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Natán Solans Capítulo 14 parte II: En que un viejo violín toca solo... y se presenta, lamentablemente, "Le Petómane" "Posada del Sol Poniente", rezaba el gastado cartèl amarillo, con fileteadas letras verdes y rojas, sostenido por dos herrumbadas cadenitas. Dentro, en cuartos separados, dos cómplices esperaban, como todo delicuente, la llegada ominosa de la noche. Cristina ya estaba vestida con su capa clavelina con capucha negra a tono con el resto de su atuendo; llevaba en sus manos un rosario y estaba nerviosísima. Cruzaba el sencillo cuarto de un lado para otro como fiera enjaulada. A solo unos metros de distancia pero en otro cuarto, Raúl no estaba más sereno, aunque practicaba calma frente a un espejo oval. Esta descripción parece, en la actualidad donde los jóvenes alcanzaron por fín una merecida emancipación de los mayores, una fantasía. Pero allá, en la Francia finisecular del 1890, donde la virtud de una muchacha era cuestión tan delicada que podía decidir el destino de ella, no era chiste arriesgarla a la malidicencia de tanto carcamán. Ya noche cerrada, Cristina apagó las lámparas de aceite de su cuarto y miró por la ventana el sendero iluminado por una inmensa luna llena, que sería lugar de la cita. Entonces vio la alta figura de Raúl pasar como un relámpago rumbo al camposanto. Como un guerrero de la noche el bello rostro se serenó y, envolviéndose en una capa, salió calzada con las zapatillas de baile de la pequeña Giri, ideales para un caminar silencioso. Con la velocidad y el equilibrio propio de su juventud, caminó por aquel páramo llamado Perrós-Garrós y se perdió en la noche.
Media hora después se topó con algo que esperaba le helara la sangre en las venas: la muralla de calaveras que en aquella noche cerrada brillaba, un poco por la limpieza profunda a que la sometían los niños expósitos (obligados por su condición a esa ingrata taréa; ellos usaban lejía, lavandina para blanquear los huesos al sol, luego de cepillar bajo la canilla los cráneos sacándole con cepillos de crines de paja la tierra y los hollejos biológicos, tales como piel, ojos, cerebro, lenguas secas. Luego, bien blancos a algunos se les pintaba con óleo hojas, ramas, alegorias y el nombre y rango). Por tal razón, esa noche las calaveras resplandecían. Pero había algo inaudito, emparentado con lo irreal: aquí y acullá habían manchas, gotitas, hilos de materia untosa que brillaba - o fluorescía - con luz verdosa intensa. Cerrando los ojos cruzó por la muralla de huesos de aquel pasillo infernal rumbo a sus dos amores: su padre y su enamorado. No era para menos: muy quedo, lúgubre, como el ulular de la voz sin labios de un cadáver, se escuchó perfectamente un violín que interpretó la "Marche funebre d'une marionette" de Charles Gounod. Como posesos, luego de la parálisis del miedo, ambos corrieron propelidos por la energía que da el espanto. En la carrera hacía la salida del cementerio una extraña lluvia de objetos comenzó a caerles, lastimándolos. Los objetos, cuales piedras dejaban una estela de color verde brillante en el éter, una estela de "cadaverina fosfórica". Los cráneos estallaban alrededor de ellos y algunos impactaban en sus cabezas torsos y brazos. Sin lugar para heroísmos, hombre y mujer, chica y muchacho, héroes y protagonistas de esta historia, corrieron, espantados, sucios, culpables, golpeados y un poco sangrando, con gotas brillantes en sus ropas, cruzando sin mirar atrás el portón del cementerio. Esto que acabo de relatar Gaston Leroux lo sabía mejor que yo, pero no se atrevió a mencionarlo en su célebre folletín por temor a traicionar el estilo romántico imperante en esa época y, aunque yo dudé en trasmitirles esta información, por fin me decidí a poner una nota de humanidad, de realismo a estos personajes históricos. Cuando los futuros amantes eran solo dos puntos negros corriendo barranca abajo por aquel páramo que era Perrós-Garrós, otra vez una furibunda calavera se alzó por encima de la valla de cráneos desordenados, su metro ochenta temblaba de celos, odio y dolor, sus ojos resplandecían más que el fósforo líquido que lo rodeaba y sus dientes expuestos rechinaban como no podía hacerlo ningún bruxador normal. Lentamente sus ojos húmedos bajaron hacia el violín color crema que descansaba en sus manos y con furia loca lo estrujó rompiéndolo en mil pedazos como si se tratara de las alas de una vieja mariposa disecada, arrojando los restos enredados de cuerdas muy lejos de sí. El violín aterrizó entre los restos de los cráneos rotos soltando, como un último suspiro un acorde final que vibró en aquella desapacible noche. Montmartre brillaba con su luz ámbar y decadente, como siempre, ajena a La Opera, a Perrós-Garrós, a las catacumbas... Pero entre sus gentes circulaba nuevamente el alejado ingeniero, con su alta galera de paja de verano -aunque era otoño-. ¿Qué había sucedido? Luego de su ataque de rabia, Lumley Nerú se inclinó hacía un gran baúl que había acarreado hasta el mausoleo, lo abrió y de allí surgió toda la parafernalia de un transformista: vestuario, bastón, galera de paja, máscara de caucho, barbas, anteojos negros, etc. Mimetizado de persona corriente, de ingeniero, Erik sintió la necesidad de visitar la bohemia del París nocturno, para disipar su dolor. Veloz comprendió que luego de su acto irreflexivo nada podía hacer: los amantes se encontrarían en su posada a consolarse y curarse mutuamente y él no podría acercarse pués el lugar tenía empleados, parroquianos y hasta algún policía de pueblo que pasaba a tomar un pernot.
Por las características macabras de su show nunca se animó a ofrecerse en lugar tan distinguido. Esperaba que le permitieran la entrada pese a llevar ropas fuera de estación. Miró brevemente el afiche de entrada. Lo de siempre: aún bailaba La Goulois y cantaban los artistas acostumbrados y algunos nuevos, un mago y El Petómano... ¿qué sería eso? Pagó la entrada y fue conducido a una coqueta mesita lejos del escenario, donde un diminuto velador con pantalla roja apenas iluminaba su rostro, haciendo más creíble su máscara. Se quitó la galera colocándola junto a sus guantes y bastón en la silla de al lado. Muchos solterones frecuentaban el lugar, así que allí era uno más. El mozo interrumpió su monólogo solitario y con alarma comprendió que estaba fuera de eje, no se comportaba como siempre. Pidió disculpas y ordenó una porción de caviar "Beluga" en hielo con tostadas, manteca fresca de cabra y una botella de champaña "Cristal". Erik, ya lo dije, aunque muy austero era rico. Tratando de dominar su mente, algo alterada esa noche, fijó su atención en aquel entorno. A un hombre refinado y moderno, le hubiera llamado la atención del aroma imperante en aquel cabaret. Los franceses, se sabe, al igual que los rusos, no son fanáticos del baño diario y menos lo eran en aquella década del '90. El perfume era muy fuerte y no podía tapar el fuerte olor corporal de aquella gente; el tufillo de los cuerpos sucios se mezclaba con el olor a café, maderas, almizcle (muy parecido, como el comino, al sudor humano), la canela, los cítricos, los florales, etc. Por supuesto las señoras del público y las bailarinas no se depilaban jamás, de cuna a tumba. No cuento esto por un interés morboso, si no para situar a mis lectores en aquella realidad, tan distinta a la que conocen. Erik comenzó a relajarse con los excelentes números finiseculares del lugar. Habían pasado ya las coreografías del Can-Cán (Toulouse Loutrec, célebre enano en sí una atracción, muy próxima su mesa a la del Fantasma, solía dibujar en unos manteles que hoy cuestan unos 200 mil dólares), las chicas le sacaban las galeras a algunos vejetes verdes de una patada, como era la costumbre, el ventrílocuo Belzebuth dijo sus prediciones con su autómata-diablo, los números canoros y cómicos, la Goulue y venía el show de fondo, la atracción principal. Necesitaba algo más ligero que la grave rutina artística de su Opera, algo que tuviera calidad. Jeanette Caron (figura en que se inspiró el personaje de Nicole Kidman en la película Moulin Rouge), vestida de clown, con tres penachos en su peluca blanca, sonriendo anunció: Pujol, Le petómane original - Mesdames et messieurs: habrán leido en los diarios de esta semana que tres damas enfermaron de risa; la Empresa pide disculpas por ello, pero, ustedes comprenderán... es tan graciosa la rutina de este artista que no podemos evitarlo. Su fama ya trascendió Francia y pronto hará una gira por España, Portugal y el Reino Unido. Aquí, con ustedes, el excèntrico y eximio músico - la gente empezaba a murmurar, a levantar los cuellos, algunos no pudieron evitar incorporarse a través de la máscara de goma que tenía por rostro, Erik sonrió visiblemente y aplaudió entusiasmado: un músico, un músico exímio para paliar su dolor ¡qué oportuno!. - ¡Con ustedes: el benemérito Señor Joseph Pujol... Le Petómane! Girando como un trompo un hombre de aspecto simple entro como un bailarín torpe y así se presentó Pujol; llevaba una suerte de chaqueta y pantalones cortos con medias hasta la rodilla al estilo de los labriegos marselleses en día de fiesta. El público bramaba, se veía que lo conocía, era una figura popular... El Petómane frenó sus giros y quedó de espaldas al público, lentamente se agachó, el público calló espectante. Abrió bastante sus piernas balaceándose cual un sumotori y luego se descerrajó el más audible, bronco, estertóreo y soez pedo que uno pueda imaginarse en dirección a las primeras mesas. Luego de unos diez minutos Pujol, que se expresaba muy bien en escena, explicó parte de su vida y de su extraño, extrañísimo arte. Agradeció al anciano Sr. Virdel, dueño del Moulin Rouge y contó que siendo niño un día se sumergió en el Mar Mediterraneo, sintió algo raro en su estómago y al salir expelió un cantidad enorme (6 litros) de agua por su ano, en forma de chorro de fuente. Cuando le mostró esto a sus parientes lo llevaron al Hotel de Cirujanos y comprobaron que Joseph era una de las raras personas (y la única) que padecía de "elasticidad complaciente anal" y que sus músculos anales y peristálticos respondían a su voluntad. Luego, en 1866 cumpliendo con su Servicio Militar comprobó que también podía absorber analmente grandes cantidades de aire. Pronto comenzó a explotar su habilidad en distintos music hall, varietés y cabarets. Se presentaba vestido de payaso como "Pavote y su trombón". Cuando llegó a París obtuvo una cita con el Sr. Virdel. En esa ocasión, Pujol explicó: - Como pronto verá, la elasticidad de mi ano me permite abrirlo y cerrarlo a voluntad. Además puedo absorber grandes cantidades de líquidos y expeler enormes volúmenes de gas inodoro. Trás una pequeña demostración Virdel encargó al dibujante del Moulin el diseño de un enorme cartelón, volantes y esa misma noche se presentó en la sala. "El resto es historia..." dijo el insólito artista y pasó a enseñar el Arte de la Petomanía. Una señora gordísima de pechos rebozantes que estaba acompañada de un hombre que parecía un palo de escoba vestido, acercó su cabeza a Erik y le dijo desde la mesa vecina: - ¿...sabe Señor que Pujol gana tres veces lo que Sarah Bernhardt? Aquello fue demasiado, tomando muy discretamente su galera y su bastón abandonó intactos el caviar y la champaña y se dirigió a la puerta. En su camino pudo escuchar al Petómano explicar gráficamente los registros de tenor, barítono y bajo. Y ya en la puerta, mientras se ponía sus guantes de carpincho amarillos, alcanzó a escuchar la imitación anal de el flato de una señorita vírgen y luego como lo hacía "después de desposada". La explosión de risas casi lo lanza a la calle. Para los curiosos de lo bizarro les cuento que Pujol imitaba - siempre a través de su ano - a distintos personajes parisinos, además de "pistoletazos, truenos y cañones" (sic). También solía colocar un tubo de caucho en su ano y fumaba o hacía sonar diversos instrumentos de viento como su viejo trombón de payaso; se cuenta que absorbía una pecera con peces rojos y luego de un considerable tiempo expelía el agua totalmente limpia con los pececitos, de nuevo en su pecera. Es ahora que quiero dar mi versión de la historia del Petómano. Varias fuentes populares (como Wikipedia) cuentan que Pujol luego de ganar una fortuna levantó su propio teatro (el Pompadur) donde actuaba con una companía de magos y mimos. Luego se cuenta, tuvo cuatro hijos que quedaron mal en la I Guerra Mundial (Pujol nunca tuvo hijos, solo una hija) y que pasado el interés que su número concitaba puso una panadería y murió en 1945. Se dice, además, que sus parientes no quisieron donar su particular cadáver a la Medicina para su estudio. Ahora bién; Joseph Pujol fué solo el primero de tres petómanos (una era mujer, Rosario Miris) y quien compró un teatro fue, en realidad, El Estefanéz, de cuya vida circula un librito en rústica en las ferias de libros de Buenos Aires, y también fue quien murió en 1945. Porque Pujol, el Petómano original murió circa 1894, estrangulado en la parte más oscura del boulevard de Clichy. Tenía el cuello roto y la misma marca en la piel que les deja la horca a los condenados. La soga nunca se encontró y se atribuyó el crimen a la pandilla de los apaches (por favor, que algún lector me corrija como lo hace siempre "PhantomGirl89", la violinista). Pero yo sé que el enloquecido y contrariado Erik caminó esa noche por Montmatre temblando de ira, muy tarde en la noche, llevando sobre sus hombros el peso de una muerte, apretaba en el bolsillo de su pantalón el lazo Punjab con sus bolitas que siempre llevaba a todos lados y murmuraba cosas ininteligíbles, tales como: - ¡La gran araña, la Lucerna! ¡Ya verán quien es Lumley Nerú, parisinos vulgares! ¿El escorpión o el saltamontes? Camino por debajo del agua con mi cerbatana... ah... malditos... maldito Vizconde... maldita Cristina... no, ella no... maldito Daroga, ¡malditos todos!
Los poco habitantes de aquel tramo entre la medianoche y los primeros gallos, de la noche cerrada que aún duraría una hora, de la despedida del basurero y la bienvenida del farolero (ya próximo a extinguirse por el invento de Edison), los pocos habitantes del fondo social de aquella ciudad pujante, que se componían de borrachos, ladrones, pordioseros, putas tardías, comadronas, locos... todos ellos se santiguaron cuando lo vieron pasar al "ingeniero" de ropas flotantes, de ojos de tizón, de hierática y hermosa voz; los mas sabios no miraron... el útimo en ser atropellado por Erik, el más estúpido, Fifot le Fú, idiotizado de niño, por la exposición al plomo, le escucho decir: - Los barriles de pólvora... ah... que bien hice en conservárlos! ...malditos, malditos.... por fin voy a volver a usar mis trampas y escotillones; "la Cámara de Tormentos"... mi cámara de los espejos... mi bosque tropical... me iré con ella, con la Opera, con el público, con Cristina... todos nos iremos, ja, ja... ¿y tú?... tú que miras... ¿qué quieres ver... Fifot le Fú...? Y dicho esto, ya en la parte más oscura de la calle, al pie de la boca de tormenta que allí, todavía hoy existe, Erik giró sobre sus talones mirando al jóven idiota y con un movimiento clásico se arrancó la máscara de ingeniero. Fifot no paró de correr hasta caer extenuado en las afueras, en los arrabales de París. Mientra un grupo de desarrapados trataban de ayudarlo, el pequeño convulso repetía: - La muerte está en París... yo la vi... yo la vi con estos ojos! Nadie le dió demasiada importancia soslayando que los niños, los locos y los idiotas dicen las más grandes verdades. ¿Cómo era exáctamente el rostro que vio Fifot? El próximo e inminente capítulo será el anteúltimo y aportaremos evidencia incontrastable.
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