EL CADÁVER QUE SABÍA DEMASIADO
La que sigue es la historia de una de las operaciones de inteligencia más brillantes de la Segunda Guerra Mundial, la llamada “Operación Picadillo”. Es también una historia que involucra, entre otros, a un indigente, a un famoso escritor de novelas de espionaje y… a uno de los dos inventores de las reglas del tenis de mesa. (Que, por cierto, tenía un hermano que era amigo del cineasta Serguei Eisenstein y era espía de un bando diferente al de su hermano…). Con ustedes, la historia [Nota publicada anteriormente en Televicio Webzine en junio de 2010].
UNA PRIMAVERA ESPAÑOLA
En la mañana del 30 de abril de 1943, un pescador portugués, José Antonio Rey María, divisó un cuerpo flotando en el mar frente a la playa de El Portil, en la costa de Huelva, España, y dio aviso a las autoridades. La identificación del cadáver fue bastante rápida porque llevaba encadenado a su cuerpo un portafolios que contenía su identificación, además de documentos oficiales británicos y papeles personales: era el mayor de los Royal Marines William Martin, nacido en Cardiff en 1907, quien presumiblemente había muerto ahogado en circunstancias desconocidas. La noticia llegó pronto a los oídos de dos personas: del vicecónsul británico, Hazeldene, y de un ingeniero agrónomo alemán que trabajaba en la zona, Adolf Clauss, hijo del cónsul alemán y, para más datos, agente de la inteligencia militar, la Abwehr , quien de inmediato dio parte a sus superiores.
Hazeldene se hizo cargo de darle sepultura a Martin (imagen de abajo a la derecha) y brindarle los correspondientes honores militares el día 4 mayo, una vez que el doctor Eduardo Del Torno efectuó una rápida autopsia. Éste halló que Martin había caído al mar estando aún vivo, que su cuerpo no presentaba contusiones y que había muerto ahogado entre tres y cinco días atrás. Dado que Martin usaba un crucifijo de plata y una placa de San Cristóbal, Del Torno dedujo que se trataba de un católico, y por lo tanto evitó realizar análisis más profundos. El diario The Times publicó el parte del Almirantazgo que informaba de su muerte el día 4 de junio, el mismo día en que hizo lo propio con la noticia de la muerte del actor Leslie Howard, abatido con su avión cuando volaba sobre el Golfo de Vizcaya. El Almirantazgo también había ordenado discretamente al agregado naval británico en España, capitán de corbeta Alan Hillgarth, que averiguara qué había sucedido con los documentos que Martin llevaba consigo: recuperarlos sin despertar sospechas era de vital importancia. Pronto, el funcionario se topó con un problema: los documentos no estaban en Huelva, sino que habían sido puestos en custodia del coronel José López Barrón Cerruti, un alto funcionario del régimen de Francisco Franco y confeso simpatizante del Eje. (Al menos nominalmente, España era una nación neutral: su simpatía por las potencias fascistas era conocida por todos). Mientras tanto, la Abwehr no se había quedado quieta, y a través de su contacto, el teniente coronel Ramón Pardo Suárez, había logrado que los servicios secretos españoles (que habían conseguido violar los sellos de seguridad sin gran dificultad) les cedieran los documentos, con el fin de copiarlos con todo sigilo. Cumplido el proceso, Pardo Suárez recuperó los documentos, los repuso en su envoltorio, volvió a dejar el portafolios durante un día en agua salada (para borrar las huellas de su manipulación) y lo entregó al Jefe de Estado Mayor de la Armada española, almirante Alfonso Arriago Adam, quien a su vez lo depositó en manos del capitán Hillgarth el 13 de mayo.
Mientras tanto, la información con el contenido del portafolios ya había llegado a Berlín. Parte del mismo eran los papeles personales de Martin: aparentemente, y a juzgar por cartas que tenía en su poder, el oficial galés tenía una relación complicada con su novia Pam, un padre pedante y anticuado y problemas de dinero. También llevaba consigo algunas facturas pagas (incluyendo una de un joyero por un anillo de compromiso), boletos de ómnibus londinenses, entradas a un teatro: las huellas que, casi sin darse cuenta, deja un hombre de carne y hueso en su paso por la vida. Pero más importantes, claro, eran los documentos oficiales, cuyo traslado seguro era, aparentemente, el objetivo de la misión del mayor.
El documento principal era una carta personal del Vicejefe del Estado Mayor Imperial, teniente general Sir Archibal Nye, al general Sir Harold Alexander, comandante del 18º. Grupo del Ejército, estacionado en esos momentos en Argelia y Túnez. En la misma, y entre otras consideraciones, Sir Nye hacía algunos comentarios sobre los planes para una invasión aliada a Grecia y Cerdeña desde el Norte de África, así como un plan concomitante para hacer creer a los alemanes que el desembarco sería en realidad en Sicilia. Otra misiva era una carta de presentación de Martin dirigida por el almirante Mountbatten al comandante de la flota aliada en el Mediterráneo, almirante Cunningham, en la que se destacaba una broma llamativamente tosca y un tanto descolgada acerca de “sardinas” (recuérdese que “Sardinia” es el nombre inglés de Cerdeña). Por esos días, los comandos británicos estaban muy activos en las costas griegas; el conjunto de la información obrante en poder de la Abwehr apuntaba en dirección a una invasión a Grecia (ocupada por los alemanes desde 1941) y por ello Adolf Hitler envió a nada menos que el Mariscal Erwin Rommel a hacerse cargo de su defensa, y ordenó reforzar las tropas a su mando con una división Panzer enviada desde Francia y dos desde Rusia. Cuando, el 10 de julio de 1943, los aliados desembarcaron en Sicilia, los alemanes pensaron que se trataba de una maniobra de distracción y que el ataque a Grecia y Cerdeña era inminente.
Tardaron dos semanas en darse cuenta de que habían sido víctimas de uno de los engaños más perfectos en la historia de la guerra: la llamada Operación Picadillo (Mincemeat). De hecho, el desembarco aliado en Sicilia (el mayor realizado hasta el momento) pudo ser llevado a cabo (colaboración de la mafia mediante, claro) sufriendo una notablemente escasa cantidad de bajas. Pero ¿y el mayor William Martin de Cardiff, el novio de Pam, el correo oficial británico?
EL HOMBRE QUE NUNCA EXISTIÓ
La
Operación Picadillo
fue
concebida por un extraño grupo de miembros del servicio de inteligencia naval
de Su Majestad, encabezado por su director, el almirante John Godfrey, e integrado por un juez de instrucción con el
inverosímil nombre de Bentley Purchase (“compra de un Bentley”), el abogado penalista y
oficial de
la Royal Navy
Ewen Montagu, la bella secretaria veinteañera Victoire Bennet y el
asistente personal de Godfrey, un antiguo periodista
y agente de bolsa que dominaba el francés y el alemán y se llamaba… Ian Fleming. Sí, el creador de
James Bond. Y además, todo lo indica, el creador de
William Martin.
O casi, porque Fleming había
tomado la idea de “plantar” un cadáver con documentos falsos de una novela novela policial de Sir Basil Thompson, por cierto otro personaje particular:
había sido funcionario colonial en Fiji y Tonga,
tutor del Rey de Siam y jefe de investigaciones de la
policía metropolitana de Londres, y se había hecho un nombre como cazador de
espías durante
la
Primera Guerra
Mundial, antes de que su nombre cayera para siempre en el escarnio público tras ser sorprendido junto a una prostituta en Hyde Park, en 1925.
Los problemas que se le planteaban al grupo eran varios. El primero era que el ataque a Sicilia desde África del Norte era la alternativa obvia y, como tal, el supuesto sobre el cual los alemanes y sus (por cierto bastante torpes) aliados italianos plantearían la estrategia de defensa. La solución a este dilema tuvo que ver con el segundo problema, que era la invención de una personalidad: el mayor Martin tenía que ser un personaje absolutamente creíble, tan creíble que disipara todo vestigio de inverosimilitud que pudiera emanar de los documentos secretos que portaba. No cabe duda de que Fleming hizo un gran trabajo: me permito afirmar que fue su mejor trabajo. (Derecha: imagen de Ian Fleming en sus años de servicio).
El desafío de convertir a un cadáver en una insólita
pero muy eficaz arma de guerra comenzó por construir una idea general de la personalidad
de Martin y siguió por una laboriosa tarea de pulido
de detalles. Para hacer más creíble la aparición de un cuerpo en la costa
española, se le inventó una personalidad con tendencia al descuido: de allí sus
problemas financieros. Alguna de las cartas privadas (todas inventadas de cabo
a rabo) hasta tenía una mancha de tinta: se consideró que una correspondencia
demasiado prolija sería sospechosa. Fleming tuvo que
concebir la voz del personaje, así como la de su padre, un pedante resabio de
la era eduardiana; de la de su novia se encargó Victoire Bennet. Hasta el
contenido de su billetera fue tema de discusión: sus documentos personales eran
duplicados, insinuando una pérdida que fuera compatible con su supuesta indolencia.
Y aquí ya llegamos al tercer problema,
porque el mayor Martin jamás existió, pero ¿y el
cuerpo que está sepultado en Huelva? En aquellos años lo que faltaba no eran precisamente
cadáveres, y la desesperación producida por aquella carnicería a escala global
(el cálculo más aceptado habla de 60 millones de muertes, el 2 % de la población mundial
en ese momento) hacía que algunos escrúpulos, que hoy resultarían normales,
entonces no tuvieran lugar. El involuntario héroe en que se hizo carne esta
delicada operación se llamaba Glyndwr Michael, tenía
34 años y había sido hallado agonizante en una casa abandonada el 26 de enero
de 1943, muriendo dos días después. El pobre Michael había nacido en Gales en
el seno de una familia de mineros desesperadamente pobre, probablemente padecía
sífilis congénita y desórdenes mentales y había sido declarado inepto para
cumplir con el servicio militar. En aquella noche del crudo invierno de 1943
había ingerido veneno para ratas, sin saberse si accidentalmente o con el fin
de suicidarse. El cuerpo de Michael fue
mantenido en la morgue de un hospital hasta el 19 de abril de 1943, cuando fue vestido
(no sin dificultad debido a la congelación del cuerpo), colocado en una cápsula
de acero llena de hielo seco que fue posteriormente sellada, enviado a Escocia
y subido a bordo del submarino Seraph, cuya
tripulación lo liberó en el mar frente a Huelva el 30 de abril a las 4:30, con
la idea de que las autoridades españolas del lugar comunicaran inmediatamente
el hallazgo a la inteligencia alemana, cosa que, como vimos, resultó así.
La historia de William Martin ya fue
contada por el propio Ewen Montagu en 1953 en su libro “The man who never was” (“el hombre que nunca existió”) y por el cine en 1956,
en el filme homónimo dirigido por Ronald Neame, con Clifton Webb y Gloria Grahame. El nombre
real del tan fraudulento como heroico mayor Martin sólo fue añadido a su lápida en 1997.
TENIS,
QUESOS, ROJOS Y CINE
Ya hablamos de Ian Fleming, pero si hay otro miembro de ese grupo de cerebros
que ayudaron a derrotar a Adolf Hitler que merece unas líneas, ése es el mencionado Montagu,
un hábil abogado penalista y workaholic que, a diferencia de James Bond,
no sentía debilidad por el martini sino por… los
quesos de sabores fuertes. Provenía de una millonaria familia de banqueros
judíos, propietaria de un verdadero palacio en Kensington,
y junto con su hermano menor Ivor, mientras ambos
estudiaban en Cambridge, concibió las reglas del
tenis de mesa (Ivor además fundó
la federación internacional de dicho deporte y sirvió como su presidente por 41
años) y…
la Liga
de Comedores de Queso.
Los dos hermanos seguirían una vida paralela pero
divergente a partir de ese momento ya que, mientras Ewen comenzó a trabajar para los servicios secretos británicos, Ivor había abrazado la causa comunista y la de
la Unión
Soviética
, algo que en
aquellos años (y por muchos otros) extrañamente pasaba por ser más o menos lo
mismo. (Fue así que, durante
la Segunda
Guerra
Mundial, los
dos hermanos estaban trabajando para bandos diferentes). Ivor (quien no cabe duda que era un inquieto espíritu
renacentista) había sido además cofundador de
la London Film
Society en 1925, el primer cineclub del mundo
dedicado al cine independiente, y como crítico del séptimo arte había conocido
a Serguei Eisenstein en
Moscú, a quien acompañó en su visita a Estados Unidos en 1930.
FUENTES
* “La
neutralidad del régimen franquista en la Segunda Guerra Mundial, un mito”. Telecinco, 19 de enero de 2010.
*
“Operation Mincemeat - The Man
Who Never Was” (en inglés). BBC,
28 de enero de 2005.
*
“The man
who never was” (en inglés). Jennet
Conant
,
New York
Times, 6 de mayo de 2010.
* “Floating a wild plan and a dead man to defeat the
Nazis” (en inglés). Comentario del libro “Operation
Mincemeat” de Ben Macintyre. Dwight Garner, New York Times,
11 de mayo de 2010.
* “‘Operation Mincemeat’: the man who
was” (en inglés). Steve Coates, Blog Paper Cuts, sitio del New York
Times, 14 de mayo de 2010.