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Natán Solans Capítulo 7: Que trata de la vergüenza, la crueldad insensata, de Madame La Guillotina, del Arte de las fugas y… de hormigas verdes. Ya antes dije que fue gracias a Marcel Maumus que obtuve este pasaje de la vida de Erik, el Fantasma de la Opera en la Isla del Diablo. Aunque detesto las fechas y los datos, debo (Mediante Liliana mi mujer y otro colaborador) suministrarlos; esto se debe a la suspicacia que existe en todo lector ávido, como yo mismo. Por ello paso a informarles que la popularmente llamada Isla del Diablo es la más pequeña de las tres Islas de la Salvación (Illes du Salud), está situada a 11 kilómetros de la costa de la Guyana Francesa y fue durante 87 años una infame colonia penal (aunque las actividades continuaron hasta 1946). Solo tiene 14 hectáreas y está habitada por unas enormes hormigas verdes; digo esto porque también tiene que ver con la historia de "El Fantasma de la Opera"... Como esta es una página de cine, me gustaría contar brevemente la influencia que tuvo aquella isla en algunas obras del Séptimo Arte. No tengo noticias de películas mudas ambientadas ahí, pero pueden existir; mi cultura sobre el Cine no es tan amplia. POPEYE THE SAILOR MEETS SINBAD THE SAILOR (1936), maravilloso dibujo animado de los hermanos Fleischer, muestra de una manera única el ambiente rocoso y selvático de aquella isla. Los animadores Willard Bowsky, George Germanetti y Edward Nolan se inspiraron para ambientar las correrías de Popeye en fotos de la todavía vigente como penal Isla del Diablo. Ese mismo año el rumboso dibujante-empresario Dante Quinterno copió todo este estilo para las grandes "Andanzas de Patoruzú". DEVIL'S ISLAND (1939) es una película menor protagonizada por el inconmensurable Boris Karloff, donde se muestra , entre otras cosas a Madame La Guillotina; el pavoroso sistema de ejecución que perduró en la isla hasta bien entrado el siglo XX. Bueno, no quiero aburrir a nadie, pero son bien conocidas por los espectadores cultos del cine las versiones sobre el caso del Capitán Alfred Dreyfus, como la interpretada por el actor portorriqueño Jose Ferrer en I ACCUSE! (Yo Acuso-1958). También PAPILLON (Papillón-1973) de Franklin J. Schaffner, la película que mejor mostró la situación de la isla que nos ocupa, basado en el libro dudoso de Henri Charrière, quien, en los años 70s, le mostró a Pipo Mancera en sus "Sábados Circulares" como había perdido tres de sus dedos en apuestas: "Es un juego solo para hombres..." dijo, para sorpresa de todos. También existe por allí alguna producción sobre el anarquista Clèment Duval. Esta isla también fue escenario de varios folletines de la época. El caso es que Napoleón III la habilita como penal en 1851 cometiendo la brutalidad de enviar allí a presos políticos oponentes a su régimen con los peores criminales y degenerados que uno pueda imaginarse. Y en aquella bizarra realidad encontramos al protagonista de este relato aproximadamente en 1867, acosado, maltratado por aquellas bestias pero también teniendo la oportunidad de convertirse en líder; todo preso tiene esa oportunidad, siempre. Madame "la Guillotine" Una nota a pie de página me llama inmediatamente la atención, un tema recurrente en mí; parece ser que Karbur, al observar una o dos veces por mes a "Madame La Guillotina", como se llamaba a este piadoso pero antiestético método de muerte que ya tenía 105 años de edad, su alma de artista se vio motivada. La decapitamiento era algo muy curioso de ver si uno tenía un buen estómago y un alma templada en el horror. Los reos, emborrachados previamente por guardias y compañeros con lo que aquí, en las cárceles de Argentina, se llama "pajarito" (alcohol puro, frutas maduras maceradas, restos de café enmohecido, saliva y otros deshechos mas estacionados en una palangana y luego colados), eran conducidos esposados o atados al patíbulo. No sucedía como en la películas que ellos marcharan erguidos, con el rostro iluminado por el heroísmo... nada de eso; se arrastraban llorando, gimiendo, prometiendo enmendarse, aullando de pavor, con los pantalones sucios por el lógico aflojamiento de los esfínteres, con los mocos colgando, en su pijama de rayas blancas y negras. El verdugo no solía ser un sádico si no un funcionario muy bien pago que pasaba su puesto al hijo (en nuestro pais, en la época colonial, la familia Samson tuvo tres generaciones de este particular oficio) y que era conducido a la isla en un barco, circunspecto, piadoso, con un impecable traje de luto, cuello y corbatín y sombrero de copa. El verdugo llevaba una gran valija angosta donde portaba la hoja de la guillotina (su alma - afilada con grafito), un frasco de grasa porcina para lubricar el simple mecanismo y pastillas de un opiáceo que suministraba al reo, en caso de desesperación. La maquina siempre tenía una hoja genérica que se oxidaba al sol. Todo funcionario penal que se apreciara llevaba sus propias hojas para el culto. A un costado del patíbulo (siempre me pareció muy similar a un retablo de espectáculos) había un ataúd de mimbre que recogía el cuerpo. Este método que estoy relatando cambió muy poco desde 1793, en plena Revolución Francesa, pasando por 1860 (que es la época que nos ocupa), hasta 1938. Luego se prohibió para suplantarla por la espantosa horca y después la cámara de gas y el garrote vil (principalmente en España) para terminar con la aséptica inyección letal. Asistentes del verdugo desmantelando una guillotina dentro de la prisión de Santé, luego de la ejecución del famoso Marcel Petiot (un click para ampliar) El preso era sujeto, digo, firmemente, todos se quitaban las gorras, sombreros y galeras y miraban al suelo mientras se rezaba un Padre Nuestro que, en francés suena muy lúgubre. Luego todos, especialmente el verdugo, miraban atentamente hacia los mecanismos de muerte mientras el condenado, generalmente, maldecía, puteaba y gritaba hasta estropearse la garganta que jamás volvería a usar. Entre todas las miradas, si el desesperado hubiera reparado, se destacaban los inefables ojos dorados, brillantes de Karbur con una atención que recordaba a la de un entomólogo al pinchar a una mariposa. Luego se bajaba la palanca, liberando el mecanismo de retención de la hoja y está, de reglamentarios 18 kilos, raudamente, con un crispante silbido bajaba los casi tres metros de riel, cortaba el cuello como si fuera un cuchillo caliente pasando por el medio de un pan de manteca y la cara quedaba demudada, con un gesto de gran sorpresa, se volvía pálida instantáneamente y caía como un fruto maduro en la canasta que la esperaba. Dos rumbosos presos voluntarios empujaban con violencia al cuerpo que a cada segundo arrojaba un espantoso chorro de sangre por las erectas arterias. Este caía en el ataud de mimbre, ya mencionado y era tapado por un tercer preso, mientras la sangre espumosa y casi negra salía por uno de sus lados. El olor metálico de la sangre anunciaba el fin de la vida y los cuellos (sanos) de todos se estiraban para ver la cabeza yaciente en el canasto, como padres deseosos de ver a sus hijos en una nursery... Convictos en la Isla del Diablo, fotografía sin datar Y era este el preciso momento donde Karbur fue chistado y hasta golpeado en varias ocasiones por su ansiedad por llegarse y tocar la cabeza trunca, la que, en su canasto, era tapada con una toalla negra y puesta sobre el ataúd para ser llevados a la morgue del penal. Cuando luego de varias palizas el deforme reo le explicó al director, Monsieur La Fleur, cual era el "interés científico" que lo movía, éste, movido por una curiosidad morbosa muy comprensible, le permitió acceder a lo que quería, siempre y cuando compartiera sus descubrimientos con las autoridades. El caso es que Nerú, gran lector, se había enterado que un científico en Rusia (pais que, al igual que Francia, ansiaba conocer desde ese momento) el Dr. Voronoff había estado experimentando con cabezas decapitadas por el sable de los cosacos de los Romanoff. Estas cabezas, decía Voronoff, parecían vivir unos cinco o siete minutos, separadas del cuerpo. Cuando Karbur investigó esto (al pie de la Guillotina), las cabezas recién segadas (según comprobó) gesticulaban, pestañeaban, abrían la boca como si aún sufrieran. Y su descubrimiento máximo fue comprobar que al acercarle la mano bruscamente a los ojos estos se cerraban con fuerza protegiéndose... Algún día, en otro informe volveré sobre estos espantosos estudios de ultratumba. Una tortura "correctiva" en el ámbito militar. La fotografía ofrece más datos. Fuente: http://picasaweb.google.com/veteranoscontinentales En la isla existía la costumbre del "estaqueo", igual que lo hacían los milicos argentinos en la época del Martín Fierro. Esta costumbre consiste en sujetar a un preso entre cuatro estacas clavadas de tal modo que el hombre esté estirado en forma de aspa, solo que en la isla se estilaba estaquear a la víctima boca abajo y a la sombra, no al sol como pasaba con nuestros gauchos matreros. La razón era evidente: de este modo y a la sombra era una invitación única para el goce de los pederastas. De tal modo, todo preso estaqueado era violado sistemáticamente, por todo el que quisiera. Y todos querían. El futuro Erik no fue la excepción. Y no hace falta ser un dechado de imaginación para verlo gritar de vergüenza e impotencia, tensando su cuerpo delgadísimo, elevando su cabeza de muerto como un fantasma en pena, ululando su desesperación, igual que John Merrick "el Hombre-Elefante" cuando otros degenerados le mostraban un espejo... Aquello fue el final de la inocencia. A partir de entonces Karbur, el Espanto tuvo una motivación en su vida: la venganza. Inteligencia, creatividad, energía no le faltaban al joven monstruo y parece que usando disfraces (y también "origasti"), armas, venenos improvisados y otros de los que era maestro (el lazo Punjab) provocó una verdadera masacre en la población penal y policial. Debido a esto último fue condenado a la "muerte verde" en el "infierno verde". Esto lo determinó el Director General de Cayena, abogado Monsieur Cordell La Fleur, quien después apareció en la historia de Erik, ya en Paris, bajo la toga de Juez General. Mi amigo Maumus, tenía escrito en un muy amarillo papel de estraza, en lápiz, un listado aproximado de los crímenes del Fantasma en aquel fatídico verano de 1872, once años después que arribara a esas playas. En aquella listita habían degüellos, eventraciones, cocimientos (puñaladas encadenadas), sofocamientos (con el lazo Punjab), roturas de huesos a mazazos, decapitaciones (utilizando la guillotina oficial)... pero, principalmente constaban desangrados por medio de castración. Quiero aclarar que en aquella comunidad esas muertes no eran algo extraordinario ya que se mataba en cualquier momento, por diversión y placer, como se hace hoy en cualquier penal. Pero las venganzas del demonio desfigurado terminaron con la condena que antes mencioné. Era esta una pena ejemplar para intimidar a los mas rebeldes. La "muerte verde" en el "infierno verde" consistía , literalmente, en ser comido en vida por hormigas verdes. Ahora quiero agradecer a mi amigo Sebastián Domizzi, que me hizo recordar el suceso de las hormigas, que hubiera olvidado debido a mi pésima memoria. Cualquier persona que haya visitado las ruinas, las pirámides cercanas a México D.F. (una hora escasa de micro), debe haber reparado en unas particulares hormigas de 3½ cm, de un extraño color verde lechuga. Esas se llaman popularmente "hormigas aztecas". Sus parientes de la isla del Diablo son ligeramente más grandes, casi como cucarachas y de una voracidad increíble que no titubean, incluso, en comerse a sus propias crías. Nadie sabe muy bien como escapó de esa muerte segura nuestro Karbur. El caso es que fue encadenado rápidamente por los guardias a uno de los altos nidos de hormigas, de dura tierra rojiza endurecida por la saliva de los insectos. Un "interno", ex cura marista, terminó de dar la "vita extrema unción" justo cuando algunos ejemplares verdes ya empezaban a mover sus antenas y avanzar hacia el monstruo. Cuando la comitiva estaba a unos cincuenta metros de los hormigueros los aullidos del condenado helaban la sangre. Cuando tengan ocasión de ver la espantosa foto que voy a mostrarles de Erik "el Fantasma de la Opera", tendrán ocasión de ver los espantosos mordiscos de aquellos insectos infernales. Cuando, según la costumbre, las autoridades volvieron al sitio de la ejecución para retirar los huesos no los encontraron, solo estaban las cadenas flojas colgando del, ahora, apacible hormiguero. Muchas cosas se dijeron, aumentando así, la leyenda de tan inaudito preso. Se dijo que, durante años, el condenado había juntado los corchos del champán y el vino que tomaban el director y la soldadesca y con ellos había hecho un chaleco o un bote salvavidas. Los trucos estilo Houdini, practicados por Zamora, Rinaldi, El Gran Hermann, magos anteriores a éste, eran muy conocidos por el genial y curioso Nerú, es más, se comentaba que él mismo había diseñado algunos. Por eso se piensa que recurrió a un sistema muy sencillo, a un truco básico para escapar de las cadenas. Esto consistía simplemente en tensarse y tomar aire para aumentar el volumen del cuerpo mientras era encadenado, para, acto seguido "achicarse" y dejar caer las ataduras. También se cuenta que se ocultó en la jungla donde se disfrazó de guardia con un uniforme robado o descartado para abandonar la isla cuando se hacía los recambios de guardias, una vez al mes. Como quiera que haya sido, jamás nos enteraremos con precisión, el hecho es que un tiempo después encontramos a nuestro héroe nada menos que en Rusia. Les ruego remitirse a la pluma de Leroux en esta misma página para seguir la cronología de estos hechos. Más datos: Esta nota continuará...
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