los tiempos de la Francia de Vichy, se encontraron de pronto, casi apenas al terminar la guerra y gracias a los sucesos de Palestina, con que los árabes eran ahora enemigos mortales. Tras unos sangrientos disturbios antijudíos en 1948, comenzó una emigración que se aceleró durante los años sesenta: la llamada Operación Yachin, conducida casi en secreto por Israel, con la ayuda de España, para no irritar a los aliados árabes de Marruecos. Hacia 1967, casi todos los 250 mil judíos de Marruecos habían emigrado, principalmente a Israel.
LA INTERLINGUA FRACTURADA DE WILLIAM BURROUGHS
A mediados de los años cincuenta William Burroughs, fugitivo de la justicia mexicana tras asesinar a su esposa en un legendario incidente que ya es una cifra de su existencia, llegó a Tánger para perderse en sus callejuelas estrechas, en sus madrugadas de hachís, en sus diálogos en un francés roto que visitaban el árabe antes de terminar en castellano. "Estoy convencido de que la estructura confusa de la medina de Tánger - un lugar en el que nunca sabes bien dónde estás pero que, milagrosamente, siempre acabas encontrando una salida al Zoco Chico - le ayudó a Burroughs a romper con la narración lineal y embarcarse en un viaje literario en el que la historia y la forma de contarla se confunden", dijo Allen Ginsberg, su amigo por más que haya terminado la relación sentimental que los había unido unos años antes de una de las maneras más violentas y memorables que conozco: gritándole en plena calle en Nueva York “no quiero tu asquerosa pija”.
Allen Ginsberg, su compañero Peter Orlovsky y otro célebre beatnik, Jack Kerouac, ayudaron a Burroughs a montar la novela El Almuerzo Desnudo y mecanografiaron las páginas del manuscrito en el Hotel Muniria de Tánger, al que llamaban Villa Delirium. Durante años no consiguieron un editor en Estados Unidos que no se espantara por la rupturista prosa experimental y por las abundantes referencias escatológicas, y tuvieron que publicarla en Francia en 1959. Al cineasta canadiense David Cronenberg le cabe el fenomenal mérito de haber logrado rodar una excelente película con ese libro imposible, bien que tomándose unas cuantas libertades, como utilizar ideas de otros textos de Burroughs e incluso episodios de su vida, como el de la espeluznante muerte de su mujer.
Tánger aparece en la novela y la película, así como en otras historias de Burroughs como International Zone. También en el poema America de Ginsberg y en Desolation angels de Kerouac, título que inspirara a Bob Dylan la canción Desolation row. Y que me remite inmediatamente a "ángel de la soledad / y de la desolación" de Un ángel para tu soledad de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota.
TÉ EN EL SAHARA
En los años sesenta, la Tánger como meca de los beatniks dio lugar, por puro designio de Cronos, a la Tánger como meca de los hippies. En agosto de 1965 Brian Jones, guitarrista de los Rolling Stones, decidió hacer una visita con su novia Anita Pallenberg. Descubrió el poblado Jajouka, en las montañas del Rif, y se enamoró de su hipnótica música y de sus fiestas que duraban toda la noche. Dos años más tarde regresó con Keith Richards y con Mick Jagger y su novia Marianne Faithfull, un poco en plan Beatles en India pero un año antes: Brian estaba decidido a introducir los ritmos marroquíes en la música de los Rolling Stones. Pero todo salió mal: el LSD que consumía como si fuera una golosina le provocaba pesadillas, y comenzó a ponerse violento con su novia Anita, que tuvo que ser rescatada de sus ataques por Richards. Lo que sigue es uno de esos momentos en que el rock parece una telenovela mexicana: Keith y Anita se enamoraron, Brian se hundió aún más en las drogas y la melancolía, y aparecería muerto en la pileta de su mansión inglesa en el verano de 1969.
El escritor maldito francés Jean Genet pasó una temporada en Tánger entre noviembre de 1968 y diciembre de 1969. Mohamed Chukri llevó un diario de sus paseos y conversaciones, que fue traducido por Paul Bowles para su edición en inglés. Dos hombres que habían sobrevivido largos años gracias al robo y la prostitución y que habían hecho de esa dura vida el material de su obra literaria tenían mucho de qué hablar. Pero Chukri era capaz de percibir, para inquietud de Genet, que esa era una nueva forma de prostituirse: el joven hambriento que habían sido pagaba las cuentas del exitoso adulto nihilista en que se habían convertido. No por nada esos encuentros sólo se repitieron muy esporádicamente.
En 1971 los Stones regresaron a Marruecos y editaron, como primer trabajo de su nuevo sello musical, algunas de las grabaciones de Brian con músicos marroquíes: Brian Jones presents the pipes of Pan at Jajouka, un disco que consolidó la fama de los músicos de esa localidad rifeña, y durante años muchas familias vivieron de esos derechos de edición. La banda de Jagger y Richards volvió en 1989 para grabar Continental Drift con los omnipresentes Master Musicians of Jajouka, incluyéndolo en su album Steel Wheels.
Ya son los años de la dictadura del Rey Hassan II, del frenesí tanático del fundamentalismo islámico, de la adaptación mercantil de Tánger al gusto vulgar del turismo masivo internacional. Tal vez esté bien acabar este artículo aquí, para no inquietar el sueño eterno de tantos viejos fantasmas que pueblan estas líneas.