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J.P. Bango Nota originalmente publicada en El Cronicón Cinéfilo3. El Mal debajo de una Máscara: Myers, como el propio Mal al cual representa, puede esconderse detrás de cualquier esquina, a tu espalda o dentro del armario. El Terror cinematográfico nunca fue tan cotidiano. Ni tan efectivo.
Para el Dr. Loomis, una especie de émulo de Van Helsing, Michael Myers es “un Ser”, no un hombre, que posee los ojos del diablo y que representa la paráfrasis de la maldad. El hombre del saco del que hablan los cuentos para niños y que el pequeño Tommy Doyle, aquél al que cuida Laurie, no deja de ver enfrente de su casa. De Myers solo conocemos que asesinó a su hermana, cómo lo hizo (y que presenciamos en plano subjetivo, en un plano secuencia trampeado) y lo que el propio Loomis cuenta de él. Al menos hasta que escapa del psiquiátrico, en una noche lluviosa víspera de la de Halloween, saltando por encima del coche del Doctor (1) y de la enfermera (aquí en un papel residual que no anticipa, en absoluto, el protagonismo que tendrá posteriormente en alguna de sus secuelas), segundos antes de que su cuerpo y rostro se pierdan en la negritud de la noche con destino a Haddonfield. El Mal que se oculta bajo el rostro enmascarado (2) de Michael Myers llega a esta población residencial con un propósito poco claro (el propio Loomis lo explica de una manera más que ambigua: “algo se le activó en la mente y…”) sino tal vez para rememorar la muerte de su hermana, cuya tumba rescata en una de las secuencias cumbres de esta cinta. Cuando llega la noche, la personalidad de Myers ya domina todos los rincones oscuros, instalada en la opacidad de las sombras y de las puertas, debajo de los quicios de los armarios y en los asientos traseros de los coches, al otro lado de la ventana o de la calle, esperando que sus víctimas se despisten o relajen. Ya no es el asustador de niños (el coco o boggie-man) del que hablan las canciones de cuna sino un ente que persigue a sus víctimas hasta que encuentra el momento ideal (3) para ejecutarlas. En realidad, Myers se presenta como una especie de depredador desposeído de cualquier motivación ajena al daño que finalmente termina por propiciar a sus presas, en una rápida y repentina sacudida (4), mientras prepara el camino para la siguiente.
Notas [1] Esta habilidad sobrehumana (después homenajeada por el propio Carpenter en Vampiros) contrasta, y de qué modo, con algunas de las acciones que el propio Myers ejecuta al final con una cierta torpeza, especialmente representada en su enfrentamiento con Laurie (enganchón en el armario incluido). [2] Aunque la leyenda ha dado pie a numerosas teorías acerca de la desposesión de facciones de la máscara para dotarla de esa apariencia espectral y anónima, el carácter irracional del Mal, lo cierto es que no encontraron mejor modo de vestir a Michael Myers que con la silueta de William Shatner pintada de blanco. [3] Que no responde a una lógica de guión sino a un riguroso juego formal que coincide con un peak de suspense, tal y como sucede en el asesinato de Annie Brackett que Myers (o The Shape, como aparece en los créditos de guión) podría haber consumado mucho antes, por ejemplo, cuando Annie acude a la lavandería. [4] Al slasher aún le quedan varias cintas para convertirse en Splatter y un par de lustros más para deformarse en uno de los géneros de moda: el porno-terror.
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